Antes de ser el municipio urbanizado que hoy conocemos, el territorio que ocupa Ciudad Nezahualcóyotl tenía un paisaje muy diferente.
Así comienza la historia de Ciudad Neza
El Lago de Texcoco atravesaba una nueva etapa para su desecación al oriente del Distrito Federal. Lo poco que quedaba de esa zona acuífera fue convirtiéndose en un territorio agreste y de polvaredas que en temporada de lluvias era más parecido a un pantano.
Sobre este terreno falto de urbanidad, en la década de 1940, comenzaron a establecerse los primeros habitantes. Los recién llegados eran originarios de varias zonas rurales de provincia quienes arribaban en busca de las oportunidades laborales que les prometía la capital del país.
Debido a la demanda de ocupación, pronto comenzó la venta de lotes. Las primeras ventas eran ilegales pero a bajos costos (llegando a pagar de 3 a 5 pesos por m2 en 1945) y parecían ser la opción más indicada para tener una vivienda propia.
En 1949, el presidente Miguel Alemán entregó los terrenos al Estado de México para que ordenara el uso del territorio, con lo que se comenzaría la planificación del trazado urbano que le daría el aspecto que conocemos hoy. Para ese entonces los precios de los terrenos ya habían subido a 200 pesos el m2, lo que significaba que el perfil del comprador ya no era el del migrante pobre sino uno con cierto poder adquisitivo.
La época más dura para Ciudad Neza
Junto con el crecimiento de la población llegaron también graves problemáticas sociales. Por un lado, la falta de servicios básicos como el agua potable y hospitales provocaron que las enfermedades respiratorias, gastrointestinales y que la mortalidad infantil estuvieran a la orden del día.
Por otra parte, las luchas de los vecinos contra los abusos de los fraccionadores, quienes revendían los lotes, dificultaban el día a día en la recién emergida comunidad. Lo anterior obligó a los pobladores a crear organizaciones como el Movimiento de Restauración de Colonos. Ahí empezaba a forjarse la personalidad solidaria de la comunidad.
Además, la marginalidad en la que se vivía con respecto a la falta de acondicionamiento urbano, obligó a que fueran los propios miembros de la población quienes ayudaran en la construcción de las calles, avenidas, banquetas, cableado eléctrico, entre otras cosas.
En 1963 Nezahualcóyotl fue reconocido por primera vez como municipio y ya alcanzaba los 100 mil habitantes. Al llegar al 1970 la población llegó a los 600 mil habitantes.
Durante la década de 1980 se fortalecieron los servicios básicos de Neza y se legalizaron las propiedades de tierra. Con la llegada del año 2000 se comenzaron a construir las primeras plazas comerciales.
Hoy Ciudad Neza es una de las zonas más densamente pobladas del país y del mundo. Es una ciudad con una identidad cultural propia forjada gracias a su origen. Y aunque aún enfrenta grandes retos como la falta de espacios verdes y la delincuencia, es un ejemplo de cómo los esfuerzos de una comunidad unidapuede mejorar las condiciones de vida para sus pobladores.
La llamada «noche de los cuchillos largos» no solo supuso la purga de la milicia del Partido Nazi (la Sturmabteilung, o SA), sino que también constituyó un movimiento de carácter represivo que afectó a más sectores políticos. En última instancia, supuso el asentamiento definitivo del poder de Adolf Hitler y de la dictadura nazi. Como tal, este movimiento tuvo una gran repercusión en el ámbito exterior, algo que a día de hoy puede verse a través de la prensa histórica. La prensa española de la época también se hizo eco de los sucesos de Alemania, pudiendo percibirse ya una división ideológica en la misma.
Las SA (acrónimo de Sturmabteilung, o «sección de asalto») habían sido un instrumento esencial en el ascenso al poder del Partido Nazi; lo mismo servían para silenciar a otras fuerzas políticas mediante el uso de la violencia y la intimidación, o para realizar grandes desfiles por las calles que sirviera para mostrar su poder. Con sus uniformes y sus camisas pardas lograron atraer hacia sus filas a muchos alemanes, lo que aumentaría su tamaño de forma considerable. El ambiente que imperaba en Alemania tras la crisis económica de 1929 constituía el contexto perfecto para propiciar la expansión y actividad de una organización como las SA.
Cuando Adolf Hitler fue designado canciller del Reich, en enero de 1933, el Partido Nazi ya se había convertido en la formación política más votada (aunque todavía seguía sin tener la mayoría absoluta en el Reichstag, el parlamento germano). Con Hitler en la cancillería se produjo el acceso al poder de los nazis, los cuales —tras el sospechoso incendio del Reichstag— lograrían establecer un régimen dictatorial unipartidista que dejaría fuera de la ley a partidos de izquierdas y sindicatos. Las otras fuerzas de la derecha, que habían apoyado a Hitler en su acceso al poder, quedaron políticamente anuladas y en algunos casos hubieron de integrarse forzosamente en el Partido Nazi.
Para el verano de 1933 los nazis gozaban de amplias cotas de poder dentro del aparato del Estado, si bien la constitución y el parlamento en teoría seguían estando vigentes. Existía, no obstante, una parte del Estado que seguía conservando su autonomía: las fuerzas armadas, cuyos oficiales constituían un cuerpo elitista y eminentemente conservador. Muchos altos oficiales, aunque veían con buenos ojos las promesas hitlerianas de rearmar el país, desconfiaban de los nacionalsocialistas, y muy especialmente de las SA, a las que veían como una amenaza directa y como un grupo abiertamente revolucionario.
En efecto, tras la toma del poder en el seno de las filas nacionalsocialistas se evidenciaron dos corrientes: una, de corte conservador, partidaria de asentar el poder y conciliar posiciones con la alta burguesía y élites dirigentes; otra, de corte más revolucionario, aspiraba a desarrollar los aspectos más socialistas del programa político del Partido Nazi. Esta segunda corriente estaba formaba en buena medida por miembros de las SA, haciendo de Röhm su cabeza más visible. La milicia del partido también aspiraba a sustituir al ejército, al cual consideraba un representante del viejo orden. No obstante, en febrero de 1934, Hitler frenó dichas pretensiones tras subordinar a las SA como una fuerza auxiliar del ejército. Röhm terminó aceptando esta disposición, pero solo a regañadientes y no desistió de sus planes, lo que dejó entrever la separación entre ambos líderes.
Pero los oficiales del ejército no eran los únicos que sentían aprensión por la Sturmabteilung. Muchos conservadores y miembros de la burguesía veían con cada vez mayor desagrado la violencia que sus miembros practicaban en las calles, así como sus aspiraciones revolucionarias o su afición a los banquetes y coches de alta gama. Los estamentos conservadores, entre los cuales sobresalía el vicecanciller Franz von Papen, seguían conservando una cierta autonomía y en ocasiones realizaban críticas poco veladas contra algunas políticas gubernamentales.
Para finales de junio de aquel año Hitler y sus colaboradores más estrechos ya tenían preparado el plan para lograr descabezar a las SA y silenciar a aquellos sectores que todavía constituían una oposición al régimen.
La noche de los cuchillos largos
Hitler había convocado a los jefes y principales mandos de las SA para asistir a una reunión que se celebraría en el balneario bávaro de Bad Wiessee, el 30 de junio. Aquel día, de madrugada, el líder nazi y su círculo más cercano se trasladaron en avión a Múnich. Nada más llegar se dirigieron al Ministerio del Interior bávaro, donde se reunieron con varios dirigentes nazis locales, entre ellos August Schneidhuber, líder local de las SA y jefe de la policía de Múnich. La noche anterior se habían producido graves disturbios callejeros, motivo que centró las críticas de Hitler. Tras una violenta discusión (y después de que Hitler le arrancara las charreteras de las SA), Schneidhuber fue detenido y enviado a prisión, donde más tarde sería asesinado sin juicio previo. Schneidhuber sería el primero en caer dentro de la purga que, de forma oficial, comenzó a ser calificada paradójicamente como reacción al Röhm-Putsch (o «golpe [de Estado] de Röhm»).
Las SS fueron el principal actor que llevase a cabo la represión, además de la policía secreta (Geheime Staatspolizei, o «Gestapo») y otras fuerzas de seguridad. Hitler, acompañado por efectivos de estos cuerpos, se trasladó a continuación a Bad Wiessee, donde detuvo en persona a Röhm y a un gran número de oficiales y jerarcas de las SA. Este sería el caso del jefe regional de las SA en Breslau, el temido y violento Edmund Heines. El comandante local de las tropas de asalto en Berlín –y estrecho colaborador de Röhm–, Karl Ernst, fue arrestado tras regresar a Alemania de su viaje de luna de miel. Además, otros tantos líderes de la Sturmabteilung que se habían trasladado a Baviera para asistir a la reunión fueron detenidos a su llegada a Múnich.
Tanto Heines como Röhm fueron sorprendidos en la cama con hombres jóvenes, manteniendo relaciones homosexuales, algo a lo que posteriormente el ministro de Propaganda sacaría provecho de cara a justificar las acciones contra las SA. Heines y Ernst fueron asesinados aquel mismo día sin más preámbulos, mientras que Röhm caería acribillado en su celda el 1 de julio, tras haberse negado a suicidarse.
Sin embargo, esta purga se extendió más allá de las SA y fue aprovechada para asesinar a otros personajes molestos para el poder. Ese fue el caso de Erich Klausener, líder de «Acción Católica» y persona muy cercana al vicecanciller Franz von Papen; o de Gregor Strasser, antiguo jerarca nazi del ala izquierda que se había distanciado y enfrentado con Hitler en 1932. La represión también alcanzó a enemigos del nazismo de sus primeros tiempos, como Gustav Ritter von Kahr, antiguo staatskomissar(comisario de Estado) de Baviera que había mantenido una compleja relación con Hitler y que había sido uno de los responsables del fracaso del Putsch de Múnich de 1923.
La matanza de líderes de las SA perseguía lograr que los altos mandos del Reichswehr no desconfiasen de los nazis y que se facilitara el entendimiento mutuo. Sin embargo, hubo dos oficiales de alto rango que serían asesinados: el general Kurt von Schleicher, antiguo canciller y predecesor de Hitler, que fue asesinado en su residencia junto a su esposa; y el coronel Ferdinand von Bredow, estrecho colaborador de Schleicher que, además, había sido jefe del servicio secreto militar (el Abwehr). Schleicher había tratado de articular en 1932 un gobierno con la participación nazis críticos con Hitler (como Strasser).
En contra de lo que parece indicar la expresión, la «noche de los cuchillos largos» se extendería del 30 de junio hasta el 2 de julio. Durante ese período, entre 80 y 200 personas serían asesinadas, según la fuente consultada. No tardó en hacerse evidente lo que había ocurrido, por lo que el Ministerio de Propaganda del Reich preparó una versión que se distribuyó al pueblo alemán y a la prensa extranjera. En ella se explicaba que en realidad el Estado había reaccionado de forma preventiva contra una intentona revolucionaria de signo izquierdista.
La reacción de la prensa española a la noche de los cuchillos largos
Mientras en Alemania se producía el asentamiento definitivo del régimen nazi, la situación interna en España era muy diferente. El gobierno centrista de Ricardo Samper encaraba un agrio conflicto con la Generalidad de Cataluña por cuestiones de competencias. Al mismo tiempo, en aquellos días el líder de las derechas, José María Gil-Robles, acababa de contraer matrimonio. Al margen de la política, buena parte de la población intentaba sobrellevar el fuerte calor de aquellas fechas.
En un principio la información que empezó a circular por los diarios españoles fue muy confusa. Respecto a Ernst Röhm algunas cabeceras llegaron a señalar que –tras ser arrestado– se había suicidado para, poco después, terminar manifestando que había sido fusilado. Inicialmente, una parte de la prensa española se abonó a la versión de los hechos que distribuyó el régimen nazi, con más o menos matices. Dicha versión, que sostenía que en realidad las SA habían intentado llevar a cabo un golpe de Estado izquierdista, era reproducida por el diario ABC el 3 de julio:
[…] no nos equivocamos al afirmar que los vencidos son los izquierdistas del partido nacional-socialista. Ciertamente, ello no significa el tirunfo de la ‘reacción’, aunque se puede prever que Adolfo Hitler emprenderá una orientación más derechista […] Según un telegrama, el plan de los sediciosos consistía en proclamar la dictadura socialista, para destruir la Banca y socializar la industria. Como escribe el jefe del Estado, el pueblo alemán debe gratitud a Hitler por haberle salvado de un gran peligro.
Hubo diarios de izquierdas que, si bien mantenían una posición crítica, se abonaron parcialmente a la versión distribuida por la Deutsches Nachrichtenbüro (DNB), la agencia de noticias oficial de la Alemania nazi. Aunque pueda parecer incoherente, esto no debe extrañar puesto que en aquella época la DNB era citada con regularidad y de hecho esta agencia llegó a abrir una sede en Madrid desde la cual contribuyó a difundir la propaganda nazi en el contexto español. DNB llegó incluso a firmar un acuerdo de colaboración con la agencia de noticias Fabra, que entonces era la más importante de las agencias españolas.
ParaEl Liberal lo sucedido se trató más de una pugna entre facciones internas del Partido Nazi, si bien daba por buena la versión que sostenía que las SA habían intentado una revolución. El izquierdista Heraldo de Madrid, se hizo eco de la supuesta revolución izquierdista contra Hitler y de la versión oficial que «explicaba» la detención o asesinato de figuras Ernst Röhm o el general von Schleicher; a pesar de ello, el rotativo se mantenía crítico con el régimen germano, como confirmaba su hiperbólico titular que señaba que «el fascismo alemán [estaba] en plena descomposición».
Hubo otras informaciones procedentes de la versión oficial alemana que circularon profusamente entre la prensa española y calaron fuertemente. Una de ellas llegó a señalar que Röhm había llegado a iniciar una revolución en Múnich, algo totalmente falso. La prensa española también se hizo eco de las prácticas homosexuales entre los miembros de la Sturmabteilung, que de hecho fue uno de los argumentos empleados por las autoridades germanas para justificar la represión como una acción contra la inmoralidad y la perversión. El rotativo madrileño El Liberal, al igual que su periódico hermano el Heraldo de Madrid, vio en estos sucesos poco menos que un desmoronamiento del régimen nazi –una aseveración que con el paso del tiempo se acabaría confirmando como errónea–.
La prensa conservadora mostró, por contra, una posición más conciliadora. El corresponsal de ABC en Berlín, Eugenio Montes, fue a contracorriente. En contra de las malas informaciones que circulaban sobre las SA, Montes reinvidicó su existencia y elogió además su labor higiénica de haber reconvertido a muchos antiguos izquierdistas en buenosnacionalsocialistas. Otro articulista, César González-Ruano, elogiaría a Hitler por sus acciones, calificando al líder alemán de «hombre justo». No obstante, en contraste la línea editorial del diario monárquico tendió a una posición más moderada.
El diario La Nación, antiguo órgano oficioso de la dictadura de Primo de Rivera, fue, dentro de la prensa española, uno de los periódicos que mayor identificación mostró con las acciones de los líderes nazis, a las defendió como una suerte de contrarrevolución preventiva. Y ponía en guardia a sus lectores sobre las «informaciones [con las] que perversamente se intenta explotar en descrédito de un nuevo régimen, de una nueva modalidad política, que va ganando las voluntades de los pueblos de Europa».
El principal periódico del carlismo, El Siglo Futuro, también se manifestó respecto a los sucesos de Alemania. En su edición del 2 de julio, aunque criticó el asesinato de algunos líderes católicos, en líneas generales mantuvo un tono comprensivo para con las autoridades germanas. Tan es así que el diario llegó a afirmar lo siguiente:
[…] no es difícil juzgar lo que hubiera pasado en Alemania de haber triunfado Schleicher-Roehm; con ese triunfo la política alemana habría caído en un bolchevismo grosero y de cuartel; mucho peor, si cabe, que, el mismo bolchevismo ruso, que, al decir de algunas informaciones, es el principal alentador del fracasado golpe.
Pero, en líneas generales, se admitía abiertamente la acción de fuerza por parte de las autoridades alemanas, aunque resultara evidente que dichas acciones se salían de los márgenes de la ley y la normalidad. Como señalaba El Liberal, el 3 de julio:
Hoy puede decirse ya claramente, por las nuevas noticias de la bárbara tragedia alemana, toda la odiosa verdad de lo sucedido. Una parte de la soldadesca amoral y desenfrenada que tiraniza al pueblo germano ha sido exterminada alevosamente, con una cobardía y una crueldad inauditas, por la fracción rival no menos abyecta. No ha habido lucha, porque Goering y Hitler se han anticipado y han sorprendidos inermes a los que iban a desencadenarla […] No ha habido más que una racha de asesinatos en frío […]
Cuando la situación empezó a aclararse y algunos articulistas reflexionaban sobre lo ocurrido, entre algunos periódicos hubo duros reproches respecto a la cobertura que la prensa había realizado de los sucesos en Alemania. Cabe citar el caso del Heraldo de Madrid, que llegó a criticar duramente a diarios como ABC o El Debatepor lo que a su juicio era una posición excesivamente conciliadora con las acciones nazis. El derechista La Nación, por su parte, arremetería contra la prensa izquierdista por no haber sabido entender lo que realmente había ocurrido en Alemania.
Pasados unos días, los sucesos de Alemania perdieron relevancia informativa, si bien continuaron apareciendo historias relacionadas con los asesinatos de algunos destacados políticos o exdirigentes nazis. Hacia el 5 de julio El Liberal llegaría a señalar, en titulares, que «se acabó la ficción nacionalsocialista». En cualquier caso, lo ocurrido iba a marcar irremisiblemente la imagen de Alemania para muchos españoles. Para algunos, como un caso paradigmático de los peligros que entrañaba el fascismo; para otros, como un ejemplo a seguir en un contexto de crisis económica y política.
Unas semanas después, a comienzos de agosto, el mariscal Paul von Hindenburg falleció de muerte natural, a los 86 años de edad. En España, para la prensa de izquierdas la defunción del presidente del Reich significó el final de un proceso de asunción de poderes que había comenzado un año antes, tras la designación de Hitler como canciller, y que ahora suponía aunar la jefatura del Estado con la del gobierno (así como el mando supremo de las fuerzas armadas). Ciertamente, para el líder nazi este suceso —que había ocurrido en un momento tan conveniente— supuso poder reforzar aún más su poder y, lo más importante, hacerse con la autoridad suprema del ejército de forma pacífica.
Para algunos aquello marcó el verdadero comienzo de la dictadura hitleriana. En este sentido, el diario El Liberal publicó una caricatura de Hitler, con un hacha, que rezaba: «Hasta ahora han sido ensayos. ¡Ahora es cuando voy a empezar yo a gobernar!»
Fuentes documentales
Hemeroteca digital del diario ABC.
Hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España (Madrid).
Hemerografía
ABC
El Liberal
El Siglo Futuro
Heraldo de Madrid
La Nación
Bibliografía
CHECA GODOY, A. (2011). Prensa y partidos políticos durante la II República. Sevilla: Centro Andaluz del Libro.
GELLATELY, R. (2002). No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso. Barcelona: Ed. Crítica.
KERSHAW, I. (2003). Hitler. Barcelona: Ed. Folio.
RAMOS OLIVEIRA, A. (1964). Historia social y política de Alemania, vol. II. México: Fondo de Cultura Económica.
La expulsión de los judíos: Apocalipsis en Sefarad
Sefarad es el nombre que los judíos daban a España, siendo el judío sefardí originario de la misma. Su expulsión en 1492 marca en algunos sentidos el fin de la etapa medieval y el inicio de la España de la Edad Moderna. Para muchos un acierto, para bastantes más un craso error, examinaremos como se forjó la decisión y las consecuencias que tuvo.
¿QUIEN HIZO DE CAÍN?
Fue una de las acciones que más marcaron el reinado de los Reyes Católicos. Ríos de tinta se han vertido para explicar, justificar, o atacar este hecho, que puso fin a la particular cultura de tres comunidades de la Edad Media. Así que la historiografía está profundamente dividida a la hora de encontrar causas a este hecho, por lo que haremos un repaso a la misma. Podemos dividirla en sus diferentes culpables, reyes, pueblo llano, nobleza feudal o patriciado urbano.
Netanyahu, es de los que culpa a los reyes. Él afirma que el pueblo español era profundamente antisemita, sí, pero que Isabel y Fernando se subieron a esa ola para reforzar su autoridad. Afirma que una de las razones fue que necesitaban dinero, y expropiar a los judíos lo daría y mucho. Otra que el patriciado urbano quería quitarse competencia. Los Reyes querrían ganarse el apoyo del pueblo, y del patriciado urbano, para lograr la supresión del poder de la nobleza. Creando un enemigo común contra el cual unirse, obteniendo dinero fácil y súbditos y poderosos fieles… ¿Qué había que perder? Así pues, los Reyes Católicos serían unos oportunistas.
¿Qué crítica podemos hacer a esto? En primer lugar la de Domínguez. No se puede decir que los Reyes Católicos tuviesen ninguna necesidad de reforzar su autoridad ante el pueblo. Más de una vez le pararon los pies. También lo expone certeramente Suarez Fernandez. En 1476, Diego Pizarro fue denunciado ante los Reyes por apalear judíos y ordenarles limpiar establos, abusando de su cargo de alcalde de Trujillo. Los Reyes personalmente le destituyeron, y recomendaron procesarlo. Durante la Guerra de Sucesión los Reyes Católicos exigieron el abono de las deudas a los judíos, obligando así a cristianos a pagarles. En 1475 en Bilbao se les anuló un arbitrario toque de queda y prohibición de comprar sedas; en Sevilla se les dejó adquirir lana donde quisiesen sin necesidad de someterse a los reinos. Es decir, supieron detener en todo momento a los antisemitas, que siempre tuvieron que someterse a los reyes. Otra crítica es que se ha demostrado que los Reyes Católicos perdían y mucho dinero con la expulsión, y no puede uno alegar ignorancia en estos. Lo cierto es que fueron muchas familias hebreas, Abravanel, Caro, Zemerro, Ardutiel y Shoshan, habían financiado a Isabel la Guerra de Sucesión de Castilla. Y, si de verdad el patriciado urbano fuese un poderoso agente antisemita, ¿por qué en las asambleas y consejos donde se pronunciaban no exigieron en ningún momento la expulsión, como bien aclara José Antonio Escudero, director del Instituto de la Inquisición? Sí, de verdad los motivos de los reyes eran racistas, asumiendo que los sefarditas sean una raza, cosa que da para otro debate, ¿por qué no expulsaron a todos y dejaron quedarse a los conversos? ¿acaso mutan genéticamente al ser bautizado? Y la respuesta es que la España católica no era racista como tal, al menos en términos modernos, puesto que lo que le importaba era la religión. No era Darwin sino Pablo de Tarso quien marcaba el camino.
Luego el afamado biógrafo Manuel Fernández Álvarez nos ofrece otra versión del asunto. Sería en este caso Isabel la Católica la gran instigadora. Lo que ella querría realmente era la unidad religiosa. De esta forma evitaría que los conversos fuesen acosados por los hebreos, que a su vez estos no les perdonaban haber abandonado a Yahvé, cosa que corroboramos leyendo al intelectual León Poliakov. En nuestra opinión, esta tesis tiene sólo una laguna, y es que los judíos estaban demasiado aislados política y socialmente para representar un peligro ante los conversos. Sin embargo, sí que es interesante como expresa el sentir de la época, con Erasmo de Rotterdam opinando que los españoles eran cristianos de segunda por convivir con judíos. Y que por eso tal decisión fue aplaudida por la Universidad de la Sorbona, pues lo progresista de ayer es lo reaccionario de hoy.
Otros autores van más por la senda de la causa social de la expulsión, para ser exactos culpando al pueblo llano, como por ejemplo Sánchez Albornoz. Él sostiene que la animadversión popular se justifica por su usura, su riqueza superior per cápita a los cristianos, a los que miraban con cierto desdén. Como si mirar con desdén fuese lo peor que hiciesen los gentiles hacia los judíos. Y el asunto de la usura es desmentido por Joseph Perez, que explica claramente que la mayoría de los hebreos se empobrecía más rápido que los cristianos al tener prohibidos empleos como el comercio de carne o la orfebrería. Y es que se dedicaban a trabajos como la artesanía. Para Sánchez Albornoz la decisión fue tardía pero justificada. Aunque caiga en tópicos, el historiador dice que admira al pueblo sefardita, pero que nunca supo transmitir sino antipatía al pueblo castellano. Pero los Reyes Católicos, reiteramos, no estaban sometidos a la voluntad popular sino al revés. Pero sí que es interesante la opinión de Sánchez Albornoz, porque refleja la duración de la construcción del judío, como alguien narigudo, adinerado, extraño y que no se mezcla. Siempre ha tenido algunas variantes, como el estereotipo del judío comunista, el financiero, pero la base es la misma. Son raros, tienen dinero y son conspiradores per sé.
Otra opinión muy interesante es la de Henry Kamen. Aceptando que la lucha de clases es el motor de la historia, él explica que fue la alta nobleza feudal la que insistió más y más en la expulsión. La razón sería que los terratenientes veían en los judíos una nueva clase financiera y burguesa que podría apartarles del poder. Y que lo que les molestaba no era la usura o los préstamos, sino que se hiciesen ricos sin necesidad de tener un apellido aristócrata o tierras que fuesen labradas por los campesinos. Y esa teoría recuerda mucho a una de Niall Ferguson que expresa que los Rothschild sufrieron antisemitismo en la sociedad alemana del XIX precisamente por lo mismo. Así que acogiendo esta teoría veríamos como se daba un anticipo de lo que sería el anti-judaísmo del siglo XIX.
La tesis de Joseph Perez es un tanto distinta. En él la instigación de la expulsión sería acentuada por la Inquisición. Isaac Abravanel, consejero de la reina, había reunido una enorme suma para sobornar a los Reyes, y que anulasen el decreto. Cuando Torquemada, especialmente fanático, se entera de ello, irrumpe en la sala donde se reunían, tirando una bolsa de monedas de plata. Preguntaría airado que por cuantas piezas argénteas se vendería al Señor esta vez, en referencia a las treinta que le dieron a Judas por entregar a Jesús en el Antiguo Testamento. Así que ellos serían los principales instigadores, y los motivos que los conversos estaban volviendo a las costumbres judías. Así pues, para Joseph Perez fue una decisión difícil que anticipaba lo que sería un estado moderno. Y en cierto modo la Edad Moderna, desde el aspecto religioso al aspecto lingüístico y social es un proceso de homogeneización en Francia, España, Reino Unido…
En nuestra opinión la más acertada es la tesis de Suárez Fernández. Lo cierto es que una expulsión implicaría, como desarrollaremos más adelante, consecuencias económicas para el reino. Pero es que los Reyes Católicos se pasaron de frenada. Creían que no habría ningún reparo de parte de los hebreos en convertirse al cristianismo, logrando así una suerte de bautismos de masas. Pero pese a lo doloroso del proceso, la gran mayoría de judíos se mantuvieron firmes en sus creencias. Así pues, abandonaron sus casas, su hogar y sus posesiones, pero manteniendo la fe intacta. Es decir, el autor acepta en principio la tesis de Netanyahu acerca de culpar a los monarcas, pero por otra parte alude al error humano como motor de la expulsión de los sefarditas. Y sobre todo aclara muy bien que los Reyes Católicos, por mucho que hubiesen protegido en el pasado, los veían como algo provisional. Y argumenta que la intención de los Reyes era un bautismo de masas con que ofrecieron a algunas juderías exenciones tributarias de años, intensificaron las predicaciones, dieron trato de favor a los judíos que acompañaban a los nobles. Un ejemplo de su provisionalidad es el texto de la villa de Bilbao: “son míos, están sus personas, sus bienes bajo mi protección, y según las leyes de este reino, los judíos son tolerados y sufridos”. Suyos, tolerados, y sufridos, tres puntos clave.
La expulsión fue altamente dolorosa. Sefarad, como los judíos denominaban a España, había sido su patria desde hacía siglos. Pese a los problemas de convivencia, algunos acabaron volviendo, en un estado deplorable, pues recibieron agresiones y vejaciones allí donde iban. Otros fueron al norte de África, o a Portugal donde el Conde Duque de Olivares trataría años después traer de vuelta. Holanda era otro sitio de los favoritos, amén de Italia. Sea como fuere, es curioso ver como la pequeña comunidad sefardita mantuvo sus raíces hispánicas, conservaron durante generaciones las llaves de las casas, mantuvieron un castellano con elementos arcaicos…De alguna forma seguían siendo hijos de la tierra que tan bruscamente les apartó de su seno.
¿CUÁNTOS JUDÍOS SE FUERON?
En este momento debemos detenernos en un cruento debate, el de las cifras de la expulsión. En general los debates sobre cifras en una época donde los estudios estadísticos son entre escasos y nulos son arduos y a menudo estériles. Y en este, donde hay implicaciones políticas y religiosas todavía más. Así pues, tendremos que asentarnos en la cifra de judíos residentes para poder llegar a alguna conclusión. Baer opina, que será una cifra alrededor de 200.000 hebreos. Podemos aceptar esto como techo, pero con las cifras de expulsión todo es más complicado. En primer lugar, hay que tener en cuenta a los repatriados, a los convertidos, y finalmente a los que definitivamente se fueron.
Vuelve a basarse en los escritos de Bernáldez el autor Lea para explicar que 35.000 hogares se ausentaron del Reino. Dando como media unas cuatro personas por hogar, como se daba en aquella época, habría unos 140.000 hebreos que se irían. Cifra además en 20.000 muertos las víctimas de la expulsión. Y solo habría 50.000 bautizados. Es decir, que aceptando la teoría del bautismo de masas de los Reyes Católicos, este intento hubiese sido un sonadísimo fracaso. Pero desde luego no podemos quedarnos en este decimonónico autor para cerrar el debate, así que examinaremos ahora desde la óptica de historiadores actuales.
Joseph Perez es un autor que fue moderando sus cifras. Calcula que como máximo se fueron 150.000, como mínimo 50.000, teniendo en cuenta que otros tantos entre regresos y conversiones de última hora acabarían permaneciendo en el reino. Así que podemos hablar de un total de 100.000 como mucho, 50.000 como mínimo. Eso equivaldría a entre un 50-25% de población hebrea exiliada. En nuestra opinión quizá es demasiado amplio el arco de cifras que maneja, siendo tan diferente el hecho del mismo. Vamos, que hay mucha diferencia en que se hayan ido la mitad que un cuarto. Y con todos mis respetos a este magnífico historiador, creo que simplemente no quiere mojarse.
Valdeón es más exacto e incluso revolucionario en su planteamiento. Lo cierto es que aduce que sólo fueron 20.000 los judíos que se fueron, pues la mayoría se convirtieron o volvieron. Luis Suarez explica que es muy difícil que superasen el número de 100.000, Manuel Fernández Álvarez cifra los números en 150.000, y Ladero Quesada que no superarían por mucho los 80.000. Sobre los historiadores hebreos como Netanyahu vemos que se apoyan en cifras más altas. Y es lógico, teniendo en cuenta que defiende que tras las conversiones por miedo del siglo XIV, la comunidad sefardita era especialmente fervorosa y convencida en sus creencias. En cambio, defender las cifras mínimas implica escepticismo ante esa fe a prueba de fuego de la que hablan esos historiadores, y sobre todo minimizaría sus consecuencias. Así pues, bajo los densos ceros que pueblan las cifras, se esconde una cuestión de relevancia y orgullo sefardí en entredicho.
CONSECUENCIAS: LO QUE PUDO HABER SIDO
Y es que en las consecuencias, donde nos centraremos en las económicas, pues no existe debate real en las culturales, artísticas o filosóficas. Simplemente conociendo pensadores como Averroes, o Baruch Spinoza, filósofos que revolucionaron sus campos y ambos de origen sefardita, nos da la idea de la riqueza cultural que se perdió. Pero es en la económica donde hay el mayor debate, comenzado por la Haskalá, la Ilustración judía en el XIX. Prescott explicaba que la expulsión de los judíos arruinó a la larga la economía española, y de esa forma explicaban a los gentiles decimonónicos que tolerarles y ayudarles era un gran negocio. Perez rebate muy bien esto, explicando que la economía española era muy pujante en el XV y XVI, que se arruinaría en el XVII, como por otra parte toda la Europa mediterránea, hubiese o no judíos. Y que resurgiría en el siglo XVIII pese a seguir siendo un estado intolerante con los mismos. Ahora, entendemos que la intención es apelar al bolsillo del gentil.
Y será Kamen el que coincida con Perez, en que lejos de ocasionar una debacle, fue una crisis pasajera, un parón económico sin importancia. Argumentan que la mayoría de sefarditas trabajaban como artesanos, pequeños comerciantes, y que la clase alta hebrea se convirtió, e incluso se casó con la alta nobleza. Sirva como ejemplo decir que el Conde Duque de Olivares tenía orígenes judeoconversos, cosa que le valió mucha crítica de Quevedo. Y aunque es cierto todo esto, y que los sefarditas no habían participado del comercio mayor, con la entrada de los siglos XVI y XVII, sus circunstancias les permitieron ser el agente comercial más valorado del Mediterráneo. Como crítica a estos dos grandes autores, diría que hacen una valoración demasiado a corto plazo de un impacto económico, que como demostraremos ahora, fue mucho más largo.
Explica el historiador Attias que, debido a su diáspora particular por los Países Bajos, Venecia, Génova, Nápoles y el Imperio Otomano, pudieron tejer una red de contactos económicos y culturales. La información fluía y los contactos funcionaban, teniendo más facilidades en la práctica que los empresarios cristianos. Centrándonos en el mundo mediterráneo, ese proto-capitalismo que nace en el XVI es indudablemente de esencia hebrea. Braudel escribe como los franceses admiraban el arte de aquellos marranos al saber comerciar, y enseñar a los otomanos a hacer lo mismo. Y nada más elocuente que Solimán el Magnífico, en su valoración de la expulsión de los judíos, riéndose de que se llamase buen político a Fernando el Católico, si al expulsar a los judíos empobrecía sus dominios y enriquecía los suyos. Y no era para menos, pronto las rutas comerciales del interior en manos de los armenios, griegos o serbios fueron a parar a los sefarditas. Con libre circulación y ciertas exenciones de impuestos dentro del Imperio, lograron revitalizar esa región.
Uno podría pensar que es coincidencia, y que con semejantes ayudas del Imperio Otomano era fácil convertirse en una clase comercial fuerte. Pero no es el caso, puesto que en Italia se decidió dejar de lado el fervor de la Contrarreforma y adoptar a los hebreos. El Duque de Toscana les concedería los mismos derechos, en Venecia y Nápoles se instituyeron barrios exclusivos para ellos. El Duque de Ferrara, y hasta los Estados Pontificios entrarían en ese juego. Cohen incluso incide en que al final los arquitectos de las nuevas relaciones comerciales fueron los sefarditas que con contactos en Salónica, Corfú, Venecia e incluso Roma pudieron tejer esa red económica y financiera. Pero no se limitó a eso, como ratifica Braudel, los judíos fueron una población altamente alfabetizada, lo que les convirtió en grandes recaudadores de impuestos, funcionarios cualificados, etcétera. Así que es tristemente irónico ver cómo los hebreos que Fernando expulsaba se convertían en objeto de deseo y competencia por las grandes ciudades estado italianas. Pero además hemos de mencionar su orfebrería de primera calidad, el impulso al mundo textil otomano, etcétera.
Otro foco revelador es en el Mar del Norte. Ya hemos mencionado antes que en general el mundo mediterráneo sufrió un declive a favor del mundo nórdico, que llega hasta nuestros días. Y cierta influencia tuvieron los sefarditas, si bien los que llegaron a los Países Bajos lo tuvieron mucho más difícil. En seguida despertaron las envidias de los propios judíosholandeses, lo que desembocó en prohibiciones de oficios, así que a diferencia del mundo mediterráneo esta vez no tendrían las instituciones políticas a su favor. Esto haría que sólo se pudiesen dedicar al comercio de productos de segunda mano, o de nuevas industrias. Pero por suerte para ellos, el Nuevo Mundo iba a ofrecer mucho de lo segundo.
Durante el siglo XVI los hebreos sefarditas aprovecharon sus contactos en España y sobre todo en Portugal. Repetimos la misma mecánica, mientras que un individuo cristiano tenía especialmente complicado conseguir contratos de compra y venta, los hebreos tenían contactos y redes de información por Portugal, Venecia, etc. Además de ello su dominio del castellano y el portugués les abrió puertas en las nuevas colonias. Las colonias holandesas prosperaron fabricando azúcar, pues los sefarditas las financiaban hábilmente, y comerciaban con portugueses y españoles.
Aunque para su desgracia el antisemitismo, además de religioso esta vez competitivo en lo comercial, les hizo abandonar el Nuevo Mundo. Cohen se lamenta respecto a este hecho, hablando sobre la oportunidad de América del Sur de haberse subido al tren del capitalismo y el progreso. Personalmente me parece mucho suponer, ya que como veremos el éxito de las comunidades judías depende de muchas cosas y a menudo es breve.
Sin embargo, este contacto se perdería cuando el Imperio español, unido al portugués bajo Felipe II, bloquearía el comercio con Holanda. Esto implicaría la mudanza de familias notables sefarditas a Hamburgo, nuevo centro comercial de Europa. Pero aun así las más se quedaron, iniciando otro tipo de comercio, abriéndose al mundo. Dirigiéndose a la India, los holandeses fundaron su Compañía Holandesa de Indias Orientales. En el acta fundacional hay hasta treinta apellidos notorios sefarditas. Pese a que Inglaterra produjo más tabaco, en Curaçao y Barbados se produjo un auge que compensó la caída del Brasil holandés. Y es que en Amsterdam se innovó de forma apabullante cuando 15 de 30 talleres de procesamiento y refinamiento de tabaco se encontraban en posesión sefardita. El caso es que esa población dinámica participó también en la creación de la primera Bolsa comercial, instrumento capitalista que con los años revolucionaría el mundo. La comunicación era clave en el mercado de valores, así que los apellidos castellanos y portugueses se sucederían junto a los neerlandeses. Y por último Joseph Pensó de la Vega fue el autor del libro Confusiones, esencial documento para entender la Bolsa y la economía.
Así que mediante esta extensa argumentación se demuestra que en hasta tres lugares diferentes, Balcanes, Italia y Holanda la población sefardita fue crucial para su desarrollo comercial. Y por tanto las consecuencias de la expulsión fueron gravísimas, tanto es así que el Conde Duque de Olivares trataría con éxito relativo traer judeoconversos de vuelta. Si bien es falso que España no se desarrollase, pues hubo grandes puertos y zonas económicas apasionantes, sólo la ucronía permite pensar que hubiese ocurrido. Una minoría judía comprometida con la idea de Imperio, haciendo contrapeso a banqueros genoveses, y financiando a una Castilla que moría intentando mantener el Nuevo Mundo y luchar por el Viejo al mismo tiempo. Aunque en defensa de los Reyes Católicos, nadie podía prever esta revolución económica ni estos protagonistas.
CONCLUSIÓN: NUEVA SEFARAD
Con la expulsión de los hebreos se iniciaba el fin de la España multiétnica. Siendo una comunidad que rara vez se levantaba en armas, no tan rica como los antisemitas dicen pero sí con una gran cultura de trabajo y emprendimiento,y con aportes culturales impresionantes como los mencionados, fue una gran tragedia. Por supuesto en ningún momento quiero mecanizar a las comunidades humanas, pues el desplazamiento forzoso de las personas es siempre una tragedia, sin importar su condición.
Pero tampoco podemos tragarnos el mito de la Haksala, con el cual la decadencia de España empieza con esa expulsión. No, cualquier estudio económico serio, como el de Hamilton te muestra el aumento progresivo de poder adquisitivo de los españoles hasta el siglo XVII. Hay que entender que ese mito tiene como objetivo apelar al nterés y al amor por el bolsillo de los estados gentiles (no judíos). Como decirles «si no nos expulsáis os daremos riqueza». Al margen de que esté de acuerdo en el fondo y en el obetivo, tenemos que verlo con la perspectiva del tiempo. Aun así tampoco podemos olvidarnos de algo, y es la oportunidad perdida. Quedándonos con el interrogante de nunca saber si hubiese formado una burguesía dinamizadora en el siglo XVII que hubiese salvado los muebles a las clases medias castellanas. Nunca lo sabremos.
Y al margen de ello, hace pocos años que los sefarditas pueden volver a su tierra originaria. El hecho de que hablen un castellano viejo, de que les guste conservar las llaves de unas casas ya derruidas por modernos planes de urbanismo, hace que sea imposible entender su identidad sin España. Acabaría así este artículo con una conclusión de como pese a este paréntesis de cientos de años, es posible que una Nueva Sefarad resurja. Sólo los años lo dirán.
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Fuente;Sefarad es el nombre que losjudíosdaban a España, siendo el judío sefardí originario de la misma. Su expulsión en 1492 marca en algunos sentidos el fin de la etapa medieval y el inicio de la España de la Edad Moderna. Para muchos un acierto, para bastantes más un craso error, examinaremos como se forjó la decisión y las consecuencias que tuvo.
¿QUIEN HIZO DE CAÍN?
Fue una de las acciones que más marcaron el reinado de los Reyes Católicos. Ríos de tinta se han vertido para explicar, justificar, o atacar este hecho, que puso fin a la particular cultura de tres comunidades de la Edad Media. Así que la historiografía está profundamente dividida a la hora de encontrar causas a este hecho, por lo que haremos un repaso a la misma. Podemos dividirla en sus diferentes culpables, reyes, pueblo llano, nobleza feudal o patriciado urbano.
Netanyahu, es de los que culpa a los reyes. Él afirma que el pueblo español era profundamente antisemita, sí, pero que Isabel y Fernando se subieron a esa ola para reforzar su autoridad. Afirma que una de las razones fue que necesitaban dinero, y expropiar a los judíos lo daría y mucho. Otra que el patriciado urbano quería quitarse competencia. Los Reyes querrían ganarse el apoyo del pueblo, y del patriciado urbano, para lograr la supresión del poder de la nobleza. Creando un enemigo común contra el cual unirse, obteniendo dinero fácil y súbditos y poderosos fieles… ¿Qué había que perder? Así pues, los Reyes Católicos serían unos oportunistas.
¿Qué crítica podemos hacer a esto? En primer lugar la de Domínguez. No se puede decir que los Reyes Católicos tuviesen ninguna necesidad de reforzar su autoridad ante el pueblo. Más de una vez le pararon los pies. También lo expone certeramente Suarez Fernandez. En 1476, Diego Pizarro fue denunciado ante los Reyes por apalear judíos y ordenarles limpiar establos, abusando de su cargo de alcalde de Trujillo. Los Reyes personalmente le destituyeron, y recomendaron procesarlo. Durante la Guerra de Sucesión los Reyes Católicos exigieron el abono de las deudas a los judíos, obligando así a cristianos a pagarles. En 1475 en Bilbao se les anuló un arbitrario toque de queda y prohibición de comprar sedas; en Sevilla se les dejó adquirir lana donde quisiesen sin necesidad de someterse a los reinos. Es decir, supieron detener en todo momento a los antisemitas, que siempre tuvieron que someterse a los reyes. Otra crítica es que se ha demostrado que los Reyes Católicos perdían y mucho dinero con la expulsión, y no puede uno alegar ignorancia en estos. Lo cierto es que fueron muchas familias hebreas, Abravanel, Caro, Zemerro, Ardutiel y Shoshan, habían financiado a Isabel la Guerra de Sucesión de Castilla. Y, si de verdad el patriciado urbano fuese un poderoso agente antisemita, ¿por qué en las asambleas y consejos donde se pronunciaban no exigieron en ningún momento la expulsión, como bien aclara José Antonio Escudero, director del Instituto de la Inquisición? Sí, de verdad los motivos de los reyes eran racistas, asumiendo que los sefarditas sean una raza, cosa que da para otro debate, ¿por qué no expulsaron a todos y dejaron quedarse a los conversos? ¿acaso mutan genéticamente al ser bautizado? Y la respuesta es que la España católica no era racista como tal, al menos en términos modernos, puesto que lo que le importaba era la religión. No era Darwin sino Pablo de Tarso quien marcaba el camino.
Luego el afamado biógrafo Manuel Fernández Álvarez nos ofrece otra versión del asunto. Sería en este caso Isabel la Católica la gran instigadora. Lo que ella querría realmente era la unidad religiosa. De esta forma evitaría que los conversos fuesen acosados por los hebreos, que a su vez estos no les perdonaban haber abandonado a Yahvé, cosa que corroboramos leyendo al intelectual León Poliakov. En nuestra opinión, esta tesis tiene sólo una laguna, y es que los judíos estaban demasiado aislados política y socialmente para representar un peligro ante los conversos. Sin embargo, sí que es interesante como expresa el sentir de la época, con Erasmo de Rotterdam opinando que los españoles eran cristianos de segunda por convivir con judíos. Y que por eso tal decisión fue aplaudida por la Universidad de la Sorbona, pues lo progresista de ayer es lo reaccionario de hoy.
Otros autores van más por la senda de la causa social de la expulsión, para ser exactos culpando al pueblo llano, como por ejemplo Sánchez Albornoz. Él sostiene que la animadversión popular se justifica por su usura, su riqueza superior per cápita a los cristianos, a los que miraban con cierto desdén. Como si mirar con desdén fuese lo peor que hiciesen los gentiles hacia los judíos. Y el asunto de la usura es desmentido por Joseph Perez, que explica claramente que la mayoría de los hebreos se empobrecía más rápido que los cristianos al tener prohibidos empleos como el comercio de carne o la orfebrería. Y es que se dedicaban a trabajos como la artesanía. Para Sánchez Albornoz la decisión fue tardía pero justificada. Aunque caiga en tópicos, el historiador dice que admira al pueblo sefardita, pero que nunca supo transmitir sino antipatía al pueblo castellano. Pero los Reyes Católicos, reiteramos, no estaban sometidos a la voluntad popular sino al revés. Pero sí que es interesante la opinión de Sánchez Albornoz, porque refleja la duración de la construcción del judío, como alguien narigudo, adinerado, extraño y que no se mezcla. Siempre ha tenido algunas variantes, como el estereotipo del judío comunista, el financiero, pero la base es la misma. Son raros, tienen dinero y son conspiradores per sé.
Otra opinión muy interesante es la de Henry Kamen. Aceptando que la lucha de clases es el motor de la historia, él explica que fue la alta nobleza feudal la que insistió más y más en la expulsión. La razón sería que los terratenientes veían en los judíos una nueva clase financiera y burguesa que podría apartarles del poder. Y que lo que les molestaba no era la usura o los préstamos, sino que se hiciesen ricos sin necesidad de tener un apellido aristócrata o tierras que fuesen labradas por los campesinos. Y esa teoría recuerda mucho a una de Niall Ferguson que expresa que los Rothschild sufrieron antisemitismo en la sociedad alemana del XIX precisamente por lo mismo. Así que acogiendo esta teoría veríamos como se daba un anticipo de lo que sería el anti-judaísmo del siglo XIX.
La tesis de Joseph Perez es un tanto distinta. En él la instigación de la expulsión sería acentuada por la Inquisición. Isaac Abravanel, consejero de la reina, había reunido una enorme suma para sobornar a los Reyes, y que anulasen el decreto. Cuando Torquemada, especialmente fanático, se entera de ello, irrumpe en la sala donde se reunían, tirando una bolsa de monedas de plata. Preguntaría airado que por cuantas piezas argénteas se vendería al Señor esta vez, en referencia a las treinta que le dieron a Judas por entregar a Jesús en el Antiguo Testamento. Así que ellos serían los principales instigadores, y los motivos que los conversos estaban volviendo a las costumbres judías. Así pues, para Joseph Perez fue una decisión difícil que anticipaba lo que sería un estado moderno. Y en cierto modo la Edad Moderna, desde el aspecto religioso al aspecto lingüístico y social es un proceso de homogeneización en Francia, España, Reino Unido…
En nuestra opinión la más acertada es la tesis de Suárez Fernández. Lo cierto es que una expulsión implicaría, como desarrollaremos más adelante, consecuencias económicas para el reino. Pero es que los Reyes Católicos se pasaron de frenada. Creían que no habría ningún reparo de parte de los hebreos en convertirse al cristianismo, logrando así una suerte de bautismos de masas. Pero pese a lo doloroso del proceso, la gran mayoría de judíos se mantuvieron firmes en sus creencias. Así pues, abandonaron sus casas, su hogar y sus posesiones, pero manteniendo la fe intacta. Es decir, el autor acepta en principio la tesis de Netanyahu acerca de culpar a los monarcas, pero por otra parte alude al error humano como motor de la expulsión de los sefarditas. Y sobre todo aclara muy bien que los Reyes Católicos, por mucho que hubiesen protegido en el pasado, los veían como algo provisional. Y argumenta que la intención de los Reyes era un bautismo de masas con que ofrecieron a algunas juderías exenciones tributarias de años, intensificaron las predicaciones, dieron trato de favor a los judíos que acompañaban a los nobles. Un ejemplo de su provisionalidad es el texto de la villa de Bilbao: “son míos, están sus personas, sus bienes bajo mi protección, y según las leyes de este reino, los judíos son tolerados y sufridos”. Suyos, tolerados, y sufridos, tres puntos clave.
La expulsión fue altamente dolorosa. Sefarad, como los judíos denominaban a España, había sido su patria desde hacía siglos. Pese a los problemas de convivencia, algunos acabaron volviendo, en un estado deplorable, pues recibieron agresiones y vejaciones allí donde iban. Otros fueron al norte de África, o a Portugal donde el Conde Duque de Olivares trataría años después traer de vuelta. Holanda era otro sitio de los favoritos, amén de Italia. Sea como fuere, es curioso ver como la pequeña comunidad sefardita mantuvo sus raíces hispánicas, conservaron durante generaciones las llaves de las casas, mantuvieron un castellano con elementos arcaicos…De alguna forma seguían siendo hijos de la tierra que tan bruscamente les apartó de su seno.
¿CUÁNTOS JUDÍOS SE FUERON?
En este momento debemos detenernos en un cruento debate, el de las cifras de la expulsión. En general los debates sobre cifras en una época donde los estudios estadísticos son entre escasos y nulos son arduos y a menudo estériles. Y en este, donde hay implicaciones políticas y religiosas todavía más. Así pues, tendremos que asentarnos en la cifra de judíos residentes para poder llegar a alguna conclusión. Baer opina, que será una cifra alrededor de 200.000 hebreos. Podemos aceptar esto como techo, pero con las cifras de expulsión todo es más complicado. En primer lugar, hay que tener en cuenta a los repatriados, a los convertidos, y finalmente a los que definitivamente se fueron.
Vuelve a basarse en los escritos de Bernáldez el autor Lea para explicar que 35.000 hogares se ausentaron del Reino. Dando como media unas cuatro personas por hogar, como se daba en aquella época, habría unos 140.000 hebreos que se irían. Cifra además en 20.000 muertos las víctimas de la expulsión. Y solo habría 50.000 bautizados. Es decir, que aceptando la teoría del bautismo de masas de los Reyes Católicos, este intento hubiese sido un sonadísimo fracaso. Pero desde luego no podemos quedarnos en este decimonónico autor para cerrar el debate, así que examinaremos ahora desde la óptica de historiadores actuales.
Joseph Perez es un autor que fue moderando sus cifras. Calcula que como máximo se fueron 150.000, como mínimo 50.000, teniendo en cuenta que otros tantos entre regresos y conversiones de última hora acabarían permaneciendo en el reino. Así que podemos hablar de un total de 100.000 como mucho, 50.000 como mínimo. Eso equivaldría a entre un 50-25% de población hebrea exiliada. En nuestra opinión quizá es demasiado amplio el arco de cifras que maneja, siendo tan diferente el hecho del mismo. Vamos, que hay mucha diferencia en que se hayan ido la mitad que un cuarto. Y con todos mis respetos a este magnífico historiador, creo que simplemente no quiere mojarse.
Valdeón es más exacto e incluso revolucionario en su planteamiento. Lo cierto es que aduce que sólo fueron 20.000 los judíos que se fueron, pues la mayoría se convirtieron o volvieron. Luis Suarez explica que es muy difícil que superasen el número de 100.000, Manuel Fernández Álvarez cifra los números en 150.000, y Ladero Quesada que no superarían por mucho los 80.000. Sobre los historiadores hebreos como Netanyahu vemos que se apoyan en cifras más altas. Y es lógico, teniendo en cuenta que defiende que tras las conversiones por miedo del siglo XIV, la comunidad sefardita era especialmente fervorosa y convencida en sus creencias. En cambio, defender las cifras mínimas implica escepticismo ante esa fe a prueba de fuego de la que hablan esos historiadores, y sobre todo minimizaría sus consecuencias. Así pues, bajo los densos ceros que pueblan las cifras, se esconde una cuestión de relevancia y orgullo sefardí en entredicho.
CONSECUENCIAS: LO QUE PUDO HABER SIDO
Y es que en las consecuencias, donde nos centraremos en las económicas, pues no existe debate real en las culturales, artísticas o filosóficas. Simplemente conociendo pensadores como Averroes, o Baruch Spinoza, filósofos que revolucionaron sus campos y ambos de origen sefardita, nos da la idea de la riqueza cultural que se perdió. Pero es en la económica donde hay el mayor debate, comenzado por la Haskalá, la Ilustración judía en el XIX. Prescott explicaba que la expulsión de los judíos arruinó a la larga la economía española, y de esa forma explicaban a los gentiles decimonónicos que tolerarles y ayudarles era un gran negocio. Perez rebate muy bien esto, explicando que la economía española era muy pujante en el XV y XVI, que se arruinaría en el XVII, como por otra parte toda la Europa mediterránea, hubiese o no judíos. Y que resurgiría en el siglo XVIII pese a seguir siendo un estado intolerante con los mismos. Ahora, entendemos que la intención es apelar al bolsillo del gentil.
Y será Kamen el que coincida con Perez, en que lejos de ocasionar una debacle, fue una crisis pasajera, un parón económico sin importancia. Argumentan que la mayoría de sefarditas trabajaban como artesanos, pequeños comerciantes, y que la clase alta hebrea se convirtió, e incluso se casó con la alta nobleza. Sirva como ejemplo decir que el Conde Duque de Olivares tenía orígenes judeoconversos, cosa que le valió mucha crítica de Quevedo. Y aunque es cierto todo esto, y que los sefarditas no habían participado del comercio mayor, con la entrada de los siglos XVI y XVII, sus circunstancias les permitieron ser el agente comercial más valorado del Mediterráneo. Como crítica a estos dos grandes autores, diría que hacen una valoración demasiado a corto plazo de un impacto económico, que como demostraremos ahora, fue mucho más largo.
Explica el historiador Attias que, debido a su diáspora particular por los Países Bajos, Venecia, Génova, Nápoles y el Imperio Otomano, pudieron tejer una red de contactos económicos y culturales. La información fluía y los contactos funcionaban, teniendo más facilidades en la práctica que los empresarios cristianos. Centrándonos en el mundo mediterráneo, ese proto-capitalismo que nace en el XVI es indudablemente de esencia hebrea. Braudel escribe como los franceses admiraban el arte de aquellos marranos al saber comerciar, y enseñar a los otomanos a hacer lo mismo. Y nada más elocuente que Solimán el Magnífico, en su valoración de la expulsión de los judíos, riéndose de que se llamase buen político a Fernando el Católico, si al expulsar a los judíos empobrecía sus dominios y enriquecía los suyos. Y no era para menos, pronto las rutas comerciales del interior en manos de los armenios, griegos o serbios fueron a parar a los sefarditas. Con libre circulación y ciertas exenciones de impuestos dentro del Imperio, lograron revitalizar esa región.
Uno podría pensar que es coincidencia, y que con semejantes ayudas del Imperio Otomano era fácil convertirse en una clase comercial fuerte. Pero no es el caso, puesto que en Italia se decidió dejar de lado el fervor de la Contrarreforma y adoptar a los hebreos. El Duque de Toscana les concedería los mismos derechos, en Venecia y Nápoles se instituyeron barrios exclusivos para ellos. El Duque de Ferrara, y hasta los Estados Pontificios entrarían en ese juego. Cohen incluso incide en que al final los arquitectos de las nuevas relaciones comerciales fueron los sefarditas que con contactos en Salónica, Corfú, Venecia e incluso Roma pudieron tejer esa red económica y financiera. Pero no se limitó a eso, como ratifica Braudel, los judíos fueron una población altamente alfabetizada, lo que les convirtió en grandes recaudadores de impuestos, funcionarios cualificados, etcétera. Así que es tristemente irónico ver cómo los hebreos que Fernando expulsaba se convertían en objeto de deseo y competencia por las grandes ciudades estado italianas. Pero además hemos de mencionar su orfebrería de primera calidad, el impulso al mundo textil otomano, etcétera.
Otro foco revelador es en el Mar del Norte. Ya hemos mencionado antes que en general el mundo mediterráneo sufrió un declive a favor del mundo nórdico, que llega hasta nuestros días. Y cierta influencia tuvieron los sefarditas, si bien los que llegaron a los Países Bajos lo tuvieron mucho más difícil. En seguida despertaron las envidias de los propios judíosholandeses, lo que desembocó en prohibiciones de oficios, así que a diferencia del mundo mediterráneo esta vez no tendrían las instituciones políticas a su favor. Esto haría que sólo se pudiesen dedicar al comercio de productos de segunda mano, o de nuevas industrias. Pero por suerte para ellos, el Nuevo Mundo iba a ofrecer mucho de lo segundo.
Durante el siglo XVI los hebreos sefarditas aprovecharon sus contactos en España y sobre todo en Portugal. Repetimos la misma mecánica, mientras que un individuo cristiano tenía especialmente complicado conseguir contratos de compra y venta, los hebreos tenían contactos y redes de información por Portugal, Venecia, etc. Además de ello su dominio del castellano y el portugués les abrió puertas en las nuevas colonias. Las colonias holandesas prosperaron fabricando azúcar, pues los sefarditas las financiaban hábilmente, y comerciaban con portugueses y españoles.
Aunque para su desgracia el antisemitismo, además de religioso esta vez competitivo en lo comercial, les hizo abandonar el Nuevo Mundo. Cohen se lamenta respecto a este hecho, hablando sobre la oportunidad de América del Sur de haberse subido al tren del capitalismo y el progreso. Personalmente me parece mucho suponer, ya que como veremos el éxito de las comunidades judías depende de muchas cosas y a menudo es breve.
Sin embargo, este contacto se perdería cuando el Imperio español, unido al portugués bajo Felipe II, bloquearía el comercio con Holanda. Esto implicaría la mudanza de familias notables sefarditas a Hamburgo, nuevo centro comercial de Europa. Pero aun así las más se quedaron, iniciando otro tipo de comercio, abriéndose al mundo. Dirigiéndose a la India, los holandeses fundaron su Compañía Holandesa de Indias Orientales. En el acta fundacional hay hasta treinta apellidos notorios sefarditas. Pese a que Inglaterra produjo más tabaco, en Curaçao y Barbados se produjo un auge que compensó la caída del Brasil holandés. Y es que en Amsterdam se innovó de forma apabullante cuando 15 de 30 talleres de procesamiento y refinamiento de tabaco se encontraban en posesión sefardita. El caso es que esa población dinámica participó también en la creación de la primera Bolsa comercial, instrumento capitalista que con los años revolucionaría el mundo. La comunicación era clave en el mercado de valores, así que los apellidos castellanos y portugueses se sucederían junto a los neerlandeses. Y por último Joseph Pensó de la Vega fue el autor del libro Confusiones, esencial documento para entender la Bolsa y la economía.
Así que mediante esta extensa argumentación se demuestra que en hasta tres lugares diferentes, Balcanes, Italia y Holanda la población sefardita fue crucial para su desarrollo comercial. Y por tanto las consecuencias de la expulsión fueron gravísimas, tanto es así que el Conde Duque de Olivares trataría con éxito relativo traer judeoconversos de vuelta. Si bien es falso que España no se desarrollase, pues hubo grandes puertos y zonas económicas apasionantes, sólo la ucronía permite pensar que hubiese ocurrido. Una minoría judía comprometida con la idea de Imperio, haciendo contrapeso a banqueros genoveses, y financiando a una Castilla que moría intentando mantener el Nuevo Mundo y luchar por el Viejo al mismo tiempo. Aunque en defensa de los Reyes Católicos, nadie podía prever esta revolución económica ni estos protagonistas.
CONCLUSIÓN: NUEVA SEFARAD
Con la expulsión de los hebreos se iniciaba el fin de la España multiétnica. Siendo una comunidad que rara vez se levantaba en armas, no tan rica como los antisemitas dicen pero sí con una gran cultura de trabajo y emprendimiento,y con aportes culturales impresionantes como los mencionados, fue una gran tragedia. Por supuesto en ningún momento quiero mecanizar a las comunidades humanas, pues el desplazamiento forzoso de las personas es siempre una tragedia, sin importar su condición.
Pero tampoco podemos tragarnos el mito de la Haksala, con el cual la decadencia de España empieza con esa expulsión. No, cualquier estudio económico serio, como el de Hamilton te muestra el aumento progresivo de poder adquisitivo de los españoles hasta el siglo XVII. Hay que entender que ese mito tiene como objetivo apelar al nterés y al amor por el bolsillo de los estados gentiles (no judíos). Como decirles «si no nos expulsáis os daremos riqueza». Al margen de que esté de acuerdo en el fondo y en el obetivo, tenemos que verlo con la perspectiva del tiempo. Aun así tampoco podemos olvidarnos de algo, y es la oportunidad perdida. Quedándonos con el interrogante de nunca saber si hubiese formado una burguesía dinamizadora en el siglo XVII que hubiese salvado los muebles a las clases medias castellanas. Nunca lo sabremos.
Y al margen de ello, hace pocos años que los sefarditas pueden volver a su tierra originaria. El hecho de que hablen un castellano viejo, de que les guste conservar las llaves de unas casas ya derruidas por modernos planes de urbanismo, hace que sea imposible entender su identidad sin España. Acabaría así este artículo con una conclusión de como pese a este paréntesis de cientos de años, es posible que una Nueva Sefarad resurja. Sólo los años lo dirán.
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