sábado, 2 de julio de 2016

LA EPOPEYA DE LOS MAMELUCOS

LA EPOPEYA DE LOS MAMELUCOS

«No hay pueblo en el mundo más valiente  más numeroso y más resuelto» al-Mu’tasim, califa abbasí.
«No hay pueblo en el mundo más valiente
 más numeroso y más resuelto»
al-Mu’tasim, califa abbasí.

Para muchos los mamelucos no son más que una mención a una ropa de faena para mecánicos y operarios, también conocida como overoles. Sin embargo, este término se originó en el tipo de vestimenta que ostentaban unos famosos soldados de Egipto que luego de ser derrotados por Napoleón Bonaparte pasaron a formar parte algunos de ellos de la Guardia de elite de granaderos del estratega corso. Sus antecesores, entre los siglos XIII y XVI, desarrollaron una de las más brillantes y portentosas civilizaciones del Islam que fue reconocida y alabada por sabios como Ibn Battuta e Ibn Jaldún.

Hace exactamente 755 años un poderoso ejército de doce mil infantes y dos mil quinientos jinetes avanzaba en forma inexorable a través del delta del Nilo en dirección al Cairo. La fuerte columna equipada con máquinas de guerra y ballesteros estaba dirigida por Luis IX (1214-1270), rey de Francia (1226-1270) y su hermano Robert de Artois. El monarca capeto, autor ideológico de la Cruzada (1), había tomado Damieta (Dumyat) el 5 de agosto de 1249 y ahora no sólo quería subyugar Egipto sino luego conquistar Jerusalén (liberada por segunda vez por los musulmanes el 23 de agosto de 1244). Juntos a los francos marchaba la orden templaria y un contingente de doscientos caballeros ingleses bajo el mando de William de Salisbury.

El sultanato fundado por Saladino se encontraba en una situación desesperada. Al-Salih Ayyub acababa de fallecer y su heredero, al-Mu’azzam Turán Shah se encontraba lejos, en la Ÿazira (Alto Éufrates). Sin embargo, la viuda del extinto ayyubí, la bellísima Shaÿar ad-Durr (“Árbol de Perlas”), era una mujer turca que contaba con treinta y dos años y que no vacilaba ante nada.

Sin pensarlo dos veces dio órdenes a sus hermanos de sangre, los mamelucos, para que enfrentasen a los europeos en Al-Mansurah a orillas de un brazo del delta del río Nilo. Allí entre el 8 y 9 de febrero de 1250 una feroz batalla acabó con el sueño de Luis. Su hermano Roberto fue muerto y luego los numerosos heridos y las enfermedades lo obligaron a una retirada desastrosa. Finalmente, el 6 de abril, en Fariskur (15 km al sur de Damieta), los francos fueron alcanzados por un contundente ataque de los mamelucos al mando de uno de sus comandantes, Ruknuddín Baibars, y la flor y nata de la caballería francesa fue obligada a rendirse junto con su rey.

               La séptima cruzada estaba desbaratada y el mundo musulmán salvado de una seria amenaza pero Turán Shah en vez de alegrarse se asustó muchísimo. Celoso y temeroso de la victoria de sus soldados no sólo no quiso premiarlos sino que les retiró posesiones y honores. Entonces los mamelucos acabaron con Turán Shah el 2 de mayo a orillas del Nilo y durante tres meses Shaÿar ad-Durr fue la malikat al-muslimin (‘reina de los musulmanes’) gobernando Egipto, Palestina, Siria y algunas regiones del norte de Irak y la península arábiga (La Meca y Medina).

            El historiador sirio Ÿamaluddín Muhammad Ibn Uasil (1207-1298) fue testigo de ese singular acontecimiento:«Tras el asesinato de Turán Shah, los emires y los mamelucos se reunieron cerca del pabellón del sultán y decidieron llevar al poder a Shaÿar ad-Durr, una esposa del sultán ayyubí que se convirtió en reina y sultana. Se hizo cargo de los negocios de Estado, estableció un sello real con su nombre bajo la fórmula “Umm Jalil”, la madre de Jalil, un hijo que había tenido y que había muerto muy joven. Se pronunció en todas las mezquitas el sermón (jutba) del viernes bajo el patrocinio de Umm Jalil, sultana de El Cairo y de todo Egipto. Fue éste un hecho sin precedentes en la historia del Islam» (Ibn Uasil: Mufarriÿ al-kurub fi ajbar bani Ayyub, ed. H.M. Rabie, El Cairo, 1979.

               Pero pronto la primera sultana del Islam fue obligada a abdicar y en su lugar fue entronizado su nuevo esposo, Izzuddín Aibeg al-Turkumani al-Malik al-Mu’izz, el primero de cincuenta sultanes mamelucos que reinarían durante 266 años.

Orígenes


Mameluco viene del árabe mamluk y literalmente significa ‘poseído’, ‘que es propiedad de otro’, participio pasivo demalaka ‘poseer’. Los mamelucos fueron originalmente esclavos de la dinastía de los ayyubíes que reinaron en Egipto y Siria entre 1169 y 1250. Los mamelucos que fueron sus sucesores y reinaron entre 1259 y 1517. La dinastía tuvo dos líneas distintivas, los Bahriyyún (1250-1382) y los Burÿiyyún (1382-1517). Los Bahriyyún fueron llamados así porque sus cuarteles se encontraban en una isla del Nilo (Bahr al-Nil) llamada ar-Rawda; eran turcos kipchak de la región del Mar Negro con una mezcla de sangre de kurdos y mongoles. Los Burÿiyyún tomaron su denominación de la torre (burÿ) que coronaba sus asentamientos; eran circasianos (cherkeses) del Cáucaso.

Atributos y cualidades


Imagen:Ibrahim-Mehmet-Seve.jpgEn su mejor momento, el soldado mameluco de caballería era notable por su pericia ecuestre y por su habilidad en el manejo de las armas, en particular el arco, el sable y la lanza. Las tropas mamelucas mantenían su alto nivel de manejo de armas con prácticas, entrenamientos y ejercicios en varios hipódromos especialmente acotados que había en torno a el Cairo, y la literatura que ha llegado hasta nosotros sobre estos «ejercicios caballerescos» nos da descripciones detalladas de los procedimientos a seguir, junto con útiles ilustraciones del equipamiento a usar. Había ejercicios coordinados de caballería y juego de polo y esgrima, de lucha libre y de arquería. Conviene también mencionar en este punto la importancia que tuvo el período mameluco en el desarrollo de la heráldica. Los grandes emires usaban blasones que el sultán les había concedido a título individual. Las palabras árabes con que se designaban estos blasones eran rank (derivada de una palabra persa: rang, que significa “color” y que originó el término “rango” como expresión de jerarquía —en inglés se dice rank) y shi’ar, que quiere decir «emblema». Estas divisas parecen tener origen en los cargos de la casa o la administración del sultán que ostentaban esos emires; así, por ejemplo, el maestre de polo ostentaba palos de polo, etc.

            «Estos mamelucos se reclutaban casi exclusivamente en las fronteras del Islam con las grandes estepas de Asia central, entre el mar Caspio y las cordilleras de Afganistán (más tarde, también en la ribera norte del mar Negro), un área poblada por turcos cuando el califa al-Mu’tasim (2) inició en el siglo IX el reclutamiento sistemático. Se le atribuye la frase de: “No hay pueblo en el mundo más valiente, más numeroso y más resuelto”... Los turcos eran duros, como lo son los actuales, y ya estaban en marcha en dirección oeste, iniciando una migración que se convertiría en una ola de conquistas más vasta que la de los propios árabes... Pero más que su personalidad, lo que se admiraba en los turcos era su habilidad para montar a caballo y su dominio de las técnicas  bélicas montados. El caballo veloz tiene su origen en la estepa y los turcos lo montaban  como si fuese parte de ellos mismos —la leyenda decía que las mujeres turcas concebían y daban a luz a caballo— y utilizaban con incomparable eficacia mortífera las armas del guerrero a caballo: la lanza, el arco compuesto y el sable curvo (copia del cual, en olvidado tributo a los invencibles guerreros de la estepa, es el actual sable mameluco de general inglés)» (John Keegan: Historia de la Guerra, Editorial Planeta, Barcelona, 1995, pp. 57-58).

Curiosidades de un fenómeno


David Ayalon (3) es hasta la fecha la mayor autoridad académica sobre la sociedad de los mamelucos. Para Ayalon el Islam nunca habría podido mantenerse y extenderse como lo hizo sino fuera por el factor mameluco: «El Islam se mantiene nuevo, joven y poderoso porque recibe, generación tras generación, los refuerzos constantes de jóvenes esclavos militares» (D. Ayalon: Le Phénomène mamelouk dans l’Orient islamique, Presses universitaires de France, París, 1996, p. 49).

Según el historiador Ibn Jaldún que vivió en el Cairo entre 1382 y 1406, los proveedores «elegían a la flor y nata de los prisioneros jóvenes parecidos a piezas de oro y muchachas semejantes a perlas» (Citado por Ayalon, 1996, p. 39). Las jóvenes esclavas destinadas a convertirse en esposas de los mamelucos, las cuales, obligatoriamente, debían tener los mismos orígenes étnico-raciales que los muchachos (Ayalon, 1996, p. 90) eran elegidas cuidadosamente. Los mamelucos no tenían derecho a repudiar sus mujeres y su descendencia estaba obligada a practicar la endogamia (Ayalon, 1996, p. 94).

El futuro mameluco, originario de las montañas o de las estepas, era elegido entre los niños más robustos, es decir, aquellos que habían sido capaces de resistir a las terribles dificultades de sus regiones natales. Esto explica ampliamente por que los descendientes de dichos cautivos no podían ser propiamente mamelucos, ya que, a diferencia de sus padres, ellos habían nacido en regiones en las que el lujo y las comodidades debilitaban las virtudes guerreras. Llegado a Egipto, y una vez admitido en una escuela (Hilqa o Tibaq) cuya misión consistía en convertirlo en mameluco, el joven cautivo pasaba a estar bajo la responsabilidad de un instructor (mu’allim) que sería el responsable de su formación militar de caballero (al-furusiyya), y, bajo su supervisión, se le sometía a un adiestramiento especialmente rigurosos: «Durante su entrenamiento, el mameluco infiel era convertido en creyente; el joven pasaba a ser adulto, y el recluta se convertía en un soldado dispuesto a combatir; de esclavo, en liberto [...]. La escuela añadía un elemento cuya importancia nunca se destacará lo suficiente: pasaba a ser una nueva familia para reemplazar a la que había perdido» (Ayalon, 1996, p. 24). Ya liberto, musulmán y transformado en mameluco, el joven guerrero automáticamente era asimilado a la clase superior; sin embargo, este estatus estaba vinculado a su persona y... «no podía transmitir a su descendencia ni su rango, ni su calidad de aristócrata. Era un noble “a título vitalicio”, y la sociedad mameluca, una nobleza limitada a una única generación» (Ayalon, 1996, p. 26).

Campeones de polo


A mediados del siglo XIV, un monje irlandés viajero, presenció en El Cairo un gigantesco partido de polo jugado por seiscientos caballeros mamelucos (trescientos por bando) que era muy similar al (hurling) que «jugaban los pastores en los países cristianos con una bola y un palo curvo, excepto que el sultán y sus nobles nunca golpeaban la bola a menos que estuvieran montados a caballo... Esto provocaba que muchos caballos y caballeros quedasen incapacitados para el servicio activo en el futuro». El sultán Aibeg (1250-57), esposo de Shaÿar ad-Durr, era un entusiasta y formidable jugador de polo.

Baibars, paladín de paladines


            Tal vez el personaje más singular, más incomparable y menos conocido de la historia islámica es el sultán y héroe mameluco Ruknuddín Baibars al-Bundukdarí (“el ballestero”) Ibn Abdullah (la mayoría de los mamelucos adoptaban este nombre por ser conversos y desconocer la identidad de sus padres). Durante su mandato, Egipto se convirtió en el estado más poderoso del Islam oriental.

            Nacido en 1223 en Crimea, a orillas del Mar Negro, pertenecía a la raza turca de los kipchaks. Baibars era alto, cabello castaño y ojos azules. Tenía una curiosa mancha blanca en un ojo, y una mirada penetrante que traslucía su carácter esforzado y severo. Vendido como esclavo por unos comerciantes en el mercado de Damasco, fue adquirido para revistar en la guardia de corps del sultán ayyubí debido a su belleza y corpulencia. Su destreza con las armas y su coraje en los combates conquistó la admiración de sus compañeros y superiores.

            Hacia 1250 «... los musulmanes poseían como jefe un guerrero de primera categoría... Baybars sobrevive en la memoria de los árabes como uno de los mayores héroes del Islam. Es, sin duda, el más popular de todos. Aparte de sus triunfos sobre los mongoles, asesinos y cruzados, Baybars fue un gran administrador: abrió canales, mejoró puertos, organizó un servicio postal que funcionaba mejor que en muchos países modernos, reformó mezquitas, comprendida la Cúpula de la Roca, restauró ciudadelas y creó instituciones religiosas y caritativas. Baybars se mostró tolerante y afable con los judíos: muchos de ellos regresaron a Palestina durante su reinado, entre otros el célebre filósofo y erudito Najmánides (4), que reorganizó las comunidades judías en Tierra Santa, consiguiendo reanimar sus actividades intelectuales» (Rolf Reichert: Historia de Palestina, Editora Herder, Barcelona, 1973, pp. 157-159).

            Su carrera militar no tiene igual en ninguna época islámica anterior o posterior. Solamente durante sus diecisiete años de sultanato (1260-1277) realizó treinta y ocho campañas durante las cuales recorrió cuarenta mil kilómetros. Nueve veces luchó contra los mongoles, cinco contra los armenios y tres contra los hashashiyyún (“los Asesinos” o nizaríes, secta escindida del ismailismo).

            Sólo contra los francos luchó en 21 ocasiones, y salió vencedor en todas. A los cruzados les logró capturar baluartes considerados inexpugnables, como los castillos de Safed (mar de Galilea), en 1266, Beaufort de los templarios (a orillas del Litani, sur del Líbano), en 1268, y el famoso Krak de los Caballeros (al oeste de Homs, en Siria), en 1271. Además conquistó las ciudades de Arsuf, Cesárea, Jaffa, Haifa, Torón y Antioquía. En 1270 envió a la flota mameluca a atacar el puerto chipriota de Limassol en represalia por la ayuda constante de la dinastía Lusignan (1191-1489) a los baluartes cruzados de Palestina y Siria. En 1273 destruyó el castillo de los Asesinos en Masyaf (cerca de Hamah, en Siria), donde residía Sinán (m. 1192), el llamado «Viejo de las Montañas» (Sheij al-Ÿabal), y su controversial organización.

            Baibars también se destacó como renovador religioso y estadista. Prohibió la prostitución y las bebidas alcohólicas bajo pena de muerte. En el campamento de turno y en el palacio de El Cairo o Damasco denunciaba con su voz potente e imperturbable los males de la época y recomendaba las soluciones apropiadas.

            Hizo construir escuelas, hospitales, un estadio de tamaño olímpico, embalses y canales en el valle del Nilo, cocinas populares, distribución anual de diez mil bolsas de cereal para beneficencia, e implementó un servicio postal de cuatro días para una carta de El Cairo hasta Damasco; eficiencia que hoy día rara vez se alcanza. La lista de sus obras sociales es casi tan larga como aquélla de sus empresas militares. Baibars murió en Damasco el 1 de julio de 1277.

Mamelucos y cruzados aliados temporales contra los mongoles

            Ante el devastador avance de los mongoles, los caballeros de San Juan de Acre se constituyeron en un aliado inesperado de los musulmanes mamelucos: «Kitbuqa se hallaba en Baalbeck. Inmediatamente se dispuso a partir hacia el valle del Jordán... pero fue detenido por un levantamiento de los musulmanes de Damasco. Las casas e iglesias cristianas habían sido destruidas y se necesitaban tropas mongolas para restaurar el orden. Entretanto, Qutuz había decidido marchar por la costa y adentrarse en Palestina, más hacia el norte, para amenazar las comunicaciones de Kitbuqa si proseguía el avance hacia el interior. Se envió, por tanto, una embajada egipcia a Acre con el fin de pedir permiso para atravesar el territorio franco y obtener provisiones durante la marcha, si no ayuda militar. Los barones se reunieron en Acre para discutir la petición.. Estaban resentidos contra los mongoles por el reciente saqueo de Sidón y desconfiaban de este poder oriental con su historial de matanzas continuas. La civilización islámica les era familiar, y la mayor parte de ellos prefería a los musulmanes antes que a los cristianos nativos, hacia quienes mostraban su favor los mongoles. Al principio se sintieron inclinados a ofrecer al sultán ayuda armada. Pero el Gran Maestre de la Orden Teutónica, Anno de Sangerhausen, les previno de que sería poco prudente confiar demasiado en los musulmanes, sobre todo si volvían engreídos por su victoria sobre los mongoles. La Orden Teutónica tenía muchas posesiones en el reino armenio, y Anno, probablemente, estimaba la política del rey Hethoum... Se rechazó la alianza militar, pero se prometió al sultán paso libre y facilidades de avituallamiento para su ejército. Durante el mes de agosto el sultán condujo su ejército hacia el norte por la carretera de la costa y acampó varios días en los huertos de las afueras de Acre. Varios emires fueron invitados a visitar la ciudad como huéspedes de honor; entre ellos Baibars... Los francos estaban algo molestos por el número de sus visitantes, pero fueron consolados con la promesa de que les permitiría comprar a bajo precio los caballos que fuesen capturados a los mongoles» (Steven Runciman: Historia de las cruzadas, vol. III: “El Reino de Acre y las últimas cruzadas”), Alianza, Madrid, 1997, pp. 304-305).

Ain Ÿalut y la salvación del Islam
 Mezquita de Muhammad Ali
Su victoria más importante, sin embargo, fue en el oasis de dunas de Ain Ÿalut (“Las fuentes de Goliat”), en la actual localidad israelí de Ein Harod (a mitad de camino entre Afula y Bet She’an), el 3 de septiembre de 1260. Ese día, el general Baibars y el sultán Qutuz (g. 1259-1260) derrotaron a un poderosísimo ejército mongol de más de veinte mil jinetes enviado por Hulagú (el nieto de Gengis Jan) al mando de Kitbuqa.

            La estrategia de los mamelucos fue una copia casi exacta del ardid por el cual el general cartaginés Aníbal Barca venció a los romanos en Cannas (agosto, 216 a.C.). La infantería musulmana (unos diez mil) al mando del sultán Qutuz Ibn Abdullah aguardó fuera de la vista del enemigo mientras Baibars y sus doce mil jinetes fingieron hacer un ataque masivo y luego retrocedieron. Los mongoles persiguieron a los que se retiraban, sin percatarse por la rapidez de la acción y la polvareda reinante que eran conducidos al centro de una pinza que se cerró inexorablemente en el momento preciso, mientras la caballería mameluca giraba en redondo y contraatacaba por detrás de la retaguardia mongola. Kitbuqa sucumbió en el combate. Esa finta de Baibars consiguió el triunfo (5).

            Esta batalla fue una de las más importantes de la historia, comparable a la de Gaugamela (1 de octubre, 331 a.C.), por la que Alejandro conquistó el Imperio persa, a la de Hastings (14 de octubre, 1066), por la que Inglaterra pasó a manos de los normandos, a la de Waterloo (18 de junio, 1815), por la que Napoléon fue definitivamente vencido, o a la del Alamein (23 de octubre-4 de noviembre, 1942), por la que el Afrika Korps de Rommel fue frenado y desbandado a las puertas de El Cairo.
            Dice el medievalista británico Steven Runciman que «la victoria mameluca salvó al Islam de la amenaza más peligrosa con que se había enfrentado nunca. Si los mongoles hubieran penetrado en Egipto no habría quedado ningún estado musulmán importante en el mundo al este de Marruecos» (S. Runciman: 1997, vol. III: “El Reino de Acre y las últimas cruzadas”, p. 289).

            Es lícito especular acerca de lo que pudo pasar en Ain Ÿalut si hubieran resultado los mongoles victoriosos, y sobre todo cómo habría cambiado la historia del Mediterráneo, y con ella la civilización del Islam, la cual hubiera prácticamente desaparecido. Recordemos que ya en ese año crucial de 1260, grandes ciudades musulmanas como Bujará, Samarcanda, Gazni, Herat, Merv, Nishabur, Hamadán, Tabriz, Mosul, Alepo, Damasco habían sido saqueadas, casi destruidas y sus habitantes pasados a cuchillo o violados. Los sabios y científicos del Islam con sus universidades (madrasas). bibliotecas, observatorios, laboratorios y miles de descubrimientos invalorables atesorados en seis siglos se perdieron para siempre y fueron barridos del mapa.

            Solamente en Bagdad (tomada el 10 de febrero de 1258), los mongoles mataron a no menos de un millón de musulmanes árabes y persas en cuarenta días, o sea la mitad de la población: «Un mongol encontró en una calle lateral a cuarenta niños recién nacidos, cuyas madres estaban muertas. Como acto de clemencia, los mató, pues pensó que no podrían sobrevivir sin nadie que los amamantase» (Steven Runciman, Historia de las Cruzadas. 1997, Vol. III, pp. 280-281). «Algunos mongoles —aseguran testigos oculares—, destripaban cadáveres, los llenaban hasta el tope con alhajas saqueadas y así desaparecían cabalgando, llevando delante suyo sobre la montura, atravesados, estos espantosos recipientes para el transporte...El conquistador recién se retiró un rato cuando se hizo insoportable el olor de los cadáveres al bajar el fresco invernal... Sólo quedaron intactos los cristianos y las iglesias cristianas. No únicamente porque las primeras mujeres de Hulagú eran cristianas. Hulagú había entrado en una gran coalición con los cruzados, por medio del rey (cristiano) de Armenia, que era suegro del príncipe cruzado Bohemundo de Antioquía» (Rolf Palm, Los árabes. La epopeya del Islam, Javier Vergara, Buenos Aires, 1980, p. 331).

            «Lo que hizo particularmente notable la victoria de los mamelucos fue que gran parte de su caballería del ejército mongol la constituían turcos, vecinos de los mongoles de la estepa, quienes aprovechaban encantados la oportunidad de pillaje que ofrecía la irrupción de Gengis Kan desde Asia central; y así, en Ain Jalut, fueron según el historiador árabe Abu Shama (6) “derrotados y destruidos por hombres de los suyos”, aunque más exacto sería decir que fueron vencidos por hombres de su propia raza, soldados mamelucos muy especiales, criados y entrenados por el Islam (...) No obstante, el momento decisivo parece que se dio cuando el sultán Qutuz entró en la lid al grito de “Oh, Islam”, lo que nos recuerda que los mamelucos eran servidores militares de una religión belicosa, mientras que sus adversarios no compartían credo alguno. También fue de importancia capital que las tropas de Baybars contasen con gran experiencia militar, adquirida en la lucha con los temidos cruzados, y reforzada por los inagotables entrenamientos y la disciplina de la escuela militar mameluca» (John Keegan: 1995, pp. 58-59 y 261).

            Paradójicamente, a partir del jan Mahmud Ghazán (g. 1295-1304) —restaurador del Islam en Irán—, los mongoles se harán paulatinamente musulmanes y tendrán sabios y científicos de la talla de Ulug Beg (1394-1449) —astrónomo, historiador, teólogo, poeta y mecenas de las artes—, y políticos y guerreros como Zahiruddín Muhammad Babur (1483-1530) —fundador de la dinastía mogol de la India musulmana (1526-1858), que revitalizarán y consolidarán el Islam en el Lejano Oriente.

Otros sultanes mamelucos


El heredero político y militar de Baibars fue el sultán Saifuddín Qala’ún al-Alfi (g. 1277-1290). Este hábil estratega logró rechazar un gigantesco ejército combinado mongol-armenio y sus aliados hospitalarios liderados por Mangu Timur y el rey León de la Armenia ciliciana, que sumaban cerca de ciento cincuenta mil hombres. La batalla tuvo lugar en las afueras de Homs (Siria) el 30 de octubre de 1281, y los invasores luego de sufrir fuertes pérdidas (Mangu Timur resultó herido y murió poco más tarde) se retiraron del otro lado del Eufrates.

            Qala’ún también reconquistó la fortaleza al-Marqab o Margat de los hospitalarios —llamados en árabe al-osbitar— (25 de mayo, 1285), en Siria, y el puerto de Trípoli (26 de abril, 1289), en Líbano, donde perdieron la vida siete mil soldados francos. Cuando marchaba hacia Akka (San Juan de Acre), falleció el 10 de noviembre de 1290. Su hijo menor y sucesor al-Ashraf Jalil (g. 1290-1293) tomaría Acre (Akka), último baluarte de los cruzados en Tierra Santa, el 18 de mayo de 1291 y expulsaría definitivamente a los europeos de Tierra Santa luego de 192 años de ocupación, otra hazaña mameluca.

            Sin embargo, una nueva e inesperada situación se iba a producir. En 1299 el líder mongol Mahmud Ghazán cruzó el Eufrates con un enorme contingente y se apoderó de Alepo. Su aceptación del Islam era incipiente y sus intereses de ambición y poder eran superiores a su nueva fe. Gazhán había realizado una muy elaborada alianza con el papa Bonifacio VIII (1240-1303) y el rey Hayton o Hethum II del dominio armenio de Cilicia, a quienes prometió los lugares santos de Palestina a cambio de ayuda.

            Gazhán rápidamente venció a los mamelucos en Salamia (cerca de Homs), el 23 de diciembre, y conquistó Damasco (enero de 1300). En 1303, los mongoles iniciaron una nueva campaña bajo el mando de Kutluk Shah, pero los mamelucos se recobraron y los derrotaron en Marÿ as-Saffar, cerca de Damasco.

            Hacia 1382 el primer regente Burÿí pudo ocupar el trono. Su mandato y el de sus sucesores fue problemático debido a revueltas palaciegas, guerras civiles y conquistas extranjeras.

Entre los burÿíes se destacó particularmente el circasiano al-Malik al-Ashraf Saifuddín Barsbai, apodado «la Pantera», gobernante entre 1422 y 1438, que lanzó una expedición contra Chipre en 1425 y que finalizó con la captura del rey isleño Janus, cuyo hijo Juan II (g. 1432-1458) se declaró vasallo del sultán.

El otro gran éxito de Barsbai fue el control de los Santos Lugares del Islam, que hasta entonces estaban sometidos a la autoridad del Sheij de La Meca (7). Además de la aureola de inmenso prestigio que le confería la custodia de las dos ciudades sagradas, Barsbai pasó a ser el nuevo beneficiario de los inmensos ingresos procedentes del peregrinaje a La Meca y Medina.

Los dos siglos y medio de dominio mameluco culminaron con la derrota de la dinastía en 1517 ante Selim I, sultán del Imperio otomano. Egipto entonces se sometió a la autoridad de un representante turco, el pashá, aunque el poder real continuaba estando en manos de los beys mamelucos, gobernadores de distritos o provincias menores.

            Hacia mediados del siglo XVII los emires mamelucos, o beyes, habían restablecido su supremacía. Cuando Bonaparte, al pretender avanzar hacia las posesiones británicas en la India, invadió Egipto, derrotó a los mamelucos en la batalla de las Pirámides el 21 de julio de 1798 (8).

            Después de que los franceses evacuaran Egipto en 1801, los mamelucos lucharon con los turcos por el poder, aunque fueron diezmados por Muhammad Alí (9) en la masacre de El Cairo en 1811. Los supervivientes huyeron a Nubia y a Zanzíbar. Los mamelucos tuvieron una trascendencia de casi seis siglos en la historia del Egipto musulmán (1250-1811 d.C.).

La fabulosa visita del emperador de Mali


El emperador más célebre, sin lugar a duda, del imperio de Malí: se trata de Mansa Musa I o Kanku Musa (Su nombre significa el “Musa de Kanku”) —su madre se llamaba Kanku— que reinó aproximadamente entre 1307-1337 (o 1312-1332).

            En 1324 emprendió la peregrinación a La Meca y se hizo notablemente famoso. Acompañado por miles de servidores —sesenta mil según el Tarij es-Sudán, una cifra por cierto muy exagerada— (9), cruzó el desierto por Walata y el Tuat, y se presentó en El Cairo ante el asombro del mundo, como el señor de algún El Dorado. Sus acompañantes transportaban unas dos toneladas de oro en barras o en polvo. El cronista sirio Al-Umari precisa: «Durante mi primer viaje a El Cairo oí hablar de la llegada del sultán Musa (...) y vi a los habitantes de El Cairo entusiasmados contando los enormes gastos que habían visto hacer a los acompañantes del rey maliano. Este hombre dio a el Cairo grandes muestras de generosidad. No dejó a nadie, ya fuese oficial de la corte o titular de algún cargo del sultán local(Muhammad Ibn Qala’un) sin percibir una cantidad de oro. ¡Qué porte tan noble tenía este sultán, qué dignidad, qué lealtad!». La dignidad de Mansa Musa impresionó a sus contemporáneos. Aunque hablaba árabe corriente, sólo se comunicaba por medio de intérpretes. Pero su dignidad fue puesta a prueba duramente cuando se le pidió que se arrodillara ante el sultán mameluco de El Cairo, a lo que él se negó enérgicamente, exclamando: «¡Cómo podría yo hacer eso!». Pero al llegar ante el sultán Muhammad Ibn Qala’un al-Nasr y al pedírsele encarecidamente que cumpliera con el protocolo, halló un subterfugio: «Bien, ¡pues entonces me prosternaré ante Allah que me ha creado y traído al mundo!». Por otro lado, los comerciantes cairotas abusaron demasiado de la buena fe de los sudánicos, a quienes hicieron pagar fuertes sumas al quintuplicar e incluso a decuplicar los precios de los artículos que les vendían. Tales procedimientos chocaron profundamente a las víctimas de los fraudes, así como al emperador maliano, hombre muy refinado. ¿Acaso no había regalado al sultán de el Cairo, entre otras cosas, un tratado en árabe sobre la honradez, escrito por él mismo?

            La extraordinaria generosidad de Musa hizo bajar el valor del oro en el sultanato mameluco, y el curso del metal amarillo quedó en baja siendo necesario que pasaran 12 años para que recuperara su nivel normal. Pero tales gastos le obligaron a pedir un préstamo a un riquísimo comerciante de Alejandría, para poder seguir haciendo honor a su rango, préstamo que luego será devuelto a su retorno a Malí.

            Mansa Musa es uno de los pocos soberanos cuyo retrato conocemos. Al-Maqrizi, historiador mameluco de la época, nos dice que «era un joven moreno, de agradable semplante y buen porte, educado según las enseñanzas de la escuela maliki de jurisprudencia islámica. Se presentaba en medio de sus compañeros espléndidamente vestido y equipado y le acompañaban más de diez mil súbditos. Traía regalos y presentes que asombraron por su belleza y su esplendor».
            Según la tradición, en La Meca y en El Cairo compró terrenos y casas para alojar a los peregrinos sudaneses. Además estableció sólidas relaciones económicas y culturales con los mamelucos. También en El Cairo, Mansa Musa reveló que su predecesor en el trono había muerto en una expedición marítima «porque este soberano no aceptaba que fuera imposible llegar al otro extremo del Mar Circundante; el quiso llegar y se empeñó en su empresa» (Al-Umari).

El saqueo de la Alejandría mameluca

            Occidente no aprendió la lección de las cruzadas; la caída de Acre en 1291 no fue más que un breve paréntesis, no un final definitivo. Las cruzadas continuaron, con sus derramamientos de sangre, sus muertes y sus saqueos hasta pleno siglo XX.

            Veamos el primer gran ejemplo: entre el 9 y el 16 de octubre de 1365, el franco Pedro I de Chipre (1329-1369) de la dinastía Lusignan, asaltó Alejandría en Egipto por sorpresa, asesinando a veinte mil de sus habitantes y llevándose a cinco mil cautivos musulmanes, cristianos (muchos de ellos coptos) y judíos.

            Una vez más, el muy bien informado medievalista británico Steven Runciman nos brinda un testimonio espeluznante: «A mediodía del viernes 10, los cruzados se hallaban bien establecidos dentro de la ciudad. Continuaba la lucha en las calles. Durante la noche del viernes se produjo un violento contraataque musulmán por una de las puertas meridionales, que los cristianos, en medio de su excitación, habían quemado. Fue rechazado, y el sábado por la tarde toda Alejandría estaba en manos de los cruzados. La victoria fue celebrada con salvajismo indescriptible. Dos siglo y medio de Guerra Santa no habían enseñado a los cristianos ningún humanitarismo. Las matanzas sólo eran comparables a las de Jerusalén en 1099 y Constantinopla en 1204. Los musulmanes no habían sido tan feroces en Antioquia o Acre. La riqueza de Alejandría había sido inmensa, y la vista de tanto botín enloqueció a los vencedores. No perdonaron a nadie. Los cristianos nativos y los judíos sufrieron tanto como los musulmanes, y hasta los mercaderes europeos establecidos en la ciudad vieron sus fábricas y almacenes saqueados sin compasión. Mezquitas y tumbas fueron profanadas, y los ornamentos, robados o destruidos; también las iglesias fueron saqueadas, aunque una valiente dama copta tullida consiguió poner a salvo algunos de los tesoros de su secta sacrificando su fortuna particular. Los cruzados entraban en la casas, y si los moradores no entregaban inmediatamente cuanto poseían. Los asesinaban a ellos y sus familias. Fueron hechos prisioneros unos cinco mil cristianos, judíos y musulmanes, vendidos luego como esclavos. Una larga fila de caballos, asnos y camellos transportaban el botín a los barcos del puerto, y allí, cumplida su tarea, las bestias eran sacrificadas. Toda la ciudad hedía con el olor de los cadáveres humanos y de animales. (...) Los barcos estaban tan excesivamente cargados, que fue preciso arrojar al mar muchas de las piezas más pesadas del botín. Después, durante varios meses, buceadores egipcios salvarían objetos preciosos que yacían en las superficiales aguas de Abukir. (...) El holocausto de Alejandría marca el fin de las Cruzadas, que tuvieron por objeto la recuperación de Tierra Santa. (...) Cuando se produjo, Egipto llevaba en paz con los francos más de medio siglo. Los súbditos cristianos recibían entonces mejor trato. El comercio entre Oriente y Occidente florecía. Ahora había renacido todo el rencor de los musulmanes. Los cristianos nativos, aunque no tenían la culpa, pasaron una nueva época de persecuciones. Las iglesias eran destruidas. El Santo Sepulcro fue cerrado durante tres años. La interrupción del comercio causó graves perjuicios en todo el mundo, que aún no se había recuperado de los estragos de la Peste Negra. El reino de Chipre, cuya existencia toleraban los mamelucos, se convirtió en un enemigo que debía ser exterminado. Egipto esperó sesenta años para vengarse. Pero la espantosa devastación de la isla en 1426 fue un castigo directo por el saqueo de Alejandría. El otro reino cristiano que quedaba en Levante fue sentenciado a muerte antes. Los armenios de Cilicia no habían tomado parte en la Cruzada de Pedro, pero su casa real era entonces franca y muchos de los nobles tenían relaciones directas con Chipre. Su Iglesia había acatado la supremacía de Roma. Durante todo el siglo XIV los egipcios presionaron sobre los armenios, pues sospechaban, con razón, que eran amigos de los francos y los mongoles, y enviaban la riqueza que pasaba a través de su país por la ruta comercial que llegaba al mar por Ayas. El colapso del Iljanato mongol los privó de su principal ayuda. La mayor parte de su territorio fue anexionado por los turcos en 1337. En 1375, mientras los chipriotas se hallaban enzarzados en una dura lucha con Génova, invasores musulmanes, mamelucos y turcos aliados, completaron la sumisión del país» (Steven Runciman: 1997, vol. III: “El Reino de Acre y las últimas cruzadas”, pp. 434-438).

La difusión del Islam en Oriente

            Los mamelucos fueron grandes propagandistas del Islam. Precisamente, la islamización del archipiélago indonesio comienza a finales del siglo XIII con la llegada de comerciantes musulmanes provenientes del Egipto mameluco, en su mayoría adherentes a la escuela shafií de pensamiento. Los mamelucos también tuvieron un fructífero intercambio cultural y comercial con la civilización islámica swahili de la costa oriental de África hasta que ésta fue subyugada por los portugueses a principios del siglo XVI (10).

La maquinaria de guerra mameluca


Los mamelucos constituyeron una milicia (unos doce mil) que fue organizada por el sultán ayyubí as-Salih Ayyub (g. 1240-1249). Hacia el siglo XIV, los mamelucos formaban un ejército de 24.000 soldados agrupados en batallones según su nación de procedencia.

            La institución mameluca gobernante se basaba en el predominio de la caballería, es decir, de los jinetes ofaris, con su soberbio dominio del caballo y su excelente pericia en el uso de las armas y de la táctica de la guerra en campo abierto.

            «La mayoría de los mamelucos que combatieron en Ain Jalut eran turcos kipchak de la ribera del mar Negro (el más famoso de ellos, Baybars, era un kipchak) que habían sido vendidos como esclavos en la niñez o en edad adolescente y llevados a El Cairo para ser formados. Encerrados como novicios en cuarteles casi monásticos, allí les enseñaban en primer lugar el Corán, código de la ley islámica, y la escritura árabe, y al hacerse adultos se iniciaban en el aprendizaje de la furusiya, o arte marcial de la equitación, dominio de la montura y habilidad para manejar armas a caballo, todo lo cual era la clave del arrojo de los mamelucos en combate. La furusiya, en su énfasis sobre la integración entre caballo y jinete, les confería, ensillados, gran rapidez y precisión en el manejo de las armas, fomentaba la cohesión táctica de los compañeros a caballo y se asemejaba mucho a la instrucción militar de la Europa cristiana. Y es, en efecto, un dato fascinante de la historia militar medieval hasta qué extremo la caballería como código bélico y de honor era tan común a los caballeros de la cruz y a los faris de la media luna» (John Keegan: 1995, p. 59).

El rechazo a la innovación conlleva la desaparición

            El uso de la artillería de campaña conlleva líneas de defensa estáticas, y el uso de armas de fuego manuales presuponía la importancia cada vez mayor del soldado de infantería armado de arcabuz. Los mamelucos se dieron cuenta muy pronto de que, excepto para su uso en sitios de fortalezas y ciudades, la adopción del arma de fuego conllevaría el desmantelamiento de todo su sistema militar. «Y había razones comprensibles para su resistencia, pues su hegemonía derivaba del monopolio que ejercían al ser excelentes jinetes y arqueros, y abandonarlo para adoptar las prácticas más generalizadas de combatir con mosquetes o a pie habría significado para ellos perder su posición privilegiada. Fue la estrechez de su cultura militar... lo que los abocó a la desaparición; aunque su poder militar era consecuencia de su militarismo de elite, se empecinaron en conservar su modelo bélico anticuado en vez de adaptarse a los nuevos métodos de guerra» (John Keegan: 1995, p. 55).

            Qansuh al-Gurí (g. 1501-1516), disponía en sus fuerzas armadas de gran cantidad de cañones, tanto para la defensa de El Cairo y de su costa mediterránea como para emplazar en sus flotas del mar Rojo y el océano Indico contra los portugueses y en ayuda de los sultanatos del sur de Arabia, el Zanÿ y la India. Qansuh fue uno de los primeros sultanes que trató de crear un cuerpo de arcabuceros y hubo de resistir presiones de la jerarquía mamlukí para que lo disolviera. Las versiones esgrimidas era que el arcabuz era un arma de cobardes...

            A pesar de todo, teniendo que hacer frente a la amenaza portuguesa en el sureste, y con la actitud cada vez más peligrosa de los otomanos en la fronteras sirias, las nuevas armas eran realmente indispensables para los mamelucos, que se enfrentaron con los otomanos en las batallas decisivas de Marÿ Dabiq, en Siria, y Raydaniyya, en las afueras de El Cairo, con una capacidad de fuego palpablemente inferior a las de las tropas del sultán Selim; fue algo así como cuando los mahdistas sudaneses atacaron a los británicos de Kitchener en Omdurmán (2 de septiembre, 1898), o cuando la heroica caballería polaca hizo frente a las divisiones panzer alemanas en septiembre de 1939, pues en esos encuentros que resultaron fatales, los mamelucos vieron de forma palpable que el valor personal no era suficiente.

            Paradójicamente, dos siglos después, los jenízaros —que tuvieron un origen similar a los mamelucos—, rechazaron los nuevos ingenios militares, como las formaciones en cuadros de fusileros y la bayoneta, y consecuentemente experimentaron derrotas que condujeron al desmembramiento del Imperio otomano. «Después, a principios del siglo XVI, tuvieron que enfrentarse a la vez a la revolución tecnológica de la pólvora en dos frentes distintos: su control del mar Rojo se vio amenazado por los portugueses que circunnavegaban África en barcos con cañones pesados, y la seguridad de las fronteras de Egipto fue amenazada por los ataques de los turcos otomanos, cuyos ejércitos de caballería estaban muy reforzados con mosqueteros bien entrenados. Los sultanes mamelucos se apresuraron a subsanar un siglo de dejadez militar, haciendo fundir gran número de cañones y formando unidades de artilleros y mosqueteros. Se reactivaron los ejercicios de la furusiya y los mamelucos volvieron a aprender intensamente las artes de la lanza, el sable y el arco. Pero, fatalmente, la remilitarización de los mamelucos y la adopción de la pólvora fueron dos procesos aislados, ya que no se enseñaba a los mamelucos el uso de las armas de fuego y los artilleros y mosqueteros se reclutaban fuera de la casta mameluca entre los negros africanos y pueblos del Magreb, situados al oeste de Arabia. El resultado era previsible: los artilleros y mosqueteros que acudieron al mar Rojo lograron triunfos contra los portugueses, que luchaban en aguas cerradas en las que sus buques oceánicos se encontraban en desventaja y con gran limitación de sus líneas de comunicación ; mientras que los mamelucos que marcharon al encuentro de los ejércitos otomanos provistos de armas de fuego sufrieron una clamorosa derrota en las batallas de Marj Dabiq en agosto de 1516 y Raydaniya en enero de 1517. La “institución” fue derrocada y Egipto se convirtió en una provincia del imperio otomano. La génesis de ambas derrotas es semejante. En la primera de ellas, los otomanos, al mando del sultán Selim I, situaron la artillería en los flancos, los mosqueteros en el centro y aguardaron el ataque de los mamelucos, que lo llevaron a cabo según el despliegue tradicional en media luna, para ser rechazados por el fuego otomano. En la segunda, los mamelucos, que habían reunido alguna artillería, aguardaron el ataque de los otomanos, pero se vieron desbordados por los flancos, y cayeron de nuevo en la tentación de efectuar una carga de caballería, de modo que llegaron a romper con su ímpetu uno de los flancos enemigos, pero las armas de fuego fueron decisivas. Perecieron siete mil mamelucos y los supervivientes fueron a El Cairo, que poco después hubo de rendirse. La táctica de esas dos batallas presenta menos interés que las ulteriores lamentaciones de los mamelucos a propósito de los medios que decidieron su derrota. Ibn Zabul, el historiador mameluco que compuso la elegía de la caída de su casta, habla por boca de generaciones de preux chevaliers en el discurso del jefe mameluco Kurtbay que él mismo inventa: “Escuchad bien mis palabras para que otros sepan que entre nosotros se hallan los jinetes del destino y la muerte roja. Uno solo de los nuestros puede derrotar a todo un ejército. Si no lo creéis podéis comprobarlo; aunque sí os rogamos que ordenéis a vuestro ejército que deje de disparar armas de fuego... Habéis juntado un ejército de todos los rincones del mundo: cristianos, griegos y otros, y habéis traído con vosotros esos aparatos ingeniados por los cristianos de Europa al verse incapaces de enfrentarse a los ejércitos musulmanes en el campo de batalla. Los aparatos son esos mosquetes que, aunque los empuñe una mujer, resisten a gran número de hombres... ¡Ay de vosotros que osáis disparar armas de fuego contra los musulmanes!”. El lamento de Kurtbay recuerda el desdén por las armas mecánicas del caballero boyardo francés, chevalier san peur et san reproche, que solía matar a los ballesteros que caían prisioneros, y anticipa el espíritu de la “carga de la muerte” de la caballería contra la boca de los fusiles franceses en Mars-la-Tour en 1870. Es el grito desafiante universal del guerrero a caballo en el ocaso de la caballería. Pero en el lamento de Kurtbay hay algo más que orgullo de casta, resistencia al cambio, ortodoxia religiosa o desprecio por los inferiores; acusa una clara y reciente experiencia de que las armas blancas podían vencer a las de fuego en virtud a las cualidades marciales que los mamelucos creían que les confería superioridad respecto al resto de los mortales... Pero como comprobarían los mamelucos, cuando hombres de igual temple luchaban en condiciones desiguales, vencía el bando con mejores armas. Ésa fue la lección en Marj Dabiq y Raydaniya, y sería la lección, cuatrocientos años más tarde, en la guerra en el Pacífico de los japoneses contra los norteamericanos, cuando, en un último intento contra el poder de la industria americana los pilotos suicidas llevaban su espada samurai en la carlinga de los aparatos kamikaze cuando se lanzaban contra los portaaviones enemigos» (John Keegan: 1995, pp. 60-62).

            Qansuh al-Gurí murió en la batalla de Marÿ Dabik, el 24 de agosto de 1516, al norte de Alepo, que fue una resonante victoria para los otomanos. Fue sucedido por el último sultán mameluco fue Al-Ashraf Tuman Bey II que gobernó menos de un año (1516-1517). El 28 de septiembre de 1516, Selim I (1467-1520) entró en Damasco.

            El 2 de enero de 1517, en Raydaniyya, en las afueras de El Cairo los mamelucos perdieron su última batalla contra los otomanos que entraron en la capital el 22 del mismo mes.

            Selim llegaría a esta ciudad a orillas del Nilo el 7 de febrero y asumió el control de los Santos Lugares del Islam en la península arábiga luego que el alguacil de La Meca se rindió voluntariamente. Aunque Tuman Bey fue ejecutado, Egipto permaneció bajo el poder de los beyes mamelucos a las órdenes de un gobernador general turco hasta fines del siglo XVIII.

La organización jerárquica mameluca


            Los mamelucos establecieron un gobierno militar fuertemente centralizado debido a las amenazas permanentes de parte de cruzados y mongoles. En primer lugar tenían una teórica jefatura espiritual representado por el califato abbasí trasladado de Bagdad a El Cairo por recomendación de Baibars en 1261 y que duró hasta la llegada de los otomanos en 1517. Sin embargo, estos califas fueron meras figuras decorativas del régimen mameluco. Seguidamente estaba el cargo del hombre fuerte del reino, el sultán, delegado ejecutivo del califa y gobernador de Egipto, Palestina y Siria. Luego estaba el Consejo de los 24 Emires, todos ellos grandes comandantes militares (los Ahl al-Saif, “Gente de la Espada”), que recibían cada uno el nombre en árabe de Amir mia wa muqaddam alf e integraban una Asamblea llamada Umara al-Mushara.

            El estado teocrático mameluco estaba regido por los jueces supremos musulmanes (Qadi al-Qudat Madhab) de las cuatro escuelas de pensamiento sunníes: shafií, malikí, hanafí y hanbalí. Con éstos magistrados colaboraban distintos funcionarios: el inspector general de pesos y medidas y de la moral y el orden público (Muhtasib), el Sheij responsable de los hospitales y monasterios de las órdenes sufíes, los Imames de las mezquitas y los predicadores y los Alfaquíes (Fuqaha; sing.: faqih), jurisperitos.

            El sistema resultaba muy eficiente por la celosa y apropiada administración de las distintas secretarías que estaban bajo la dirección de un Ministro o Visir (Wazir), y sus funcionarios llamados la «Gente de la Pluma» (Ahl al-Qalam): Administrador estatal de la corona (Nazir al-Jass), Administrador civil de las finanzas del ejército (Nazir al-Ÿaish), Primer tesorero (Sahib Bait al-Mal), Canciller o «Secretario del secreto» (Katib al-Sirr), Administrador de terrenos reales (Diwan al-Jass), Administrador financiero (Diwan al-Ÿaish), Secretarios y Magistrados (Kuttab al-Dast) y Escribientes de manuscritos y secretarios adjuntos (Kuttab al-Darÿ). Los mamelucos conquistaron Nubia —el Sudán actual— y dominaron el comercio en el mar Rojo, al tiempo que protegían los santos lugares del Hiÿaz (La Meca y Medina). Gracias a su excelente administración y habilidad comercial, El Cairo volvió a ser una metrópoli económica.

Una arquitectura original y sobresaliente


            El período mameluco fue una época de extraordinaria brillantez en las artes. También supuso un período de expansión comercial; los comerciantes de especias de Egipto, los karimí, disputaron con los emires en el patronazgo de las artes.

            Los mamelucos, grandes mecenas, embellecieron El Cairo con suntuosos monumentos: la Mezquita de al-Zahir Baibars (1266-1269), Hospital, Mausoleo y Madrasa de al-Qala’ún (1284-1285), Madrasa y Mausoleo de al-Nasir Muhammad (1295-1303), Mausoleos de los emires Salar y Sanÿar al-Ÿawli (1303-1304), Mezquita de al-Nasir Muhammad (1318-1335), Mezquita del emir Altunbuga al-Maridaní (1339-1340), Mezquita-madrasa del sultán Hasan (1356-1359), Madrasa del emir Mitqal (1361-1374), Mausoleo de Yunus al-Dawadar (1382), Madrasa de Barkuk (1384-1386), Janqa y Mausoleo de Barkuk (1399-1412), Mezquita de al-Mu’ayyad (1415-1419), Mausoleo y Janqa de al-Ashraf Barsbai (1432), Conjunto funerario del sultán Inal (1451-1460), Conjunto funerario del sultán Qayitbai (1472-1474), Mezquita-madrasa y Mausoleo del sultán Qansuh al-Gurí (1499-1505), Janqa de Qurqumaz (1506-1507), junto con diversos caravasares (hospedajes para viajeros, en general con intereses comerciales) y baños públicos (hammamat; sing: hammam).

            El Jan (posada de caravanas; pl. Janat) del sultán Qansul al-Gurí (g-1498-1505), construido entre 1504-1505, es un ejemplo del alto grado alcanzado por la arquitectura de los mamelucos. Es un edificio de varias plantas y almacenes, con balcones trabajados en madera vueltos hacia el típico patio interior de las construcciones islámicas, con su fuente para las abluciones. El estilo clásico mameluco, como el nasrí granadino o el indiomogol, produjo edificios que sorprenden por su eterna modernidad. Otro clásico edificio mameluco era aquel que albergaba un convento o monasterio llamado Janqa (pl. Janqat), conocido en otras partes del mundo islámico como zagüía o tekké. Esta era una fundación dirigida por un sheij y provista de fondos donados para el mantenimiento de una orden sufí. Los sufíes gozaron de un período de gran protección y prosperidad bajo los mamelucos.

            Por otra parte, los monumentos y edificios que enumeramos y que lamentamos no poder describir y detallar —el límite de este apunte no lo permite—, son a simple vista los más bellos e importantes de la capital egipcia. Se podría decir que los mamelucos fueron los mayores constructores entre todas las dinastías islámicas.



Las construcciones mamelucas en Jerusalén

            «Los mamelucos edificaron bien en las ciudades del reino, y con la mayor belleza en Jerusalén. Una sucesión de caudillos construyó mezquitas, hosterías y hospitales; maravillosas arcadas de piedra con incrustaciones y adornadas fuentes; colegios religiosos y nuevas casas para militares y políticos importantes desterrados de El Cairo (...) De la gran cantidad de construcciones de los mamelucos, unas noventa en total, sólo quedan unas pocas. Lo más notorio son las arcadas, varias de las cuales se ven a la entrada de al-Haram ash-Sharif: estructuras abovedadas con decorativas incrustaciones en piedra que nos alientan a entrar, cual invitadoras flores primaverales. Quizá la fachada más impresionante sea la que conduce al Haram desde el bazar de los mercaderes de algodón, un espléndido y pétreo arco construido por los cruzados y restaurado por los mamelucos, puesto recientemente en servicio por las autoridades musulmanas locales. Son dignos de atención dos bellos monumentos: el lavatorio al-Kas, o “el cuenco”, en el Haram, construido por el gobernador Tankiz para recoger el agua que se hacía venir desde las llamadas “piscinas de  Salomón”, cerca de Belén, y la preciosa fontana Qait Bay, construida en el siglo quince por el sultán del mismo nombre. Debemos mencionar asimismo las excelentes casas de baño construidas por los mamelucos para la desprotegida y polvorienta Jerusalén» (Thomas A. Idinopulos: Jerusalén. Historia de la más santa de las ciudades vista a través de las luchas de judíos, cristianos y musulmanes, Andrés Bello, Santiago (Chile), 1995, pp. 264-267).

El Trípoli mameluco

            Un capítulo aparte son las construcciones hechas por los mamelucos en la ciudad libanesa de Trípoli que fue reconquistada por éstos de manos cruzadas en la primavera de 1289. A partir de entonces, esta ciudad estaría bajo la tutela mameluca durante 227, hasta 1516. El libertador de la ciudad fue el sultán Al-Mansur Saif al-Din Qala’un quien ordenó una serie de construcciones que conformaron en poco tiempo el Trípoli mameluco. Bellas mezquitas y madares(universidades; sing. madrasa), hospitales y monasterios sufíes se elevaron hacia los cielos para proclamar que Dios es el más grande. La mezquita de Amir Taynal es tal vez la más refinada expresión de ese Trípoli mameluco tan poco conocido pero no por eso menos valioso y rescatable. Véase el relevamiento de Dick Doughty: Tripoli. Lebanon’s Mamluk Monument, en Aramco World, Houston (Texas), Mayo/Junio 2000, pp. 2-15.

Grandes personajes de la época mameluca


            Los datos que poseemos sobre la época mameluca son abundantes y precisos debido a la gran cantidad de científicos, geógrafos, médicos, secretarios e enciclopedistas que florecieron durante esa civilización. La vida intelectual de la época mameluca brilló con los historiadores y los cronistas. El famoso viajero tangerino Ibn Battuta (1304-1377) visitó El Cairo mameluco en 1326 y 1349 y en su diario de viajes no cesa de elogiar las cualidades de sus gobernantes y el orden imperante en ciudades y pueblos (cfr. Ibn Battuta, A través del Islam, Alianza, 1988, pp. 117-149 y 745-747). Y fue en el Egipto mameluco donde culminó la redacción de «Las mil y una noches», que reflejan el grado de civilización alcanzado por las dos dinastías.

Ibn Jalikán

            Shamsuddín Abu-l-Abbás Ahmad al-Barmaki Ibn Jalikán nació en Irbil, o Arbela (Irak), en 1211, y murió en El Cairo en 1282. Fue profesor en la madrasa Fajría de El Cairo, y aprovechó el tiempo que estuvo en este cargo para terminar su gran diccionario biográfico. Este se llama en árabe, Uafiát al-a’ián ua-anba’ abna az-zamán (“Las perfecciones de los conspicuos y la información de los hijos de la época”), traducido por el irlandés William McGuckin de Slane, con el título: Ibn Khallikan: Biographical Dictionary, Londres, 1842-1871. Es un diccionario de los grandes hombres del Islam, excluyendo a los compañeros del Profeta Muhammad, a los cuatro primeros califas, y en general a los personajes del primer siglo de la Hégira. Comenzado en El Cairo en 1256, fue completado en la misma ciudad en 1274, después de haber sido interrumpido por la misión del autor como gran cadí de Siria, en la ciudad de Damasco. El manuscrito se encuentra en el Museo Británico (publicado por Dar al-Taqafa en 8 vols., Beirut, 1968). Véase Ibn Khallikan´s Biographical Dictionary, Librairie du Liban, Beirut, 1970.

Ibn Uasil

            El sirio Ÿamaluddín Muhammad Ibn Uasil (1207-1298), diplomático y jurista, dejó una crónica del período ayyubí y del comienzo de la era mameluca llamada Mufarriÿ al-kurub fi ajbar bani Ayyub (ed. H.M. Rabie, El Cairo, 1979). En 1261 fue enviado como embajador del sultán mameluco Baibars a la ciudad italiana de Barletta (al norte de Bari), a entablar una alianza con Manfredo (1232-1266), rey de Sicilia y Nápoles. Este era hijo de Federico II, y como su padre, fue excomulgado (1258) por el pontífice Alejandro IV, por su actitud favorable hacia los musulmanes.

            Ibn Uasil describe a Manfredo como «un hombre distinguido, amante de las ciencias especulativas que conocía a fondo las diez proposiciones del Libro de Geometría de Euclides». Manfredo moriría peleando contra las fuerzas de Carlos de Anjou (1226-1285) en la batalla de Benevento. Aparentemente, su obra no se editó nunca, aunque en las obras de J.F. Michaud y Francesco Gabrieli hay citas y traducciones fragmentarias. Un contemporáneo de Ibn Uasil fue el historiador egipcio Ibn Abd az-Zahir (1223-1293), secretario de los sultanes Baibars (1223-1277) y Qa’laûn (muerto en 1290), que tuvo la mala fortuna de ver su obra principal, la “Vida de Baibars”, Sirat Baibars, resumida por un sobrino ignorante que no nos ha dejado sino un texto truncado e insulso. Los pocos fragmentos que nos han llegado de la obra original revelan un verdadero talento de escritor y de historiador.

Ibn Nafís

            Sobre el médico musulmán de origen sirio llamado Ibn al-Nafís (1210-1288) se tienen pocos datos, ya que un contemporáneo suyo, el bibliógrafo y médico Ibn Abi Usaibí’a (1194-1270), no le menciona en su ‘Uiún al-anba fi tabaqat al-atibba (“Las fuentes esenciales de la clasificación de los médicos”), que contiene 380 biografías, comenzando por los griegos y finalizando con sus contemporáneos (ed. Muller, 2 vols., 1884.). Ibn al-Nafís estudió, además de medicina, gramática, lógica y teología. Fue médico principal en Egipto y médico personal del sultán mameluco Baibars.Asimismo, Ibn al Nafís desarrolló una destacable actividad literaria. Su más importante logro es el haber descubierto la circulación menor de la sangre. Esto ocurría tres siglos y medio antes de la época de William Harvey (1578-1657), el médico inglés a quien se atribuye el «descubrimiento». Lo que hace especialmente notable el descubrimiento de Ibn al-Nafís es el que llegó a él más por deducción que por disección. Se ha descrito a este científico del siglo XIII como «el que no receta una medicina cuando bastará con la dieta».

Ibn al-Quff

            Ibn al-Quff (1233-1286) es un médico de origen sirio que utiliza las enseñanzas de Abulcasis y las aplica en los tratamientos de las heridas producidas en los combates mantenidos entre los musulmanes y los invasores cruzados. en tierras de Egipto y Palestina. Su obra principal, el Kitab al-’umda fi sina’at al- ÿiraha (“Libro del arte de la cirugía”) ofrece un completo tratado sobre cirugía. Ibn al-Quff pretende mediante este trabajo que los cirujanos aprendan teoría médica, para de ese desempeñar correctamente la labor que tienen encomendada. Su obra, pese a no ser muy divulgada, es un importante eslabón en la cirugía medieval.

Abulfeda

            Ismail Ibn Alí al-Malik al-Mu’ayyad Imaduddín, llamado Abu-l-Fida (latinizado Abulfeda), nació en 1273 y murió en 1331. Pertenecía a la familia de los ayyubíes, como Saladino, y sus antepasados habían sido gobernadores de Hamah, en Siria. Recibió educación de guerrero y de letrado; a los doce años acompañó a su padre al sitio de la fortaleza de al-Marqab (sobre la costa, entre Tartús y Latakia), arrebatada a los Hospitalarios en 1285. Más tarde combatió nuevamente contra los cruzados en la toma de Trípoli (Líbano) y en el asedio de San Juan de Acre (Palestina) donde mandaba un pelotón de diez hombres. Experimentado historiador y geógrafo. Mujtasar ta’rij al-bashar, una historia universal desde la Creación al año 1329, y Taqwím al-buldán (“Localización de los países”), un tratado de geografía, son sus obras más conocidas.

            Abu-l-Fida escribió alrededor del año 1300 que Arbuna (Narbona, en el Bajo Languedoc, Francia) fue un importante centro comercial bajo los musulmanes: por entonces los barcos podían remontar el curso del Aude hasta la ciudad, e incluso llegar más arriba. De ahí partían navíos hacia Alejandría, el mayor puerto del Oriente musulmán, cargados de cobre y estaño procedentes de Toulouse, donde previamente habían descendido la mercancía que traían de Inglaterra, pasando por Burdeos y el Garona (cfr. La Géographie d´Abu l-Fida. Traducción de J.T. Renaud, París, 1848, t. III, p. 307; Mujtasar ta´rij al-bashar, Ed. al-Husainiyya al-Misriyya, El Cairo, 1905-1906). Abul-l-Fida fue hecho gobernador de Hamah en 1310 por los mamelucos, y en 1320 se le confirió el rango de sultán. Durante su mandato patrocinó la construcción de numerosos hospitales, madrasas (escuelas teológicas) y jankahs (monasterios sufíes).

An-Nuwairi

            An-Nuwairi (1279-1332), nacido en el Alto Egipto, fue katib (secretario) de la administración mameluca. Es el autor de una monumental enciclopedia que encierra todo el saber de su época, en cuyo título destaca su predilección por la estética y el conocimiento: «El fin último en las técnicas de la literatura» (Nihayat al-arab fi funun al-adab), editada por Ahmad Zaki Pashá en 18 volúmenes en El Cairo, entre 1923-1944, reimpresa en 1963. An-Nuwairi, Ibn Fadl Allah al-Umari y al-Qalqashandi son los tres más grandes representantes de la literatura y la historia enciclopédica islámica de la época mameluca.

Ibn Fadl Allah al-Umari

            Shihabuddín Ahmad Ibn Fadl Allah al-Umari (1301-1349), nació en Damasco. Siendo muy joven, reemplazó a su padre en el cargo de canciller de la administración central en El Cairo. Es el autor de una vasta enciclopedia de más de veinte tomos intitulada «Los caminos de los perspicaces en los reinos de los confines» (Masalik al-absar fi mamalik al-amsar), de la cual sólo se publicó el primer volúmen (El Cairo, 1924), y el islamólogo y arabista francés Maurice Gaudefroy-Demombynes (1862-1957) hizo una traducción parcial, editada en París (1927).

Ibn Jaldún

            Abu Zaid Abdurrahman Ibn Jaldún al-Hadrami (1332-1406), llamado Abenjaldún por los latinos, es uno de los más importantes historiadores y el primer sociólogo de la historia. Nacido en Túnez, realizó toda su actividad principalmente en el Magreb, al-Ándalus y Egipto. Su obra más conocida es el tratado de historia llamado al-Muqaddimah —“Los Prolegómenos”— (12). Debido a diversas persecuciones, a partir de 1382 se vio obligado a refugiarse en Egipto, donde ocupará el cargo de Gran Cadí (Juez supremo) de la escuela maliki de pensamiento en la administración de los sultanes mamelucos burÿíes. Posteriormente, Ibn Jaldún residió un tiempo en Damasco (1399-1341) y durante el asedio de esta ciudad por los invasores mongoles (enero y febrero de 1401), salvó la vida gracias a la admiración que Timur Lang (1336-1405), llamado Tamerlán en Occidente, tenía por los sabios. Finalmente, se estableció como magistrado en El Cairo y fue profesor de la Universidad de Al-Azhar.

Al-Maqrizi

            Taqiuddín Abu-l-Abbás Ahmad al-Maqrizi debe su apodo por el cual es conocido, a un suburbio de la ciudad libanesa de Baalbek, donde su abuelo había habitado antes de emigrar a Damasco; después su padre se estableció en El Cairo, donde nació nuestro autor en 1365. Tras ocupar funciones en la administración mameluca y en la enseñanza, decidió abandonar la carrera pública para consagrarse a la historia. escribió numerosas obras, entre ellas una historia de los fatimíes llamada Itti’az al-hunafa’ bi-ajbar al-a’imma al-fatimiyyín al-julafá (publicada en El Cairo en tres vols., 1967), otra de los sultanes mamelucos con el título de Suluk limaarifa Dúal-al-Muluk (“La marcha hacia el conocimiento de las dinastías reales”), de la cual el especialista francés Etienne-Marc Quatremère (1782-1857) tradujo dos volúmenes (Histoire des sultans Mamlouks, París, 1837-45).

            En este último trabajo se detalla con abundantes referencias a la clase político-militar de los mamelucos. Al-Maqrizi es igualmente conocido por su trabajo Kitab al-Maua’iz ua-l-i’tibar fi dikr al-jitat ua-l-atar (“Libro de las exhortaciones y consideraciones”), también llamado al-Jitat (“El Catastro”), que es una historia y geografía del Egipto que trata especialmente de la topografía de El Cairo. Asimismo, tiene un inconcluso diccionario alfabético de biografías de todos los príncipes y hombres célebres del Egipto islámico; la obra completa debía constar de ochenta volúmenes; solamente deciséis han sido debidamente identificados. Sus trabajos cubren la historia de Egipto entre 1181 y 1442. Al-Maqrizi falleció en 1442.

Al-Qalqashandi

            Al-Qalqashandi (1335-1418), al igual que su antecesor Ibn Fadl Allah al-Umari, fue canciller de los mamelucos, conocido con el título del «Secretario del secreto» (katib al-sirr). Su obra enciclopédica la terminó en 1412, a la edad de setenta y siete años. El nombre que le dio, un tanto extraño debido a las exigencias de estilo de la época, en la que los títulos debían tener una rima elegante, encierra una metáfora relativa a la búsqueda de la luz y la inspiración literaria: «La mañana del hemeralope en las artes de la redacción» (Subh al-a’sha fi sina’at al-insha’). Esta contiene una información valiosísima, muy precisa y detallada, sobre la historia y la civilización islámica en el Egipto y la Siria de los siglos IX a XV. Fue publicada en 14 volúmenes en El Cairo, entre 1913 y 1919. Al-Qalqashandi, al igual que sus pares antes citados, demuestra tener una cultura y unas informaciones históricas, geográficas y científicas considerables, producto del riquísimo universo mameluco, tan poco estudiado hasta el presente.

Al-Suyuti

            Ÿalaluddín Abu-l Fadl Abdurrahman al-Assuiuti, más conocido por la fonética de al-Suyuti (1445-1505), era oriundo de una familia persa establecida desde hacía más de tres siglos en Assuiut, en el Alto Egipto. Afamado polígrafo y enciclopedista, es autor de trescientos quince escritos sobre la Tradición del Profeta (Sunna), Narraciones y dichos (Ahadith), jurisprudencia (fiqh), lingüística, ciencias, historia y literatura. Su «Historia de los Califas» (Tarij al-Julafa) fue muy admirada por sus valiosos detalles (publicada por al-Sa´ada, El Cairo, 1959). Se extiende desde Abu Bakr hasta el año 1497. Su «Historia de Egipto y de El Cairo», llamada en árabe Husn al-Muhadara, es una compilación de veintiocho obras históricas. Su Taqrir al-istihad fi tafsir al-iÿtihad fue publicado por Dar al-Dawah, El Cairo, 1983.



El Autor: Ricardo H. Elía es subsecretario de cultura del Centro Islámico de la República Argentina. Profesor invitado de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile, de la Universidad Fatih de Estambul y de la Muhyiddin Ibn ‘Arabi Society de Oxford. Autor de Dante y el Islam. El pensamiento musulmán en la Europa del siglo XIV (1998), Los Moriscos de a caballo por la pampa. Orígenes hispanoárabes de los gauchos argentinos (en prensa); Narraciones maravillosas y relatos desconocidos de peregrinos curiosos y entrometidos. Historia de mil y un viajeros desde y hacia el mundo islámico —siglos IX-XX—(en prensa).


NOTAS


(1) Ciertos historiadores interesados han tratado de brindar una imagen pura de Luis IX tratando de justificar lo injustificable. Lo concreto es que el rey capeto fue el propulsor de dos cruzadas contra los musulmanes a los que aborrecía y buscaba exterminar. Una de sus consignas era precisamente: «Hay que hacer entrar la espada en el vientre de los infieles tanto como quepa». Aunque fue canonizado santo por el pontífice Bonifacio VIII el 11 de agosto de 1297,sus biógrafos de ayer y de hoy como el senescal Jean de Joinville (1225-1317) o el mediavalista Jacques Le Goff (1924) reconocen que no era un dechado de virtudes y que trataba de disfrazar su mundanalidad con actitudes aparentemente piadosas. En Europa sus principales víctimas fueron los cátaros a los que exterminó entre 1244 (Montsegur) y 1255 (Queribús). La excusa de las Cruzadas permitió a los franceses , independientemente de apoderarse de la región occitana, de hacerlo, asimismo, de la región del Languedoc. Los Cátaros que se rindieron, fueron todos quemados por orden de Luis IX en combinación con el Papado y la Inquisición.

(2) El califa abbasí al-Mu’tasim vivió entre 794-842 y gobernó entre 833-842. Era hijo de Harún ar-Rashíd (766-809). Fue el primer califa en reclutar esclavos de origen turco. Gracias al concurso de estos primeros mamelucos, logró aplastar la rebelión persa liderada por Babak y derrotar al año siguiente al ejército del emperador bizantino Teófilo (g. 829-842), destruyendo además las fortalezas de Ancyra (Ankara) y Amorium (Frigia).

(3) El Dr. David Ayalon es uno de los más grandes eruditos del siglo XX en asuntos académicos del Medio Oriente. Durante más de cincuenta años estuvo dedicado a los estudios de los Mamelucos, un trabajo pionero que dio lugar a una escuela de especialistas en la materia única en el mundo. Nació en Haifa en 1914. Durante su niñez y adolescencia tuvo muchos amigos palestinos y aprendió naturalmente el árabe. En 1933 ingresó en la recién fundada Universidad Hebrea de Jerusalén estudiando el idioma y literatura árabes. Por recomendación del eminente arabista Shlomó Dov Goitein (1900-1985) estuvo un año perfeccionado sus estudios en la Universidad Americana de Beirut. Desde principios de los años cuarenta David Ayalon inició sus investigaciones sobre los Mamelucos que durarían el resto de su vida. Por cierto que sus estudios abarcaron también otras civilizaciones islámicas como los Selÿukíes e Ilhánidas. Generaciones de estudiantes judíos y árabes (musulmanes y cristianos) reconocieron en David Ayalon un ustãdh (‘profesor’) ascético, riguroso y comprensivo. En 1947 junto a Pesach Shinar, David Ayalon produjo el “Diccionario de Árabe Moderno Hebreo-Árabe”, que es conocido simplemente como Ayalon-Shinar, insuperable hasta la fecha cuya riqueza y precisión es apreciada por los especialistas. David Ayalon se casó con la Prof. Miriam Rosen-Ayalon, una especialista en el Irán islámico y otras culturas de Oriente. En 1950, Ayalon fue invitado por Shlomó D. Goitein y el turcólogo Uriel Heyd ha establecer un Departamento de Historia del Medio Oriente en la Universidad Hebrea de Jerusalén donde no sólo desarrolló carreras sobre el Islam medieval sino sobre el mundo contemporáneo. Su ímproba tarea ha servido para el entendimiento entre judíos y musulmanes. Su discípulo y heredero en los estudios mamelucos es el Dr. Reuven Amitai, actual titular.

(4) Rabí Moshé Ben Nahmán (1194-1270), nacido en Cataluña (España).

(5) Véase P. Thorau: “The Battle of Ain Jalut. A Re-examination”, en P. Edburg (ed.): Crusade and Settlement, Cardiff, 1985, pp. 236-241; y Reuven Amitai-Preiss: “In the Aftermath of Ayn Jalut: The Beginnings of the Mamluk-Ilkhanid Cold War”, en Al-Masaq (Studia Arabo-Islamica Mediterranea), International Journal of Arabo-Islamic Mediterranean Studies, 3 (1990), pp. 1-21.

(6) Abdurrahman Ibn Ismail, llamado Abu Shama (1203-1268), nació y murió en Damasco, viviendo un tiempo en Alejandría. La historia de los reinos del atabeg turco Nuruddín Ibn Zengui y el sultán Saladino, es su obra principal titulada Kitab ar-Raudatein fi ajbar al-daulatein (“Libro de los dos jardines”), publicado por M. Hilmi Ahmad, El Cairo, 1962.

(7) El liderazgo del Sheij de La Meca se había creado en el siglo X. Estaba destinado a garantizar el libre acceso a las ciudades santas por parte de los musulmanes de todos los orígenes y de todas las tendencias.

(8) Hacia 1798 el Imperio Otomano concertó una alianza con Inglaterra contra la Francia revolucionaria. Napoleón Bonaparte (1769-1821), inquieto general de la República, pensaba que la batalla contra los ingleses no debía ser librada en el Támesis sino en el Nilo. Los ingleses necesitaban de Egipto, Palestina y Siria para asegurarse la ruta a la India. Además el estratega corso soñaba con reabrir el antiguo canal de los faraones, pasar sus navíos al mar Rojo y socorrer con su ejército al sultán Tipu de Mysore (1750-1799) en el sur del subcontinente asediado por un contingente británico entre los que se encontraba Arthur Wellesley, futuro duque de Wellington. El 21 de julio de 1798, entre las pirámides y el Nilo, el ejército bonapartista derrotó a la columna egipcia (seis mil mamelucos y quince mil fellahín -“campesinos”-) de Murad Bey que representaban los intereses anglo-otomanos en la región. La carga de caballería de los mamelucos fue desbaratada por el nutrido fuego de fusilería de los granaderos franceses. La mayoría de los jerarcas mamelucos huyeron a Siria y luego ayudaron a los británicos en Acre (Palestina) contra el infructuoso sitio que realizó Bonaparte entre el 17 de marzo y el 21 de mayo de 1799. También participarían del ataque anglo-turco contra Abukir el 25 de julio de 1799 que terminó en un desastre. Napoleón llevó a Europa algunos batallones mamelucos que actuaron bajo el mando del mariscal Joachim Murat (1767-1815, en Madrid (2/5/1808). El estratega corso contaría con dos edecanes mamelucos: Rustam, su guardia personal y palafrenero, y Alí, su bibliotecario, que lo acompañaría hasta las horas finales en el confinamiento de la isla de Santa Helena (cfr. R.H.S. Elía: Napoleón Bonaparte y la apología del Islam, en El Mensaje del Islam Nº 10, Buenos Aires, diciembre de 1993, pp. 42-73).

(9) Muhammad Alí o Mehmet Alí (1769-1849), nacido en Kavala (Grecia), de padres albaneses, tuvo una experimentada formación militar. Desde 1799 hasta 1801 luchó en varias batallas en Egipto, entonces parte del Imperio otomano, contra las tropas francesas dirigidas por Bonaparte. En 1805 Muhammad Alí fue nombrado virrey de Egipto por los ulemas de El Cairo, con el título de pashá. Inspirándose en las enseñanzas de Bonaparte reorganizó el ejército. En 1807 derrotó una invasión británica. Cuatro años después aseguró su supremacía en Egipto al eliminar a los mamelucos, que conspiraron para arrebatarle el poder. Muhammad Alí fomentó las ciencias y las artes y creó nuevas industrias nacionales impulsando notablemente el desarrollo de Egipto. Ante los musulmanes apareció como el defensor de la doctrina del Profeta del Islam, contra la corrupción otomana y sus aliados británicos. Ideó un sistema de revolución agraria islámica, aboliendo la propiedad territorial privada, transformando de esta manera a los terratenientes en arrendatarios del Estado. Fue el fundador de la ciudad de Jartúm en 1823, hoy capital de la República del Sudán.

(10) Según una tradición consignada por escrito, a principios del siglo XVI, Mahmud Kati afirmaba que, cuando el emperador no había salido todavía de su palacio, la cabecera de su caravana estaba ya en Timbuktú.

(11) Un aspecto poco conocido por el público en general es la cultura que se desarrolló en la costa oriental del África (al sur del «Cuerno» somalí), entre los siglos VIII y XVI, conocida como cultura Zanÿ o Zandj (del persa y árabe zanÿ: «de los negros»). La historia comienza en 695, cuando el caudillo shií Hamza de Omán llegó a la isla de Zanzíbar (zanÿ bar significa en persa «costa de los negros») —en la actual Tanzania— con un grupo de partidarios. En 740 otros shiíes que huían de La Meca, luego de haber fracasado la revolución de Zaid Ibn Alí Ibn al-Husain Ibn Alí Abi Talib (699-740), fundaron Muqdisho (Mogadiscio), capital de la Somalía de nuestros días. Hacia 834, shiíes vencidos en Basora (Basra, Irak), se instalaron en la isla de Socotra frente a Adén, y se convirtieron en prósperos comerciantes y audaces marinos. Sin embargo, la migración más decisiva sería la de 975, cuando Alí Ibn Sultan al-Hasan, príncipe de la ciudad persa de Shiraz, con un gran número de seguidores —perseguidos por su confesión shií— y siete navíos llegaron a la región y fundaron los puertos de Kilua o Kilwa (975) en Mozambique, Manisa o Mombasa (978) en Kenia, Sofala (980) en Mozambique, Pemba (980) en Tanzania, Malindi (990) y Lamu (1005) en Kenia y Mozambique (1080). Sus descendientes —y por extensión toda la población mestiza de la costa— se llamaron a sí mismos «shirazis», denominación genérica que se mantiene aun hoy. Cerca de Malindi, de donde partió la flota de Vasco de Gama en su etapa final a la India en 1498 guiada tal vez por Ibn Maÿid (o por otro piloto musulmán), floreció una legendaria ciudad musulmana llamada Guedi —sus ruinas subsisten todavía— con hermosas mezquitas, palacios, casas de varias plantas, jardines y tumbas de estilo persa y una enorme muralla de seis metros de altura que la rodeaba enteramente. Tantos los árabes como los persas blancos se mezclaron totalmente con los pueblos somalíes y bantúes de la costa. El mestizaje entre poblaciones africanas y asiáticas bajo la bandera del Islam dio nacimiento a una lengua específica, el swahili (de sahil, plural desawahil, la «costa» en árabe), escrita en caracteres árabes a partir del siglo XVI— con una base gramatical bantú y más del 40% de su léxico tomado del árabe y en parte del persa, daría comunidad cultural a todo el litoral entre Mogadiscio y Sofala, facilitando a sus poblaciones el acceso a la civilización islámica, y el conocimiento de los mercados adecuados para los productos regionales. En la actualidad, el swahili, escrito en alfabeto latino, es la lingua franca de todo el África oriental y se enseña en Kenia, Tanzania y Uganda. Así se estableció un activo intercambio directo con Arabia, Persia, India, Siam e incluso China. En 1415, por ejemplo, una embajada de Malindi regresó al Zanÿ escoltada por la flota del primer almirante del imperio Ming, el musulmán Zheng He.«Cuando los portugueses llegaron al Zandj en camino hacia la India, en 1498, quedaron profundamente impresionados por el tamaño y la limpieza de la ciudades, la calidad de las casas y el lujoso buen gusto con que eran decoradas, también por la belleza y elegancia de las mujeres, que participaban de la vida social. Sin embargo, dado que su interés primordial era el comercio con la India y luego el monopolio del tráfico mercantil, los lusitanos vieron en las ciudades zandj temibles competidores que debían ser eliminados: en 1500 atacaron y destruyeron Mozambique, y continuaron su obra con tal saña que, en medio siglo, habían destruido todas las ciudades de la costa oriental. Su objetivo era transferir todo ese activo comercio hacia las factorías que crearon. Pero no sólo no lo consiguieron, sino que su presencia significó un enorme retroceso económico y cultural para los pueblos afectados» (Guía del Tercer Mundo 91/92 dirigida por Roberto Remo Bissio, Instituto del Tercer Mundo, Montevideo, 1991, p. 590). Las expediciones de los zanÿ hacia el interior del continente negro para procurarse oro, marfil, hierro y maderas preciosas fueron conocidas como safaris (del árabe safar, “viaje”). La civilización musulmana swahili tuvo su último esplendor en el siglo XIX con dirigentes como Sa’id ibn Sultán (1791-1856), sultán de Muscat, Omán y Zanzíbar, y el comerciante Muhammad bin Hamid llamado Tipu Tib (1837-1905).Véase W. Vincent: Commerce and navigation of the Ancient in the Indian Ocean, 2 vols. Londres, 1807; C. Bouvat:L’Islam dans l’Afrique nègre. la civilization swahili. Revue du Monde musulman, 2 (5-7-10-27), París, 1907; G. Hamilton: Princes of Zinj. The rulers of Zanzibar, 1796-1856, Londres, 1912; X.J.L. 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(12) Ibn Jaldún: Introducción a la historia universal. Al Muqaddimah, Fondo de Cultura Económica, México, 1997 (3ª edición).

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