LAS NAVAS DE TOLOSA, EL REY LOBO Y LA ESMERALDA DEL CALIFA
En el verano de 1212, tras la llamada del papa Inocencio III a los reinos cristianos de la península ibérica a realizar una cruzada contra los almohades de al-Ándalus, una coalición formada por los reyes de Castilla, Aragón y Navarra venció a las tropas del califa Muhammad an-Nasir, muy superiores en número, en la batalla de las Navas de Tolosa.
Puesto en fuga el príncipe sarraceno por la llegada de las tropas y reyes cristianos a su real, la leyenda cuenta la captura de tres trofeos por parte de los reyes, que aún se conservan: el pendón del califa, las cadenas de su real y la esmeralda de su turbante. Estos dos últimos habrían pasado a formar parte del escudo de Navarra y, de ahí, al de España.
Claro que todo este asunto de los trofeos no es más que leyenda…
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Los reinos cristianos
Alfonso VIII, el Noble, se ciñó la corona de Castilla a los tres años de edad. Metafóricamente, claro, porque lo que ocurrió en realidad es que, para evitar disputas entre las dos familias nobles más poderosas de Castilla, la Casa de Castro y la Casa de Lara, se designó como tutor del joven rey a un miembro del primer linaje, y como regente a uno del segundo.
Juego de tronos en la Castilla del siglo XII
No sólo no se evitaron las disputas, sino que se originó una guerra civil. Los Lara se apoderaron del rey, llevándoselo a sus tierras, y mientras Laras y Castros se enfrentaban entre sí por el poder los reyes vecinos, Fernando II de León (tío, por cierto, de Alfonso) y Sancho VI de Navarra, decidieron pescar en río revuelto y comenzaron a conquistar ciudades de Castilla.
La cosa estuvo a punto de terminar bastante mal para el niño cuando los Lara estuvieron a punto de entregarlo a Fernando II (que, por muy tío suyo que fuera, no tenía buenas intenciones), si no hubiera sido por la actuación in extremis de un hidalgo caballero que lo sacó del nido de víboras palacio y lo puso a salvo en las villas leales del norte del reino hasta su mayoría de edad.
El caso es que, llegado por fin el momento, el muchacho fue nombrado rey por las Cortes de Castilla. Para situarte, estamos ahora en 1170 y Alfonso tiene veintidós años. Se casa con la Leonor de Plantagenet (hija de Enrique II de Inglaterra y hermana de los futuros Ricardo Corazón de León y Juan sin Tierra) y se pone manos a la obra: tenía que recuperar los territorios de Castilla que los reyes vecinos habían conquistado durante su minoría de edad. Que no eran pocos.
Antes de que te desesperes y te aburras, te diré que te cuento todo esto porque Alfonso fue el principal promotor de la lucha contra los almohades, y para que veas el ambiente de concordia y camaradería que imperaba entre los reinos cristianos durante la Reconquista. Todos muy amigos y tal. Por algo tardaron siete siglos en recuperar lo que los moros les habían conquistado en una década.
Y el muchacho se manejó bastante bien. Una década y media más tarde no sólo había recuperado los territorios perdidos, sino que además, de alguna forma, había sido capaz de formar una alianza entre todos los reinos cristianos de la península (Portugal, Castilla, León, Navarra y Aragón) para impulsar la Reconquista.
Estatua de Alfonso VIII en Cuenca, ciudad que reconquistó
Pero la cosa se le puso bastante difícil cuando el califa al-Mansur (no lo confundas con el otro al-Mansur,Almanzor, hay más de dos siglos entre uno y otro) desembarcó en Tarifa con un gran ejército y lo derrotó en la batalla de Alarcos. Los almohades invadieron el valle del Tajo, lo que dejaba al Reino de Castilla en una posición muy delicada.
Alfonso VIII vio el peligro de perder Toledo y de que el valle del Tajo se convirtiera en el punto de partida para una nueva conquista de Castilla por parte de los sarracenos, así que tenía que reaccionar de alguna forma. Sí, es cierto, ahora había una alianza entre los reinos cristianos, pero tienes que entenderla más bien como un pacto de cooperación más que como un tratado de ayuda mutua. Si caía no recibiría ayuda de nadie, al contrario, sabía que el resto de reyes cristianos harían leña del árbol caído.
La llamada de Inocencio III
Y aquí entra en juego un viejo amigo nuestro, que ya conocimos cuando hablábamos de la Cuarta Cruzada, y nos lo volvimos a encontrar al tratar sobre la cruzada albigense.
Era un papa obsesionado con el poder, aunque no tengo muy claro si lo quería para sí mismo o para la Iglesia. En cualquier caso, siendo papa venía a ser lo mismo. Aparte de los dos ejemplos anteriores, que hablan por sí solos (aunque el asunto de la Cuarta Cruzada le salió rana), también provocó una larga guerra en el seno del Sacro Imperio Romano Germánico por su pretensión de convertirlo en un estado teocrático centrado en su figura a base de mover la corona de Rey de los Romanos de una cabeza a otra según le convenía.
La cuestión es que en él encontró Alfonso VIII su tabla salvadora, sabedor de su afinidad por las cruzadas o, en general, por cualquier hecho que pudiera acrecentar el poder del cristianismo. ¿Y qué hizo Alfonso? Pues solicitó al papa, a través del arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada, la consideración de Santa Cruzada para su lucha contra los almohades.
La jugada le salió redonda. Gracias a la llamada del papa no sólo se unieron a él Pedro II de Aragón, Sancho VII de Navarra y, en menor medida, tropas portuguesas (que acudieron sin su rey, Alfonso II), sino que además llegaron hasta Toledo muchas tropas de las órdenes militares y cruzados volutarios de varios estados de Europa, aunque finalmente muchos de estos no llegaron a luchar debido a las órdenes de Alfonso de tratar de forma humanitaria a los judíos y musulmanes de los territorios conquistados.
El imperio almohade
Hacia la mitad del siglo XII una dinastía de origen bereber, los almohades, se extendió por los territorios del norte de África y de al-Ándalus, desbancando a los almorávides.
El imperio almohade en su máxima extensión
El fin de los almorávides
Es único en su eternidad; no hay nada con él más que él, ni se encuentra más que él, ni tierra, ni cielo, ni agua, ni aire, ni vacío ni lleno, ni luz ni tinieblas, ni noche ni día, ni perceptible ni audible, ni sonido ni ruido, sino el Único, el omnipotente. No tiene igual en su eternidad, en su poder y en su divinidad… Es el primero, no limitado por ninguna prioridad, y el último, no limitado por una posteridad.
Ibn Tumart
Ibn Tumart, un religioso bereber, fundó el movimiento almohade como respuesta a la relajación religiosa que habían experimentado en los últimos años los almorávides y su debilidad con respecto a los reinos cristianos, que avanzaban en la reconquista. Celoso guardián del islam, llegó incluso a atacar a la hermana del emir almorávide de Marruecos por salir a la calle sin velo.
La cuestión es que sus ideas comenzaron a propagarse por todo el territorio dominado por los almorávides, hasta que en 1125 estalló la rebelión. Comenzó entonces una lucha interna larga y feroz entre almohades y almorávides, con victorias y derrotas, avances y retrocesos.
El Rey Lobo
Uno de los dirigentes que más resistieron al avance almohade fue Muhammad ibn Mardanis, a quien los cristianos bautizaron (eso de bautizaron es un decir) con el feroz sobrenombre de el Rey Lobo.
Me vas a permitir que me desvíe ligeramente del tema principal y le dedique unas palabras a Ibn Mardanis, un líder militar que había aprovechado la decadencia del poder almorávide para proclamarse emir independiente de Mursiya. Sí, mi querida Medina Mursiya, Murcia, fundada poco más de tres siglos antes por orden de Abderramán II, que se convirtió en la época de Ibn Mardanis en capital del reino de taifa.
Ibn Mardanis, el Rey Lobo, se convirtió de facto en el dominador de Xarq al-Andalus, el Levante de al-Ándalus, dirigiéndola desde su castillo en el cerro que domina la vega media del río Segura, en Monteagudo, a muy poquitos kilómetros de donde estoy ahora sentado escribiendo esto, y cuyos restos (los del castillo, no los del emir) aún siguen allí, testigos del poder que una vez el Rey Lobo ejerció sobre el levante español.
El cerro de Monteagudo con los restos del castillo del Rey Lobo, dominando la huerta de Murcia (la estatua del Redentor es del siglo XX)
Desde allí se convirtió en el adalid de la resistencia andalusí frente al avance almohade, llegando a conquistarles Jaén y Granada y poniendo cerco a Sevilla. Durante esos años, y hasta la muerte del Rey Lobo en 1172 con Mursiya sitiada y asediada por el ejército almohade, la ciudad del Segura alcanzó un esplendor político y cultural comparable al de las grandes capitales islámicas del momento.
Me seco la lagrimilla y seguimos.
El Miramamolín
Muhammad an-Nasir era el califa de la dinastía almohade en la época que hoy nos ocupa, cuatro décadas después de la muerte de Ibn Mardanis. Fue su padre el califa al-Mansur, del que hablaba más arriba, quien había vencido a Alfonso VIII en Alarcos, y su posición frente a los reinos cristianos de la península era ahora muy fuerte, más de lo que lo había sido durante todo el periodo de dominación almorávide de al-Ándalus.
Su título en árabe era Amir al-Mu’minin, el Príncipe de los Creyentes, que los cristianos deformaron conociéndole con el sobrenombre de Miramamolín. Un ultrarradical islámico (como buen almohade) que había proclamado la yihad y jurado extender la media luna por toda la península ibérica y, si me apuras, por toda la cristiandad.
Las tropas cristianas combinadas se congregaron en Toledo. En total se reunió un ejército cristiano de doce mil combatientes, unos ocho mil infantes y la mitad de caballeros.
El ejército almohade era mucho mayor. A pesar de las cifras dadas en las crónicas de la época, visiblemente exageradas para maximizar la gesta, se calcula que serían de aproximadamente el doble que las tropas cristianas, que tampoco es moco de pavo.
El encuentro entre ambas fuerzas se produjo en las cercanías de la actual población de Santa Elena, en Jaén. La idea cristiana era la de una batalla campal, y por ello se dirigieron al gran llano donde los almohades estaban acantonados.
Pero el Miramamolín se adelantó a los reyes cortándoles el acceso al valle y situando sus tropas en posiciones estratégicas, lo que dejó a las tropas cristianas rodeadas de montañas y sin sitio para desplegarse y evolucionar.
La carga de los tres reyes
El asunto no pintaba nada bien para los cristianos, con las tropas cargando cuesta arriba (recuerda que están en pleno mes de julio, en lo más caluroso del verano andaluz andalusí, en pleno campo de Jaén, vestidos con telas gruesas y cotas de malla) mientras recibían la lluvia de flechas sarracenas.
Al poco de empezar de batalla los cristianos ya no luchaban por la victoria, sino por su vida. Las primeras líneas caían una tras otra mientras Alfonso VIII, Pedro II y Sancho VII, al frente de las líneas de reserva en retaguardia, comenzaban a ver claro el resultado de la contienda.
Resuelto a vender cara la piel, Alfonso VIII desenvainó su espada y dirigiéndose al arzobispo Jiménez de Rada le dijo:
¡Arzobispo, muramos aquí yo y vos!
Y ordenó la carga de toda la retaguardia lanzándose hacia el enemigo, seguido de Pedro II y Sancho VII al frente de los suyos. Las líneas islámicas, viendo lo que se les venía encima, pendones y caballería pesada incluidos, primero flaquearon y después se batieron en retirada.
Y las tropas cristianas, que ya se veían vencidas y muertas, viendo a sus reyes cargar y a los sarracenos mostrarles las espaldas en un sálvese quien pueda generalizado, cargaron con los monarcas matando moros a diestro y siniestro hasta llegar al campamento del Miramamolín.
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Los tres trofeos
An-Nasir ya no estaba allí, claro está. Salió huyendo y no paró hasta llegar a Jaén. Literalmente, ya que se refugió en esta ciudad para intentar reordenar sus tropas. Pero ya nada fue igual para los musulmanes andalusíes. La derrota en las Navas de Tolosa, y la pérdida de poder que conllevó, favoreció que al-Ándalus se volviera a romper en reinos de taifas (por tercera y última vez) facilitando la Reconquista.
Pero eso queda para otro día. Ahora habíamos dejado a los reyes cristianos llegando al real del califa. Allí se supone (y nos adentramos en territorio de leyenda) que capturaron tres trofeos.
El rey Alfonso VIII capturó el pendón del califa, un pendón de seda con hilos entorchados de oro con versículos del Corán, que se conserva en el monasterio de las Huelgas, en Burgos. Sin embargo, algunos estudios recientes parecen señalar que el pendón de las Huelgas fue capturado por Fernando III el Santo, nieto de Alfonso VIII, así que no estuvo en la batalla de las Navas de Tolosa.
La tradición otorga a Sancho VII el Fuerte por su parte la captura de otros dos trofeos. Por una parte, las cadenas que cercaban el real del califa, por ser el primer rey que penetró en él, rompiéndolas con su espada.
Las supuestas cadenas del real de an-Nasir, que se encuentran expuestas en la colegiata de Roncesvalles
Estas cadenas, que actualmente se conservan en la colegiata de Roncesvalles, las llevó consigo Sancho VII y finalmente las incorporó al escudo de Navarra para conmemorar el episodio.
Actual escudo de Navarra
Sin embargo parece que la leyenda de las cadenas apareció en el siglo XIV. Fue precisamente Sancho VII quien estableció un águila heráldica como escudo de Navarra, y siguió usándose hasta después de su muerte.
La leyenda de la esmeralda
Pero sin duda la leyenda más extendida y que más llama la atención es la del segundo trofeo capturado por Sancho VII: nada menos que la esmeralda que el Miramamolín lucía en su turbante (otras versiones dicen que adornaba su Corán).
La esmeralda se conserva también en la colegiata de Roncesvalles, y desde el siglo XVII está engarzada en un medallón de oro junto con otras esmeraldas traídas de América. Aunque tradicionalmente se la conoce como la esmeralda del Miramamolín, lo cierto es que ninguna crónica de la época nombra la joya.
Me temo que sin un estudio gemológico serio (cosa que seguramente nunca llegará a hacerse) no se podrá saber la auténtica procedencia de la famosa esmeralda.
La esmeralda del Miramamolín y el escudo de España
Y lo más curioso del caso es que la esmeralda también aparece en el escudo de España. Fíjate bien:
Escudo de España, cuyo cuarto cuartel está formado por las armas de Navarra
Al igual que las cadenas, la esmeralda fue incorporada al escudo de Navarra. Y aunque éste se incorporó por primera vez en uno de los cuarteles del escudo de España por José I (sin comentarios), la esmeralda no estaba en esa versión.
Ni en ninguna de las siguientes hasta la aprobada por… Amadeo I. Así que, desde que la incluyera el de Saboya en 1870, todas las versiones del escudo de España han incluido la joya que, según la tradición, Sancho VII capturó al califa que quiso acabar con la España cristiana.
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