No hay mayor elogio sobre Don Álvaro de Bazán, héroe de la batalla de Lepanto, que el que le dirige el
Quitar importancia a la batalla de Lepanto es otro episodio más de desprecio a las gestas españolas»
En un terreno tan minado de mitos ingleses como es la historiografía naval, este historiador madrileño lleva años trabajando en reivindicar el potencial de la Armada española a lo largo de los siglos y a sus héroes olvidados
Retrato de Don Álvaro de Bazán
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historiador Agustín R. Rodríguez González tras dedicarle un estudio biográfico. «La gente corriente destaca en una o dos cosas, pero Bazán lo hacía todo perfecto y encima era humilde. No se le conoce ninguna derrota». En un terreno tan minado de mitos ingleses como es la historiografía naval, este historiador madrileño lleva años trabajando en reivindicar el potencial de la Armada española a lo largo de los siglos y a sus héroes olvidados. Coincidiendo con el 446º aniversario de la batalla de Lepanto, presenta su obra «Álvaro de Bazán: Capitán general del Mar océano» (EDAF, 2017) en el que relata la historia de este marino granadino y su papel protagonista en «la mayor ocasión que vieron los tiempos».
–¿Por qué no existía una biografía reciente de Don Álvaro de Bazán y sí de personajes más secundarios?
–Es sorprendente, porque es un personaje central de nuestra historia. Aparece citado hasta en el manual más básico y, sin embargo, no tiene obras actualizadas dedicadas a él. La última biografía que tengo controlada suya es de 1943; luego hubo una en el aniversario de su muerte, aunque no fue comercial, y hace poco un señor ingeniero sacó una pequeña edición.
–Es Don Álvaro de Bazán «el viejo», padre del héroe de Lepanto, el que llevó a su familia y a sus hijos a internarse en el mundo marítimo. No era habitual entre la nobleza ese camino, ¿por qué lo escogió?
–Desde tiempos medievales los navegantes eran considerados un trabajo para mecánicos. Un hombre de armas de verdad era otra cosa, según su concepto. No obstante, tras participar en la conquista de Granada, Don Álvaro de Bazán «el viejo» se dio cuenta de que con el Descubrimiento de América las fronteras del Imperio español ya no eran terrestres, sino marítimas. Ser militar de tierra ya no era tan importante. Esta prioridad por el mar se la legó a sus hijos, así como la preocupación por cuestiones técnicas (toneladas, diseño, técnicas de construcción de los barcos), algo rarísimo en la nobleza. Tanto como el hecho de que los embarcó desde pequeños y, a la vez, los dio una formación humanística de primer orden. El padre tenía una visión muy moderna de la guerra y del mundo.
–Eligen el mar antes que la tierra, y también el Mediterráneo por delante del Atlántico, ¿por qué le dan la espalda a América?
–Se mueven entre dos mundo, la lucha mediterránea y la atlántica, pero no quieren saber nada de América ni de la Casa de Contratación de las Indias, controlada por burócratas y grandes comerciantes, después de haber tenido varios choques con ellos. Además, tenían un recuerdo doloroso de América desde que el hijo pequeño, Luis, murió allí en uno de los barcos de su padre.
–Se dice que Bazán hijo nunca perdió una batalla, ¿es cierto o es un mito?
–Sí, completamente cierto. No perdió ninguna batalla y todas las operaciones en las que participó salieron bien. Con él se ganaba siempre, estando al mando o simplemente presente con su serenidad y calma. La gente corriente destaca en una o dos cosas, pero Bazán era un jefe al mando muy bueno, un asesor buenísimo, como demostró en Lepanto; y un eficiente diseñador de barcos. Todo ello sin ponerse plumas: era muy humilde. Además de valiente, razonable, preocupado por su gente, con una buena cabeza para los números y la logística. ¿En qué fallaba este hombre? Lo único que le he encontrado es que tuvo algún bastardo, aunque ya se sabe que los marinos tienen a una mujer en cada puerto (ríe).
–En el rescate a Malta el marino granadino destacó por primera vez en una operación ideada por él para romper el bloqueo turco, ¿cómo fue esta presentación en sociedad?
–Las victorias tienen muchos padres y las derrotas ninguno. Pero cuando los españoles liberaron Malta, al que fue a felicitar Jean Parisot de La Valette, Gran maestre de la Orden de Malta, fue a Bazán, al que dio las gracias por su papel y porque sabía que el plan fue suyo. En Malta demostró ya que era un hombre muy reflexivo, con mucha experiencia, al que, cuando al resto le sube la adrenalina y no piensan con claridad, mantiene la sangre fría.
–¿Cómo fue el papel de Bazán como asesor de Don Juan de Austria en Lepanto?
–Don Juan de Austria en Lepanto tenía 24 años y la única guerra que había visto era en las Alpujarras. Sabía poco de galeras. Bazán había estado al mando de la escuadra del Reino de Nápoles y era mejor influencia que Luis de Requesens, el hombre situado por el Rey para asesorar a Don Juan. El granadino ejerció así como su principal asesor marítimo y evitó los días previos que casi se fuera a la porra la alianza por un rifirrafe con los venecianos. En ese momento de tensión el puso la calma y la prudencia, cuando lo más fácil era enfadarse y actuar como el típico soldado español bravucón.
–Y durante la batalla, ¿cuál fue su rol?
–La actuación en Lepanto fue completamente decisivo, más que la de ningún otro. Fue el auténtico artífice de la victoria. Don Juan de Austria le reservó un puesto en retaguardia, como a los triarii, la unidad de élite de las legiones romanas, para rematar la fase final. En la izquierda, controlado por el mando veneciano, fue Bazán el que decidió la batalla; en el centro, cuando Don Juan de Austria estaba rodeado es quien le salvó de verdad; y en la derecha, cuando el genovés Gian Andrea Doria (más atento a los contratos que a servir al Rey) metió la pata, acudió Bazán para rescatarlo.
Una prueba de que se expuso a mucho riesgo es que en la batalla recibió dos disparos en su armadura –hecha en Milán para frenar las balas–, y al capitán de su galera le arrancan las dos piernas. Además, el granadino estaba detrás del diseño de buena parte de las galeras españolas, que eran más pesadas y anchas que las turcas y venecianas y permitían poner más cañones. Sabía que la ventaja cristiana estaba en barrer con artillería y disparos de arcabuceros las cubiertas, primero. Y curiosamente no le dieron ninguna recompensa por su papel, puesto que marqués le habían hecho dos años antes como consecuencia del socorro de Malta.
–Hay cierta corriente histórica que minusvalora las consecuencias de Lepanto.
–Menospreciar Lepanto es un tema muy viejo. El primero en hacerlo fue el francés Voltaire. Es otro capítulo más del menosprecio de la historiografía universal a los méritos españoles. Si la hubieran ganado otros, británicos o franceses, sería un elemento central y se habrían hecho infinidad de obras de ficción. Luego está el caso de los italianos, que son los únicos que la valoran pero intentan atribuirse ellos la victoria.
–Pero en verdad no se sacó mucho provecho a corto plazo de la victoria.
–Es cierto que la alianza con los venecianos duró muy poco tras la batalla, porque ellos hicieron la paz con los turcos. En España, además, estábamos ya más preocupados por el norte de África que por lo que pudiera ocurrir allí o en el Mediterráneo Oriental. A todo ello había que sumar que estaba a punto de saltar por los aires la rebelión de Flandes y España tenía muchos frentes abiertos. No obstante, las consecuencias fueron muy claras, porque Turquía nunca más volvió a recuperar la iniciativa ni la confianza en el Mediterráneo. Siguieron pujantes en los Balcanes, pero en la mar les pesó estar quedándose atrás tecnológicamente. Lepanto fue su última oportunidad de salir al Estrecho y cambiar la historia.
–Tras Lepanto Bazán pasó en pocos años del Mediterráneo, con galeras, al Atlántico, al mando de galeones. ¿Qué tal se movió en esta transición tan radical?
–Es excepcional lo bien que Bazán funcionaba en todas las situaciones. Igual de bien en el Mediterráneo que en el Atlántico, con galeras que con galeones, frente a franceses o contra turcos... Es rarísimo, porque las tácticas y las necesidades de cada tipo de lucha son radicalmente distintas. Eso sin mencionar que se manejaba muy bien en operaciones anfibias. La cabeza que vale para dirigir operaciones navales casi nunca sirve para una visión terrestre. La suya sí.
–Su gran éxito atlántico ocurre frente a las Islas Terceiras. La decisión de adelantarse del galeón San Mateo marcó el devenir del combate y atrapó a los franceses y portugueses partidarios del Prior Antonio en una trampa. ¿Formaba parte del plan de Bazán o fue un error de navegación?
–Lo primero que hay que entender es que en el San Mateo iba Lope de Figueroa, un militar de aupa de ese período, que era muy capaz de soportarlo todos los abordajes. Además, nadie lo dice, pero el San Mateo estaba dirigido Don Alonso de Bazán, el hermano del comandante. Estoy convencido de que fue una trampa de Bazán para hacer un movimiento envolvente a los franceses. La prueba es que en la Armada Invencible Juan Martínez de Recalde, cercano a Bazán, intentó lo mismo y los ingleses, que observaron de cerca la batalla de las Terceiras, tomaron nota y no cayeron en la trampa.
–Lo único que manchó esta victoria tan particular es la ejecución de los prisioneros, que fue un suceso que generó mucha controversia en Europa. No casa mucho con el carácter sosegado del marino que presentas en tu libro.
–Es algo muy raro en él. Debía tener órdenes directas de Felipe II de tratarlos como piratas y actuar así. Y es que en la misma escuadra de Bazán hubo quejas e intentos como el de Miguel de Oquendo de salvar a alguno de los condenados. La cuestión es que Felipe II no iba a reconocer que había dado esa orden.
–Los españoles adquirieron ya entonces una fama de infalibles en los asaltos.
–Los abordajes en esta época no eran lo que piensa la gente al estilo «Piratas del Caribe», con espadas en la mano y lanzándose colgados en cuerdas. En la fase del abordaje, los españoles tenían claro que los arcabuces eran el arma perfecta, la punta de lanza, para una descarga a bocajarro que causara espanto. Después de la descarga a distancia corta, como si fuera una escopeta recortada, ya se entraba con espadas y arcabuces a rematar. Era la única manera de abrirse paso en cubiertas atrincheradas, porque además lo difícil era saltar de barco en barco.
–Con el impulso de la conquista de Portugal, Bazán escribió al Rey animándole a acometer la empresa inglesa de 1588.
–El mismo Bazán le dijo a Felipe II tras la campaña que era el mejor momento para una guerra contra Inglaterra, tanto por la moral en alza como por la cantidad de barcos reunidos. Bazán propuso una flota de invasión que saliese de Lisboa y desembarcase directamente en Irlanda. Justificó el alto coste económico de la operación en que lo que se ahorrase de acabar con la piratería iba a merecer la pena a largo plazo. Así las cosas, el Rey tardaría años en decidirse y, cuando lo hizo, empleó un plan mixto: una flota iría hasta el Canal de la Mancha y, una vez hubiera contactado con Flandes, trasladaría a Inglaterra el ejército de Farnesio. Sin puertos allí y con las dificultades de navegación del Canal, no tenía ni pies ni cabeza el plan, pero a Felipe II se le ocurrió que era maravilloso.
–Bazán falleció en vísperas de la campaña y Felipe II le acusó a él de los retrasos en los preparativos, ¿estaban justificadas las críticas?
–El granadino era un gestor muy serio y un planificador minucioso. Su trabajo quedó incompleto. Felipe II era, por su parte, muy comprensivo con los ineptos y muy exigentes con los que cumplían como Bazán. Desesperado por los retrasos, envió al Conde de Fuentes a que realizara un informe sobre la situación, que al final resultó positivo. No en vano, desde el principio es evidente que Felipe II estaba jugando con dos barajas, porque la flota se concentró en Lisboa, mientras el gran responsable del abastecimiento era Medina Sidonia, con su base en Cádiz. ¿Cómo se le ocurrió montar una operación en dos lugares tan lejanos? Se nota aquí que trataba ya de meter en la empresa a Medina Sidonia, que era uno de los nobles más acaudalados del reino. Por eso cuando se muere Bazán le nombra comandante a él, que no tenía ni idea de guerra naval, y descarta la propuesta previa del granadino de que sea su hermano quien se haga cargo de la flota.
–¿Qué hubiera pasado si Álvaro de Bazán hubiera vivido para dirigir el ataque a Inglaterra?
–Con el plan de Felipe II hubiera sido muy difícil conseguir algo. No en vano, Bazán era un hombre muy inteligente y con mucha iniciativa. Lo contrario que Medina Sidonia, que se convenció de que debía ser la escolta de un convoy de transporte para llevar únicamenta las tropas de Farnesio a Inglaterra. Eso explica que cuando se topó con la flota inglesa dispersa y despistado, Medina Sidonia no hace nada. Bazán tenía experiencia y sabía aprovechar esa clase de oportunidades.
–Donde no se movía ni bien ni mal es en la política. Resulta curioso que nunca ocupara ningún virreinato o cargo político.
–Está claro que no. La política no le interesaba mucho, porque, básicamente, su forma de vida no eran las grandes propiedades y sí el negocio naviero, en un tiempo en el que la Corona no tenía casi barcos propios ni astilleros estatales y debía contratarlos a particulares. Construir barcos y luego vendérselos o alquilarlos a la Corona era su auténtico negocio.
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