viernes, 16 de febrero de 2018

TEATRO DOMINICANO
mayo 26, 2006, 2:57 pm 
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El teatro dominicano surge formalmente con los llamados escritores de la independencia, cuya producción abarca la segunda mitad del siglo XIX Sin embargo, des-de el siglo XVI hubo representaciones teatrales en La Española. Las crónicas de Bartolomé de las Casas y de Gonzalo Fernández de Oviedo, así como las historias literarias nacionales dan cuenta de la representación de un entremés del sacerdote nativo Cristóbal de Llerena titulado “Octava de Corpus Cristo”, escenificado el domingo de adviento de 1511 por un grupo de sus alumnos. El contenido satírico y la censura de dicho entremés a las autoridades españolas establecidas en Santo Domingo por el mal trato que éstos les dispensaban a los indígenas, motivaron la expulsión de Llerena del país.
Las devastaciones de gran parte del territorio quisqueyano ejecutadas por Antonio de Osorio entre 1605 y 1606, la división de Santo Domingo entre Haití y la República Dominicana mediante el tratado de Riswick en 1697, y casi un siglo después la cesión de la Isla a Francia mediante el tratado de Basilea de 1795 redujeron considerablemente la producción literaria de los siglos XVII y XVIII, particularmente la teatral. Entre 1616 y 1618 vivió en Santo Domingo el destacado dramaturgo español Tirso de Molina, a quien la mayoría de los historiadores de la cultura dominicana han atribuido erróneamente grandes aportes a las letras dominicanas. Sin embargo, ningunas de sus piezas dramáticas fueron escritas en ni representadas en Santo Domingo.
Su estadía en la isla se limitó a la organización del Convento de las Mercedes, establecido en la Isla en 1514, y a escasas participaciones en juegos florales de la época. Algunos de sus poemas apenas aluden situaciones dominicanas. Durante los siglos XVII y XVIII prevaleció la representación de obras españolas de orientación religiosa protagonizada por estudiantes del Seminario Conciliar. Las iglesias fungieron como teatros, pero la incorporación de elementos paganos en dichas escenificaciones disgustó a las autoridades eclesiásticas quienes, bajo el pretexto de preservar la moral cristiana, promulgaron células reales, como la dictada por Francisco Segura Sandoval en 1680, que prohibían la escenificación de comedias por la noche.
El panorama de la primera mitad del XIX no es más halagüeño que el de los siglos anteriores. La inestabilidad política, fruto de la invasión haitiana de 1822-1884 y del movimiento emancipador dominicano de 1844, práctica-mente sepultó las actividades culturales y las representaciones teatrales durante ese medio siglo. Los patriotas que motivados por Juan Pablo Duarte y sus compañeros de lucha vieron en las actividades teatrales la vía para más idónea para fortalecer la causa liberadora del pueblo dominicano, escenificaron obras escritas por autores extranjeros. No es sino a partir del movimiento Restaurador de 1863, encabezado por Santiago Rodríguez y reforzado en la zona del Cibao por Gregorio Luperón, cuando el teatro criollo toma impulso.
     

El iniciador del teatro criollo fue Félix María del Monte (1819-1899). Se destacó como poeta, dramaturgo y patriota. Escribió las letras del primer himno nacional dominicano, estuvo afiliado a la sociedad secreta La Trinitaria y combatió en la gesta independentista de la Puerta del Conde, el 27 de febrero de 1844. Sus obras teatrales más  divulgadas y representadas son Duvergé o las víctimas del 11 de abril, El mendigo de la catedral de León, El vals de Strauss, El premio de los pichones y El último abencerraje. Del Monte figura también entre los primeros dramaturgos criollos que incorporó el tema del indígena quisqueyano a la literatura nacional con su obra Ozema o la joven indiana. Pero su interpretación del indígena, a quien idealiza sin distanciarlo de las garras del invasor español, contradice su práctica política liberal. Sus personajes indígenas rechazan su origen social y admiran, anonadados, la belleza física y el desarrollo tecnológico de los españoles. Es decir, no ven al opresor como a un verdugo, sino como a un enviado de Dios en misión redentora. A esa tendencia, conocida como indianista, se sumaron escritores importantes de entonces como Javier Angulo Guridi, autor del drama histórico Iguaniona (1867), José Joaquín Pérez, cuyo poemario Fantasías indígena (1877) representa la cima de dicha tendencia y Salomé Ureña, quien publicó su extenso poema dramático Anacaona en 1880.
Aunque generalmente ignorado por los estudiosos  del teatro dominicano, Ulises Heureaux (1870-1938), hijo del dictador dominicano del mismo nombre, fue el dramaturgo más prolífico y habilidoso de su época y el mejor conocedor de  los recursos y las técnicas teatrales. Muchas de sus obras, entre ellas El grito de 1844, De director a ministro y  La muerte de Anacaona contienen un alto sentido patriótico. También es autor de la comedia El jefe, la fuga de Clarita. Otras dos obras patrióticas, con las que cierra el periodo que antecede a la llegada de Trujillo al poder, son Los Yankis en Santo Domingo y Una fiesta en el Castine, ambas de Rafael Damirón.
Pese a la creación de la Escuela de Arte Nacional, hoy Escuela Nacional de Bellas Artes, en 1946, durante los 31 años de la dictadura trujillista la producción teatral dominicana fue exigua.  Del reducido grupo dramaturgos  de esas tres décadas brilla Franklin Domínguez, ganador en siete ocasiones del Premio Nacional de Teatro otorgado por
la Secretaría de Estado de Educación y Cultura. Domínguez es autor de más de 50 piezas, pero el grueso de su producción está concebida con una visión muy enraizada dentro de las técnicas y normas del teatro tradicional.
 Tomado de la fuente:https://losdominicanos.wordpress.com/2006/05/26/teatro-dominicano/

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