¿Mito o realidad? La verdad histórica tras las plagas bíblicas que arrasaron Egipto
Mientras que la religión afirma que fueron traídas a la Tierra por Jehová, algunos científicos creen que se produjeron por efectos naturales.
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Cuarenta siglos. Ese es el tiempo que la tierra de los faraones, cuna de la civilización y región protagonista de cientos de mitos, se ha mantenido en pie desde que su nacimiento. Durante ese período, sus arenas han sido recorridas por grandes personajes como Julio César o el mítico emperadorNapoleón Bonaparte. Sin embargo, de entre los sucesos más reseñables que se han sucedido a la sombra de las inmensas pirámides, hay una decena cuya existencia ha puesto en tela de juicio la ciencia: las diez plagas que asolaron Egipto cuando -según la Biblia- Jehová quiso obligar a los egipcios a que dejasen marchar al pueblo judío.
La teoría bíblica
Para hallar el relato que nos habla de las plagas es necesario acudir a la Biblia y, más concretamente, al Éxodo (ubicado en el Antiguo Testamento). En él, se narra la esclavitud a la que estaban sometidos los israelitas por parte de los egipcios y su posterior salida de la región para encontrar la tierra prometida. A partir del capítulo 7, las páginas recogen los sucesivos castigos divinos que Jehová envió sobre la zona para «ablandar el corazón del faraón» y lograr que el pueblo elegido pudiera escapar de aquella tortura. Todo ello, con la ayuda de Moisés.
Así lo narra el texto: «Entonces Jehová dijo a Moisés: "El corazón del Faraón se ha endurecido, y rehúsa dejar ir al pueblo. Ve por la mañana [...] y dile: Jehová, el Dios de los hebreos, me ha enviado a ti para decirte que dejes ir a su pueblo para que le sirva en el desierto?"».
Ante la negativa de los egipcios, Jehová hizo -siempre según los textos- que el Nilo se trasformara en sangre matando a todo animal que habitaba en su interior e impidiendo que la población pudiera beber de él. Ese sólo fue el inicio, pues después de aquello envió varias plagas de ranas, piojos y úlceras para que asolaran a los seguidores del faraón. Ante la tozudez del egipcio, Dios acabó entonces con el ganado de sus siervos. «Si rehúsas dejarnos ir, he aquí [que] la mano de Jehová traerá una terrible peste sobre tu ganado que está en el campo: caballos, asnos, camellos, vacas y ovejas. Pero Jehová hará distinción entre el ganado de Israel y el de Egipto, de modo que no muera nada de todo lo que pertenece a los hijos de Israel», explica el Éxodo.
A pesar de todo, el faraón siguió sin dejar marchar al pueblo de Israel, por lo que, en palabras del texto religioso, Jehová envió tres plagas más. Concretamente, hizo llover del cielo granizo y fuego; mandó una nube gigantesca de langostas que acabó con los pastos de los egipcios y sumió a la región entera en las tinieblas. La última catástrofe para lograr su objetivo fue la peor. «Entonces dijo Moisés: "Así lo ha dicho Jehová. Como a la medianoche yo pasaré por en medio de Egipto. Y todo primogénito en la tierra de Egipto morirá, desde el primogénito del faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está detrás de su molin"o», añade el texto bíblico. La amenaza se cumplió y, al ver la catástrofe, el mandatario dejó marchar a los israelitas.
En busca de la verdad
¿Qué hay de verdad y qué de mentira en este mito? Para empezar, es necesario ubicar el Éxodo en la Historia. Muchos son los expertos que afirman que no existen pruebas para poder establecer su existencia. No obstante, algunos investigadores consideran que este episodio bíblico podría corresponderse con la expulsión de una de las civilizaciones ubicadas al este de la cuenca del Nilo en el siglo XVI a.C.
«El Éxodo, como creen muchos expertos, pudo reflejar la expulsión de los hicsos por el faraón Ahmosis en el 1550 a.C. Esa sería la primera teoría del Éxodo y la que dio por cierta Flavio Josefo, así como otros historiadores antiguos», explica el investigador David Fernández García en su dossier « Éxodo: ¿Realidad o leyenda?», publicado en «Alcaibe: revista Centro Asociado a la UNED Ciudad de la Cerámica».
Por entonces, los faraones reinaban al sur de la cuenca del Nilo y tenían como capital Tebas (actual Luxor). Sin embargo, en el siglo XVI a.C. se inició una guerra entre ambos que acabó con la expulsión de la zona -a costa de ríos de sangre y cientos de muertes- de los hicsos. Éstos se vieron obligados a renunciar a su ciudad de mayor importancia, Avaris, cerca de la cual Ramsés II fundó Pi-Ramses (una población que tuvo que ser abandonada hace 3.000 años por causas desconocidas). A día de hoy, se baraja la posibilidad de que las plagas pudieran ser la razón de que la población se marchase.
Sin embargo, que el Éxodo se desarrolle en este periodo de la historia no deja de ser una elucubración. «La verdad es que no podemos dar una fecha exacta para el Éxodo ni afirmar bajo qué faraón tuvo lugar, solo especular que fue bajo el reinado de Amosis (1552-1527) fundador de la Dinastía XVIII, considerando la identidad entre hicsos e Israelitas» explica Carlos Ruz Saldivar en su libro «Esbozo de la historia de Israel».
Agua y sangre
Los científicos han explicado de varias formas el primer castigo divino sobre Egipto. Según Ruz, la plaga inicial se podría haber sucedido debido al polvo del vecino Sáhara. Y es que, esta sustancia roja pudo ser transportada por el aire, unirse al agua que se hallaba en las nubes y caer finalmente en forma de lluvia. De hecho, y tal y como explica el investigador en su libro, este es un fenómeno natural que ya sucedió en Europa. «Si el polvo desértico pudo viajar cientos de kilómetros hasta Italia, con mayor razón podría llegar a Egipto», completa el experto.
No obstante, es solo una de las teorías, pues el profesor George Kling de la Universidad de Michigan (citado por James Cameron en el documental «El Éxodo descodificado») cree que el suceso pudo producirse debido a que el fondo del Nilo es rico en hierro, una sustancia de tono cobrizo. Al emerger esporádicamente, habría provocado que las aguas se tiñeran de rojo y habría generado la muerte de decenas de seres vivos en el Nilo «Cuando el agua del fondo sube a la superficie, el óxido de hierro consume el oxígeno disuelto normalmente presente en aguas superficiales, lo que ocasiona la falta de este vital elemento para los peces y otros organismos del lago, que mueren por falta de oxígeno», determina Ruz.
Una hipótesis similar es compartida por el profesor Roger Wotton -del departamento de genética y evolución de la «School of Life and Medical Sciences»- en su artículo « The ten plagues of Egypt». «Algunos ríos transportan grandes cargas de sedimento de color rojo, el agua puede tener el mismo color como resultado. De hecho, hay varios "Ríos Rojas" en el mundo que han sido llamados así por esta razón». El anglosajón afirma que cerca del Nilo existen muchas tierras con sedimentos de colores rojos y, si se hubiera sucedido una gran crecida de las aguas en algún momento, éstas los habrían arrastrado provocando que el río se tiñera.
Una quinta hipótesis asevera que las aguas se pudieron haber teñido debido a la muerte de algún microorganismo, algo que -a día de hoy- sucede habitualmente en el norte de España y en algunas partes de China. «Otra idea que explica el color rojo del Nilo la constituye la introducción de un alga roja tapizante en el agua, esta alga no solo podría darle al Nilo un color rojizo, sino además, agotar el oxígeno y matar a los peces», determina, en este caso, Ruz. Esta primera plaga es, sin duda, una de las que más explicaciones científicas tiene.
El volcán del desastre
Con todo, una de las hipótesis más apoyadas en la actualidad es la que afirma que las aguas se volvieron rojizas debido a la ceniza volcánica producida por la erupción del volcán Thera, ubicado en la isla de Santorini (Creta). «Aunque la sismología no tiene la fecha exacta y lo sitúa entre 1600 y 1500 a.C. la Arqueología [...] confirma que aproximadamente en 1550 a.C. tuvo lugar una terrible explosión volcánica que arrasó la cultura minoica y provocó grandes catástrofes en los territorios del mar Mediterráneo. [...] En la isla de Santorini(o Tera, en Grecia) [...] florecía la cultura minoica hasta que el volcán que formaba parte de la isla comenzó a echar humo», explica, en este caso, García.
Aquel año, el volcán hizo erupción de una forma que no se volvería a ver hasta el estallido del Krakatoa en 1883. La explosión, en palabras de García, generó una columna de humo y ceniza de más de 40 kilómetros de altura y 200 de diámetro que afectó a regiones ubicadas a cientos de kilómetros. Egipto (situada a apenas 700) no fue una excepción. «En los restos de Avaris se ha encontrado piedra pómez. El profesor del Smithsonian Institute Jean Daniel Stanley ha demostrado que esta piedra vino con una nube de cenizas y no como una marea, por tanto las vicisitudes que vivió Egipto en esos días [debido al volcán] debieron de ser catastróficas», completa el español.
Ranas, piojos, mosacs y muerte de ganado
Usando como base la intoxicación de las aguas (ya fuera debido a las cenizas, a las algas o los materiales ferrosos) se produjo la aparición de las siguientes plagas que señala el Éxodo. Concretamente, la toxicidad del líquido elemento llevó a los renacuajos y a las ranas a salir del Nilo, dando lugar a la invasión de anfibios que tanto pavor creó en el faraón. La tercera -la llegada ingente de piojos- pudo ser provocada por la falta de higiene de la población al no poder lavarse en el río.
Lo mismo sucede con la cuarta plaga -la invasión de una ingente cantidad de moscas e insectos-. Para investigadores como Ruz, su aparición se correspondería con una respuesta lógica en una región en la que habrían muerto multitud de animales debido a la toxicidad de las aguas: «Las aves, al no tomar agua -o al hacerlo- morían, lo que aumentaba los piojos. La muerte de los peces, ranas y aves traería como consecuencia una abundancia de moscas». Lo mismo sucedería con cualquier ser vivo que falleciera al ingerir líquido del Nilo.
La quinta plaga -la muerte del ganado de los egipcios- estaría relacionada íntimamente con las anteriores. Y es que, la llegada de todo tipo de insectos portadores de enfermedades habría provocado la muerte tanto de humanos como de animales de granja de forma masiva. «Las moscas diseminaron bacterias contaminando alimentos y originando una severa epidemia» destaca el experto en su libro. Por su parte, Woot también relaciona este «castigo divino» con la aparición de mosquitos: «Cuando las nubes de moscas son particularmente densas, se pone a cubierto al ganado para evitar la inhalación excesiva de insectos y su posterior asfixia». Si los habitantes de la región no lo hicieron, podría haber sido otra de las causas.
Pústulas y úlceras
«Y Jehová dijo á Moisés y á Aarón: Tomad puñados de ceniza de un horno, y espárzala Moisés hacia el cielo delante del Faraón: Y vendrá á ser polvo sobre toda la tierra de Egipto, el cual originará sarpullido que cause tumores apostemados en los hombres y en las bestias, por todo el país de Egipto». Así es como explica la Biblia la aparición de la sexta plaga que asoló Egipto, una «maldición» que los científicos no tienen ninguna dificultad en explicar si se parte de la base de que las aguas del Nilo se tiñeron de rojo debido a la aparición de una nube de ceniza provocada por la erupción del Thora.
¿La razón? Existen estudios que determinan que el contacto con la ceniza volcánica puede provocar severos daños en la piel. De esta forma, todo aquel que se hubiera bañado en el Nilo o hubiera estado expuesto a la nube de polvo volcánico que llegó desde Santorini habría padecido a medio plazo úlceras en el cuerpo y habría visto dañados sus ojos.
«Puesto que la ceniza volcánica está constituida principalmente por dióxido de azufre, este compuesto puede producir irritación local y desarrollar silicosis. [...] A nivel de la conjuntiva, la ceniza actúa como un cuerpo extraño, siendo los cristales de dióxido de azufre los que afectan directamente a la conjuntiva y a la córnea, produciendo abrasiones, además del efecto irritante. También el efecto de la ceniza a nivel de la piel es principalmente irritante. Por su parte, los microelementos como el bromo volcánico pueden formar parte del agua de vertientes y durante la potabilización generar trihalometanos, que son compuestos cancerígenos. Si las emanaciones de cenizas volcánicas son frecuentes se favorece la alteración de los ecosistemas, además de causar problemas en la salud a medio y largo plazos», explican A. Rivera-Tapia, A. Yañez-Santos y L. Cedillo-Ramirez en su dossier « Emisión de ceniza volcánica y sus efectos».
Granizo y fuego
Las causas de séptima plaga han generado grandes controversias entre los expertos, ya que es dificultoso que, a la vez, caiga del cielo granizo y fuego. En el documental «El secreto de las diez plagas» -de National Geographic- Nadine von Blohm, del Instituto de Física Atmosférica de Alemania, afirma que el granizo necesita partículas sólidas alrededor de las que crearse. Éstas podrían haber sido las moléculas de polvo que llegaron con la nube de ceniza tras la erupción del Thera. Así pues, se habría creado una precipitación de hielo y lava (la cual, según los datos, apareció en Egipto debido a que la explosión de Santorini fue varias veces superior a la de una bomba atómica).
No es de la misma opinión Ruz, quién determina que lo que cayó en Egipto no era hielo, sino cristales volcánicos producidos tras la erupción. «Es ampliamente conocido que las erupciones volcánicas van acompañadas de cristales. Gerald Friedman nos confirma que fragmentos de cristal que pueden ser rastreados como pertenecientes al Thera se han encontrado en sedimentos del delta del Nilo [...] por lo que si bien sería difícil explicar la caída de granizo, podemos pensar que una confusión permitiría creer que los cristales en la roca eran granizo», completa el experto. Fuera como fuese, en lo que coincide la ciencia es que la nube de ceniza y deshechos provocada por el Thera pudo fácilmente provocar la oscuridad en la región (dando lugar, así, a la novena plaga, la de las tinieblas).
Plaga de langostas
El octavo castigo se corresponde con la de la llegada de una plaga de langostas hasta las tierras del faraón. Curiosamente, este es uno de las más sencillas de explicar pues, aunque este tipo de insectos suele actuar de forma individual, hay épocas en su vida (por ejemplo, las de apareamiento) en las que tienden a unirse en gigantescos grupos. Según explica el National Geographic en su dossier «La langosta», un enjambre de estos animales puede llegar a tener un tamaño de unos 1.200 kilómetros cuadrados (llegando a caber en menos de uno de ellos entre 40 u 80 millones de estos herbívoros). A día de hoy, de hecho, ya han sembrado el terror en las cosechas de decenas de países como Madagascar, donde hace pocos meses «atacaron» la zona.
Estos enjambres, a su vez, suelen viajar a lugares en los que se produzcan muchas lluvias y fuertes vientos. «El impacto que ocasionó la erupción repercutió en el clima de toda la región y facilitó que se diera una fuerte tormenta con, muy probablemente, la caída de granizo y lluvia. Esto es interesante porque, según [los escritos] la plaga de langostas llegó justo después de la tormentas de granizo», completa Ruz. En este sentido, García añade que los cambios bruscos de temperatura provocaron que los insectos se despertaran y se dirigieran hacia un lugar con las condiciones adecuadas para vivir.
Muerte de los primogénitos
Finalmente, una de las teorías que se barajan para explicar la décima y definitiva plaga es que -en aquellos años- un peligroso hongo envenenó las cosechas de grano. Como los primogénitos tenían el privilegio de comer los primeros (y, por lo tanto, una mayor cantidad) es posible que se vieran intoxicados por él en mayor medida, muriendo en masa.
García maneja otra hipótesis: «Se sabe que los primogénitos en Egipto dormían en las salas más lujosas que se situaban en las zonas más bajas de las viviendas, mientras que los demás lo hacían en desvanes y azoteas. El dióxido de carbono liberado [por diferentes causas desde el suelo] emergía a la superficie asfixiando a los que se encontraban en las cotas más bajas, pues según ascendía se evaporaba. Por ello, los primogénitos fallecían mientras que los demás no».
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