Antonio López de Santa Anna y el derrocamiento del Primer Imperio Mexicano.
Partiendo del supuesto de que cada generación plantea nuevas interrogantes al pasado, y que periódicamente se van dando nuevas pautas en los estudios históricos, además de la imperiosa necesidad de otorgar al presente una orientación, claro está, buscando respuestas en el pasado, cuyo propósito es esclarecer de la manera clara y crítica el acontecer.
El devenir histórico está impregnado de varias interpretaciones, ninguna por encima de las demás; sin embargo, la creciente demanda por estudiar de manera más objetiva los sucesos del pasado nacional hacen, en medida de lo posible, una constante indagación sobre temas, que tradicionalmente se pensaban como acabados e irrebatibles, es decir, terminados.
Las posturas contemporáneas, —en este siglo XXI tan complejo en el ámbito de la información—, tratan más de rebatir las posturas tradicionales con respecto al panteón nacional, ya que por mucho tiempo se trató de analizar a los personajes a través de una serie de juicios de índole maniqueísta. De tal manera se abordará la trayectoria militar y política de Antonio López de Santa Anna es fundamental para analizar buena parte del siglo XIX. No solo como líder nato de la jarochada como se les decía a sus seguidores, sino como el político que, en muchas ocasiones, jugó su capital político para tener más y más poder.
En el libro de reciente aparición Will Fowler, Santa Anna, ¿Héroe o villano? el autor nos lleva por los rincones de Veracruz, señala las coordenadas históricas del acomodo de fuerzas en la provincia, así como las condiciones imperantes en el virreinato de la Nueva España y, en 1821 el oficial realista López de Santa Anna apostó por la oferta política del Plan de Iguala con lo cual supo capitalizar una buena coyuntura a su favor. Fowler, con todo lo anterior aborda sin perder de vista el ascenso militar y político de quien a la postre seria uno de los hombres necesarios y fuerte en los destinos políticos mexicanos.
El plan de iguala y el acomodo de fuerzas
Para los mexicanos y en los estudios de historia nacional, es de vital importancia la consumación de independencia, aunque todavía en un amplio sector se encuentre matizada por la historia oficial. El año de 1821 no solo dio la libertad a esta región, sino que vino acompañada de la aparición de un nuevo grupo de personas que se acomodaron en los puestos de mando, así Agustín de Iturbide, Pedro Celestino Negrete, Anastasio Bustamante, Manuel Gómez y, Guadalupe Victoria y claro esta nuestro personaje Antonio López de Santa Anna entre otros; se dispusieron a tomar las riendas del país en todos los órdenes.
Con la llegada de las tropas trigarantes a la ciudad de México en 27 de septiembre de 1821 y la sanción del Acta de Independencia al día siguiente se dio por sentada la libertad. Lo que se tenía que hacer era consolidar un gobierno con los personajes aglutinados entorno al plan libertador y al héroe de la jornada Agustín de Iturbide, asunto nada fácil.
Se repartieron las secretarias, se crearon los grados militares, se otorgaron las comandancias militares y se pensó en una tranquilidad política y en cosechar lo anunciado por el barón Alexander von Humboldt. Sin embargo, no fue así. La liberación de la región y el posterior surgimiento de la nación vino acompañada de un fenómeno muy interesante la pugna del poder entre los libertadores y las elites provinciales, asunto nada sencillo puesto que puso en evidencia la fragilidad de la empresa libertaria y que no sería fácil poner de acuerdo a los hombres del poder para encaminar un proyecto de nación. Que mejor síntesis de este enfrentamiento que la propia actuación del general Santa Anna.
Fowler recoge las impresiones del también general José María Tornel y Mendívil, quien describe al general veracruzano como valiente y moderado, no temía a la muerte solo al despotismo. De la misma manera Santa Anna era uno de los caudillos del ejército cuyos intereses se identificaban con los del pueblo que salvaron y cuya ley suprema es la salud y redención de la patria.[1]
Veracruz, origen del conflicto.
En la provincia de Veracruz, lo que hoy corresponde al estado del mismo nombre, existió en los primeros tiempos de la independencia nacional una fuerte disputa entre los generales Manuel Rincón, Santa Anna y en menor medida con Guadalupe Victoria. Los dos primeros a lo largo de su vida política y militar, mantuvieron esa hostilidad de ver quién era el hombre fuerte de la región. Ambos tenían apoyos, seguidores y una amplia fuente de riqueza, pero Santa Anna supo hacerse del control de la aduana del puerto lo que le granjeo buenos dividendos. Ambos, por breves tiempo fueron comandante trigarantes del puerto. El gobierno en la ciudad de México, por su parte, supo del enfrentamiento entre ambos generales y quiso jugar con la rivalidad, lo que trajo fatales consecuencias. Al respecto se conoce que Manuel Rincón le dijo a Iturbide que Santa Anna estaba “borracho sin duda de ambición” y que estaba fomentando sentimientos sediciosos entre los jarochos.[2]
Hubo varias acusaciones que ponían en entredicho la honorabilidad de jefe de la plaza del Puerto de Veracruz. Además de sus “actitudes sospechosas” y los continuos avisos y pedimentos para elevarlo a la jefatura militar de la región veracruzana, amén de las constantes entrevistas de Santa Anna con el jefe español Francisco Lemaur, el nuevo comandante militar acantonado en el Castillo de San Juan de Ulúa. Hechos que evidenciaron su desmedida ambición política.
Dado que los ayuntamientos imperialistas y la lealtad de Santa Anna hacia el emperador estaban tensa debido al reciente nombramiento de general Rincón como comandante general de la provincia. Santa Anna evidentemente estaba intentando sembrar la desconfianza entre Iturbide u sus seguidores en los ayuntamientos veracruzanos.[3]
La lucha regional por el poder que estaba enfrascando a Rincón Echávarri y Santa Anna llego a ser tan áspera que Agustín I, en vista del dudoso proceder del general veracruzano, decidió viajar hasta Jalapa para conferenciar con él. Iturbide le pidió a López de Santa Anna que se integrase a la Corte para recompensarlo con algún cargo en la ciudad de México, en lugar de degradarlo por escrito.[4] Este pretextó la imposibilidad de cumplir la orden, aduciendo la solución de algunas deudas. Le prometió alcanzar a la comitiva imperial en Puebla. López de Santa Anna, enterado que se le quiere quitar el mando de la plaza de Veracruz, decidió hacer caso omiso de la invitación pronunciándose en contra del emperador, justamente esgrimió la inconstitucionalidad de la prisión de los diputados y, en consonancia con el embajador de Colombia en México, Miguel Santa María[5], a quien para ese entonces el gobierno mexicano le había pedido que saliera del territorio, elaboraron el plan de acción para derrocar al monarca mexicano y se colocó al frente del movimiento republicano. Aunque casi no cabe duda, como lo señala Fowler no cabe duda de que se estaba vengando del maltrato de Iturbide y de los reiterados intentos de los ayuntamientos por hacer peligrar su ascenso al poder.[6]
Los planes en contra del imperio
Como telón de fondo se encuentran las pasiones subyacentes entre los libertadores. Una de las situaciones que menciona Fowler es la animosidad prevaleciente entre Iturbide y Santa Anna. No es difícil entender la decepción de Santa Anna hacia Iturbide tomando en cuenta que después de todo su empreño por emancipar la región, abruptamente lo habían reemplazado con Manuel Rincón.[7]
El 6 de diciembre junto con el general Guadalupe Victoria fue firmado el Plan de Veracruz. Se declaraban enemigos del imperio y abogaban por el Congreso disuelto. Días después salieron a escondidas de la capital del imperio los generales Vicente Guerrero y Nicolás Bravo.[8] Ambos salieron decididos a levantar el Sur. Los pronunciamientos prorepúblicanos cundieron por doquier.
La insurrección en Veracruz se propagó por todo el país, no de la manera que hubiera querido Santa Anna quien aguanto con 600 hombres el sitio de un mes y diez días impuesto por las tropas imperiales al mando de Echávarri. El gobierno quiso aparentar seguridad. Actúo con lentitud, envió a un par de generales a aplastar el motín; sin embargo, no pudieron derrotar a Santa Anna. José Antonio Echávarri, no pudo vencer militarmente ni con estratagemas a Santa Anna y hasta el día de hoy no se sabe las razones por medio de las cuales decidió entonces quitar el cerco del puerto de Veracruz e iniciar su propio levantamiento contra Iturbide. En el Plan de Casa Mata se pedía la elección de una nueva Legislatura, porque los dirigentes provinciales consideraban que la composición del primer Congreso tenía algunas fallas.[9] Para Iturbide fue otra cosa: “el suceso de Casa Mata había reunido a los republicanos y borbonistas, que jamás pueden conciliarse, sin otro objeto que el de destruirme.”[10]
Iturbide, dudó en acometer la sedición. En el momento de enfrentarse a la revuelta, sus posibilidades eran enfrentarla o claudicar, optó por abandonar el poder debido a la gravedad de la situación o con la pretensión de hacerse fuerte mediante el apoyo de las movilizaciones populares. Al respecto Torcuato di Tella refiere:
El gobierno había mandado al general Echávarri, español de simpatías liberales, a combatir a los rebeldes, pero tras una triunfal campaña que arrinconó a Santa Anna dentro de los muros de Veracruz, Echávarri y otros oficiales se pasaron al lado opuesto. Mientras el jefe español de San Juan de Ulúa, suspendía las hostilidades para no dañar las perspectivas de los rebeldes, el 1 de febrero los jefes del ejército imperial firmaron el plan de Casa Mata exigiendo las elecciones de un nuevo congreso[11]
El gobierno estaba seriamente amenazado a partir de febrero de 1823. La causa de esta situación fue el alzamiento del general Antonio López de Santa Anna. El levantamiento había sido promovido principalmente por él, claro esta sin desestimar las aportaciones de diversos sectores de la sociedad para presionar, aparentemente, al gobierno iturbidista por la reinstalación del Congreso. El objetivo real era quitarlo del camino.
El efecto Santa Anna
Santa Anna, desde su participación en la consumación de la empresa independentista, en donde de manera activa tuvo actitudes que pasan de una serie de halagos desmedidos manifestados por el acontecimiento de la prisión de los diputados, hasta su rompimiento originado en la gira imperial. La ruptura con el monarca fue un síntoma de sus pretensiones por obtener más privilegios incluso más poder.
Los primeros signos de disidencia se mostraron como proyectos aislados sin vínculo visible como fueron los casos del nombramiento del jefe político de San Luis Potosí, la ruptura con el Congreso, Felipe de la Garza y en su primera etapa la de Antonio López de Santa Anna. Eventos solucionados a partir de la aplicación de medidas liberales combinadas con la fuerza de militar: “así mientras los autonomistas consideraban la Independencia un triunfo propio, el ejército encabezado por Agustín de Iturbide, la consideraba victoria suya”[12].
Para esclarecer los motivos del por qué Agustín de Iturbide decayó como figura pública es menester ponderar varios asuntos, entre ellos destaca su incapacidad para responder a la encrucijada política surgida por el alzamiento de Antonio López de Santa Anna y la defección de sus mejores hombres a la causa del plan de Casamata[13]. Si bien es cierto que la mayoría de la población estaba de su parte, los generales, la nobleza y la oligarquía criolla habían puesto mayor interés en la oferta política planteada por dicho levantamiento.
La rapidez con que las provincias aceptaron el Acta de Casa Mata indica que los políticos locales estaban bien organizados y que las regiones de México deseaban sinceramente el autogobierno.[14] El fracaso del imperio de Iturbide aseguró que cualquier futuro gobierno sería republicano, pero faltaba resolver la cuestión de cómo iba a gobernarse el país.
El ministro plenipotenciario colombiano pidió el apoyo de las logias masónicas para destruir el imperio y crear una República[15]. Los masones secundaron el llamado de Miguel Santamaría a la insurrección armada en contra de la monarquía. Los generales José Antonio Echávarri y Miguel Barragán apoyaron tal petición y paulatinamente se sumaron otros jefes y oficiales, Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero. En vista de tal cantidad de políticos y generales conjurados para deponer al emperador, éste abdicó en una sobria ceremonia ante el restaurado Congreso. José Cecilio del Valle,[16] nombrado Ministro de Relaciones en ausencia de los anteriores encargados del despacho, leyó el documento, con lo cual se cerró un capítulo importante en el primer imperio mexicano, abriendo otra época no menos interesante y llena de sobresaltos.
Para esclarecer los motivos del por qué Agustín de Iturbide decayó como figura pública es menester ponderar varios asuntos, entre ellos destaca su incapacidad para responder a la encrucijada política surgida por el alzamiento de Antonio López de Santa Anna y la defección de sus mejores hombres a la causa del plan de Casamata[17]. Si bien es cierto que la mayoría de la población estaba de su parte, los generales, la nobleza y la oligarquía criolla habían puesto mayor interés en la oferta política planteada por dicho levantamiento. (El trueno ….. p 162 segundo párrafo)
El Acta de Casa Mata fue aceptado en varios lugares del dilatado imperio, a tal grado que muchos de las diputaciones locales lo vieron como la innegable expresión de la voluntad de la nación. El plan fue rápidamente distribuido entre las diputaciones, los ayuntamientos de las capitales, asimismo con los jefes militares de todo el país. También se le vio como la verdadera opción de poner en marcha el autogobierno.[18] La consecuencia directa de la insurrección fue el fracaso del imperio de Iturbide. Al respecto, Carlos María de Bustamante asienta: “el panorama triste era a la verdad la situación de México en esos días. Iturbide tenía amigos y criaturas que se interesaban en su suerte, así como tenía enemigos encarnizados y empeñados en lanzarlo del trono.”[19]
Las cosas habían cambiado. La aparente tranquilidad quedó rota. La sorpresa del emperador fue mayúscula, sus antiguos compañeros de armas, aquellos a los que él había encumbrado con honores y privilegios, rompieron el pacto de Iguala, hicieron otro plan y ahora Iturbide estaba acorralado. No le quedaba más que abdicar. Las razones eran de peso. Un número considerable de hombres, grupos e instituciones que habían proclamado y celebrado poco antes la coronación de Iturbide y la forma monárquica como la única conveniente para el país, ahora se declaraban contrarios a ese régimen y execraban la figura del tirano.[20]
Conclusión
El sistema monárquico no fructificó debido principalmente a la vacante en el puesto de una persona adecuada para dirigir el Estado. Los requisitos de un respeto y carisma necesario que hicieran de su persona ¾al igual que sus dotes como monarca¾ indispensable para sacar avante el proyecto de gobierno. Subrayando que la importancia de la monarquía estribó en ser una institución que estaba en un proceso de definición.
Los acontecimientos posteriores al período del régimen de Iturbide, en particular su caída, son abordados como una aventura política para el país, debido a la escasa experiencia en las lides del gobierno. El ejemplo para los republicanos era el modelo político de los Estados Unidos. Había que tomarlo con las precauciones debidas.
Se ha discutido y hablado en demasía del sonado fracaso del Imperio de Agustín de Iturbide, sin esclarecer, con base en un análisis, los factores de diversas índoles y naturalezas que se conjugan para su caída. Además no van al fondo del asunto, lo que despierta una sospecha acerca de la estructuración de la sociedad que lo llevó a la gloria del poder y posteriormente al olvido.
Finalmente, las causas que contribuyeron al fracaso del proyecto monárquico son complejas. Una de ella quizá la más importante, fue la revuelta del Plan de Veracruz, cuyo promotor fue Miguel Santa María. Las confabulaciones se desarrollaron con el objeto de deshacerse del libertador.Si llegaban al poder reglamentarían de otra manera la sociedad. Iturbide no podía hacer grandes obras o implementar medidas para cautivar a las personas ni a las agrupaciones que en el año de 1822 sufrieron los embates del descontento, como resultado directo de la ausencia notable de mejoría.
Autor: Fernando Leyva Martínez para revistadehistoria.es
Fuente;https://revistadehistoria.es/antonio-lopez-de-santa-anna-y-el-derrocamiento-del-primer-imperio-mexicano/
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