La Piedra de Scone, la reliquia milenaria sobre la que se coronaban los reyes de Escocia e Inglaterra.
La Piedra de Scone/Imagen: Historic Enviroment Scotland
La desafección de una parte de Escocia hacia Inglaterra no es algo nuevo sino que se remonta a siglos de tormentosa historia entre ambas naciones, recorriéndolos unidos unas veces y separados otras. El último referéndum mostró que hoy en día -y a expensas de las consecuencias que tenga en ello el Brexit- los escoceses votaron por permanecer al lado de los ingleses y es posible que uno de los factores que colaboraron para ello fue la devolución en 1996 de un objeto totémico que Escocia reclamaba desde la Edad Media: la Piedra del Destino, también llamada de la Coronación o de Scone por razones que veremos ahora.
Ese retorno lo decidió el gobierno del primer ministro conservador John Major tras anunciarlo en la Cámara de los Comunes el 3 de julio del citado año, con la idea de rebajar el creciente descontento que se había detectado en Escocia en su relación estatal. Así, el 15 de noviembre la Piedra del Destino cruzó la frontera y quince días después llegó al Castillo de Edimburgo donde debía ser depositada para su conservación y exhibición junto a las joyas de la Corona.
¿Por qué junto a esos símbolos de la monarquía británica? Porque, como puede deducirse de algunos de sus nombres, la Piedra del Destino es un elemento simbólico más de dicho sistema y forma parte del ceremonial de coronación de sus reyes, a pesar de que en sentido estricto carece de valor, pues no se trata de una gema. De hecho, tiene su punto irónico, ya que sólo es un bloque oblongo de arenisca roja. En cualquier caso, el príncipe Andrés se la entregó el día de su onomástica a las autoridades del castillo, de donde únicamente saldrá cuando se vaya a proclamar un nuevo soberano del Reino Unido. Al fin y al cabo Londres también tiene su propia piedra icónica, como vimos en otro artículo.
Esta tradición, decía, se remonta al Medievo, siendo la primera referencia documental a la piedra la reseñada por un religioso inglés llamado Walter Hemingford: «Apud Monasterium de Scone positus est lapis pergrandis en ecclesia Dei, juxta magnum altare, concavus quidem ad modum rotundae cathedrae confectus, en quo futuri reges loco cuasi coronationis ponebantur ex más» (En el Monasterio de Scone, en la iglesia de Dios, cerca del altar mayor, se colocó una piedra grande, ahuecada como una silla redonda, sobre la cual los reyes futuros se sentaban para su coronación, según la costumbre).
Ahora bien, esto no explica cómo se inició dicha tradición y ahí se entra ya en el terreno de la especulación. Hay una fantástica leyenda que identifica la piedra con el primer escalón de la Escalera de Jacob, sobre el que, según el Génesis, el patriarca bíblico homónimo reposó su cabeza y tuvo una visión: «Llegando a cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y acostóse en aquel lugar. Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella».
Otra cuenta que fue Fergus Mór mac Eirc (Fergus el Grande) el que llevó la piedra desde Irlanda. Fergus era el rey de Dalriada, un reino situado entre el norte irlandés y el oeste escocés entre los siglos V y IX. Dalriada había surgido cuando el clan céltico de los dalriadanos, procedente del reino de Airgíalla (también llamado Oriel, en lo que hoy es el Ulster), ocupó el vacío dejado por la descomposición del Imperio Romano. Aquel nuevo territorio, cuyos habitantes eran conocidos como escotos (saqueadores) por los últimos romanos, fue el germen de Escocia y Fergus su primer monarca (los dos anteriores, Erc y Loarn, son de historicidad incierta, aunque también sobre él hay dudas).
Fergus habría llevado consigo la piedra usada para las coronaciones, aunque algunos opinan que la que se usaba era la llamada Lia Fáil, o Piedra de Tara, un menhir que hoy se puede ver enhiesto en un cerro del condado irlandés de Meath. El caso es que Fergus dejó la piedra primero en Antrim y después la trasladó a Argyll para finalmente, en tiempos de Kenneth MacAlpin (concretamente en el año 841), quedarse en el pueblo de Scone. Era ya el siglo VI, por lo que el cristianismo estaba más o menos difundido entre los pictos de la región, donde incluso hay noticias de una comunidad denominada Compañeros de Dios, y el objeto debió de ser depositado en alguna iglesia.
Sobre ese templo se levantó luego una abadía agustina entre los años 1114 y 1122, siendo una de las residencias de la Corona escocesa hasta que en 1640, tras la Reforma Protestante impulsada por John Knox, se abandonó y transformó en un señorío secular. Para entonces la piedra ya no estaba allí porque en 1296 Eduardo I de Inglaterra, en su campaña contra los rebeldes escoceses de William Wallace y Robert the Bruce (que fue coronado en Scone), quiso despojar al país de sus señas de identidad y la incautó como botín de guerra.
No faltan leyendas que dicen que en 1314 Robert the Bruce regaló un pedazo de la piedra a sus aliados irlandeses por su ayuda en la batalla de Bannockburn contra el ejército inglés y que dicho fragmento fue entregado por Cormac MacCarthy, rey de Munster (la actual provincia meridional de Irlanda), que la guardó en su castillo de Blarney, cerca de Cork. Allí sigue, identificada como Piedra de Blarney o de la Elocuencia porque se dice que quien bese su parte inferior adquirirá el don de la oratoria; algo que no resulta fácil porque está casi suspendida en el aire, colocada en un matacán no apto para quien sufra vértigo.
Como vemos, las fechas no coinciden y otras leyendas aseguran que los monjes de Scone engañaron a los soldados de Eduardo I dándoles una piedra falsa tras ocultar la auténtica en el río Tay o en la colina Dunsinane. Se basan para ello en que las descripciones históricas del emblemático objeto no coinciden con su aspecto actual, que presenta unas medidas de 465 x 425 x 270 mm, con un peso de 152 kilogramos, una cruz incisa en su superficie (obra presuntamente de Fergus) y una anilla de hierro en cada extremo para facilitar su transporte.
Lo cierto es que, según análisis practicados por geólogos, en el entorno de Scone abunda ese tipo de roca arenisca roja, por lo que su mítico origen tampoco sería real y las dudas al respecto empezaron ya en el primer cuarto del siglo XIX. Lo único seguro es que, tras su expolio, la Piedra de Scone se colocó en la Abadía de Westminster londinense, bajo un trono de madera policromada fabricado ad hoc y bautizado como la Silla de San Eduardo, donde se sientan los soberanos británicos recién coronados.
Es decir, los ingleses hicieron suya la tradición escocesa con clara intencionalidad política, pues el mismo Eduardo recurrió a la posesión de la piedra para proclamarse Lord Supremo de Escocia, con el derecho a supervisar a los monarcas escoceses. No obstante, en 1328 la piedra estuvo a punto de ser devuelta tras la firma del Tratado de Northampton, que buscaba sellar la paz entre ambos reinos reconociendo la independencia de Escocia. Ninguna cláusula incluía tal devolución pero ésa era la voluntad de Eduardo III, nieto del anterior, aunque dicen que no pudo llevarla a cabo porque el pueblo se opuso e impidió que el objeto saliera de la abadía.
Así pues, siguió retenida seis siglos más y ni siquiera Jacobo VI de Escocia, que también reinó en Inglaterra como Jacobo I, se atrevió a plantear moverla. Así, se fue sucediendo una dinastía tras otra: desde la Plantagenet hasta la actual Windsor, pasando por Lancaster, York, Tudor, Estuardo, Hannover y Sajonia-Coburgo y Gotha, siendo coronados todos sus representantes junto a la Piedra de Scone excepto María II. La última vez correspondió a Isabel II en 1953 pero tres años antes se había producido un incidente que llevó la piedra de vuelta a Escocia, aunque brevemente.
Fue a finales de 1950, cuando aprovechando el día de Navidad cuatro estudiantes escoceses (Ian Hamilton, Gavin Vernon, Kay Matheson y Alan Stuart) robaron la reliquia de la Abadía de Westminster para llevársela a su tierra. El despojo provocó el escándalo en Inglaterra y puso a su policía a buscar por todas partes pero los osados estudiantes habían enterrado el botín en un campo de Kent, donde lo dejaron varias semanas mientras se enfriaba el asunto. Después, con ayuda de otro cómplice, un nacionalista llamado John Josselyn, lo desenterraron, lo metieron en el maletero de un coche y cruzaron la frontera eludiendo todos los controles.
Posteriormente, un diplomático estadounidense recién destinado al consulado de su país en Edimburgo reveló que la piedra estuvo un tiempo escondida en una de sus oficinas. Aseguró no saber de qué se trataba, quizá porque no era la piedra completa, ya que en el momento de retirarla de la Silla de San Eduardo se partió en dos y, por tanto, aquél sólo era el trozo más grande. El pequeño también tuvo un viaje rocambolesco, pasando por Leeds hasta llegar a manos de un veterano político de Glasgow, que fue quien contrató a un prestigioso cantero para que rejuntase las dos mitades pero sin informar del asunto a las autoridades.
Sin embargo, los autores del pillaje se encontraron con el rechazo general de la opinión pública y decidieron devolver la piedra, dejándola anónimamente en la Abadía de Arbroath cuatro meses después, el 11 de abril de 1951. La policía la restituyó a Londres, donde se quedó hasta 1996… O no; al igual que siglos antes, corrió la voz de que aquélla sólo era una copia y la original permanecía escondida. De ser así, Isabel II habría sido coronada sobre una falsificación, lo que hará sonreir malévolamente a más de un escocés.
Fuentes: The Coronation Chair and Stone of Scone. History, archaeology and conservation(Warwick Rodwell)/Breve historia de las leyendas medievales (David González Ruiz)/Mitos y leyendas celtas (T.W. Rolleston)/Wikipedia
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