El movimiento insurgente de Hidalgo y la lucha por la independencia de México
Al finalizar el siglo XVIII, la sociedad novohispana estaba formada por un mosaico humano y cultural. Sólo 17.5% de la población la formaban los peninsulares y los criollos, quienes vivían principalmente en las ciudades[1]. El grueso de la población lo constituían los indígenas (alrededor del 60%), que mantenían sus estructuras corporativas y vivían principalmente en pequeñas comunidades, pagaban tributo y permanecían en un estado de ‘minoría de edad’ ante la legislación colonial. Por otro lado las castas (casi el 22%), permanecían carentes de tierra e imposibilitados para los cargos públicos, se desempeñaban en oficios considerados de poca importancia y constantemente eran rechazados para puestos intermedios en el gobierno y la Iglesia[2]. Finalmente existía un 0.5% de población esclava negra, que ocupaban el escalón más bajo (‘ínfimo’) de la sociedad colonial.
entro de esta sociedad compleja, el conflicto entre criollos y peninsulares se agudizó a partir de la implantación de las llamadas reformas borbónicas en el virreinato. Estas reformas fueron impulsadas desde la corona y tenían por objetivo:
Recuperar las concesiones comerciales y políticas concedidas a particulares y corporaciones, incrementar la explotación de las colonias en beneficio de la metrópoli y centralizar el poder en la corona en detrimento de las oligarquías locales que se habían conformado en los siglos anteriores[3].
Los criollos, que aspiraban ocupar los altos puestos del gobierno, sintieron como las políticas absolutistas de los reyes de la Casa de Borbón limitaban sus expectativas y los condenaban a ocupar puestos de segunda. Un ejemplo de esta política fue la expulsión de los jesuitas decretada por Carlos III en 1767. Ante el rechazo de amplios sectores sociales el virrey Marqués de La Croix sentenció que “los súbditos estaban para callar y obedecer, y no para discutir las leyes y los altos asuntos del Estado”[4].
A la par de estas reformas impulsadas desde el gobierno, los criollos desarrollaron una visión histórica que los identificaba con la tierra nativa y los hacía referirse a los peninsulares como ‘gachupines’, esto es burócratas y comerciantes ajenos a la realidad americana y que sólo buscaban el enriquecimiento personal en detrimento de los ‘verdaderos dueños’ (los criollos) de los reinos de América[5].
Las ideas que los criollos se habían hecho de la grandeza de su patria, los conocimientos que habían acumulado sobre su historia y la situación actual, sus críticas al poder que los marginaba, sus valoraciones exaltadas de los adelantos de las ciencias y las artes, los resentimientos y el optimismo desmesurado que habían concebido sobre los recursos de su país, fueron retomadas por Humboldt en su Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España[6].
Este era el escenario en el que se desarrollaría la lucha por la independencia. Además, la situación política en España desencadenaría los acontecimientos que llevaron a la emancipación de las colonias americanas.
El movimiento insurgente de Hidalgo y la lucha por la independencia de México
El 8 de junio de 1808 llegó la noticia a México de que Carlos IV había abdicado a favor de su hijo Fernando. Apenas se preparaba la celebración del evento cuando una nueva noticia alteró los nervios: la corona había quedado en manos de Napoleón[7]. Este hecho provocó una crisis de legalidad en el gobierno y fue el pretexto esperado por los criollos para conspirar contra los representantes de la corona en la Nueva España.
Ante esta situación, varias conspiraciones prepararon el terreno para desconocer al gobierno. Una de éstas se organizó en Querétaro, en la misma casa del corregidor de la ciudad, Miguel Domínguez, y en donde con apariencia de ‘tertulia literaria’, Ignacio Allende, Juan Aldama, MiguelHidalgo y la esposa del corregidor, Josefa Ortiz de Domínguez, planearon iniciar la insurrección en diciembre, al tiempo de la feria de San Juan de los Lagos, pero al ser denunciados no tuvieron otra alternativa que lanzarse a la lucha[8].
Hidalgo era cura de Dolores (Guanajuato) y era también un vigoroso representante de la ilustración en México. Tras saberse denunciado, convocó al pueblo a levantarse en armas el 16 de septiembre de 1810 alentándolos a luchar contra los ‘gachupines y el mal gobierno’. Los acontecimientos posteriores se desarrollaron rápidamente:
En cosa de horas, las tropas de Hidalgo llegaron a centenares, y en cosa de días a millares, entre los peones, indios y gañanes paupérrimos que rodeaban los opulentos centros mineros y agrícolas del Bajío. En rápidas victorias en Celaya, Guanajuato y Valladolid (Morelia), alcanzaron súbitamente un poder colosal que hizo tambalearse al régimen novohispano como nunca antes desde la conquista; sin embargo, la propia rapidez y la improvisación de las campañas insurgentes pronto se convirtieron en debilidad: faltaban víveres, armas y organización. Desde el principio de la campaña de Hidalgo, los ideales de independencia y libertad se mezclaron profundamente con los de justicia social, y aun los simpatizantes de la idea de independencia la vieron como una subversión fundamentalmente social, como una revuelta de los indios y de los pobres contra los propietarios[9].
Después de la sangrienta toma de Guanajuato, Hidalgo estuvo a punto de ocupar la ciudad de México, después de su costosa victoria en el Monte de las Cruces, en la cual murieron miles de insurgentes. Es un misterio el por qué Hidalgo no avanzó sobre la capital ya indefensa. Se especula que acaso pensara que el movimiento de independencia aún no estaba maduro ni extendido en todo el país, y que la mera toma de la ciudad no garantizaría la victoria final, sino apenas episodios de saqueo y de una ulterior desorganización y dispersión de sus huestes, una vez que los graneros de la ciudad de México quedaran vacíos; y que, en consecuencia, optara por una lucha más larga y profunda por las demás regiones del país. Decidió retirarse y empezó a sufrir la deserción en sus tropas y derrotas frente a los ejércitos del virrey[10].
Hidalgo en Guadalajara.
Tras la llegada de Hidalgo y sus huestes a Guadalajara, aquel, sin calibrar su precaria situación y con el título de alteza serenísima, organizó su gobierno, promovió la expansión del movimiento, ordenó la publicación del periódico El Despertador Americano, decretó la abolición de la esclavitud, del tributo indígena y de los estancos, y declaró que las tierras comunales eran de uso exclusivo de los indígenas. Por desgracia, también autorizó la ejecución de españoles prisioneros[11].
Por lo demás, Allende no tardó en llegar derrotado, al tiempo que las tropas de Calleja y de José de la Cruz, recién llegado de España, avanzaban hacia Guadalajara. Aunque estaba convencido de la imposibilidad de la defensa, Allende tuvo que organizarla. El desastre se consumó el 17 de enero de 1811 en Puente de Calderón, donde 5,000 realistas disciplinados derrotaron a 90,000 insurgentes[12].
La huida al norte.
Los jefes insurgentes lograron escapar y decidieron marchar al norte en busca de la ayuda norteamericana. En la hacienda de Pabellón, Allende y Aldama le arrebataron el mando a Hidalgo y, en Saltillo, decidieron dejar a Ignacio López Rayón al frente de la lucha. Pero una traición facilitó que Allende, Aldama, Jiménez e Hidalgo fueran aprehendidos y conducidos a Chihuahua, donde fueron procesados y condenados. En sus dos procesos, el civil y el eclesiástico, Hidalgo enfrentó con honestidad la culpa de haber desatado la violencia y ordenado, sin juicio, la muerte de muchos españoles, porque ‘ni había para qué, pues estaban inocentes’. Las cabezas de los cuatro jefes insurgentes fueron enviadas a Guanajuato y se colocaron en las esquinas de la alhóndiga de Granaditas, pero el movimiento había herido de muerte al virreinato al romper el orden colonial y afectar hondamente la economía y la administración fiscal.
Tras la muerte de Hidalgo, la lucha por la independencia se centraría en la figura de José María Morelos, otro cura que intentaría dar orden a la insurgencia y establecería las bases políticas e ideológicas de la nueva nación.
Autor: Domingo Coss y León para revistadehistoria.es
Bibliografía.
Aguilar, Luis Miguel et al. Historia Gráfica de México. Tomo 5. México: Editorial Patria / Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1988.
Florescano, Enrique. La formación del patriotismo criollo. En: Memoria mexicana. México: Fondo de Cultura Económica, 2002.
Menéndez, Antonio e Iván Menèndez. Del pensamiento esencial de México. México: Editorial Grijalbo, 1984.
Sellés, Manuel, José Luis Pesset y Antonio Lafuente (compiladores). Carlos III y la ciencia de la Ilustración. Madrid: Alianza Editorial, 1989.
Vázquez, Josefina Zoraida. De la independencia a la consolidación republicana. En: Nueva historia mínima de México. México: El Colegio de México, 2004.
[1] Josefina Zoraida Vázquez. De la independencia a la consolidación republicana. En: Nueva historia mínima de México. México: El Colegio de México, 2004, p. 137.
[2] Idem.
[3] Manuel Sellés, José Luis Pesset y Antonio Lafuente (compiladores). Carlos III y la ciencia de la Ilustración. Madrid: Alianza Editorial, 1989, p. 62.
[4] Antonio e Iván Menéndez. Del pensamiento esencial de México. México: Editorial Grijalbo, 1984, p.47.
[5] Véase: La formación del patriotismo criollo. En: Enrique Florescano. Memoria mexicana. México: Fondo de Cultura Económica, 2002.
[6] Ibid., p.496.
[7] Vázquez, op cit., p. 139.
[8] Ibid., p. 141.
[9] Luis Miguel Aguilar et al. Historia Gráfica de México. Tomo 5. México: Editorial Patria / Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1988, p. 26.
[10] Idem.
[11] Vázquez, op cit., p. 143.
[12] Idem.
https://revistadehistoria.es/el-movimiento-insurgente-de-hidalgo-y-la-lucha-por-la-independencia-de-mexico/
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