El final del Imperio de Occidente
El final del Imperio de Occidente se acercaba inexorablemente. Una vez desaparecida la amenaza huna, Aecio se esforzó por última vez para controlar la situación de Hispania, envió un legado de nombre Frontón para negociar con los suevos de Rechiario. Las negociaciones llegaron a buen puerto y los suevos accedieron a retrotraer sus fronteras al reino original de Galaecia. Acto seguido envió un destacamento militar al mando de Mansueto para que, ayudado por los godos de Teodorico II, combatieran a la bagauda de la Tarraconense. Corría el año 454 e Hispania estaba totalmente pacificada
Para entonces Aecio había ganado un gran renombre fuera de Italia por propugnar la idea de un Imperio integrador con políticas abiertamente anti provinciales y anti bárbaras. Contaba con importantes apoyos en Roma y en la Galia, pero otro sector de la aristocracia convenció a Valentiniano III del poder que atesoraba ya el general y lograron convencerle también de que era necesario pararlo
Así las cosas, cuando Aecio propuso el matrimonio de los hijos de ambas familias, Valentiniano, ayudado por sus seguidores, lo asesinó en su palacio en Septiembre de 454. Al año siguiente Valentiniano moría a manos de dos hunos del séquito de Aecio que buscaban la venganza y la justicia por el asesinato de su patronus.
Al día siguiente era nombrado emperador Petronio Máximo, conspirador en la muerte de Aecio y primer emperador en la rápida sucesión de siete emperadores entre 455 y 476. Nombró magister utriusque militiae de Italia y Galia a Avito –gran amigo de los godos–, pero para estas fechas la aristocracia provincial gala había perdido ya interés en la administración de las provincias y quería tomar parte de la administración imperial. Daba comienzo así la etapa en que una nobleza de segunda clase, oligarquías urbanas, se hacían cargo de la administración de ciudades y provincias. En otros casos fueron los propios obispos los que comenzaron a regir las ciudades en calidad de comes civitatis.
El rey de África, el vándalo Genserico, no aceptó la autoridad de Petronio Máximo. En 455 desembarcó en Ostia Antica y saqueó los graneros que abastecían a Roma, repitiendo el horror del saqueo de 410. El emperador se encontraba en Roma cuando una muchedumbre enloquecida lo asaltó y lo mató despedazándolo el 31 de Mayo de 455. Cuando la noticia llegó a Tolosa, Teodorico vio la oportunidad clara de proclamar a su amigo y valedor Avito como nuevo Augusto imperial. Lo coronó primero en Tolosa y después, de forma oficial, en Ugernum, una fortificación cercana a la ciudad de Arlés. Allí una asamblea de senadores galorromanos le prestó su apoyo, pero no opinaron igual los senadores de Roma ni tampoco los de Constantinopla. Se iniciaba así una etapa en que los diferentes reyes bárbaros ponían y quitaban emperadores en función de sus intereses. Avito fue un emperador filo godo en el sentido que entregó muchas prebendas y honores a sus aliados en la Galia frente a los provinciales y los civiles.
Sidonio Apolinar nos cuenta que, gracias a Avito, “Teodorico II adquirió todas las virtudes de un príncipe romano, lo que significaba tener habilidad con la agricultura, éxito con la caza, finura en las distracciones, equidad en los juicios, sinceridad en los consejos, lentitud para llegar a la irritación y la cólera, rapidez para la distensión y fidelidad en la amistad recíproca.” (En Ana Mª Jiménez, p. 166, 2010).
Los suevos de Rechiario, aprovechando los tumultos de estas dos sucesiones imperiales, se lanzaron a la rapiña de nuevos territorios; a lo que Avito respondió mandando a Teodorico II para combatirlo y a Ricimer a Sicilia para echar a los vándalos que habían ocupado la isla. Los vándalos de Sicilia fueron derrotados, pero la hambruna que padecía Roma hizo que la plebe obligara al emperador a licenciar a las tropas godas para evitar su manutención. Como éstas pedían un pago a sus servicios, el emperador decidió fundir las estatuas de bronce que aún quedaban en Roma para pagarles, acto que el Senado vio como antirromano. Avito fue obligado a dejar Roma y a marcharse a la Galia con sus aliados godos y allí sería asesinado en 457 tras ser despojado de la dignidad imperial por el general Mayoriano, que aspiraba a ser emperador y que fue proclamado como tal en el mismo año.
Teodorico regresó rápidamente a la Galia al enterarse de la muerte de su amigo y la coronación de Mayoriano, encontrando allí una situación conflictiva de luchas de intereses. El nuevo emperador intentó recuperar África desde la Cartaginense con un nutrido ejército de mercenarios y bárbaros. Hidacio nos cuenta que fueron unos traidores hispanos los que, prendiendo fuego a sus naves, impidieron que el emperador embarcara en la Península para combatir en África. La situación no deja de llamar la atención pues refleja la negativa respuesta de una población hacia unos emperadores que veían ya como un elemento extraño. Mayoriano fracasó estrepitosamente y volvió a Italia humillado, ante lo cual su general Ricimer, ni corto ni perezoso, lo ejecutó. Su muerte desencadenó una serie de catastróficas consecuencias en Hispania, pues los suevos continuaron con sus depredaciones a gran escala. Las poblaciones vivían ya inseguras y a merced de que suevos y godos pactasen con mayor o menor fortuna.
En 461 Ricimer elevaba a Libio Severo a la dignidad imperial, un senador anciano e incapaz de afrontar cualquier situación; con lo cual era fácilmente manejable. Su gobierno fue tan insignificante que el propio Ricimer lo ejecutó cuatro años más tarde tras llegar a un pacto con el emperador de Oriente, León I, para colocar en el poder a un oriental, Antemio, un patricio emparentado con la dinastía constantiniana.
Genserico se hizo valer una vez más desde África y desposó a una de sus rehenes, la hija pequeña de Valentiniano III, con un senador de Constantinopla, Anicio Olibrio, al que apoyó como nuevo candidato particular para ser emperador. Además, este candidato contó con el apoyo de suevos y godos, obteniendo éstos nuevas concesiones territoriales por ello. Antemio se vio tan acosado por todas partes que fue muerto por orden de Ricimer para poder apoyar así al candidato de los vándalos. Corría el año 472. El poder pasó a las manos de un tal Glicerio, encargado de las cosas de palacio en Rávena mientras el emperador oriental apoyaba a Julio Nepote, que destronó a Glicerio en 474. Nepote cerró pactos con los godos y con los burgundios para afianzar su posición y éstos pudieron ampliar aún más sus territorios hacia el norte.
El final del Imperio de Occidente
Un año después, Julio Nepote era relegado del poder por los partidarios de un militar grecorromano llamado Orestes, que no dudó en elevar al trono a su hijo Rómulo Augústulo. El bárbaro Odoacro mató a los pocos meses a Orestes y envió al muchacho a descansar a una finca en la Campania debido a su corta edad un 23 de Agosto de 476.
Odoacro dio el golpe definitivo en este día. Fue el primer bárbaro que no quería alzar a algún valedor como emperador. Tampoco quería casarse con ninguna romana para reinar ni tampoco quería ser emperador. Simplemente quería ser dueño de Italia pero no como emperador, ya que envió los símbolos de la dignidad imperial a Oriente en un verdadero acto de repulsa y desprecio a la tradición romana imperial.
Como ya no había insignias tampoco había Imperio, así que Odoacro fue nombrado rex de diversos pueblos y respetó las fronteras con sus vecinos godos, francos y burgundios, que rápidamente se anexionaron a sus reinos diversos territorios que hasta ahora habían sido romanos.
Fueron veinticinco años llenos de vorágine política, una vorágine que no fue sino el último estertor de un Imperio moribundo. A partir de aquí comenzará una nueva etapa en la que los diversos reinos bárbaros jugarán papeles protagonistas en el devenir de Occidente. Corría el último tercio del siglo V y habían pasado muchos años desde que emperadores como Augusto, Trajano o Adriano rigieran los designios del Imperio Romano, sumido en una decadencia imparable desde hacía más de doscientos años.
Autor: Miguel Angel Municio Castro para revistadehistoria.es desde http://romanainsolentia.com/
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Bibliografía:
JIMÉNEZ GARNICA, A. Mª: Nuevas gentes, nuevo imperio: los godos y Occidente en el siglo V, Madrid, 2010.
SANZ SERRANO, R: Historia de los godos. Una epopeya histórica de Escandinavia a Toledo, Madrid, 2009.
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