La Biblia de los médicos
Así es como se conocía a un libro vigente entre los médicos que se convertiría en la base de la enseñanza médica durante siglos, los Aforismos de Hipócrates. Pervivieron durante más de 2.500 años en los escritos a modo de sentencias breves y universales aplicadas a situaciones concretas, semejantes a los refranes de la actualidad, y según la mayoría de los historiadores fueron elaborados por el propio Hipócrates.
Con Hipócrates la medicina no solo entra en la era científica sino que determina la ética y moral del médico. Cuando fueron escritos no se tenían las nociones adecuadas ni de anatomía ni fisiología, además, imperaba la creencia en los cuatro humores, pero Hipócrates, considerado el padre de la Medicina, rechazaría que las enfermedades fueran originadas por fuerzas sobrenaturales, separó la medicina de la religión, y argumentó que la enfermedad no era un castigo divino, sino una consecuencia de alteraciones secundarias a la dieta, hábitos de vida y factores ambientales. Permitidme mostraros algunos de estos aforismos que, aunque puedan parecernos extraños a nuestros ojos, representaron un gran avance en el saber médico.
- A enfermedades extremas, remedios heroicos, excelentes y bien administrados.
- Presentan las enfermedades muy agudas síntomas muy alarmantes, y así en ellas conviene prescribir desde luego la más severa dieta. Mas, cuando la dolencia no presenta este carácter, se puede permitir algún alimento, aumentándose paulatinamente conforme la enfermedad se hace menos intensa.
- Tienen los que crecen mucho calor innato y así necesitan una alimentación copiosa; de no ser así, se consumirá su cuerpo. Los viejos tienen poco calor; y así los basta con poco para conservarle; demasiada alimentación les extinguiría. Por eso son en ellos las fiebres menos agudas, pues que está frío su cuerpo.
- No se debe juzgar de las evacuaciones por su cantidad, sino que es preciso atender a si tienen las cualidades necesarias, y si las sobrelleva bien el enfermo. Y si fuera preciso llevarlas hasta el desmayo, hágase, siempre que el paciente pueda soportarlas.
- En las enfermedades agudas y, sobre todo, al iniciarse, rara vez están indicados los purgantes y, cuando lo están, es con la mayor circunspección y medida.
- Ni la saciedad, ni el hambre, ni cosa alguna que exceda de lo que la Naturaleza quiera, es bueno.
- Mejor es que después de la convulsión, suceda la fiebre, que no que preceda esta a la convulsión.
- Buen signo es en toda enfermedad conservar despejada la inteligencia y estar dispuesto a hacer o tomar lo que se ofrezca. Lo contrario es mala señal.
- Los que tienen el cuerpo sano, sobrellevan difícilmente los purgantes.
- Suelen padecer los ancianos menos enfermedades que los jóvenes. En cambio, las que les acometen se hacen crónicas y muchas veces mortales.
- Los catarros y corizas de los ancianos, nunca se curan completamente.
- Los ahogados, estrangulados y acometidos de muerte aparente, si tienen espuma en la boca, no vuelven a la vida.
- Los obesos están más expuestos a muerte repentina que los delgados.
- Los niños que padecen de epilepsia, se curan con el cambio de edad, de costumbres, de vida, clima y región.
- Lo que causa más enfermedades es el cambio de estaciones. Y en estos tiempos las producen mucho más los rápidos cambios de calor o frío u otros análogos.
- Hay temperamentos, a los cuales prueba mejor el invierno que el estío; y a la inversa.
- Las enfermedades que más frecuentemente se observan en tiempos de lluvia son fiebres de larga duración, diarreas, gangrenas, epilepsias, apoplejías y anginas. En los muy secos se padece tisis, oftalmias, dolores articulares, disurias y disenterías.
- En verano conviene evacuar por la vía superior y en invierno por la inferior.
- Aquellos que durante el efecto de los purgantes no experimentasen sed, seguirán evacuando hasta sentirla.
- La expulsión de sangre en la orina espontáneamente, es señal de rotura de alguna vena de los riñones.
- Las arenillas que aparecen en la orina denuncien cálculos en la vejiga.
- Los epilépticos impúberes, tienen curación. Pero aquellos en quienes se presenta la epilepsia después de los veinticinco años, suelen conservarla hasta la muerte.
- El estornudo es buena señal en los padecimientos histéricos y en los partos difíciles.
- En la mujer embarazada, si los pechos se aplanan súbitamente es señal de aborto.
- El feto masculino ocupa preferentemente el lado derecho de la matriz y el femenino el izquierdo.
- En la mujer embarazada, cuando la leche sala con abundancia de los pechos, es signo de debilidad del feto. Pero si las mamas están duras y firmes, esto significa que el feto está sano.
- Cuando la mujer no concibe, si se quiere averiguar si es o no estéril, se la debe cubrir bien con sus vestidos y prepararla una fumigación; y si pareciere que el olor entra por el cuerpo hasta la nariz y la boca, por esto mismo se sabrá que no es infecunda.
- No goza de buena salud el feto de la mujer que menstrúa durante el embarazo.
- Las úlceras alrededor de las cuales cae el pelo son malignas.
- Los eunucos ni padecen gota ni se quedan calvos. Las mujeres no padecen gota hasta que cesa el flujo menstruo. Los jóvenes no padecen gota antes de gustar los placeres sexuales.
- Hay que observar, en el enfermo el aspecto que los ojos presentan durante el sueño. Si estando los párpados casi juntos se ve una parte de lo blanco de la esclerótica, sin que haya precedido flujo espontáneo de vientre o provocado, el síntoma es funesto y mortal a veces.
- De los cuarenta a los sesenta años es cuando están los individuos más expuestos a la apoplejía.
- Lo que los medicamentos no sanan lo cura el hierro; lo que no cura el hierro, el fuego lo cura; lo que no sana el fuego, debe considerarse incurable.
- Es en extremo conveniente que el médico se aplique a pronosticar con acierto.
- El dormir el enfermo con la boca siempre abierta es señal de muerte.
- En conclusión, los tumores que traen dolor, y son duros y grandes, significan una muerte cercana; pero sí fuesen blandos sin dolor, y que ceden al tacto, son más largos.
- Lo que se ha de tener por cosa muy mala es que el enfermo no pueda dormir ni de día ni de noche, porque este desvelo dimana o de dolor o de trabajo grande que el paciente tiene, o es significativo de perturbación de la mente.
No están todos los que son, pero esta pequeña muestra puede sorprender a más de uno. Hemos de tener presente que se escribieron hace más dos mil años. Entre los textos hipocráticos también encontramos un libro Las Epidemias, donde se describe de manera sistemática las enfermedades, base de la práctica médica, alertando con él sobre la simplificación de las causas de las mismas atribuyéndole la misma en todos los casos. A modo de ejemplo os transcribo la descripción que hizo en dos de ellos:
Sileno, que vivía cerca de Platamon, junto a las casas de Evalcides, después de grandes trabajos, desórdenes en beber y ejercicios inmoderados, fue acometido de una vehementísima calentura: sintió a los principios incomodidad hacia los lomos, y juntamente peso en la cabeza, con dolor tirante en la cerviz. El día primero echó por el vientre muchos humores coléricos, sin mezcla ninguna, espumosos, y muy encendidos: las orinas fueron negras, y la nubecilla y ellas también lo era. Tenía mucha sed, con lengua seca, y en la noche no durmió nada. El día segundo la calentura era aguda, los cursos muchos, y el humor que en ellos arrojaba, tenue y espumoso: las orinas negras, la noche inquieta y pesada, con un poco de delirio. Al día tercero se agravaron todas estas cosas, y los hipocondrios, hacia el ombligo, se pusieron tirantes, aunque con blandura; los cursos eran de humor tenue que tiraba a negro; las orinas turbias y negras; la noche la pasó sin dormir; habló mucho con grandes risas y canciones, de modo que no podía contenerse. En el día cuarto continuaron así todas estas cosas. En el quinto echó por el vientre humores biliosos, sin mezcla de otros, tenues y pingues; las orinas fueron delgadas y transparentes, y volvió un poco sobre sí. En el día sexto tuvo un poco de sudor de la cabeza; las extremidades del cuerpo se le pusieron frías y amoratadas; estuvo sumamente inquieto, y en todo el día no hizo curso ninguno, y la orina se detuvo, la calentura era aguda. El día séptimo se le quitó el habla; las extremidades del cuerpo no podían volver en calor y no echó orina ninguna. El día octavo tuvo sudor frío por todo el cuerpo, y al cutis le salieron postillas rojas, redondas, pequeñas, semejantes a los barros, las cuales permanecían y no hacían elevación: ese día el vientre estuvo un poco conmovido, y por él salieron muchos excrementos tenues que parecían crudos y con gran trabajo: la orina era picante, con dolor; las extremidades del cuerpo volvieron un poco en calor; dormía poco, y más era sopor que sueño; faltóle la voz, y las orinas eran delgadas y transparentes. En el día noveno no hubo novedad. En el décimo no podía beber, tenía modorra, los sueños eran cortos, por el vientre echó lo mismo que antes; ese día echó mucha orina, y crasa, y el poso que en ella había era blanco y semejante a los pedacillos de la cebada tostada y mal molida; las extremidades se volvieron a poner frías. El día once murió. Tuvo este enfermo, desde el principio hasta el fin, la respiración grande y rara y una palpitación continua en los hipocondrios: era de edad de veinte años.
O este otro…
En Cizieo, una mujer que parió con gran trabajo dos mellizas, y purgó poco, desde luego fue acometida de calentura aguda con calofríos, y junto con esto tuvo peso y dolor en la cabeza, y en la cerviz. Al principio padeció desvelo, estaba taciturna y de semblante alterado, y no se rendía a persuasión ninguna, las orinas tenues y sin color, la sed era grande, estaba ansiosa, el vientre se le destemplaba con perturbación y desorden, mas después volvía a contenerse. En la noche del día sexto deliró mucho, no durmió nada. Hacia el undécimo, tuvo grande delirio, y volvió después en si: las orinas eran negras y tenues, e intermitiendo por algún tiempo, eran semejantes al aceite: del vientre echó muchos humores delgados con perturbación. El día decimocuarto tuvo muchas convulsiones, los extremos del cuerpo estaban fríos, no volvió más en sí, las orinas se detuvieron. En el decimosexto se privó del habla. El decimoséptimo murió.
Leer y conocer algunas de las recomendaciones y descripciones de Hipócrates puede ayudar a entender en parte la transformación que sufrió la medicina y cómo la cambió para siempre.
“La vida es breve y al arte es largo, la ocasión fugaz, el experimento arriesgado, la experiencia engañosa y el juicio difícil” (Hipócrates)
Para saber más:
https://franciscojaviertostado.com/2017/12/27/la-biblia-de-los-medicos/
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