Con las Islas Carolinas continuamos y finalizamos con la epopeya de la exploración española del pacífico, allí donde la dejamos (puedes leer la primera parte aquí y la segunda parte aquí)
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Islas Carolinas
Las Carolinas agrupan un extenso archipiélago de más de un millar de atolones e islas contiguas a la latitud ecuatorial, situadas entre el noreste de Papúa Nueva Guinea y el sur de las Marianas. Fueron avistadas por vez primera por el explorador Toribio Alonso de Salazar en 1526, aunque no tenemos constancia fehaciente de su desembarco en las mismas. El marino vizcaíno formó parte de la tripulación capitaneada por Jofre de Loaysa y Elcano, quienes perecieron durante la accidentada travesía. Diezmada la marinería y dada su condición de tesorero real, fue designado para capitanear la expedición española. A pesar de las innumerables adversidades padecidas, pudo arribar en Tidore (Indonesia) con la nao Santa María de la Victoria, única nave que logró resistir el cúmulo de penalidades de tan aciago viaje. El 21 de agosto divisó varios islotes y atolones de las Carolinas, pero dos semanas después murió a causa del escorbuto tras dejar la isla de los Ladrones. Dos años después, en 1528, el explorador Álvaro de Saavedra Cerón tomaría posesión en nombre de la Corona de aquellas islas diseminadas en multitud de archipiélagos. En las décadas posteriores fueron avistadas nuevas islas por otras expediciones de exploración, las cuales tuvieron diversas denominaciones hasta que en 1686 Francisco de Lezcano las rebautizó con el nombre de islas Carolinas en honor al Rey Carlos II de España. Al igual que en las Marianas, la colonización de las islas tuvo un marcado carácter religioso. Pero no sería hasta finales del siglo XVIII cuando se dotó la relación con las islas de un sentido comercial.Fin del Imperio
La Conferencia de Berlín (1884-1885) supuso la legitimación internacional del imperialismo para el reparto colonial. Para la ocupación efectiva de los territorios de ultramar se exigía a las potencias europeas una posesión efectiva de los mismos, obviando los derechos históricos anteriores si ello no suponía un control militar y/o administrativo del enclave. Así pues, se inició una frenética carrera expansionista para asegurar la hegemonía en sus respectivas áreas de influencia. Aunque en la Conferencia se trató exclusivamente el reparto de África, es evidente que las disposiciones acordadas se extendieron a todos aquellos dominios del globo. Existía un notorio interés de americanos, alemanes y británicos en la zona de la Micronesia, cuyos naturales ya se habían instalado años atrás en diversas islas del Poniente. El aumento de colonos y comerciantes extranjeros hizo temer al gobierno español la ocupación de sus dominios por otras potencias, ya que su soberanía era más nominal que real. Con objeto de consolidar un enclave colonial en el archipiélago carolino, a partir de 1885 se hizo necesaria una ocupación activa para reivindicar la autoridad española. Excepto la presencia de las misiones jesuitas, España carecía de una administración civil en el archipiélago por lo que presentaba una situación de debilidad manifiesta. El gobierno español, temeroso ante una posible ocupación extranjera, procedió al asentamiento real en las Carolinas, estableciendo en las mismas una delegación administrativa y un mando militar operativo de dos Divisiones Navales. Las justificaciones políticas apuntaron a la necesidad estratégica de controlar las rutas entre el archipiélago filipino y las Antillas españolas como escala imprescindible para la flota española tras la anunciada apertura del Canal de Panamá
El Imperio alemán, que ya desde 1885 estableció un dominio sobre la parte nororiental de la isla de la actual Papúa Nueva Guinea, comenzó a ampliar su zona de influencia sobre las islas Marianas e islas Carolinas, con claras intenciones de establecer un protectorado militar dado su valor estratégico. Las reivindicaciones españolas alegando la soberanía sobre ambos archipiélagos fueron finalmente reconocidas gracias a la intercesión del Papa León XIII pero se permitió al Emperador alemán establecer una base naval en la zona. La tensión militar exhibida por los germanos durante los siguientes años, amén de las presiones diplomáticas de la cancillería imperial, tuvo como consecuencia final la venta de las últimas posesiones españolas en el Pacífico. Por el Tratado Hispano-Germano de 1899, España vendía a Alemania las islas de los archipiélagos de las Carolinas y las Marianas (incluyendo Palaos, pero excluyendo Guam que ya estaba bajo dominio americano) por 17 millones de marcos alemanes (25 millones de pesetas). Este tratado ha dormido en el olvido de la historia, encubierto bajo la sombra del Tratado de París. Mucho se ha especulado sobre la conveniencia o no de que España hubiera mantenido la posesión de aquellas islas del Poniente. Tras el Desastre del 98, España dejaba de ser una potencia militar en el panorama internacional. El otrora imperio donde no se ponía el sol, quedaba reducido a las unas pocas posesiones en el continente africano.
Sin embargo, Alemania apenas pudo establecer sus codiciadas bases navales, pues Japón las ocuparía en 1914, que posteriormente fueron reconquistadas por las tropas americanas en la II Guerra Mundial. Posiblemente el traspaso de los dominios en el Pacífico evitó la entrada de España en las dos guerras mundiales que asolaron el siglo XX. Quizás, de haber retenido aquellos dominios codiciados por británicos, alemanes, japoneses y americanos, las consecuencias políticas hubieran resultado trágicas para un país malherido en su orgullo patrio tras casi cuatro siglos de hegemonía mundial.
Autor: José María González de Diego para revistadehistoria.es
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