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martes, 9 de agosto de 2016

El Códice Voynich: así clonan en Burgos el libro más misterioso del mundo

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El Códice Voynich: así clonan en Burgos el libro más misterioso mundo

Lo llaman el libro imposible. Fue escrito hace más de 500 años por un autor anónimo en un idioma desconocido.
Ahora, una pequeña editorial burgalesa protagoniza el último capítulo: clonar 898 copias por encargo de la Universidad de Yale.
En la solapa de la chaqueta de Juan José García brilla una insignia con la rueda de 24 dientes, símbolo del enigmático Club Rotario. El editor tiene ojos de forense, capaces de escrutar las Páginas Amarillas a la caza de un error tipográfico. Nos muestra al fotógrafo y a mí su colección de códices, custodiada en el museo Fadrique de Basilea, un centro privado dedicado a la historia del libroque ha levantado en Burgos en plena crisis económica. Escuchando a García da la sensación de que en cualquier momento puede aparecer por la puerta Dan Brown para felicitarle las fiestas patronales. O quizás para matarle. Sí, uno llega a imaginarse al autor de El código Da Vinci perpetrando un crimen literario para robar y hacer suya la extraordinaria trama que protagonizan este editor burgalés yel libro más misterioso del mundo: el Códice Voynich.
A pesar de que tanto García como Pablo Molinero, su socio en la editorial Siloé, ya han trabajado con algunos de las obras bibliófilas más hermosas de Occidente, su fascinación por el Voynich supera cualquier experiencia previa. Considerado el libro imposible, se trata del único códice medieval que nadie, ni los mayores expertos del mundo, ha sido capaz de descifrar. Está escrito en una lengua desconocida que esconde un mensaje encriptado.
Su hermosura desconcertante ha llevado a sabios, reyes, espías de la CIA y frikis de todo pelaje a interpretar su contenido de las formas más peregrinas. ¿Acaso es una pócima para un anticonceptivo natural? ¿Un libro de magia? ¿Un legado extraterrestre? Con el Voynich cualquier teoría es posible desde su publicación hace cinco siglos. Como nadie ha conseguido desentrañarlo, de momento hay que conformarse con observar los dibujos que adornan sus páginas: constelaciones de estrellas, mujeres desnudas y elegantes plantas llenas de color no identificadas por la ciencia botánica.
Hace unos meses, los medios de comunicación resucitaron la popularidad del códice cuando la Universidad de Yale, guardiana del manuscrito, eligió entre aspirantes de todo el mundo a la editorial burgalesa para clonar el Voynich. Tras sellar su acuerdo, una edición de 898 facsímiles trabajados con la paciencia de un orfebre verá la luz en el plazo de dos años. Cada ejemplar puede alcanzar los 8.000 euros.
Cuando Juan José García se coló en la historia del manuscrito hace ya una década, era un filólogo con experiencia editorial que acababa de vender su anterior negocio, una escuela de idiomas en Miranda de Ebro, para dedicarse a tiempo completo a su pasión bibliófila. Había encontrado por casualidad en un libro una mención relativa al Voynich y su curiosidad se desató. Así que, en la primavera de 2005, envió un email a Yale (EEUU) en el que solicitaba formalmente el permiso para poder examinarlo. No recibió respuesta alguna.
Este silencio no tuvo un efecto disuasorio. Al contrario. Fue el principio de una serie de viajes y citas con autoridades académicas que se prolongó durante más de 10 años. Su objetivo final era ambicioso: conseguir el permiso para clonar el libro más raro del mundo. «Nuestra gran baza fueron nuestros facsímiles, que entusiasmaron a los americanos», dice García, de 53 años, cuando detalla los pormenores de la negociación. Otras armas importantes a su favor fueron los premios de edición ganados por sus reproducciones y su colaboración con templos bibliófilos del rango de la Biblioteca Nacional de Francia y la Abadía de Westminster en Reino Unido.
Estaba claro que para seducir a una institución del poderío económico de Yale, donde el precio medio de la matrícula supera los 30.000 dólares, el dinero no iba a ser lo más importante. Fueron las ventajas técnicas las que facilitaron el acuerdo. Los facsímiles que haga Siloé van a garantizar a muchos estudiosos unacceso inédito al Voynich, lo que permitirá minimizar los riesgos de perder su contenido para siempre en caso de deterioro, incendio o hurto del original (elCódice Calixtino robado, en 2011, de la catedral de Santiago fue una advertencia), además de ser utilizados en exposiciones.
Es cierto que estos burgaleses no van a resolver el enigma por sí solos mediante la clonación del libro. Sin embargo la difusión que promueven sí que estimulará su investigación y, quién sabe, que alguien consiga desentrañarlo. Hasta que llegue el momento del clonado, el Voynich aguarda -bajo la signatura MS408 en la biblioteca Beinecke de Yale, rodeado de mármol de Vermont y decenas de cámaras de seguridad- la llegada de un nuevo Champollion y una Piedra Rosetta que, como ocurrió con la escritura egipcia hace 200 años, consigan descifrar la lengua que nadie entiende.
Calma en el museo. Son las once de la mañana. El museo del libro, que recibe 15.000 visitantes al año, está muy tranquilo. Únicamente nos cruzamos en una sala con una pareja francesa que hace el Camino de Santiago. Las oficinas de la editorial Siloé se han trasladado a este edificio reformado, si bien Juanjo mantiene el local donde todo empezó, en cuyo sótano guardan gran parte de su catálogo y por el que se accede a través de un montacargas. Un laberinto de cajas y libros amontonados en un desordenado orden de 20 años de trabajo. «¿Después de hablar iremos a comer juntos, no? Joder, que en Burgos se come fenomenal», dice el editor, anárquico en el habla y simpático en el trato. Puede estar describiendo un beato o un atlas del siglo XVII y, de repente, recrearse en las bondades de la morcilla de arroz. Entre medias, recibe infinitas llamadas telefónicas y saluda por la calle a los vecinos.
Juan José García es un contable de palabras, pero también sabe de números, aunque no le guste hablar de ellos. No contesta cuando se le pregunta sobre lainversión que hay detrás de la firma del contrato para clonar el Voynich. «Mucho dinero», es lo máximo que llega a concretar.
Más allá de su belleza física, el códice es adictivo. No se sabe muy bien por qué. Tal vez sea la frustración de no entenderlo. «Cuando por fin pude examinarlo, estaba tan excitado que me dije de cachondeo: a ver si después de tanto lío sus páginas van a estar envenenadas, como en El nombre de la rosa».
El editor lanza con su recuerdo un guiño a su amigo Umberto Eco, santo laico de los libros incunables, a quien escribió hace unos meses para comunicarle que por fin tenían el manuscrito. Lamentablemente, como sucedió con el primer email de este relato, su mensaje tampoco recibió contestación. «No sé si llegó a leer la carta», admite con pesar. Días más tarde, el editor se enteró por el periódico del fallecimiento en Milán del intelectual italiano.
Umberto Eco no fue el único enamorado de las luces y sombras del Voynich. Algunos de los que han luchado contra su telaraña de 40.000 palabras son loscriptógrafos de la CIA, los americanos que descifraron los códigos del ejército japonés durante la II Guerra Mundial y hasta un profesor de la Universidad de Pensilvania que se obsesionó tanto con la traducción que acabó trastornado. Todos fracasaron en su empeño. Bueno, todos menos uno: encuentro una referencia de alguien que tuvo éxito, aunque fuera en la ficción. Indiana Jones lo logra en una de las novelas que protagonizó aprovechando el tirón de la saga cinematográfica. Necesitaba el Voynich para encontrar la Piedra Filosofal y todos sabemos que, latigazo va, latigazo viene, no hay reliquia que se le resista al arqueólogo.
La pausa de la visita es en un restaurante de la plaza de Santa María. García escoge una mesa cuya ventana da a la fachada de la catedral. Por primera vez, sus pulsaciones por minuto decrecen y apaga el móvil. Es otro, más sosegado, como si contar la historia del Voynich y su reproducción obligara a un recogimiento casi monacal.
El origen de todo. Nunca un libro tuvo una aventura más maravillosa. Tan grande que hace pequeñas las desgracias que lo siembran. Para empezar, no tiene ni firma. Es conocido con ese sobrenombre por su redescubridor, Wilfrid M. Voynich, un fenicio de los libros que bien podría ser un personaje sacado de El Club Dumas, la novela de Arturo Pérez-Reverte . En 1912 compró el libro a unos jesuitas que, agobiados por las deudas, malvendían su biblioteca en la Villa Mondragone (Italia).
Cuando Voynich lo encontró, en sus páginas se camuflaba una carta que aclaraba algunos de los puntos ciegos de la historia del manuscrito en su devenir por siglos y territorios. Fechada en 1665, en ella el rector de la Universidad de Praga, Jahannes Marcus Merci, le pedía a Atanasio Kircher, considerado uno de los mayores sabios de la época, que intentara descifrar este código secreto. Esta carta también va a ser clonada por la editorial Siloé.
Kircher era físico, geógrafo, lingüista y, sobre todo, amante de los enigmas. Sin dudar de sus virtudes, sí se puede decir que la vanidad era uno de sus defectos. En su debe está uno de sus grandes triunfos. Su conocimiento de lenguas antiguas le había llevado a abordar la traducción de los jeroglíficos de un obelisco egipcio, lo que le proporcionó mucha fama. Sin embargo, el descubrimiento de la Piedra de Rosetta más de 100 años después demostró que Kircher se había inventado su significado. Lo cierto es que este jesuita tampoco descifró el Voynich y con él se perdió la huella del manuscrito durante casi tres siglos.
Como todo buen misterio, el Voynich tiene muchos sospechosos. Los ingleses John Dee y Roger Bacon, un alquimista checo, un Leonardo Da Vinci adolescente, un franciscano perseguido por la Iglesia y hasta los aztecas se disputan su autoría en el burdel de teorías conspiranoicas que es internet y en diversos trabajos de investigación. Incluso algunas de las 540.000 referencias aparecidas en Google (99.000 sólo en español) lo relacionan con un testamento de los elfos. Lo único claro es que las pruebas del Carbono 14 datan el nacimiento del pergamino entre 1404 y 1438, mientras que la tinta empleada es de décadas posteriores.
Fascinado por una rueda de reconocimiento de creadores tan variopinta, contacto con Paula Zyats, responsable del Centro de Conservación y Restauración de las bibliotecas de Yale, para preguntarle cuál es la teoría más loca sobre el origen del Voynich. «Mi favorita es la que habla de unos extraterrestres que viajaron a la Tierra y se olvidaron un cuaderno con apuntes botánicos», replica. «Y no sólo eso. Este mismo grupo sería el responsable de la desaparición de los dinosaurios, porque se los llevaron en su nave espacial para proseguir su viaje interestelar».
Esto no nos debe extrañar. Según los registros, el Voynich es el segundo libro más demandado en la biblioteca Beinecke (el primero es la Biblia de Gutenberg), una de las más importantes colecciones de libros raros y antiguos. Es objeto de culto tanto de eruditos como de iluminados y mercenarios. Dados su valor y fragilidad, las peticiones de investigadores tienen que pasar por el conservador jefe, que rechaza la mayoría de solicitudes. «Al margen del cauce oficial, todos los que trabajamos con el manuscrito recibimos mensajes o cartas haciéndonos preguntas o con teorías sobre su origen», explica Zyats por correo electrónico. «Algunos dicen ser capaces de solucionarlo, si se les paga, claro. Yo las guardo todas en un archivo».
En la sobremesa, García confirma que la primera fase del proyecto Voynich ha concluido recientemente. En su último viaje a New Haven, estuvo cuatro días con un fotógrafo de confianza -y bajo la vigilancia de dos técnicos de Yale- reproduciendo con una cámara Hasselblad las 252 páginas del manuscrito.
Ese material será la base del trabajo que se realizará en Burgos los próximos meses. De cierta forma, los editores reconocen que este proyecto es como empezar de cero. Sus experiencias anteriores con libros como el Bestiario de Don Juan de Austria o el Liber Chronicarum, el incunable más ilustrado del mundo, no sirven de mucho en este caso. Cada obra de este tipo es un mundo autista. Por eso tiene que ser estudiada con precisión microscópica, buscar los pegamentos adecuados, imitar la vitela (piel de vaca pulida sobre la que se escribía en la Edad Media), envejecer el hilo... Una labor en la que pueden colaborar hasta 23 empresas diferentes.
«Nuestro secreto es el mimo que ponemos», recalca el editor. Ese «mimo» que ha convertido a la Editorial Siloé en un referente mundial de facsímiles. Juanjo reconoce que la posibilidad de confusión con el original a veces les ha generado problemas. «Cuando quisimos realizar un cuaderno de apuntes de Picasso rechazaron nuestra petición argumentando que el excesivo parecido podría rozar la falsificación». Son falsificadores de primer nivel, indultados por un acta notarial que tiene cada ejemplar
Entonces, ¿cómo un comprador sin experiencia distingue una copia buena de una burda? Hay varias pistas. El peso es importante, ya que los originales suelen ser más ligeros. Otro elemento a observar son los broches del libro, que casi siempre son iguales en las copias, mientras que en los auténticos no, por eso es imprescindible que una reproducción de nivel imite el golpe del orfebre, aunque utilice moldes. Los oros de muchas ilustraciones medievales también son orientativos: cuando no están bien imitados y aplicados, los facsímiles adquieren aspecto de misal hortera de primera comunión.
Siloé ya lleva vendidos 300 voynichs. Todos a particulares. Las instituciones públicas no pueden adelantar dinero por algo que todavía no existe. Resulta curiosa esta venta anticipada. El mundo del facsímil sigue basándose en redes de comerciales. Posiblemente sea el único mercado editorial por catálogo que internet no ha conseguido fagocitar. El cliente, por norma, quiere ver un ejemplar antes de hacer semejante desembolso y tiene la oportunidad de pagar a crédito. «Te sale por lo que te cuesta un periódico y un café al día», calcula Juanjo.
En el viaje de vuelta a Madrid recuerdo que el museo del libro que he visitado fue bautizado por estos editores como Fadrique de Basilea en homenaje al maestro impresor que lideró, desde Burgos, las artes gráficas en la Europa de finales del siglo XV. La Celestina y la Gramática de Nebrija nacieron en este taller. Leyendo el folleto y la Wikipedia compruebo que Fadrique fue contemporáneo del autor del Voynich y que varios de sus trabajos acabaron en el Índice de los Libros Prohibidos...
Basta. Dejo de pensar. No quiero acabar en el archivo de teorías frikis que custodia la doctora Zyats en la Universidad de Yale.

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