Mercedes Mota: Correspondencia con Pedro Henríquez Ureña (11)
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En la carta de Mercedes Mota (MM) a Pedro Henríquez Ureña, fechada en San Juan de Puerto Rico el 21 de noviembre de 1903, ella ratifica dos párrafos más adelante que fue un niño de Antera Mota quien murió: «¡Pobre niño! (…) Rebosaba de vida cuando le di el último beso, cuando le prodigué las últimas caricias. Ha muerto en una gravedad de 24 horas.» (Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. SD: Academia Dominicana de la Historia, SD: 2015. BVega, 141).
A los infortunios familiares de MM se suman los personales, con los que vivirá toda su vida y solo en algunos momentos parece disfrutar de la vida, pero sobre todo cuando está ligada a la literatura y el arte. En la misma misiva a PHU, le habla de escritores y poetas puertorriqueños que ha conocido en su viaje a la Isla del Encanto, tales Mariano Riera Palmer, Sebastián Dalmau i Canet, Manuel Fernández Juncos. Este es figura con cierta nombradía en las historias literarias boricuas, pero los juicios de valoración artística de MM no están tan asentados como los de PHU, pero ella trabaja para lograrlo: Dalmau i Canet «me obsequió con dos volúmenes suyos en verso: Rasgos i Cantares. Como versos, medianos. Dice que ha escrito mucho. Tal vez su prosa raye a mayor altura (…) es un joven mallorquín que ha comenzado la carrera como terminan muchos.» (BVega, 142).
Y MM separó, como no se practica todavía en nuestro país, autor y obra: «Don Mariano es un hombre de un corazón muy noble, retratado en la bondad de su rostro. Todo su ser respira gran reposo de conciencia, como hombre lo juzgo superior.» (Ibíd.). Vése por el juicio que una cosa es el autor y otra la valoración crítica de la obra, cuyos versos son “medianos” y pronostica que Dalmau i Canet terminará como terminan otros muchos la carrera literaria. Al referirse a su prosa, que le parece bastante discreta i sesuda.». (Ibíd., 142)
En la misiva a PHU del 3 de diciembre de 1903, MM se despide de San Juan, no sin antes referirle a su corresponsal lo bien que pasó aquellos días en Puerto Rico, invitada a todos los sitios culturales, Casino Español y Ateneo, orgullosa de los pujos aristocráticos rodosianos que tanto blandía PHU: «Me despido (…) de este bellísimo i cariñoso país donde mi gratitud queda obligada, i donde el cariño, el afecto respetuosa, me brindaron sus dulzuras, cicatrizando en parte, las profundas heridas de mi corazón. (…) No puedo irme a Santo Domingo descontenta. Todo lo he visto aquí, de todo he gozado. El domingo en la noche fui al Casino Español, la sociedad más selecta de San Juan. Allí pasé ratos deliciosos con el señor Díaz Lecuna, Cónsul venezolano en esta (…) Anoche estuve en el Ateneo. ¡Fiesta deliciosa! Hablaron don Manuel Fernández Juncos, Pérez Losada, Ferdinand Cestero, i otros literatos más (…) El señor Fernández Juncos tuvo la complacencia de invitarme especialmente para dicho acto. (…) El señor [Jacinto] López acaba de publicar un folleto titulado Un Libertador, dedicado a Ramón Cáceres (…)Se conocieron aquí en mi habitación viajera.» (BVega, 143)
Y ese disfrute de la vida será pasajero, pues el tormento la acompañará de nuevo cuando a su regreso a Puerto Plata, como se aprecia su desolación en carta del 5 de febrero de 1904 a PHU. Luego de informarle que no le gustó el libro El Ynocente, de D’Anunzzio, que le envió a PHU desde San Juan. Sin embargo, MM quedó fascinada con El Fuego i El Placer, pero considera que El Triunfo de la Muerte y El Fuego «son las obras culminantes de D’Anunzzio.» (BVega, 144).
Va asentándose la capacidad valorativa de MM, guiada por PHU, a quien ella, vez en cuando, corrige, como “hermana” mayor, cuando le reprocha como “un error” la noticia que le dio desde Nueva York en el sentido de que se aprestaban a regresar a Santo Domingo. Alarmada por la situación de violencia en el país le informa: «Últimamente han salido en calidad de expulsos, varios: Deschamps, Teófilo Meyreles, Salvador Carvajal, Alberto Zafra i otros más. Los primeros dizque están en Guantánamo. Eso dice la jente (…) ¿Cómo juzgarán a nuestro país los extraños? ¡Tú no puedes imaginarte las pasiones que se han despertado entre nuestros compatriotas! La jente de pundonor, i que no se mezcla en cuestiones políticas, vé con hondo desconsuelo la situación a que ha llegado la República. ¡Qué desastre! ¡Qué horror! La cordura y la sensatez han huido para siempre de este desventurado país. Yo creo que ya es la hora de la agonía para los dominicanos. La muerte no tardará en llegar.» (Ibíd.).
La paz y la dulzura de aquellos días alcionios en Borinquén se han convertido en una pesadilla, y lo que vendrá será el descalabro del país con el Convenio de 1905 y su ratificación con la firma de la Convención Domínico- Americana de 1907, en virtud de las cuales Ramón Cáceres entregó las aduanas al Gobierno norteamericano para que se cobrase la deuda que tenía el país con los tenedores de bonos radicados en Nueva York: «Después que regresé de Puerto Rico, los días transcurridos han sido de angustia. Nuestra casa es testigo de ella.» En varias habitaciones están las señales de las balas que las atravesaran. El 15 i el 16 del pasado [mes] fueron días mui temerosos. Sobretodo, el 16 por la mañana. El gobierno atacó rudamente, en las afueras de la población, a los revolucionarios, los Jimenistas, derrotándolos completamente. Desde ese día, con la toma de Puerto Plata, se inició la pérdida de las restantes poblaciones cibaeñas. Jiménez está reducido a la nada, puede decirse, pues sólo cuenta con mui pocos pertrechos, i carece de dinero. Yo creo que Jiménez (sic) debía levantar un poco su alma, i darse cuenta de la gran desgracia que con sus ambiciones le está acarreando a la República. (…) Quisiera alejarme de nuevo de este país, para no ver, para oír lo que no debe ser visto ni oído. ¡Son cosas tan dolorosas! (Ibíd., 144-145).
La única noticia buena en medio del desastre descrito por MM, debido a la guerra desatada por la Revolución Unionista entre horacistas y jimenistas para derribar el Gobierno de Alejandro Woss y Gil y encabezada por Carlos Morales Languasco, fue la operación de cataratas practicada a doña Zenona por «…el doctor [Arturo] Grullón. Éxito magnífico. El ojo operado por el doctor Vives sufrirá una segunda operación dentro de algunos meses. Tengo confianza en el doctor Grullón. Yo estoi muy contenta viendo que la desgracia de doña Zenona no ha sido irremediable. Ella los saluda cariñosamente.» (Ibíd., 145). Este doctor Grullón, santiaguero, estudió Medicina en París en la misma época que Henríquez y Carvajal y luego volvió la Ciudad Luz a estudiar Oftalmología. Bien se ve que la señora Zenona era persona conocida de la familia Henríquez-Ureña y, por lo tanto, de PHU.
Aquel Oobierno que derribó a Woss y Gil, con el apoyo de horacistas y jimenistas, duró poco.
Otra revolución, llamada de la Desunión, barrió con el Gobierno de Morales Languasco a los seis meses de guerra en “casi todo el país” (Moya Pons: 1997:435).
A los infortunios familiares de MM se suman los personales, con los que vivirá toda su vida y solo en algunos momentos parece disfrutar de la vida, pero sobre todo cuando está ligada a la literatura y el arte. En la misma misiva a PHU, le habla de escritores y poetas puertorriqueños que ha conocido en su viaje a la Isla del Encanto, tales Mariano Riera Palmer, Sebastián Dalmau i Canet, Manuel Fernández Juncos. Este es figura con cierta nombradía en las historias literarias boricuas, pero los juicios de valoración artística de MM no están tan asentados como los de PHU, pero ella trabaja para lograrlo: Dalmau i Canet «me obsequió con dos volúmenes suyos en verso: Rasgos i Cantares. Como versos, medianos. Dice que ha escrito mucho. Tal vez su prosa raye a mayor altura (…) es un joven mallorquín que ha comenzado la carrera como terminan muchos.» (BVega, 142).
Y MM separó, como no se practica todavía en nuestro país, autor y obra: «Don Mariano es un hombre de un corazón muy noble, retratado en la bondad de su rostro. Todo su ser respira gran reposo de conciencia, como hombre lo juzgo superior.» (Ibíd.). Vése por el juicio que una cosa es el autor y otra la valoración crítica de la obra, cuyos versos son “medianos” y pronostica que Dalmau i Canet terminará como terminan otros muchos la carrera literaria. Al referirse a su prosa, que le parece bastante discreta i sesuda.». (Ibíd., 142)
En la misiva a PHU del 3 de diciembre de 1903, MM se despide de San Juan, no sin antes referirle a su corresponsal lo bien que pasó aquellos días en Puerto Rico, invitada a todos los sitios culturales, Casino Español y Ateneo, orgullosa de los pujos aristocráticos rodosianos que tanto blandía PHU: «Me despido (…) de este bellísimo i cariñoso país donde mi gratitud queda obligada, i donde el cariño, el afecto respetuosa, me brindaron sus dulzuras, cicatrizando en parte, las profundas heridas de mi corazón. (…) No puedo irme a Santo Domingo descontenta. Todo lo he visto aquí, de todo he gozado. El domingo en la noche fui al Casino Español, la sociedad más selecta de San Juan. Allí pasé ratos deliciosos con el señor Díaz Lecuna, Cónsul venezolano en esta (…) Anoche estuve en el Ateneo. ¡Fiesta deliciosa! Hablaron don Manuel Fernández Juncos, Pérez Losada, Ferdinand Cestero, i otros literatos más (…) El señor Fernández Juncos tuvo la complacencia de invitarme especialmente para dicho acto. (…) El señor [Jacinto] López acaba de publicar un folleto titulado Un Libertador, dedicado a Ramón Cáceres (…)Se conocieron aquí en mi habitación viajera.» (BVega, 143)
Y ese disfrute de la vida será pasajero, pues el tormento la acompañará de nuevo cuando a su regreso a Puerto Plata, como se aprecia su desolación en carta del 5 de febrero de 1904 a PHU. Luego de informarle que no le gustó el libro El Ynocente, de D’Anunzzio, que le envió a PHU desde San Juan. Sin embargo, MM quedó fascinada con El Fuego i El Placer, pero considera que El Triunfo de la Muerte y El Fuego «son las obras culminantes de D’Anunzzio.» (BVega, 144).
Va asentándose la capacidad valorativa de MM, guiada por PHU, a quien ella, vez en cuando, corrige, como “hermana” mayor, cuando le reprocha como “un error” la noticia que le dio desde Nueva York en el sentido de que se aprestaban a regresar a Santo Domingo. Alarmada por la situación de violencia en el país le informa: «Últimamente han salido en calidad de expulsos, varios: Deschamps, Teófilo Meyreles, Salvador Carvajal, Alberto Zafra i otros más. Los primeros dizque están en Guantánamo. Eso dice la jente (…) ¿Cómo juzgarán a nuestro país los extraños? ¡Tú no puedes imaginarte las pasiones que se han despertado entre nuestros compatriotas! La jente de pundonor, i que no se mezcla en cuestiones políticas, vé con hondo desconsuelo la situación a que ha llegado la República. ¡Qué desastre! ¡Qué horror! La cordura y la sensatez han huido para siempre de este desventurado país. Yo creo que ya es la hora de la agonía para los dominicanos. La muerte no tardará en llegar.» (Ibíd.).
La paz y la dulzura de aquellos días alcionios en Borinquén se han convertido en una pesadilla, y lo que vendrá será el descalabro del país con el Convenio de 1905 y su ratificación con la firma de la Convención Domínico- Americana de 1907, en virtud de las cuales Ramón Cáceres entregó las aduanas al Gobierno norteamericano para que se cobrase la deuda que tenía el país con los tenedores de bonos radicados en Nueva York: «Después que regresé de Puerto Rico, los días transcurridos han sido de angustia. Nuestra casa es testigo de ella.» En varias habitaciones están las señales de las balas que las atravesaran. El 15 i el 16 del pasado [mes] fueron días mui temerosos. Sobretodo, el 16 por la mañana. El gobierno atacó rudamente, en las afueras de la población, a los revolucionarios, los Jimenistas, derrotándolos completamente. Desde ese día, con la toma de Puerto Plata, se inició la pérdida de las restantes poblaciones cibaeñas. Jiménez está reducido a la nada, puede decirse, pues sólo cuenta con mui pocos pertrechos, i carece de dinero. Yo creo que Jiménez (sic) debía levantar un poco su alma, i darse cuenta de la gran desgracia que con sus ambiciones le está acarreando a la República. (…) Quisiera alejarme de nuevo de este país, para no ver, para oír lo que no debe ser visto ni oído. ¡Son cosas tan dolorosas! (Ibíd., 144-145).
La única noticia buena en medio del desastre descrito por MM, debido a la guerra desatada por la Revolución Unionista entre horacistas y jimenistas para derribar el Gobierno de Alejandro Woss y Gil y encabezada por Carlos Morales Languasco, fue la operación de cataratas practicada a doña Zenona por «…el doctor [Arturo] Grullón. Éxito magnífico. El ojo operado por el doctor Vives sufrirá una segunda operación dentro de algunos meses. Tengo confianza en el doctor Grullón. Yo estoi muy contenta viendo que la desgracia de doña Zenona no ha sido irremediable. Ella los saluda cariñosamente.» (Ibíd., 145). Este doctor Grullón, santiaguero, estudió Medicina en París en la misma época que Henríquez y Carvajal y luego volvió la Ciudad Luz a estudiar Oftalmología. Bien se ve que la señora Zenona era persona conocida de la familia Henríquez-Ureña y, por lo tanto, de PHU.
Aquel Oobierno que derribó a Woss y Gil, con el apoyo de horacistas y jimenistas, duró poco.
Otra revolución, llamada de la Desunión, barrió con el Gobierno de Morales Languasco a los seis meses de guerra en “casi todo el país” (Moya Pons: 1997:435).
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