RENACER CULTIRAL

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domingo, 28 de agosto de 2016

BIOGRAFÍA DE LUCRECIA BORGIA HIJA DE ALEJANDRO VI


BIOGRAFÍA DE LUCRECIA BORGIA
HIJA DE ALEJANDRO VI

Nacida en Roma el 18 de abril de 1480 fue la tercera hija natural del Papa Alejandro VI Borgia y de su amante Rosa Vanozza Catanei.
Biografia de Lucrecia Borgia Hija de Alenjandro VI
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Lucrecia tenía un carácter más bien alegre y desinteresado, fuera parecía noble y sensible ,con apariencia frágil y muy bella; en una sola palabra “la buena hija y la buena esposa” pero por dentro, era una mujer mucho más ambiciosa de lo que pudiera aparentar. Amaba las fiestas y era muy enérgica.
Llegó a dominar a su hermano César, lo cual nunca a él le agradó. Sus pasiones favoritas fueron lsa matemáticas, las artes, la lectura y la música. Murió en 1519.
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Lucrecia Borgia, Duquesa de Ferrara, era la tercera hija natural del Papa Alejandro VI (“El Nerón de los Papas”) y Vanozza Catanei, nació en Subiaco (cerca de Roma) el 18 de abril de 1480. La conexión de la familia con el mundo de la Sede Papal provenía de sus antepasados: Alonso de Borja, ya había ocupado el trono de San Pedro con el nombre de Calixto III. Además, ella misma, sería la abuela de un santo de la Iglesia: San Francisco de Borja. En cuanto a su madre, Vanozza Catanei, podía exhibir una numerosa lista de maridos: Antonio de Brixia, Domingo de Arignano (o Carinano), Jorge della Croce y Carlos Canale. Esta situación era alentada por el mismo Rodrigo Borgia (Alejandro VI) para ocultar la situación atípica que mantenía con Vanozza. No obstante, ésta los igualó a todos al darles algún hijo a cada uno, regalo que repitió también con su principesco (príncipe de la Iglesia) amante, siendo ese fruto de las relaciones con Rodrigo Borja (uno de ellos) el nacimiento de Lucrecia. Sobre Vanozza, por su proximidad a la familia Borgia, cayó también el vilipendio de la Historia, siendo para unos una honrada dama renacentista muy típica de la época, y para otros, simplemente, una cotizada cortesana que transitó por los mejores lechos romanos.  
Ahora bien, el carácter de Lucrecia era alegre y desinteresado, incluso hasta parecía noble y sensible, de apariencia frágil y muy bella. Sin embargo, aunque pareciera ser “la buena hija y la buena esposa” por dentro era una mujer ambiciosa. Amaba las fiestas y era muy enérgica. Llegó a dominar a su hermano César, lo cual despertó su desagrado. Sus pasiones favoritas fueron las matemáticas, las artes, la lectura y la música. Murió en 1519.
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Claramente, en Lucrecia Borgia se reunía la belleza (llamaba la atención su deslumbrante cabellera dorada) y el talento, una conjunción a la cual se sumaban la crueldad y el libertinaje. Esta última acusación tuvo su punto álgido unos años más tarde, con el rumor de que había quedado embarazada como resultado de unas hipotéticas relaciones con su padre, el Papa, o con su hermano, el duque de Nepi.
Dadas las características de estas acusaciones, en vano resultarían los intentos por limpiar el nombre de Lucrecia Borgia, que había sido expuesta al flagelo de semejantes difamaciones. Incluso, algunas biografías posteriores, incidían también en el retrato en negro de esta bella mujer que, por ejemplo, sobresalió de las de su tiempo con un bagaje de conocimientos notables como eran el dominio de varias lenguas (valenciano, castellano, italiano, latín, griego), o la pasión por diversas artes como el dibujo y, sobre todo, la música.  
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Cuando se casó por primera vez era todavía una niña, el matrimonio había sido concertado cuando tenía once años, convirtiéndose en la prometida de Querubín Juan de Centelles, aunque el compromiso seria roto por su progenitor para poder ubicarla con un mejor partido: Gasparo de Procida (o Próxita) que sería su primer esposo. Al poco tiempo, en 1492 por su padre ya convertido en Papa.
A la edad de doce años, recién separada, tuvo un nuevo pretendiente, el conde de Prada, que no pudo concretarse. Además, el tercer candidato, el conde Gaspare di Aversa formaría parte de la lista de pretendientes frustrados de la pequeña Lucrecia.   Cuando cumplió trece contrajo matrimonio con Juan Sforza, señor de Pésaro, de 28 años de edad y viudo. El novio había sido elegido por el cardenal Ascanio Sforza, pariente del joven Juan, un alto dignatario de la Iglesia con mucho poder en la corte vaticana. Su padre, Alejandro VI lo había considerado un excelente partido, debido a que su familia ejercía el poder en buena parte del norte de Italia. El día del casamiento, el desfile de la novia congregó a miles de personas que admiraron el lujo excesivo que acompañaba al cortejo y que adornaban a Lucrecia. Asimismo, el suntuoso banquete de este enlace duró varios días, y a él asistió la nueva amante de su padre, Julia Farnesio, llamada la Bella, la misma que durante toda su existencia gozará de la amistad, que la Bella le devolvió, de Lucrecia. No obstante, al poco tiempo su padre anuló también este enlace por impotentia coeundi del esposo, curiosa impotencia cuando había engendrado anteriormente tres hijos de su primera esposa.
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 Al poco tiempo, Juan Sforza se vengaría de tal infamia: si él se alejaba de Lucrecia, era porque el papa Alejandro, su padre, la quería para él. En realidad, lo que haría su padre sería buscar un nuevo esposo, Alfonso de Aragón, duque de Biscaglie (como ella misma, también hijo natural, en su caso del rey Alfonso II de Aragón). Alfonso, un joven de belleza deslumbrante, tenía 17 años y Lucrecia dieciocho. Alfonso era hijo de Alfonso II el Bizco y de una concubina de este llamada Trussia Oazullo.  
El matrimonio fue legal desde el día 14 de julio de 1498, siendo celebrado y consumado ese mismo día de forma secreta. Así se mantuvo hasta el 5 de agosto, en que se celebró la ceremonia pública con los acostumbrados festejos. Un detalle curioso de esta ceremonia ostentosa, es que en el gran banquete, el Papa Alejandro tenía al alcance de su mano una dorada fuente en la que se movían, repulsivos, algunos reptiles, en especial culebras y serpientes sin duda venenosas. Por su parte, César, su hermano fue director de un baile pagano de disfraces acompañado de representaciones y excesos que se prolongarían hasta el amanecer.
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La vida de la familia Borgia estaría marcada por las traiciones y la tragedia. En 1499, Alfonso de Aragón sería estrangulado por los sicarios de César, previamente había sido atacado y malherido por estos mismos sujetos en la escalinata de la basílica de San Pedro.  A su vez, Lucrecia había dado a luz un hijo poco tiempo antes del asesinato. Este hecho llevó a una serie de conjeturas e hipótesis en cuanto a la paternidad del recién nacido. En este sentido, al margen de la paternidad hipotética del asesinado, otras versiones consideraban a su hermano César como el verdadero padre. Evidentemente, toda una sucia historia pasaría a formar parte de la crónica de aquellos tiempos renacentistas.
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En realidad, César Borgia sentía una fuerte atracción por su hermana, pasión que desataba esta furia criminal contra sus esposos y amantes, ya que también había estado César detrás de otra muerte: la de Perotto, amante fugaz de Lucrecia y, según la misma vox populi, padre de un hijo de ésta (aunque Aretino fue más allá y llegó a decir que César también era querido de su padre, el papa Alejandro VI). Perotto, apareció ahogado en las ya habituales aguas del Tíber, un río que también había sido líquido sudario para su también hermano Juan Borgia.
Lucrecia había presenciado la muerte de su esposo, lo que la llevó a permanecer encerrada en una habitación tapizada de negro durante un año, rezando y recordando al marido muerto tan ignominiosamente. Sin embargo, el Sumo Pontífice rápidamente se ocupó de organizar, en 1501, el cuarto matrimonio de su hija. En esta ocasión, contrajo matrimonio con Alfonso II de Este, duque de Ferrara, de 24 años de edad. Durante estos meses transcurridos entre su viudez y su nuevo matrimonio, algunos historiadores sitúan el tiempo más oscuro y más susceptible de invenciones de su biografía. En ese interregno Lucrecia llevó directamente, en tres ocasiones, los negocios del Vaticano ante la ausencia, por diversos viajes, del Papa. En realidad, Lucrecia se limitó a llevar los asuntos particulares de su padre y su correspondencia privada, siendo aconsejada tan sólo en temas de Estado y en su toma de decisiones, por un cardenal español llamado Jorge Costa
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También en esta época sitúan los historiadores sus tiempos más desenfrenados, coincidentes con sus grandes crímenes y sus inefables orgías, incluidas las organizadas en familia, con la participación de su padre, y —aquí la leyenda— con el resultado de un vástago de aquellas incestuosas relaciones, un bebé de éste, Rodrigo, nacido en 1499, y que sería conocido como el infante romano. Lucrecia ejerció el poder también fuera de Roma y el Vaticano, entre otros en Spoleto y Nepi, lugares donde ejerció de gobernadora y donde mandó celebrar con el boato tradicional, el jubileo del año 1500.
La historia de esta familia renacentista demarca un panorama oscuro y apasionante, en el cual habría que ubicar la segunda papisa de la historia de la Iglesia Católica. En este sentido, Lucrecia ejerció ese mandato, en más de una ocasión, ante la ausencia de su padre. Al aparecer, llevó con discreción esta responsabilidad a diferencia del Sumo Pontífice que ocupaba su tiempo en exhibirse junto a su nueva amante, Julia Farnesio (hermana de Alejandro, curiosamente futuro Papa también con el nombre de Pablo III), una mujer nada menos que cuarenta años más joven que su enamorado.
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La vida de Lucrecia Borgia pronto se estabilizó. Tenia 21 años cuando se casó con el primogénito de Ercole d’Este, dejando atrás los anteriores y sucesivos esposos impuestos por su padre. De esta manera, este nuevo enlace entre Alfonso de Este y Lucrecia Borgia parecía augurar una mayor estabilidad que los anteriores, a pesar de que el nuevo esposo no era excesivamente simpático ni amante de contactar con su pueblo. El casamiento se celebró el 28 de diciembre de 1501, en el cual no faltó el desfile por las calles de la ciudad del cortejo nupcial, como en los anteriores enlaces. Este ceremonial fue un regalo para los sentidos, el encanto y simpatía de la novia, era seguida por medio centenar de damas de alcurnia, más numerosas doncellas alineadas en una doble fila, luciendo los mejores tocados y vestidos.
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En esta nueva boda, César (tan próximo a ella y ella de él) organizó una fiesta taurina, que acompañaba el espectáculo. En esta fiesta, además de la muerte de los toros habituales, contó con la sorprendente lidia de dos búfalos. Además, antes de la corrida, César había organizado una carrera pedestre por estamentos muy singular: de jóvenes, niños, viejos, prostitutas y judíos…  A los dos últimos grupos, el director de escena obligó a que corrieran desnudos, para mayor humillación de los mismos, y mayor vergüenza, pues aquellas extrañas carreras finalizaban en una meta situada en la misma santa Plaza de San Pedro. Este tipo de prácticas formaba parte de la cotidianeidad de esta particular familia, así, formalizado el compromiso entre Lucrecia y su prometido, los miembros de la familia Borgia intervinieran en una de sus continuas fiestas-orgías, organizadas dentro de los muros del Vaticano. A esta reunión fueron invitadas nuevas hetairas, medio centenar, que acabaron por ser obligadas a bailar desnudas con otros tantos criados. En estas fiestas, conjuntamente con el componente humillante para las prostitutas, había otro de un muy acusado resultado erótico, por la forzada posición de las participantes. Parece, también, que estas fiestas licenciosas celebradas en familia, tenían su parte individual, y que Lucrecia intervenía con mayor gusto en estas últimas, ya que de camino, daba satisfacción a sus sentidos. Por sus brazos se dijo que pasaron numerosos amantes, sin importar su estado civil, y que muchos fueron personajes pertenecientes a las elites. Como, por ejemplo, el Oran Capitán, militar español de nombre Gonzalo Fernández de Córdoba, quien estando de campaña por Italia, fue invitado por Lucrecia a un paseo en barca por el Tíber en una noche de amor alumbrada por la luna.   
Por otra parte, Lucrecia y Alfonso gobernaron desde 1505 en Ferrara, convirtiéndola en una de las cortes más brillantes de toda Italia. De este matrimonio nacieron cuatro hijos, tres mujeres y un varón. Desde el primer momento, Lucrecia se vio mimetizada con el lugar, cuando hizo su entrada triunfal en 1502, era seguida por un cortejo de más de 90 mulas que transportaban su vestuario, joyas y muebles más amados. Allí intentó rodearse de una sociedad de poetas como Ariosto entre los literatos, que haría un canto entusiasta de su señora que incluyó en su celebérrimo libro Orlando furioso, y de pintores entre los cuales se destacaba Tiziano.  Incluso, la misma duquesa era apasionada por las artes, escribiendo poemas en varios idiomas. En cierto sentido, Lucrecia Borgia no fue mejor ni peor que cualquier otra princesa o aristócrata de la época. Lo que resultaba evidente era que funcionaba como moneda de cambio en intereses políticos inconfesables por su padre, el Papa, y su hermano César. Incluso, para los que la conocieron o escribieron sobre ella, esta hermosísima mujer destacaba por su generosidad y protección para con las artes, sobresaliendo también de entre un mundo de despilfarros, su gran corazón, que la mostraba caritativa con los más desgraciados.
Además, algunos historiadores la describen como una víctima, a la que le impusieron todos sus maridos. Capturada por las imposiciones familiares sólo tuvo, como mínima venganza,  la posibilidad de elegir a sus amantes: Perotto, César (su hermano), Juan (su otro hermano), Rodrigo (su padre), Francisco de Gonzaga y Pietro Bembo. De entre los dos últimos, el primero era pariente de Lucrecia, perteneciente a la nobleza en la que figuraba como marqués de Mantua. En cuanto a Bembo, se trataba de un gran humanista que, sobre todo, amó a Lucrecia a través de apasionadas y, a veces, diarias cartas de amor.  
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Con Bembo se habían conocido en una villa de las afueras de Ferrara, por medio de otro amante de la Reina, Hércules Strozzi, un poeta cojo que la idealizó llamándola Bárbara. Stozzi murió a manos de un Alfonso de Este, en el papel de marido ultrajado, que le propinó 23 puñaladas para limpiar su honor.
En cuanto al resto de los hombres que estuvieron cerca de Lucrecia, Perotto que en realidad se llamaba Pedro Calderón, era un español que estaba al servicio de Rodrigo Borja, al que afeitaba a diario, era muy cercano a toda la familia Borgia. Pedro fue con quien Lucrecia tuvo sus primeras relaciones sexuales. Ello ocurrió cuando Lucrecia contrajo por primera vez matrimonio, en aquella ocasión, la novia, agitada y nerviosa luego de una noche de bailes y excesos, había llegado a su casa en el momento en el que el criado Perotto le entregaba un recado de su padre. Bajo los efectos, sin duda, del alcohol y la abundancia de manjares ingeridos, la tímida princesa se decidió a pedirle a su criado que se quitara la ropa, ya que nunca había visto a un hombre totalmente desnudo. Poco duró la duda de Perotto, que accedió a la petición de su señora, acabándose así para ella aquel misterio.
Luego de ese día, Lucrecia continuó la relación con Perotto hasta que fueron descubiertos por César. El criado aterrado, se vistió lo más rápido que pudo y huyó. Sin embargo, no pudo escapar de los sicarios de César Borgia, quienes lo mataron de inmediato, arrojando su cadáver al río Tíber. A pesar de la muerte del barbero del Papa, Lucrecia lleva en sus entrañas un hijo suyo, que sería conocido como el infante Romano. Sin embargo, algunas versiones atribuyen la paternidad al mismisimo  Alejandro VI. La posible relación incestuosa entre padre e hija (Alejandro VI y Lucrecia), además de la propalada por un despechado Juan Sforza, tuvo, sin duda, su base en la bula secreta Spesfiuturae, en la que el Papa había escrito de su puño y letra que él era el padre del que será conocido como infante romano (como se sabe, atribuido también al desgraciado Perotto). 
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Incluso, esta relación prohibida se atribuye a los comentarios realizados por un burócrata del Vaticano, Birckard, el cual en su diario reflejaba el interés con el que, padre e hija, estando asomados un día a sus balcones, presenciaron, divertidos, el acoplamiento entre un caballo que montaba, excitado, a una mula. Tan mínima anécdota llegaría a convertirse en detonante del incesto. Ciertamente, logró transmitirse como hecho consumado en compañía de comentarios y frases como: Lucrecia Borgia «hija, esposa y nuera del Papa». Como si estos rumores no fueran suficientes, a Lucrecia se le adjudicó ser una experta envenenadora de sus adversarios, utilizando magistralmente el correspondiente veneno impregnando todo tipo de objetos desde una fruta, una flor, un pañuelo o, incluso, a través de un beso.
A poco de casarse, Alfonso, duque de Ferrara, convenció a Lucrecia de que se trasladara a Regio, para reponerse de la tristeza por la muerte prematura de un bebé, Alejandro. En ese lugar, entablará una relación amistosa en principio, e íntima más tarde, con Francisco de Gonzaga, duque de Mantua y su cuñado.
Esta relación se interrumpió cuando la duquesa retornó a Ferrara, manteniéndose una correspondencia continua entre ambos, a través de cartas escritas en clave, imposibles de descifrar por los espías de su esposo, que continuamente la vigilaban. Tras dos años de idilio, fueron descubiertos, llegando la noticia del adulterio hasta Alfonso. Por su parte, los colaboradores de su marido intentaron suavizar la noticia, afirmando que Gonzaga estaba enfermo de sífilis y, por tanto, era impotente.
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En cuanto a Pietro Bembo, era embajador veneciano en Roma y pulcro poeta, sensible, culto, y diez años mayor que Lucrecia. Bembo, había sido deslumbrado por la rubia y bella soberana, constituyendo este amante la otra cara de su brutal esposo, el duque de Ferrara.  En principio, era una simple atracción espiritual y platónica, pero que pronto se convertiría en una gran pasión que, de nuevo, obligaría a los amantes a la utilización de las epístolas en clave. Ambos vivían en pueblos muy próximos, lo que facilitaba sus encuentros íntimos. Todo acabó con la subida al papado del nuevo Pontífice, Julio V, enemigo de los Borgia, aunque, a pesar de las nuevas dificultades, continuaría por un tiempo aquella relación epistolar.
Bembo, autor de unos diálogos de amor titulados Asolani, no tuvo inconveniente en dedicarle el libro a la duquesa de Ferrara. Pasados los años,  pasaría a la historia como un gran humanista del Renacimiento, además de formar parte de la diplomacia vaticana como secretario del papa León X y ser él mismo cardenal en el siguiente pontificado.   
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Con el Romanticismo en apogeo, se produjo una suerte de agigantamiento de los pecados de Lucrecia Borgia: en esta otra historia, su protagonista —sucia, cruel, auténtico sujeto de «deformación moral» (palabras de Víctor Hugo en su drama Lucrecia Borgia)— se sobrepondría a la otra, poco a poco, estaba a punto de nacer un monstruo. De esta forma, a partir de Hugo, llegarían en tromba, la ópera del mismo título al año siguiente (compuesta por Donizzetti) y estrenada a bombo y platillo en la Scala milanesa en 1833. También retratada por Alejandro Dumas. Incluso en España, la incursión por la Italia renacentista del gran fabulador Manuel Fernández y González, lo convertiría en autor de una inefable Lucrecia Borgia en Memadas de Satands.  
Evidentemente, estos rumores y preconcepciones se trasladarán hasta nuestros días, sin poder evitar la polémica que desata esta singular dama renacentista. Lo curioso es que, más allá de la veracidad de las acusaciones que se ciñeron sobre Lucrecia, nadie pueda bajar a la rubia princesa del pedestal de maldad que le tenían reservado los siglos.
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A partir del rescate del siglo XIX, Lucrecia será presentada como un ser amoral, amancebada con sus dos hermanos, provocadora de la muerte del primogénito y hermano de ambos, Juan. Otra versión presentará a Lucrecia como experta en venenos, especialista en el uso y abuso de las tomaínas, que utilizaría en pócimas letales preparadas ex profeso para sus amantes. La duquesa de Ferrara, al mezclar en sus copas dosis de agua tofana —que sólo con nombrarla producía estremecimientos de honor en mucha gente— o la cantarella  (veneno preferido por los Borgia, que se obtenía de la masa putrefacta y licuada de un cerdo colgado boca abajo y apaleado hasta morir, más las entrañas de un sapo sazonadas con arsénico). Una característica —perversa— añadida de este veneno era que mejoraba extraordinariamente el sabor de la comida o bebida con la que se mezclaba, haciendo que la víctima se olvidara del peligro en aras del placer gastronómico.  
Así, como bien lo demuestra este apartado, la leyenda se sobrepuso a su verdadera historia de vida, nada santa desde luego, fue producto de su época y de un ambiente tan fétido moralmente como el que la rodeó. Milagrosamente, y dada la época y los métodos utilizados normalmente para la eliminación de los enemigos, Lucrecia sobrevivió a toda su familia, muriendo en 1519. Su madre moriría poco antes, con la cual Lucrecia no había perdido contacto (en sus cartas se despedía siempre como «tu afortunada e infortunada madre»), tras su desaparición, se hundió más en la soledad y la tristeza los últimos meses de su vida. No obstante, nunca perdió el gusto por las grandes fiestas, acudiendo a todas las que se celebraban en la ciudad, así como a las representaciones teatrales y a los espectáculos de danza.  
Además, defendió y alentó las actuaciones de una hermosa bailarina llamada Dimitria, a la cual le proporcionaba una indumentaria lujosa y  hasta sus propias joyas, para realzar la belleza de las sesiones de baile que alentaba sin descanso. Sin embargo, en sus últimos siete años, y como suele suceder a los que han llevado una existencia tumultuosa, intentó vivir de forma discreta, rodeándose de una inesperada religiosidad, con comuniones y confesiones diarias, que la llevarían a ingresar en el convento de San Bernardino como terciaria franciscana.
Fuente Consultada: Basado en Seres Crueles y Siniestros de la Historia- La Vida de los Papas S. Fontana- Traidores de Cristo René Chandelle.

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