RENACER CULTIRAL

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jueves, 12 de abril de 2018

Los criollos y la isla de la Tortuga Una lectura atenta de la obra La isla de La Tortuga (plaza de Armas, refugio y seminario de los enemigos de España en Indias), Madrid, 1951, del historiador Manuel Arturo Peña Batlle, despliega un horizonte epistémico para pensar cómo han pensado los escritores criollos el Caribe y los acontecimientos que lo determinaron en los siglos XVII y XVIII.

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Publicado el: 7 abril, 2018
http://hoy.com.do/los-criollos-y-la-isla-de-la-tortuga-una-lectura-atenta-de-la-obra-la-isla-de-la-tortuga-plaza-de-armas-refugio-y-seminario-de-los-enemigos-de-espana-en-indias-madrid-1951-del-historiador-manu/.
Partamos de que el autor es historiador e ideólogo del hispanismo en la década de 1950, época en la que se hermanaron el trujillismo y el franquismo. Eran los años en los que la posguerra prendía la máquina productiva, el capitalismo había vencido al fascismo y tanto el dictador dominicano como el caudillo español se veían como los campeones del anticomunismo. La ciudad letrada buscaba darle un sustento ideológico al trujillismo en Santo Domingo. Tres acontecimientos definieron la década: la visita de Trujillo a Franco, la firma del concordato con la Santa Sede y la celebración de la Feria de la Paz.
A lo que podríamos agregar los esfuerzos de la ciudad letrada por darle al trujillismo una explicación histórica y una justificación de su permanencia en el poder con la publicación de la Colección Trujillo, que une todo el pasado y su heurística a la vida del hombre fuerte deseado. A todo lo anterior debemos agregar el otorgamiento del premio Adonáis al poeta Antonio Fernández Spencer, y la creación de los premios nacionales por Joaquín Balaguer.
La historia se escribe en el presente y es una ‘retrodicción’, es decir, una lectura del pasado. Pero ella no cancela su sentido y sus estrategias en el pasado mismo, sino que se dirige al porvenir. Eso lo sabía Peña Batlle cuando publicó en España su monografía en la que aparece, desde un principio, un interés manifiesto por defender históricamente a la Corona de los desafueros cometidos en todos los órdenes en América. Así como su política en Europa, los tropiezos de allá y de acá que llevaron a la pérdida de la parte norte de la Isla Española y al establecimiento de franceses, ingleses en Trinidad, La Tortuga y Jamaica.
Como lector del futuro, Peña Batlle leyó la estrategia de esta obra en el marco de los acontecimientos dominicanos y españoles posteriores a la Segunda Guerra Mundial y encontramos el sentido ideológico que la conforma. Excusar históricamente a España, ver en la historia una conspiración, inventarse el fantasma protestante (la introducción de la Biblia protestante), la lucha religiosa para explicar unos acontecimientos que estaban sumamente claros en las crónicas de los mismos actores de su época.
Lo primero que salta a la vista es que el discurso historiográfico de Peña Batlle es sumamente ideológico, sobre todo en la primera parte del libro. Sus hipótesis no salen de los documentos, sino que su lectura de las crónicas está forzada por una idea preconcebida, más propia del pensador que del investigador. Y eso ocurre con uno de nuestros mejores exponentes del jardín de Clío.
La ideología de Peña Batlle es refundar el hispanismo. Relación muy ambivalente en la historia dominicana, Juan Sánchez Ramírez y Pedro Santana intentaron en la política religar a La Española con la Corona, pero ni España quería, ni podía; ni siquiera logró en 1861 encauzar las relaciones de su primera colonia. Esto le viene a Peña Batlle por una actitud de clase, de élite, pero también por un defecto de su pensamiento: creer que la nación tiene esencias. Pensar que la lengua, la religión y la raza son los elementos que fundamentan la nación. Querer como fin último definir la dominicanidad como parte del continuismo político de Trujillo.
El sentido de los textos va diciéndole a Peña Batlle una realidad que no se puede ocultar en las ideologías. Que es una forma de enmascarar la verdad. Actividad muy difícil para el historiador que debe basar sus conclusiones en pruebas documentales. Peña Batlle no fue un historiador de archivos, pero se valió de los trabajos de archivos que habían realizado historiadores como Américo Lugo y Emilio Rodríguez Demorizi (es increíble que no mencione a J. Marino Incháustegui y su formidable obra sobre el ataque inglés).
El historiador hace un cruce sobre las crónicas francesas y los memoriales que se produjeron en La Española. Pocas veces recurre a Ideas del valor de la isla Española del padre Antonio Sánchez Valverde y reiteradamente a los trabajos de Cipriano de Utrera. Su conocimiento de la historiografía francesa es parcial, pero muy al día al integrar muy temprano la obra cumbre de Fernand Braudel sobre el Mediterráneo y Felipe II.
La ausencia de Sánchez Valverde y la cita del II tomo de la obra de Moreau de Saint-Méry no está dada en el desconocimiento, sino que no era la intención del historiador describir el estado de abandono en que quedó la colonia a partir de 1580, lo cual le llevaría a rectificar su discurso sobre la capacidad de España de mantenerla. Le hubiese obligado también a reconocer que las causas de las despoblaciones no se encontraban en una conjura de enemigos, sino en una situación geopolítica que había creado un tipo de sociedad colonial que funcionaba sin la metrópoli y a pesar de las políticas metropolitanas.

La conexión del padre Sánchez Valverde con Peña Batlle existe porque ambos son criollos; el primero en el siglo XVIII y el segundo bajo la construcción republicana. Sánchez Valverde busca que la Corona establezca una reforma económica (una colonia esclavista a partir de los recursos que tenía la isla). Mientras que Peña Batlle intenta fundamentar, en su defensa, los rasgos de la personalidad de la nación dominicana. Ambos criollos, con su lejanía histórica, dejan de mirar la realidad para retornar la metrópolis, uno como reforma y el otro como cuna. Ninguno pudo concebir meridianamente las razones que llevaron a España a abandonar estas tierras.
Los dos pensadores nacidos aquí siguen pensando como españoles, con sus diferencias y con un puente muy lejano que los separa, pero que los comunica. La isla de La Tortuga es un ensayo histórico. Uno de los mejores ensayos que, a mi manera de ver, haya producido la historiografía dominicana. Creo que debe ser elegido como uno de los mejores del siglo XX. Con una prosa paradigmática, una abundante base documental, con tesis e hipótesis que se van desplazando de tal manera que el historiador hace su trabajo tan apegado a los textos que al final llega al lado contrario de su propósito. Al final si se lee detenidamente, Peña Batlle ofrece los datos que permiten refutar sus propósitos iniciales.
Solo una investigación honesta logra llegar hasta este extremo. Los textos cambian de tal manera que la ideología inicial es sepultada por las razones que las fuentes van arrojando. A pesar de cierto escamoteo de la verdad, la obra es un hito en las letras dominicanas. Es una de nuestras primeras incursiones en la construcción de una idea de la formación del Caribe como ‘frontera imperial’. Además de ciertos estudios, franceses, españoles, Peña Batlle como el trinitario Williams, el puertorriqueño Morales Carrión, el colombiano Arciniegas y el mismo Juan Bosch, les da un espacio reflexivo a los orígenes de nuestra región mestiza y abigarrada de razas, sabores y ritmos.
(continuará).

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