RENACER CULTIRAL

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viernes, 21 de septiembre de 2018

Seneca Falls, la convención que abrió el camino a la lucha por los derechos de la mujer

Recreación de la convención/Imagen: Seneca Falls Convention
La igualdad hombre-mujer plena y total está aún muy lejos de ser una realidad salvo en el mundo occidental, donde, no obstante, aún hay diferencias por salvar en ciertos aspectos (salarios, reconocimiento profesional…).
Sin embargo, la situación en este primer mundo ya no tiene nada que ver con la que había hace siglo y medio; en realidad bastante menos, pero es que hace ese tiempo que las reivindicaciones de la mujer tomaron cuerpo oficialmente: fue en un pueblo del estado de Nueva York en el año 1848, durante la llamada Convención de Seneca Falls.
En la década de los cuarenta del siglo XIX empezaron a darse las condiciones primigenias para despertar en la mujer estadounidense una conciencia de sexo. Las peculiares condiciones de desarrollo del país, en abierta expansión hacia el oeste con su activa participación más la presencia en ella de comunidades religiosas de vocación igualitaria otorgaron una base, un primer escalón, aún cuando dicha participación fuera limitada a ciertos campos como la evangelización, la enseñanza o puestos de trabajo muy concretos.
La New York Female Moral Reform Society, centrada en la lucha contra la prostitución a partir de 1834 y el movimiento abolicionista, en el que las mujeres se volcaron de forma decidida y solidaria animadas por el periodista William Lloyd Garrison, constituyeron el comienzo.
Convención abolicionista de Londres (Benjamin Haydon)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Se pueden citar varios nombres propios fundamentales en esta historia: Lydia María Child, Frances Wright, las hermanas Grimké, Abby Kelley o Ernestine Rose son algunas de las que se atrevieron a dar conferencias y publicar ensayos sobre el tema del esclavismo. Pero hay dos que resaltan especialmente, Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott.
La primera era una abolicionista convencida junto a su marido Henry y su primo Gerrit, mientras la segunda procedía del mundo cuáquero pero de una rama que se distinguía por otorgar una igualdad de sexos, y también militaba fervorosamente contra la esclavitud hasta el punto de que su casa de Filadelfia era una de las estaciones del llamado Ferrocarril Subterráneo (una red clandestina que ayudaba a los esclavos fugados del Sur proporcionándoles escondites, alimentos, disfraces, mapas y, en suma, todo lo que necesitaran).
Ambas viajaron a Londres en 1840 para tomar parte en un congreso abolicionista internacional pero se les negó el derecho a hablar y votar por ser mujeres, debiendo conformarse con asistir a los debates.
Elizabeth Cady Stanton en 1848 con dos de sus hijos/Foto: Library of Congress en Wikimedia Commons.
A partir de ahí colaboraron mutuamente y reorientaron su activismo: si los esclavos ya tenían quien les defendiera, las mujeres aún no. Elizabeth era más progresista que Lucretia, muy religiosa, pero ambas se complementaban a la perfección centrándose la primera en el aspecto organizativo y quedando en manos de la segunda el promocional.

Así fue cómo al año siguiente empezaron a celebrar conferencias femeninas, siguiendo la estela de otras pioneras coetáneas como Margaret Fuller, Sophia Ripley o Lucy Stone. Aquellas reuniones iban siendo cada vez más numerosas y repercutieron en la labor legisladora gubernamental, que promulgó algunas leyes para defender la posición económica de las mujeres (así apareció el concepto de bienes gananciales, por ejemplo).
Además Gerrit, el primo de Elizabeth, presentó su candidatura a la presidencia llevando en su programa, entre otras medidas, el voto femenino; por cierto, fue la primera vez que algunos miembros del partido propusieron a una mujer como vicepresidenta, Lucretia Mott.
Lucretia Mott en 1842/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
En 1848 ella y Elizabeth se reunieron con unas compañeras de causa (Jane Hunt, Mary Ann M’Clintock y Martha Coffin Wright, hermana de Lucretia) y ante la creciente importancia que iba cobrando el movimiento decidieron organizar una convención en EEUU para “discutir la condición social, civil y religiosa y los derechos de la mujer.
El lugar elegido, la iglesia metodista de Seneca Falls, un tranquilo pueblo neoyorquino. Duraría dos jornadas y si bien el evento estaba concebido para mujeres, el hecho de que algunos hombres acudieran también llevó a reservarles un tiempo de participación el segundo día. El programa se estructuraba en torno a diez propuestas de igualdad en el seno familiar, laboral, religioso, educativo y moral, siguiendo el modelo de la Declaración de Independencia de EEUU (“Todos los hombres y mujeres son creados iguales … “), de ahí que al texto se lo conociera como Declaración de Sentimientos.
Curiosamente, el marido de Elizabeth, que las había ayudado entusiásticamente en la redacción del documento, manifestó su desacuerdo con la exigencia del derecho al voto, una idea impopular entonces que podía perjudicarle en su prevista carrera electoral.
Viñeta satírica de prensa sobre una convención feminista/Imagen: Library of Congress
La convención tuvo lugar los días 19 y 20 de julio de ese año, reuniendo una gran concurrencia: en torno a trescientas personas, cuarenta de ellas hombres. Hubo un total de seis sesiones en las que se dieron conferencias, discursos en tono humorístico y debates, aparte de la lectura de la citada declaración.
El tema más controvertido fue el del sufragio femenino, que algunas de las asistentes querían eliminar del acta final y que si se mantuvo finalmente fue, paradojas de la vida, gracias a la vibrante intervención de un hombre: Frederick Douglass, un ex-esclavo huido y convertido en apreciado escritor que más adelante se vería implicado en el incidente de Harper’s Ferry (la toma de un arsenal por parte de abolicionistas fanáticos, chispa inmediata de la Guerra de Secesión) y tendría una intensa carrera política al lado de Ulysses Grant.
Pese a que sólo un tercio de las asistentes firmó la declaración final y a que parte de la prensa publicó artículos entre despectivos y burlescos, al igual que el sector religioso se mostró hostil, la sensación generalizada fue de éxito
Frederick Douglas un año antes de la convención/Foto: dominio público en Wikimedia Commons
Prueba de ello fueron las convenciones similares que empezaron a brotar por todo el país: Rochester, Ohio, Indiana, Pensilvania… Se había abierto el camino y la propia Elizabeth lo definió así en su Historia del sufragio de la Mujer. Cuando tres años más tarde se celebró la Convención Nacional de los Derechos de la Mujer, el sufragismo se había convertido en prioritario y se siguió reclamando en todas las reuniones de carácter nacional, que pasaron a ser anuales hasta que la Guerra de Secesión las interrumpió en 1861.
No todo fue un camino de rosas, por supuesto. Con el tiempo se produjeron divisiones entre aquellas proto-feministas, pero cuando el 4 de junio de 1919 se promulgó la Decimonovena Enmienda a la Constitución de EEUU, que dicta que ningún gobierno, sea estatal o federal, puede negarle a un ciudadano su derecho al voto a causa de su sexo, aún vivía Charlotte Woodward, una de aquellas mujeres pioneras que firmaron la Declaración de Sentimientos setenta y un años antes.
Seneca Falls tiene hoy la consideración de Parque Histórico Nacional y se conservan sitios significativos como las casas de Elizabeth Cady Stanton y las M’Clintock, así como la iglesia que acogió aquellas trascendentales jornadas.
Libro recomendado: The Woman’s Bible (Elizabeth Cady Stanton)
Tomado de la Fuente; https://www.labrujulaverde.com/2017/02/seneca-falls-la-convencion-que-abrio-el-camino-a-la-lucha-por-los-derechos-de-la-mujer

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