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viernes, 23 de agosto de 2019

Catalina de Erauso, la monja alférez

Catalina de Erauso fue diferente desde muy temprana edad. Su historia es increíble. Esta mujer lucha por vivir a su manera, al margen de la norma. Imagina otra vida y abre la puerta a otra realidad, que convierte en posible contra todo pronóstico y que le permite vivir como un hombre la mayor parte de su existencia. Estamos en el siglo XVI.

Catalina llega al mundo en 1592, en San Sebastián, Guipúzcoa, en una familia acomodada y religiosa. A la corta edad de cuatro años ya la ingresan en el convento, junto con sus tres hermanas. Pero Catalina descubre muy pronto que esos muros no son para ella. Tan solo tiene nueve años y ya sabe que algún día escapará de su cárcel. Ese día llega cuando es una adolescente de quince años, después de una reyerta con otra novicia, Catalina salta el muro del convento y escapa. Corría el año 1607.

Catalina de Erauso

Llega al bosque, y con su ingenio consigue las ropas de un campesino y así, vestida de hombre, comienza su nueva vida. Durante días come lo que va encontrando en su camino, frutas y raíces principalmente. Más tarde llega a Vitoria y consigue encontrar trabajo, primero de agricultor, después de mozo y de ayudante de un comerciante. Pero obviamente no se presenta como una mujer, sino como un hombre, utilizando distintos nombres: Francisco de Loyola, Pedro de Orive, Alonso Díaz Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso.


Catalina de Erauso parte hacia América


Catalina llega a la provincia de Cádiz, exactamente a Sanlúcar de Barrameda, y allí embarca hacia tierras americanas como Francisco de Loyola, buscando riqueza y aventuras. A su llegada trabaja en cualquier cosa que le sale, pero ella quiere alistarse como soldado del rey y en 1619 lo consigue. Tiene 27 años.


Recorrido de Catalina de Erauso por Sudamérica
Recorrido de Catalina de Erauso por Sudamérica

Muestra su pericia y su valor con las armas, hasta el punto de ganarse la admiración y el respeto de sus compañeros y de sus superiores, que la ascienden al grado de alférez.


Catalina de Erauso y las mujeres


A Catalina le gustan las peleas, se bate en duelo por cualquier nimiedad, el juego y la aventura. Y también le gustan las mujeres, tanto que en muchas ocasiones los duelos son provocados por los celos de algún marido afrentado.

Monumento a Catalina de Erauso en San Sebastián
Monumento a Catalina de Erauso en San Sebastián

Empieza a correr la voz sobre las buenas artes amatorias de aquel alférez bravucón y camorrista, y el calificativo de buen amante está en boca de todas las mujeres con las que comparte lecho.


Los problemas con la ley


A Catalina la detienen varias veces por sus peleas, sobre todo cuando alguno de sus contrincantes termina herido de gravedad o muerto. Sin embargo, hay un punto especialmente dramático en su vida, al mismo tiempo que inesperado.

Catalina de Erauso luchando

Un amigo le pide que asista a su duelo como padrino y ella acepta. Los luchadores acaban ambos heridos e incapaces de continuar, y deben poner fin al combate los padrinos, ya que las reglas así lo establecen.

Catalina y su adversario echan mano de la espada de inmediato y después de unos minutos su contrincante cae herido de muerte. La costumbre apunta a que se le debe preguntar su última voluntad al moribundo, y así lo hace Catalina. Éste le comunica con voz entrecortada que le hagan saber a su familia en España el fatal desenlace, y que su nombre es Miguel de Erauso. Catalina se queda petrificada por unos segundos, sin saberlo, ha matado a su propio hermano. Pero no puede entretenerse demasiado tiempo, su única alternativa es escapar rápidamente para evitar ser detenida. Unos dicen que este suceso no le afectó demasiado, mientras otros cuentan que el remordimiento la acompañó el resto de su vida.


Su secreto al descubierto


Hagamos ahora un ejercicio de imaginación. Estamos en 1623, Catalina tiene 32 años y vuelve a batirse en duelo por una mujer, y vuelve a matar, pero esta vez es detenida y condenada a muerte. Pide confesión antes del momento definitivo y cuenta al  obispo, Agustín de Carvajal, toda la verdad. El religioso la escucha asombrado, sin saber qué creer. Cómo es posible que aquel alférez, valiente y temido por sus enemigos, sea una mujer. Estupefacto, llama a dos matronas para que comprueben si el soldado está diciendo la verdad.

Cuando regresan asegurándole al obispo que Catalina no miente, y por esas curiosidades que tiene la vida, éste la toma bajo su protección y ordena que su historia sea contada a todo el mundo que desee escucharla. La pena de muerte que pesa sobre ella se anula. Eso sí, la obliga de nuevo a tomar los hábitos y a vivir en un convento.

Felipe IV a caballo, por Velázquez (Museo del Prado)
Felipe IV a caballo, Velázquez (Museo del Prado)

Pero Catalina de Erauso se ha hecho famosa, todos quieren conocerla, tanto el vulgo como los nobles de la época. Sus compañeros de andanzas estás asombrados, no pueden creer que aquel con el que han compartido batallas, diversiones y peleas sea una mujer.

Después de dos años y medio consigue que la autoricen a salir del convento y regresa a España, concretamente a Madrid. Allí la recibe el joven rey Felipe IV que le revalida su grado de alférez y le concede una pensión de 800 escudos, por los servicios prestados a la corona. El monarca es el que le pone el sobrenombre de la Monja Alférez.


La vuelta a América


Catalina se desplaza a Roma, al Vaticano, quiere hablar con el Papa Urbano VIII y hacerle una petición. De manera increíble, el Papa se la concede y la autoriza a vestir ropa de hombre hasta el final de sus días y también a ejercer como militar si sus servicios fuesen necesarios.

Papa Urbano VIII
Papa Urbano VIII

Vive unos años en España y después decide regresar a América. Estamos en 1632. Catalina tiene 40 años. Tres años más tarde se le pierde la pista, nadie sabe qué fue de ella, ni cómo murió ni donde descansa su cuerpo.

Catalina no tuvo una vida fácil. En su infancia y primera adolescencia sufrió las burlas y la humillación de sus compañeras de convento, por su apariencia poco agraciada y escasamente femenina. En la última parte de su vida, también se cuenta que regresó a tierras americanas huyendo de su fama, que solo le aportaba miradas indiscretas y preguntas incómodas. Ella sabía que todos la veían como alguien que iba contra natura.

Beatriz Moragues - Derechos Reservados

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