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sábado, 24 de agosto de 2019

Relectura de Fouché, el genio tenebroso (de la Revolución francesa), según Stefan Zweig

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Publicado el: 10 agosto, 2019
e-mail: dcespedes@claro.net.do
§ 15.La regla de oro de Fouché fue siempre “no ser nunca minoría y estar siempre con el vencedor” (Zweig, p. 29) y para todo oportunista, esta regla está acompañada de un fino olfato político que casi nunca falla: «no decidirse nunca definitivamente por una causa mientras la victoria no esté decidida» (ibíd., p. 115).
§ 16.En su dilatada carrera de maestro de la intriga política, la única vez en que Fouché no estuvo con la mayoría fue cuando no se sentó en los bancos de las derechas, «sino en su antiguo sitio, en la ‘montaña’, con los radicales. Y se envuelve en silencio. Por primera vez, es sorprendente, no va con la mayoría» (Zweig, p. 87), dirigida por Tallien y Barras, quienes desean deshacerse del terror implantado por Robespierre y llevarle a la guillotina.
§ 17.Solamente dentro de las entrañas del partido de la izquierda radical era posible, en la lógica de Fouché, desembarazarse de Robespierre, a quien todos temían y con certeza corrían peligro de muerte si no obedecían a los mandatos de este caudillo absolutista, un Stalin del siglo XVIII. Fouché estaba bien consciente del peligro que corría. Ya había sido humillado públicamente por Robespierre, quien le guardaba antipatía y un desprecio general. Zweig señala tres razones de este odio: el abandono de su hermana Carlota, novia de Fouché; por haber descartado a Georges-Auguste Couthon (1755-1794), el fiel de Robespierre cuando se nombró en la Asamblea a los procónsules que fueron a Lyon a sofocar la fronda contrarrevolucionaria y, por último, debido a que Fouché era para Robespierre el oportunista más despreciable. Zweig cuenta que nadie sabe lo que hablaron Fouché y Robespierre en la única entrevista que sostuvieron en vida, antes de la caída del Incorruptible, pero el resultado sí se conoce: en la semana más aciaga para la vida de Fouché luego de esta entrevista, el maestro de la intriga convenció a conservadores y partidarios de Robespierre de que estaban en la lista de los conspiradores contra el Incorruptible que serían guillotinados. El efecto fue espantoso, y cierto o no, no todos podían estar en la conspiración. En la reunión de la Asamblea donde Robespierre leería los nombres de los supuestos conspiradores, el presidente no le dejó hablar, ni a Saint-Just ni a ningún sospechoso de apoyar al Incorruptible. Así pudo Fouché librarse de una muerte segura a manos de Robespierre, quien fue acusado de tramar contra la vida de los conservadores y de un grupo del partido de la montaña. Robespierre, golpeado, con la mandíbula fracturada, fue apresado en el sitio mismo de la Asamblea, llevado a la Conserjería, y guillotinado al día siguiente. Así terminó la llamada era del Terror revolucionario.
§ 18.Era del Terror de la que participó Fouché, por supuesto, cuando desplazó a Couthon como comisario en Lyon y trabajó junto a Collot d’Herbois. Ellos fueron responsables de más de dos mil contrarrevolucionarios ametrallados o guillotinados en aquella ciudad y sus demarcaciones. Cuando la Asamblea quiso pedir cuenta a Fouché debido a sus excesos e impiedad, este refutó los argumentos echándole la culpa a Collot d’Herbois.
§ 19.Los ametrallamientos de Lyon fueron la parte práctica del radicalismo extremo exhibido por Fouché al apoyar el terror. Pero la teoría de ese terror había sido escrita antes por Fouché. Es el primer manifiesto comunista, anterior al de Marx de 1848, según afirma Zweig: «Fouché no permanece en un margen de cautela, como los célebres campeones de la revolución, Robespierre y Danton, ante la cuestión de la propiedad eclesiástica y privada, que aquellos declaran aún respetuosamente ‘invulnerable’. Fouché se traza decididamente un programa radical, socialista y comunista. El primer manifiesto comunista claro de la época moderna no es, por cierto, el célebre de Carlos Marx, ni el ‘Hesssische Landbote’ de Jorge Buechner, sino la tan desconocida ‘Instrucción de Lyon’, intencionalmente olvidada por la historiografía socialista, y que lleva las firmas de Collot d’Herbois y Fouché, pero que, sin duda alguna, fue redactada solo por este. (…) Visto como documento de la época, se nos presenta Fouché como el primer socialista verdadero, como el primer comunista de la revolución. Ni Marat ni Chaumette han formulado los más audaces postulados de la revolución francesa, sino José Fouché.» (Pp. 34-35).
§ 20.El biógrafo nos brinda algunos fragmentos de este primer manifiesto de Fouché para que nos concienciemos del alcance de su comunismo, el cual abandonará, al igual que el ateísmo, tan pronto suba a la cima del poder con Luis XVIII y Napoleón. 1) Fouché define el carácter divino, es decir, infalible, del nuevo príncipe: «Todo le está permitido a los que actúan en nombre de la República. Quien se excede en cumplirlas, quien aparentemente pasa del límite, aún puede decir que no ha llegado al fin ideal. Mientras quede sobre la tierra un solo desgraciado debe proseguir el avance de la libertad.» (P. 35).
§ 21.2) Fouché define binariamente lo que es el pueblo opuesto a la clase rica: «La revolución está hecha para el pueblo; pero no hay que entender por pueblo esa clase privilegiada: por su riqueza, que ha acaparado todos los goces de la vida y todos los bienes de la sociedad. El pueblo es únicamente la totalidad de los ciudadanos franceses, sobre todo esa clase social infinita de los proletarios que defienden las fronteras de nuestra patria y que sustentan a la sociedad con su trabajo.» (Ibíd.).
§ 22.3) Fouché, antes de Trotski, definió la revolución como “integral”, o sea, un cambio permanente orientado a la abolición de la propiedad privada: «Todo el que posea más de lo indispensable ha de contribuir con su cuota igual al exceso a los grandes requerimientos de la patria. De modo que habéis de averiguar, de manera generosa y verdaderamente revolucionaria, cuánto tiene que desembolsar cada uno para la causa pública (…) Obrad, pues generosamente y con audacia: quitadle a cada ciudadano lo que no necesite, pues lo superfluo es una violación patente de los derechos del pueblo. Todo lo que tiene un individuo más allá de sus necesidades, no lo puede utilizar de otra manera que abusando de ello. No dejarle, pues, sino lo estrictamente necesario; el resto pertenece íntegro, durante la guerra a la Revolución y a sus ejércitos.» (Pp. 36-37).
§ 23.Y 4, un llamado a los revolucionarios a requisar y apropiarse del oro y la plata y otros «metales viles y corruptores para que allí les sea acuñada la efigie de la República, y purificados por el fuego sirvan solamente a la Comunidad. No necesitamos sino acero y hierro, y la República triunfará» (p. 37). Llama Fouché a aplicar la violencia revolucionaria: «¡Ayudadnos a dar los golpes implacables o estos golpes caerán sobre vosotros mismos! ¿La libertad o la muerte! Podéis elegir.» (Ibíd.).
Y el colofón para toda revolución burguesa que se precie de tal: la separación entre Iglesia y Estado: «Este culto hipócrita tiene que ser reemplazado por la creencia en la República y en la moral (…) Ningún sacerdote podrá llevar los hábitos fuera del lugar destinado al culto», y por ley o decreto, «se le quitarán todos los privilegios, pues, ‘ya es tiempo –argumenta– de que vuelva esta clase altanera a la pureza del cristianismo primitivo y se reintegre al estado civil’.» (Pp. 38-39).

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