Órdago a la colonización israelí
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El presidente estadounidense saliente, Barack Obama, y la comunidad internacional advierten de manera firme a Israel: la construcción de asentamientos en territorio palestino es inaceptable e incompatible con la paz.
Benjamin Netanyahu y los miembros de su coalición de Gobierno llevaban meses advirtiendo de lo que podría denominarse el último golpe de su archienemigo Barack Obama. Tanto el Presidente estadounidense como su Secretario de Estado, John Kerry, habían hecho pública su exasperación frente al callejón sin salida en el que se ha convertido el llamado proceso de paz de Oriente Medio. La enemistad con el líder israelí era manifiesta, alimentada por años de provocaciones unilaterales por parte de Netanyahu en forma de construcción de asentamientos, desoyendo cualquier advertencia de la Casa Blanca. Tanto Obama como Kerry tenían claro que deseaban dejar su huella en el tortuoso camino de la resolución del conflicto palestino-israelí. Tenían varias jugadas posibles, y al parecer han decidido servirse de más de una carta.
Una resolución y un discurso
El primer órdago llegó el día 23 de diciembre, tras 48 horas de dimes y diretes, de llamadas entre capitales, de carreras entre despachos de la sede de la ONU en Nueva York y de multitud de rumores avalados por las ya inevitables reacciones en la redes sociales. Estados Unidos se abstuvo en la votación –más aún, decidió no vetar– de una Resolución del Consejo de Seguridad de condena a la construcción de asentamientos israelíes en territorio palestino. A pesar de que el contenido del texto no se aparta en ningún momento de lo que no sólo Naciones Unidas sino todas y cada una de las administraciones estadounidenses han mantenido desde 1967, la controversia e indignación no se hicieron esperar. El propio proceso de votación fue testigo de las implicaciones geoestratégicas que un documento de este calibre podría tener: el texto había sido redactado y propuesto en un primer momento por Egipto, que al final decidió retirarlo alegando –amenazas mediante– que preferían dar una oportunidad en el ámbito de las negociaciones al presidente electo Donald Trump. Fueron cuatro Estados miembros del Consejo de Seguridad –Nueva Zelanda, Senegal, Malasia y Venezuela– los que decidieron recuperar el texto y, por así decirlo, sentar a Israel en el banquillo de la comunidad internacional que tan frecuentemente desdeña.
Intentar contribuir a las negociaciones de paz entre Israel y Palestina llegó a convertirse en la principal prioridad para John Kerry, uno de los secretarios de Estado con más dedicación al conflicto. Fue el propio Kerry el que salvó con creces su legado y el de su presidente en un memorable discurso este 28 de diciembre. Lo que en un primer momento parecía una mera justificación del voto estadounidense en el seno de Naciones Unidas acabó convirtiéndose en no sólo una disección detallada del impasse al que lleva años enfrentándose y la reafirmación de la postura de su país ante el conflicto, sino en una oportunidad para recordar y actualizar cuáles son las condiciones mínimas sobre las que deberá construirse cualquier paz entre las dos naciones, los llamados parámetros a la solución de dos Estados.
Una reacción asertiva por parte de las autoridades israelíes y algunos de sus aliados más fieles era de esperar. No por ello resultó menos violenta e incluso desproporcionada. Se han dejado escuchar estos días acusaciones de traición y puñalada trapera contra la misma administración que hace unos meses concedió a Israel el mayor paquete militar de su historia, así como amenazas frente a aquellos Estados miembros que impulsaron o apoyaron la resolución en el Consejo de Seguridad. La propia reacción israelí puede ser considerada un indicador de la importancia de lo que algunos han llegado a denominar “brindis al sol” de Obama y Estados Unidos. Una respuesta estadounidense podría haber llegado antes, pero el acuerdo nuclear con Irán parecía tener prioridad sobre cualquier otro dossier en el ámbito internacional. Esta ha sido una de las críticas que ha recibido este avance estadounidense, junto a la de representar un llamamiento sin consecuencia alguna. Esta última acusación resulta discutible, ya que la respuesta ha sido extremadamente firme, e incluso estratégica, tanto en lo que al contenido, el escenario y el contexto se refiere.
Sí a Israel, no a sus asentamientos
Las palabras de Kerry y de la Resolución 2334 apuntaban al corazón de cualquier negociación: la distinción entre Israel y sus asentamientos. Una distinción no susceptible de recibir reproches de “boicot a Israel”, al contrario de lo que ocurre con el movimiento BDS (acrónimo de Boycott, Divestment, Sanctions). Cualquier actividad colonizadora cimienta una política de hechos consumados sobre el terreno y se erige como principal obstáculo para la paz, tanto en lo que respecta al tamaño, a la cantidad y a la cadencia de su construcción. Pero sobre todo a su localización: Israel ha autorizado el traspaso de aproximadamente 650.000 colonos, deliberada y estratégicamente situados en lugares que han hecho muy difícil siquiera vislumbrar la separación de los dos pueblos y la transferencia de soberanía a un futuro Estado palestino. La totalidad del Área C, el 60% de los Territorios Palestinos Ocupados, representa la línea roja a cualquier desarrollo palestino. Israel avanza camino de una especie de anexión definitiva de Cisjordania, hacia la (re)construcción de un solo Estado en el que los palestinos tendrían que tener garantizada la igualdad de derechos y oportunidades, diluyendo así el carácter exclusivamente judío del gran Israel al que no pocos aspiran. Israel corre el riesgo de perpetuar el status quo actual, que algunos comparan con el apartheid surafricano, y de que sus aliados terminen por no tener clara la distinción que hoy por hoy representa el único camino hacia la solución de dos Estados.
Por lo que al teatro se refiere, la ONU fue precisamente el lugar que dio su bendición y posibilitó en última instancia el nacimiento de Israel. La primera y única ocasión en que este país respetó uno de los textos de la organización internacional. A pesar de que su efecto vinculante es limitado, Donald Trump no puede deslegitimar ni revertir el texto que aprobó el Consejo de Seguridad el pasado 23 de diciembre. Mal que le pese al futuro ocupante del Despacho Oval, es esta una solución para la eternidad: no tiene que ser utilizada inmediatamente y sienta las bases de la postura estadounidense y de cualquier negociación futura. La Resolución no produce efectos materiales per se, pero representa el cimiento sobre el que la comunidad internacional pueden construir una nueva ofensiva contra un status quo pernicioso para, en ultima instancia, la paz mundial. En virtud de la disposición de la Resolución 2334, según la cual “todos los Estados” deberían “distinguir en sus relaciones pertinentes entre el territorio de Israel y los territorios ocupados desde 1967”, algunos Estados u organizaciones como la Unión Europea podrán esbozar sus propias sanciones (como ya ocurrió con el etiquetado de productos israelíes manufacturados en asentamientos en Cisjordania). Asimismo, y aunque sea una posibilidad lejana, los palestinos tendrían teóricamente la posibilidad de denunciar crímenes de guerra ante la Corte Penal Internacional.
El contexto, por último, es de estancamiento del conflicto, caracterizado por un Israel envalentonado y por unos oficiales palestinos distraídos con sus propias disyuntivas y su futuro incierto. Un panorama en el que Obama es un presidente saliente tremendamente popular que con su gesto también deja tras de sí una advertencia para Trump. Quizás el apoyo incondicional del presidente electo a la actual política israelí represente una oportunidad para Palestina y sus otros aliados, conscientes de que Estados Unidos no puede erigirse ya en intermediario clave para cualquier negociación de paz. Así, puede que no haya nada más peligroso para Netanyahu y compañía que un “Make Israel Great Again”.
Herny Kissinger dijo en su momento que Israel no tiene política exterior, sólo política domestica. Kerry apuntó en su discurso que los asentamientos ponen en peligro la propia democracia israelí. Una de las consecuencias positivas es que parece haberse avivado el debate en un país en manos de un Gobierno ultraconservador sometido al control de los ultraortodoxos y colonos. Netanyahu se perfila como el factor moderado de la coalición, una autoridad aún nominalmente a favor de la solución de dos Estados que combate contra cualquier condena fuera de Israel y contra cualquier extremismo dentro del país. Gobierno y Parlamento (con la excepción de los árabes israelíes) están a merced de las pretensiones de aquellos a favor de los asentamientos, cuyas demandas e insistencia parecen no tener fin: cualquier anuncio es tímido, cualquier edificación es insuficiente, cualquier paso atrás representa una calamidad para el pueblo israelí. No son tanto los asentamientos, sino más bien los colonos, el principal obstáculo para la paz.
¿Acicate para el debate?
Por último, pero no menos importante, estos últimos días también pueden generar un no desdeñable debate en el mundo árabe. A pesar de que el realismo ha dominado las relaciones entre Israel y sus vecinos en tiempos recientes, Israel representa una amenaza para la estabilidad en el antiguo mandato de Palestina, y para la región en su conjunto. Y es precisamente en capitales como El Cairo, Bagdad o Riad en donde se comenzó a perfilar el texto que hasta hoy muchos consideran la mejor alternativa para todos los actores, la Iniciativa Árabe de Paz que en 2001 sentaba las bases de una verdadera reconciliación.
Las últimas acciones de la Administración Obama no representan una declaración de guerra a Israel, sino más bien todo lo contrario: un consejo de un amigo fiel de lo que podría llegar a ocurrir si Netanyahu y sus aliados no abandonan la trayectoria actual. El discurso de Kerry fue fiel a la narrativa estadounidense: paz en términos de Israel y de su seguridad, sin la más mínima referencia a la dignidad y sufrimiento del pueblo palestino. Los amigos son los que te dicen la verdad. EEUU no ha dejado de ser amigo de Israel, pero ha decidido desvincularse de su primer ministro. Israel lleva años intoxicado por su poderío militar, su éxito económico, su espejismo democrático y la impunidad que Washington ha garantizado.
Ninguna solución será perfecta teniendo en cuenta que los acontecimientos y reacciones de todos los bandos en 1948 descartaron tal posibilidad. Hoy por hoy, la realidad nos obliga a luchar por la ecuación que garantice dignidad, estabilidad y justicia para los nacionales de ambos pueblos. 1967 marcó un punto de inflexión en este sentido, y tres semanas después de la Guerra de los Seis Días, Lyndon Johnson intentó vender sin éxito a la Unión Soviética un plan de cinco puntos basado en un principio básico: paz/territorio a cambio de paz/territorio. Más de 40 años después, cuando la Segunda Intifada ya ocupaba titulares y encabezaba agendas políticas, el ex presidente estadounidense Bill Clinton anunció antes de abandonar el cargo en diciembre de 2000 sus propios parámetros. A este avance siguió la Cumbre de Taba, lo más cerca que según algunos han estado israelíes y palestinos de un acuerdo sustancial en los últimos años. El próximo 15 de enero se celebrará en París una conferencia para la paz con el objetivo de desbloquear el proceso negociador entre Palestina e Israel: ¿el próximo paso para afianzar el camino hacia la paz? La experiencia de décadas nos enseña que la esperanza es lo último que se pierde en lo que a Israel y Palestina respecta.
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