Por Aitor Pérez Blázquez . 26 septiembre, 2011 en Siglos XIX y XX
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n los primeros días del mes de julio de 1863, cuando ya habían transcurrido dos años de conflicto, se produjo uno de los momentos claves de la Guerra Civil estadounidense. En el imaginario colectivo, en especial para los europeos, puede que este sea el episodio más importante de toda la contienda, y en cierto modo lo pudo ser. Pero no se puede olvidar que la lucha continuó otros dos años más, a pesar de la victoria del Ejército federal frente a los “rebeldes”.
El camino a Gettysburg y el factor de mando
En las elecciones de 1860, se impuso el candidato republicano, Abraham Lincoln (1809-1865). Era un importante activista contrario a la esclavitud, un abolicionista, por lo que los estados del sur de Estados Unidos le vieron como un enemigo de una de sus instituciones tradicionales: la esclavitud.
El conflicto entre esclavistas y abolicionistas ocultaba una lucha por la concepción del poder entre federalistas y confederados que se remontaba a los debates constitucionales tras conseguir la independencia en 1783. Los primeros defendían la preeminencia del gobierno federal sobre los estatales; los segundos, el predominio de los estados sobre el gobierno de la confederación. Junto a lo anterior, existía también un problema socio-económico de calado, dos modelos sociales y económicos antagónicos.
La elección del republicano Lincoln fue simplemente la excusa para que once estados decidieran separarse del resto de la Unión y formar los Estados Confederados de América, iniciándose una cruenta guerra civil (1861-1865).
Aunque, tanto la Unión como la Confederación consideraban que la guerra sería rápida y corta, se fue prolongando más allá de lo que todos pudieron prever. La Unión tenía la ventaja del potencial demográfico e industrial. La Confederación, en cambio, disponía de la mayoría de los oficiales con experiencia en combate, así como con líderes y mandos mucho más cualificados a la hora de dirigir tropas y campañas que los federales.
Los confederados obtuvieron importantes victorias sobre los generales de la Unión, como fueron las logradas en las dos batallas de Bull Run (21 de julio de 1861 la primera de ellas y del 28 al 30 de agosto de 1862 la segunda), Fredericksburg (del 11 al 15 de diciembre de 1862), Chancellorsville (1 al 5 de junio de 1863), o al menos quedaron en resultados indecisos, como fue el caso de Antietam (17 de septiembre de 1862). Pero a pesar de ellas, siempre había un nuevo ejército listo para ser lanzados contra Richmond, la capital de Virginia y de la Confederación. Washington, capital de la Unión, y Richmond distaban poco más de cien kilómetros. Por dicha razón, ambas capitales estaban bajo la amenaza constante de ser atacadas.
La campaña que desembocó en la batalla de Gettysburg fue el resultado de una decisión política. Desde Richmond, el presidente de la Confederación, Jefferson Davis (1808-1889), decidió invadir Pensilvania para atacar Washington, con lo que se buscaba causar la derrota definitiva y obligar al presidente de la Unión, Abraham Lincoln, a negociar la paz. Junto a lo anterior, además, se pretendía conseguir el reconocimiento internacional de los Estados Confederados de América por parte de Gran Bretaña y Francia, lo cual daría a la Confederación la legitimidad para negociar de estado a estado con la Unión, rompiéndose la idea de unos estados rebeldes frente al gobierno legítimo.
Tras dos años de dura lucha, el Norte había apenas obtenido éxitos, mientras que el Sur había logrado infringir derrotas importantes a la Unión. La moral en Washington cada vez era más baja, creciendo el número de partidarios de lograr una paz negociada, aunque eso implicase la ruptura de la Unión. De hecho, al general George B. McClellan (1826-1885) se le llegó a acusar de falta de “ardor combativo” para forzar una negociación. Tras abandonar la vida militar se presentó a las elecciones de 1864 como candidato demócrata y la base de su programa era el fin de la guerra. Esto demuestra que otra victoria más de la Confederación podría significar la desmoralización general en la Unión y su reconocimiento internacional, por miedo a una intervención militar europea.
Pero para lograr esto, era necesario desvincular la cuestión de la esclavitud, por lo que toda la retórica de los representantes y políticos confederados era presentar la guerra como una cuestión política, obviando de su discurso cualquier mención a aquella. No debemos olvidar que Gran Bretaña la abolió en 1834, dedicándose a perseguir la trata de esclavos a partir de dicha fecha, como puede verse en la película Amistad, de Steven Spielberg (1997).
A Gran Bretaña le interesaba, por otra parte, este reconocimiento, ya que la guerra estaba desabasteciendo de algodón a su industria textil, teniendo que conseguir esta materia prima en terceros países. Fue la época conocida como la del “hambre del algodón”, que consistió en una subida de los precios del algodón por la escasez del mismo, algo que afectó a la industria textil de toda Europa. Pero sólo se daría este reconocimiento, a pesar del mantenimiento de la esclavitud, si el Sur era capaz de imponerse de una forma clara y definitiva al Norte.
Desde Richmond, el presidente Jefferson Davis presionaba a su mejor comandante, Robert E. Lee (1807-1870) para conseguir la victoria que asegurase el reconocimiento internacional y la negociación de la paz con Washington.
La citada batalla de Chancellorsville (del 1 al 5 de junio de 1863) casi lo fue tras el ataque fulminante de las tropas del general Thomas Stonewall Jackson (1824-1863). Pero ese mismo ímpetu, que ocasionó la ruptura de las líneas de la Unión, y el hecho de que finalmente los mandos federales lograran recomponer y reorganizar a los soldados nordistas, evitó la aniquilación del principal ejército de la Unión.
Lee ahora tenía una nueva oportunidad, buscando dar el golpe definitivo al Ejército del Potomac, el principal ejército de la Unión en el Este y tener la posibilidad de amenazar la misma capital de la Unión. Esto implicó una persecución, buscando el terreno más idóneo para forzar la lucha, ocasionando un juego de maniobras y contra-maniobras, pero sin establecerse contacto entre ambos ejércitos, al discurrir entre ellos la cordillera conocida como las Montañas Rojas.
En la batalla de Gettysburg se enfrentaron los dos principales ejércitos de ambos bandos. Por la Unión, el Ejército del Potomac. Por la Confederación, el de Virginia del Norte. La denominación militar se debía a las tradiciones de cada bando. Mientras que la Unión solía denominar con el nombre del río en el que desplegaban a sus ejércitos y a las batallas donde combatían, la Confederación prefería referirse al nombre del territorio en el que actuaban para denominar a sus ejércitos y batallas.
El Ejército del Potomac (federal) era más numeroso que el Ejército de Virginia del Norte, con unos noventa mil soldados frente a los setenta y cinco mil de los virginianos. Sin embargo, una diferencia importante a favor de los rebeldes la marcaba la mayor calidad de mando de su comandante, el veterano general Lee.
Lee conocía a muchos de los oficiales, tanto de un bando como de otro, ya que era uno de los militares más experimentados del Ejército estadounidense, tras haber combatido en la guerra contra México (1846-1848) donde se desempeñó como uno de los oficiales de confianza de Winfield Scott (1786-1868), el comandante de las fuerzas estadounidenses. Más tarde fue el director de la Academia de West Point, en la que se preparan los futuros oficiales del Ejército de Estados Unidos y reciben una formación académica. Muchos de estos conocían y respetaban a Lee, bien por haber estado bajo su mando o por haberle tratado durante su cargo en la academia. Muchos de los generales federales tenían un temor casi reverencial por él.
Esta sensación se transmitía a los soldados de Lee, los cuales mostraban una gran fe en su capacidad y en las decisiones que tomaba junto con su estado mayor, incluso en los malos momentos. A esto tenemos que añadir que los soldados confederados luchaban con la convicción de defender los derechos de sus estados, como manifestación de los propios, frente al expansionista Norte que no pretendía más que imponer un modelo homogéneo federal en todo el territorio, que supuestamente atacaba a su independencia y a sus libertades. Para ellos, la cuestión de la esclavitud era irrelevante, luchando por la libertad e independencia, aunque suene paradójico, de sus respectivos estados frente a la Unión.
A diferencia de los sudistas, las tropas de la Unión tuvieron una serie de generales incompetentes, como George B. McClellan, el cual se caracterizó por ser un gran organizador, pero un mal líder militar. Otro de los generales mediocres que dirigieron las tropas de la Unión fue el general Ambrose Burnside (1824-1881), responsable de las derrotas de Fredericksburg (13 de diciembre de 1862) y de la conocida como batalla del Cráter en Petersburg (julio de 1864), que aparece en el film de Anthony Minguella Cold Mountain (2003). Lee se aprovechó de todo esto, a pesar de tener recursos muy inferiores, para sacar el máximo partido a los mismos y a las debilidades e incompetencias de sus adversarios.
Los soldados de la Unión carecían de una conciencia de estar luchando por una verdadera causa, a diferencia de los confederados. Unos luchaban por mantener la Unión pero no se cuestionaban la esclavitud; otros luchaban contra la esclavitud, mientras que hubo soldados extranjeros que se alistaban según desembarcaban de los barcos que les traían a su supuesta “tierra de promisión”, cuestión que se puede apreciar en la cinta de Martin Scorsese Gangs of New York (2002), por lo que la motivación de estos soldados era heterogénea. A esto se debe añadir la desconfianza y la poca moral de combate de muchos combatientes a causa de sus mandos, debido a la incompetencia de los mismos, como ya hemos señalado.
En el ámbito militar, y, más aún, teniendo en cuenta las tácticas de esta época, similares a las que se desarrollaron durante las Guerras Napoleónicas en la Europa de principios del siglo XIX, cuestiones como la moral de los combatientes era fundamental. Era importante tanto para avanzar y combatir, como para mantener la disciplina y evitar que se rompieran las formaciones. Los soldados avanzaban en columnas de marcha, organizándose en líneas de dos tiradores que avanzaban sobre el enemigo. Estas dos líneas disparaban, recargaban y volvían a disparar, estando todos ellos agrupados hombro contra hombro, buscando causar el mayor daño posible al enemigo.
Esto implicaba la necesidad de una gran disciplina para soportar el fuego enemigo, así como para mantener la calma durante los combates, produciéndose muchos muertos y heridos. Estas tácticas eran asumidas en época de Napoleón, pero con el desarrollo de nuevas armas, como revólveres y fusiles de retrocarga, más fáciles y rápidos de cargar, además de las primeras ametralladoras (modelo gatling), el número de bajas aumentó de forma catastrófica. De hecho, la cifra de muertos y heridos superó el medio millón, siendo el conflicto bélico con mayor número de bajas a lo largo de toda la historia de Estados Unidos.
Contrariamente a lo que se cree, cuando se luchaba en formación, los primeros que solían huir y ocasionar la descomposición de la unidad no eran los soldados implicados en la lucha y sí, en cambio, los que estaban en posiciones retrasadas, sin verse aun comprometido en el fragor del combate. Esto era debido a que no conocían en realidad la situación del enfrentamiento, de tal manera, que era muy fácil caer en el caos y provocar la desbandada de toda una unidad.
Esto mismo fue lo que sucedió en la ya mencionada batalla de Chancellorsville (Virginia, del 1 al 5 de mayo de 1863), donde estuvo a punto de desaparecer como unidad combativa el Ejército del Potomac ante el ataque por sorpresa de las tropas del general Thomas Stonewall Jackson, el cual cargó contra el mismísimo campamento de las tropas federales, ocasionando una dispersión de las tropas enemigas. Acabó en una lucha de pequeños grupos de soldados desconectados del resto de sus unidades, con un gran caos, del cual fue víctima por el fuego amigo el propio general Jackson, quien acabó muerto a consecuencia de una neumonía tras ser herido en un brazo, que le tuvo que ser amputado.
Lee, aunque con menos tropas que sus adversarios, como ya hemos visto, tenía una mejor capacidad combativa. De hecho, el comandante del Ejército del Potomac durante la batalla de Chancellorsville, el general Joseph Hooker (1814-1879), acababa de ser sustituido por el general George Gordon Meade (1815-1872), el cual tomó el control efectivo del combate al finalizar la primera jornada de lucha, el 1 de julio de 1863. Ante este panorama, Lee pensaba aprovecharse del mismo para intentar dar un golpe mortal a la Unión y terminar la guerra.
Las tropas de Lee podían compensar la superioridad numérica del enemigo con la mayor capacidad estratégica y de mando de su general y su estado mayor. Lo que no pudieron compensar fue la superioridad tecnológica de la Unión.
El general James Ewell Brown, más conocido como J. E. B Stuart (1833-1864), comandante de la caballería de Lee, cubría el flanco derecho. Este joven general, era uno de los oficiales de caballería más prestigioso de toda la guerra, creciendo, como otros muchos oficiales confederados, a la sombra de Lee. Su principal defecto era su carácter teatral, que le llevaba a vestir de forma colorida o a buscar la publicidad de sus acciones. Por dicha razón, cuando llegó el momento de la batalla se dedicó a perseguir a la caballería federal y a atacar el territorio enemigo, sin cumplir su función principal.
La caballería era la fuerza de reconocimiento con la que contaba todos los generales, pero en esta ocasión, Stuart comenzó a llevar a cabo una serie de correrías por el territorio enemigo, dejando de lado su principal misión, es decir, ser los ojos y los oídos de Lee. La otra función de la caballería era ser una fuerza móvil que protegía los flancos, es decir, los lados de un ejército que avanzaba, eliminando avanzadillas y patrullas enemigas. Podía realizar también incursiones en territorio enemigo para destruir objetivos estratégicos, como nudos de comunicaciones, almacenes o vías férreas. Finalmente, ejercía de forma ocasional como fuerza de infantería desmontada, aunque no fuera este su cometido principal.
Lee solo pudo contar con estas tropas en el tercer día, cuando ya no necesitaba de ellas, al haberse enzarzado ya en la batalla con todas sus fuerzas.
No obstante, una vez que comenzó la batalla y concluyó la primera de las tres jornadas de lucha (del 1 al 3 de julio de 1863), las directrices políticas que tenía Lee hicieron que cometiera una serie de errores que serían determinantes para la derrota confederada, no logrando ninguno de sus objetivos.
De hecho, el Ejército de Virginia, de haber sido más agresivo su comandante, el general George Gordon Meade, podría haber sido aniquilado entre el 4 y el 13 de julio. Fue el tiempo que tardó Lee en poder volver a cruzar el río Potomac. Pero el peso de la reputación de Lee lo evitó.
Puedes leer el resto del artículo en La batalla de Gettysburg (y II)
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