Mujer y narrativa dominicana de los últimos 20 años
Publicado el: 22 julio, 2017
Salta a la vista que en la República Dominicana la poesía ha tenido mayor potencia y proyección internacional. Pero no hay dudas de que el cuento ocupa la segunda opción, tras la impronta y la estela dejadas por Juan Bosch, maestro indiscutible del cuento, y cuyas influencias decantaron el derrotero de la narrativa corta criolla, a partir de los años sesenta, como consecuencia de su regreso de un largo exilio, que ocultó su influjo en las nuevas generaciones de cuentistas, desde los años treinta. Hasta la década del sesenta, la historia de la literatura había sido la historia de la poesía y de los diferentes movimientos, tendencias, generaciones y promociones, que se habían sucedido en los anales de la tradición de las letras nacionales. A partir de la desaparición de la dictadura de Trujillo, el retorno de Bosch, y el papel impulsor desarrollado por el Concurso La Máscara, el cuento acusa nuevos derroteros. Las únicas mujeres que conformaban una excepción como narradores eran Aída Cartagena Portalatín e Hilma Contreras. Así pues, la irrupción de mujeres narradoras viene a perfilarse en los años ochenta.
Si bien la novela y el ensayo histórico-político son los géneros más leídos, no menos cierto es que la poesía es el que más se cultiva, seguido por el cuento. El cambio, el teatro y la historia son los menos trabajados, superados de cerca por la literatura infantil, que acusa un repunte sin precedentes en los últimos veinte años.
Con la irrupción de las jóvenes narradoras, que han emergido de los concursos de la Feria del Libro -con nombres como los de Yuniris Ramírez, Mercedes Cheheen y Sheilly Nuñez, o con las voces emergentes provenientes de Santiago como las de Johanna Díaz, Sandra Tavares y Daniela Cruz Gil, o las procedentes de San Cristóbal, como las de Isabel Florentino y Yina Melissa Rodríguez-, la narrativa breve en Santo Domingo revela una buena salud. Lugar destacado lo representa en este estado de situación la fundación, en 2011, del Sistema Nacional de Creadores Literarios (SINACREA), que instituimos en el Ministerio de Cultura, a través de la Dirección de Gestión Literaria, gracias al cual podemos destacar a Sandra Tavares, Yaina Melissa Rodríguez y Daniela Cruz, las tres autoras de provincias. También Zoila Abreu y Xenia Rangazzamy.
Otro espacio a resaltar lo constituye la cuota aportada por la diáspora con una escritora versátil como Kianny Antigua, que además del cuento, cultiva la poesía, la literatura infantil y el microrrelato, una laureada y tesonera autora, que bucea en múltiples expresiones narrativas. O igual podríamos decir de Rosa Silverio, santiaguera, pero afincada en España, desde hace algunos años, y donde ha descollado por su obra poética de singular fuerza autobiográfica y lírica, desenfado lúdico y desbordamientos metafóricos; también cultiva el cuento con espléndida expresividad de sus historias, cuyas anécdotas son un retrato sórdido y crudo de la realidad social dominicana, desde un “realismo sucio”. Tiene una gran deuda con el reportaje periodístico, oficio que ejerció en el país con profesionalidad y calidad estética. Otro ejemplo singular es el fenómeno editorial de Rita Indiana Hernández, cuyas novelas han sido editadas y reeditadas en España y Puerto Rico. Esta narradora, que también ha incursionado en la música urbana, con su grupo de rap Los Misterios, es acaso la que posee más potencia y aval para proyectar nuestra narrativa, y en especial, la novela, por los cauces de la internacionalización, tan esperada y añorada por los escritores dominicanos, como lo han alcanzado desde el espacio exterior diaspórico Junot Díaz y Julia Alvarez, pero con libros escritos en inglés.
De modo que estamos ante una especie de boom de la narración breve femenina en Santo Domingo, similar al fenómeno social y estético que se produjo en los años 80 con las mujeres poetas. Sin dudas que esta radiografía apunta a la creación de un termómetro que nos permite aquilatar la temperatura del cuerpo narrativo de nuestras letras, en lo que va de nuevo milenio y de siglo.
Otro rasgo a destacar, que retrata el espíritu de la época, en lo atinente al incremento de la participación de las mujeres narradoras del nuevo siglo, está vinculado al papel de los talleres literarios, que conforman un sistema de formación y capacitación permanentes. Esta realidad ha sido una ola positiva, pues ha despertado la pasión por la lectura y el dominio de las técnicas narrativas, tanto de la novela como del cuento y el microrrelato. Hay que destacar la importancia de los talleres de narrativa impartidos en el país en los últimos 12 años por expertos de dilatada experiencia en la materia como Rafael Courtoisie, Eduardo Heras León, Danilo Manera, Manlio Argueta y Lauro Zavala. Estos fenómenos, de algún modo, han contribuido a fortalecer y elevar la preparación de las autoras jóvenes. Igualmente, la creación de un clima cultural efervescente y apasionado, cuya raíz habría que buscarla en el seno de los talleres literarios, que cada vez proliferan con más esplendor en la ciudad capital y el interior del país. Especial espacio lo ocupa el Taller de Narradores de Santo Domingo, lugar de reflexión, estudio y práctica adscrito al Ministerio de Cultura. Esos encuentros semanales de estos grupos literarios mantienen el dinamismo, la pasión y el interés por la lectura, el aprendizaje y el culto a la escritura, rasgos indispensables para todo autor en ciernes y en formación. Y en el seno de estos talleres se incuban figuras femeninas emergentes, que son las que están dándole un giro peculiar al panorama de las letras nacionales y esto, de algún modo, tendrá su impacto en materia de la sociología de la literatura del país.
Así pues, en los últimos veinte años, la narrativa escrita por mujeres en el país ha constituido un corpus estético en las letras locales que mueve a satisfacción, pues en el pasado este fenómeno solo se limitaba a la poesía, y cada generación apenas había contado con una sola mujer. La eclosión proviene de los años ochenta y se acentúa en los últimos 20 o 25 años. Las autoras novomilenaria y novosecular nuestras no escapan a las influencias de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, así como a la fiebre de las redes sociales y el Internet. Y este rasgo es determinante y definidor a la luz de la inmersión y surgimiento de una nueva sensibilidad, de nuevos gustos, pasiones y delirios, en el marco de un mundo vertiginoso, permeado por el fin de la privacidad de la vida individual, condenado a desaparecer muchos hábitos, usos y costumbres, y con un nivel enceguecedor de informaciones audiovisuales, que habrá de signar la escritura y el mundo literario de estas mujeres narradoras.
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