Sila, el afortunado cara pálida
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Sila, el afortunado cara pálida
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Lucio Cornelio Sila (cognomen que hace referencia a su palidez) fue un personaje de gran relevancia en los estertores de la República. Se consideró a sí mismo y ante todo, un afortunado. Tanto que a la diosa fortuna mostró gran devoción, y de ahí el haberse denominado como “Epafrodito”.
Los hechos notables de Lucio Cornelio Sila son los siguientes: 1.- La guerra de Yugurta; 2.- La defensa de Roma ante las invasiones galas y teutonas; 3.- La guerra social; 4.- La campaña contra Mitridates y 5.- Su enfrentamiento con Cayo Mario en la guerra civil.
I.- Sila y la guerra de Yugurta
Durante la campaña africana combatió a órdenes de Cayo Mario. Se destacó como comandante de caballería al salvar a las legiones de la República de una celada tendida por Yugurta, rey de Numidia, enemigo jurado del pueblo romano. El objetivo principal del Senado y el Pueblo de Roma era llevar encadenado a la ciudad eterna a su enemigo, lo que se pudo conseguir en el 650 A.U.C. gracias a la intervención de Sila (según Plutarco, poniendo en riesgo su vida) quien convenció a Bocco, rey de Mauritania, para que quitara su apoyo al numídico e hiciera frente común con las águilas romanas.
II.- La defensa de Roma ante las invasiones galas y teutonas
Bajo las órdenes de Cayo Mario, defendió el territorio itálico de invasiones teutónicas y galas, siendo el gran arquitecto de la estrategia que llevó a la contención de dichos pueblos. Bárbaros que siempre fueron motivo de terror para el pueblo romano, que nunca dejó de recordar el vae victis, “ay de los vencidos”, de Breno.
III.- Sila y la guerra social
Cansadas de la desigualdad de derechos con la metrópoli, y bajo el encendido discurso de los marsos, algunas ciudades de la bota se sublevaron y tomaron el nombre de Italia. Roma perdió con ésta agitación toda la región de Campania.
Como arma de guerra, Roma utilizó la ley, a través de la cual pretendió diluir la fuerza de los insurrectos confiriendo el derecho de ciudadanía (aquello que buscaban los rebeldes) a las ciudades italianas que habían permanecido leales a su causa, con miras a encerrar en el deber a aquéllas que tenían dudas o que pensaron desertar hacia la causa latina. En Nola, Sila, recibió la máxima distinción militar que el ejército concedía a su comandante, la corona de hierba o gramínea, insignia rústica con que se adornaba a todo soldado que por su bravura había salvado a una división. Para su satisfacción, ésta distinción militar no la había obtenido el gran general Mario en sus años de soldado. Con la participación de Sila, Roma logró conjurar la rebelión itálica y restablecer la paz en todas las provincias de la península italiana.
IV.- La campaña contra Mitridates
En la campaña contra Mitridates, siendo ya cónsul, Sila dio lustre a las armas romanas, no sin padecer un momentáneo abandono de su amada fortuna, pues en la batalla de Orcómeno mientras sus tropas cavaban fosos para contener al enemigo, recibieron un impetuoso ataque, fruto del cual se dieron a la fuga. Para revertir la situación, Sila exclamó:
“A mí me es glorioso ¡oh romanos!, morir en éste sitio; vosotros, a los que pregunten donde abandonasteis a vuestro general, acordaos de responderles que en Orcómeno”.
Con dicha arenga llenó de tanto deshonor a sus hombres que los hizo volver sobre sus pasos, y tan solo con dos cohortes, rechazó exitosamente al enemigo asiático.
V.- Enfrentamiento con Cayo Mario en la guerra civil
Mario, deseoso de cumplir el oráculo que le profetizó como siete veces cónsul, y sin que su legítimo contradictor estuviera presente, regresó del África a Italia, uniendo fuerzas con el expulsado cónsul Cinna, con quien tomó a Roma fácilmente. Merced al fraccionamiento político causado por los populares, al mando de Mario, se intentó extender la ciudadanía romana y sus beneficios a todos los itálicos. Sila debió enfrentar a estos y aquéllos en una cruenta guerra civil. En desarrollo de la señalada contienda, Sila venció a Mario. Muerto el gran general, batió a su hijo e igualmente a Quinto Sertorio, quien se dice fue alguna vez su amigo, y con una pragmática inteligencia a base de lisonjas, hizo suyas las tropas enemigas al mando de Escipión, lo que valió aquélla descripción de su talento por el opositor Cneo Papirio Carbón:
“En Sila habitan un zorro y un león, y es más peligroso el primero”.
Acercándose a Roma, enfrentó a su fatigado ejército al que se arremolinaba en la Puerta Colina, principalmente compuesto de samnitas, venciéndole no sin esfuerzo. Baño de sangre que dictó su definitiva victoria sobre el bando opuesto, pues estos no tenían ningún ejército en Italia con el que continuar la guerra. Empeñándose en destruir a sus adversarios, pero no como fin en si mismo sino para salvaguardar el statu quo de la República, decretó proscripciones, expropiaciones y exilios, que extendió a sus enemigos, hijos y nietos. De esto hay una historia muy particular, donde se dice que persiguió a Cayo Julio César por simpatizar con la causa de Mario (tío político suyo) y teniéndolo a su merced, cedió a un grupo de matronas suplicantes, advirtiendo, no sin razón y dramatismo, que debían cuidarse de ese muchacho pues
“en él habían muchos Mario”.
Algo que sorprendió fue su repentina dimisión al cargo de Dictador en el 81 a.J.C., cuando apareció en el foro sin sus lictores. Al año siguiente fungió como cónsul y después se apartó por completo de la vida pública. Sila fue de amores y odios.
El mejor de los amigos y el peor enemigo. Aplicado cuando sus obligaciones se lo imponían y el más disoluto cuando las circunstancias se lo permitían. Al final de sus días se dice que dictó a Metrobio, su más fiel compañero, el epitafio que debía escribirse en su cenotafio:
“Ningún amigo me hizo favores y ningún enemigo me infirió ofensas que yo no le haya devuelto con creces”.
Autor: Jorge Hernán Gómez Vásquez para revistadehistoria.es
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