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miércoles, 19 de junio de 2019

Empédocles de Agrigento.


Empédocles de Agrigento.

(También llamado Empédocles de Akragas; Agrigento, Sicilia, 484 a.C. - Etna, 424 a.C.) Filósofo y poeta griego. Fue el primero de los pensadores del eclecticismo pluralista que intentó conciliar las visiones contrapuestas de la realidad a que habían llegado Parménides y Heráclito. Empédocles postuló como principios constitutivos de todas las cosas cuatro «raíces» o elementos inalterables y eternos (el agua, el aire, la tierra y el fuego), que, al combinarse en distintas proporciones por efecto de dos fuerzas cósmicas (el Amor y el Odio), dan lugar a la multiplicidad de seres del mundo físico.
Realmente se conoce muy poco de la biografía de Empédocles; su personalidad está envuelta en la leyenda, que lo hace aparecer como mago y profeta, autor de milagros y revelador de verdades ocultas y misterios escondidos. Nació en el seno de una familia ilustre, y llegó a ser jefe de la facción democrática de su ciudad natal. Su fama como científico y médico-taumaturgo, unida a su posición social, le permitió ocupar importantes cargos en la vida pública. El final de su vida lo pasó exiliado en el Peloponeso. Se forjaron varias versiones en torno a su muerte, la más conocida de todas es aquella según la cual se habría arrojado al volcán Etna para ser venerado como un dios por sus conciudadanos.
De sus escritos conocemos únicamente los Políticos, el tratado Sobre la medicina, el Proemio a Apolo, el poema Sobre la naturaleza (sólo nos han llegado unos 450 versos de los 5.000 de que constaba la obra) y las Purificaciones (de argumento místico e inspirado en el orfismo). Parece que hay que considerar espurias las tragedias que se le atribuyen. Escribió sus obras en forma de poemas. Su doctrina parece depender en algunos puntos de Parménides, a quien se supone que conoció en un viaje a Elea.
La filosofía de Empédocles
Desde sus orígenes y a lo largo de todo el periodo llamado cosmológico o presocrático (es decir, anterior a Sócrates), la filosofía griega había supuesto la existencia de un principio constitutivo (arjé o arché) común a la diversidad de seres de la naturaleza. Los filósofos de Mileto (TalesAnaximandroAnaxímenes) y la escuela de Pitágoras vieron tal principio en substancias concretas (el aire, el agua) o bien propusieron principios de naturaleza abstracta o formal (lo indeterminado en Anaximandro, el número en los pitagóricos). El desarrollo de esta indagación acabaría conduciendo a las concepciones antitéticas de la realidad de Parménides y Heráclito: para el primero, lo real es uno e inmutable, siendo su continua transformación mera apariencia, mientras que el segundo vio precisamente en el incesante devenir la verdadera naturaleza de lo real.
La filosofía de Empédocles representa la primera tentativa de armonizar ambas posturas, intento que secundarían Anaxágoras y los atomistas (Leucipo y Demócrito); todos ellos aspiraron a una síntesis ecléctica proponiendo como arjéuna pluralidad de elementos o partículas que, dentro del devenir, mantenía su inmutabilidad. En sus obras, Empédocles comienza, como Parménides, estableciendo la necesidad y perennidad del ser; su originalidad consiste en conciliar dicha necesidad con el devenir, con el transcurrir de todo.
Para ello estableció como principios constitutivos de todas las cosas cuatro «raíces» (rhicómata), los cuatro elementos naturales: el agua, el aire, la tierra y el fuego. Estas raíces corresponden a los principios (arjé) señalados anteriormente por Tales, Anaxímenes, Jenófanes y Heráclito, respectivamente; pero, a diferencia de tales principios (que se transforman cualitativamente y se convierten en todas las cosas), las raíces de Empédocles permanecen cualitativamente inalteradas: se combinan en distintas proporciones para formar todas las cosas, pero ellas mismas son inmutables y eternas.
Según Empédocles, lo que provoca el continuo cambio, el perpetuo devenir heraclíteo, son dos fuerzas cósmicas que llamó Amor y Odio. El Amor tiende a unir los cuatro elementos, como atracción de lo diferente; el Odio actúa como separación de lo semejante. Cuando predomina totalmente el Amor, se genera una pura y perfecta esfera toda ella igual e infinita, que goza de su envolvente soledad. El Odio comienza entonces su obra, deshaciendo toda la armonía hasta la separación completa del caos. De nuevo al Amor interviene para volver a unir lo que el odio ha separado, y así las dos fuerzas, en sus cíclicas contiendas, dan vida a las diversas manifestaciones del cosmos.
Las cuatro raíces y las dos fuerzas que los mueven explican asimismo el conocimiento, según el principio de que lo semejante se conoce con lo semejante, pues el hombre también está formado por los cuatro elementos. Las cosas emanan flujos que, pasando a través de los poros de los elementos, determinan el contacto y el reconocimiento.
Sobre estas bases Empédocles dedicó gran interés a la observación de la naturaleza (botánica, zoología y fisiología), y expuso originales concepciones sobre la evolución de los organismos vivos o la circulación de la sangre; estableció asimismo la sede del pensamiento en el corazón, tesis acogida durante mucho tiempo por la medicina. Esta doctrina de la evolución y transformación de todos los seres le da pie para la teoría de la metempsicosis: por ley necesaria los seres expían sus delitos a través de una serie de reencarnaciones. "Yo he sido ya, anteriormente, muchacho y muchacha, arbusto, pájaro y pez habitante del mar". Solamente los hombres que logren purificarse podrán escapar por completo del círculo de los nacimientos y volver a morar entre los dioses.
Aunque Empédocles no figura entre los grandes de la filosofía griega, su teoría de las «cuatro raíces» acabaría gozando de más de veinte siglos de vigencia: al ser adoptada por Aristóteles (que las llamó «los cuatro elementos»), pasó a formar parte de las concepciones comúnmente aceptadas sobre la materia hasta el siglo XVIII. Hubo que esperar a los tiempos de la fundación de la química como ciencia moderna, de la mano de Antoine Lavoisier, para descubrir que «elementos» como el aire o el agua no eran tales, sino una mezcla de gases el primero, y un compuesto de hidrógeno y oxígeno el segundo.

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