¿Democracia? ¿Qué democracia?
25 de abril de 2016 - 7:00 am - 0
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Esa democracia superior, ardiente, es la democracia que se eleva por encima del poder absoluto, de las dictaduras, de la centralización de los gobiernos, de las aristocracias, de las miserias espirituales de los políticos.
-¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La que usurpa el contenido de las noticias que pueden desatar una crisis al sistema, para hacerlas mudas y de silencios cómplices; la complaciente y ficticia, lisa como una tabla, sin nudos entrecruzados ni círculos que erosionar; la que rezaga y desarticula a la institucionalización del Estado, la que sin excepción se hace de vanas promesas que corrompen a las mayorías ilusas para obtener el “mandado” popular a través de la espectacular sublimización de la abundancia de lo material; la que es duermevela, golpe que aturde, refugio de las mentiras?
–¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La que no advertimos, la sin rumbo, que hace de la riqueza natural y de las tierras bienes sólo para los políticos y las oligarquías corporativas? –¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La que arrebata la autonomía congresual, la que no reconoce que el enemigo sustancial de ella es la corrupción, la que tiene como maniobra peligrosa la sumisión del pueblo al través de las dádivas, la que socaba toda la legitimidad, la legitimidad de la representación, la legitimidad de las urnas, la legitimidad de la soberanía, la legitimidad del Estado?
–¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La que tiene por lógica trastocar todo, que es irreverente ante la historia, sesgada, donde no germina el entusiasmo por provocar cambios; la enajenada, guardada en un libro petrificada, inmóvil, sin mariposas negras ni sollozos que se hagan quejidos; la que se presta a hacer la tumba de los valores, la que hace de los grupos partidistas dioses de alabastro, y de la industria del chisme una industria de mítines y cofradías para manipular a las conciencias; la que se viste con la mortaja del virulento ánimo triunfalista por el terreno fértil que encuentra en la prostitución de la pobreza?
–¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La que es la carroña de un cadáver tendido en una cañada; la que no proclama ideología alguna, y solo reconoce como adversario a los que atentan contra la acumulación originaria de las castas del poder al servicio atroz del Estado clientelar, y que acosta del latrocinio se han apropiado del bienestar de las mayorías?
– ¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La que no es celosa del equilibrio de los principios que dieron origen a la República, la que no da garantía alguna para que se expresen aquellos que tienen ideas propias, y planteen la renovación de los cimientos de la nación?
–¿Democracia? ¿Qué democracia?¿La que desintegra y hace cenizas a quien no asimile su malignidad, la “normal” o “anormal” aventurera, la que repudia a las víctimas de la opresión, la que destruye la condición humana, la que no comprende que progreso no es hacer a un pueblo súbito de estímulos deshonestos para que no entienda cuáles son los rasgos distintivos de la esclavitud psicológica a la cual se empuja a las multitudes incautas llevándolas a aceptar prácticas infamantes a su dignidad; la que coacciona a las masas al través de falsas expectativas para alcanzar su emancipación, pero lo que hace es castrarle su capacidad de discernir, su capacidad de pensar, su capacidad de sanarse de esa ceguera que no le permite despertar de ese catastrófico mundo donde las convierten en un excedente barato de brazos, de manos, de piernas arrojadas a las mentiras del contrato social del capitalismo salvaje?
–¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La que no resiste una crítica constructiva y un punto de vista exhaustivo de los oponentes, la que hace galas de una arrogancia pública, de una nomenclatura de vida que corroe todo: el pasado, el presente, el porvenir; la que no estimula la disensión, la que no informa, y comunica, sino que “muestra” y “oferta” de manera absolutista lo que tiene, lo que puede, lo que desea que se crea como cierto?
–¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La amenazadora, la visible o la invisible, la que ha derrotado a la inocencia, la envejecida por las heridas a su nombre; la que se hace remunerativa de manera grupal, exclusivamente grupal; la que trae la mortalidad de los ideales, de la necesidad del ser, de la necesidad de existir, metafísicamente de existir sin el dolor de que la democracia parece ser el más infame de los sistemas?
–¿Democracia? ¿Qué democracia?¿La terrible democracia de la opresión, a la cual no le importa los rumores de corrupción, que hace del hurto un acto, una actitud elemental para los suyos; la que no entiende que está de caída, que ya no tiene fundamento, que no se tolera como la venden, como la designan, como le hacen propaganda; esa democracia que dicen que el pueblo ejerce en tiempos de elecciones; esa democracia rápidamente desintegrada, derogada, paralizada, fracasada por las fuerzas políticas que hacen de las apetencias por el poder el centro de todas las vidas, de todas las vidas de muchos; la que se sostiene para bienestar de sí, de castas políticas; la que no tiene órganos funcionales; la que local o regionalmente se mantiene de las prebendas y de los privilegios?
–¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La que no da respuesta de legitimidad al derecho de los electores; la que se impregna de la afiliación al partido; la que hace del votante al cual inducen, acosan, y persiguen, un número proporcional al porcentaje de un patrón electoral partidista, que pasa inventario si votaste o no por el candidato del partido designado para asegurarse de que tu voto fue por el candidato acordado?
–¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La estamental, ocupacional, proletaria, familiar, que se queda como un pedazo de papel en los anales de un siglo; que se conviene acomodar por medio de la legalidad para que la unanimidad de la voluntad se asuma como una deliberación invariable?
–¿Democracia? ¿Qué democracia? ¿La infrahumana, la que se sostiene en la hambruna, en la miseranda, en los excluidos económicamente, en los llamados antisociales, en todos aquellos que se refunden en las masas, en el “voto” de abajo y de los de abajo, en los que hacen millones de “votos”, en aquellos que son demasiados débiles, que no tienen un conocimiento libre, libertario, de qué fuerza tiene y trae su voto?
-¿Cómo se mide la democracia, cómo se miden las ideas de la democracia y en la democracia? ¿Por el acceso a bienes y servicios, por la cantidad de fuerza laboral ocupada, por los recursos que se administran, por los planes, acciones y proyectos que se trazan; por las infraestructuras, por el desarrollo de los centros urbanos donde se aglomera el capital financiero, por la racionalidad en el uso de los recursos monetarios, por el ahorro, por el crédito que se otorga, por la severidad con la cual se administra la cosa pública?
-¿Cómo se discute en democracia? ¿Dejando a un lado la centralización de la opinión de los que detentan el poder; no permitiendo el envilecimiento de los medios para la praxis del ejercicio del poder; evitando la dictadura de las minorías y la severidad de su furia por el disenso, organizando que una voz no se haga eternamente una voz, sino que muchas voces se unan para hablar como voz de todos por un objetivo común; procurando que no surjan liderazgos mediáticos, ni liderazgos de héroes o heroínas de cartón; respetando la diversidad de las opiniones, consolidando la unidad de la voluntad de quienes se dejan dividir por las utopías; haciendo de la política una ciencia dialéctica, no una cofradía de burócratas erigidos como profetas; respetando los puntos de vistas alternativos; quitándole el disfraz de constitucionalismo a los amagos de absolutismo; dejando de ser sólo líderes distantes y asumirse como líderes prácticos; en fin, debatiendo, dirán muchos?
La tribuna para la democracia pura está en un franco deterioro; la democracia pura “cae”, la precipitan los partidos tradicionales a ser una mera abstracción, una palabra llena de ambivalencias por el restringido terreno que encuentra para su praxis; es un vocablo extraño que no se aprende en las escuelas, que no se hace sentido, que no se le imagina como un bien jurídico inmaterial de los pueblos. El poder político absolutista, en todos los tiempos, ha barrido -con una escoba de clavos en sus lenguas- las tribunas para el ejercicio de la democracia pura, contraria a esa otra “democracia” anodina y de mercado que personifican quienes ejercen el no “grato” oficio del “pecado de defender la mentira como negocio” sentados frente a una cámara de un canal de TV o en la cabina de una estación de radio alterando el ánimo de los opuestos, abusando del tribal sincretismo y de la explosión del instinto primitivo que traen los rituales del entretenimiento y el exceso de los vicios. Esos mercaderes de la palabra, que se han insertado contra viento y marea en los medios comunicacionales, son recaudadores de votos que echan en sus gabanes para venderlos a sus amos políticos. Esos mercaderes que se hacen llamar “comunicadores” están en convivencia en todos los lugares, atentando contra la competencia en igualdad de condiciones y de oportunidades, maximizando su “influencia” con el despropósito de hacer de las clases desprotegidas por la fortuna del bienestar, prisioneros de la lisonja, y desarrollan la táctica de inducirlos a un compromiso; son ellos, las hienas selectivas que ha engendrado el sistema; te sonríen, te hieren, y te abrazan, si es necesario a su conveniencia, y al grupo político al cual le sirven.
Las hienas de este sistema son muchas; se cuentan por cientos, por cientos de rivales entre ellas, por cientos de recaudadoras entre ellas. El octavo piso del infierno es grato espacio para la nefasta “popularidad” que los micrófonos les permiten. Lo más sano es que la “democracia” prescinda de sus indeseables “servicios”. -¿A dónde van esas hienas luego, esas habilidosas hienas del sistema, ese enjambre de simuladores de sonrisas tibias y cálidas?-A cobrar el costo de su labor.
¿Por qué, por qué la “democracia” ha abandonado su ser esencial, y se convierte en cómplices de hienas adiestradas con el color deslumbrante del oro? ¿Por qué el sistema las recompensa con el lujo ilimitado y le entrega la dispensa de un cofre lleno de dinero para su gula?
Democracia, democracia… Un recorrido mental por ella, sobre cómo ha sido elaborada en teoría, y cómo ha sido llevada a la práctica, nos revela que, quizás, hay que reivindicarla de su versión original, desvestirla para vestirla otra vez; hurgar en la humanidad, en la historiografía que la humanidad le otorgó a ella; crearle nuevas tareas, reestructurarla en sus objetivos, recomponerla a imagen y semejanza de la justicia. La democracia castrada, la democracia cercenada, la democracia francamente rota, aniquilada, esquiva, con malos hábitos, es lo que existe ahora. Pero hay otra democracia que no se tiene ahora, quizás por ahora, pero que vendrá. Es la democracia rebelada, en estado de rebelión; la democracia que restituye a las revoluciones su esencia; la democracia que redime a los pueblos; la democracia que aún a regañadientes quiere la autonomía de las masas; la democracia que entiende la gravedad de las crisis actuales; la democracia que aunque esté hoy desorientada tomará a la tribuna para sí; la democracia que es una armadora del Estado, de sus instituciones; la democracia que no se justifica en la opresión, ni en la manipulación ni en el latrocinio, ni en los monopolios, ni en la extinción de la libertad.
Esa democracia superior, ardiente, es la democracia que se eleva por encima del poder absoluto, de las dictaduras, de la centralización de los gobiernos, de las aristocracias, de las miserias espirituales de los políticos. Es la democracia que se hace austera en sus propósitos, que espera el momento de estallar, que tiene como máximo valor la lealtad a los ideales; es la democracia que seduce a las juventudes del mundo; es la democracia que no secuestra utopías; es la democracia incluyente de la dialéctica de los tiempos, la que no acepta claudicaciones por dinero; es la democracia que tiene por mandos la historia civil de un pueblo, la que no acepta a opresores; es la que sale de los calabazos de la conciencia, la que camina un trayecto sin coaliciones oportunistas; es la que engendra los cambios, las transformaciones, el espíritu de las leyes; es la que le arrebata al Estado la consigna de revolución o muerte.
Esa democracia, que no es teoría, es la democracia real; la que espera en los parques, en las calles, en los barrios, en las ciudades, en los puentes, en los arroyos, en las escuelas, en las universidades, en el campo, en las montañas, en los montes, en las casas, en los edificios, en los árboles, en el atardecer, en el anochecer, en las madrugadas, en el equinoccio, y en la primavera.
La primavera es la única estación que trae a la democracia como una flor abierta, como un pistilo lleno de dulces desafíos. La primavera es la palabra de alternancia, la palabra efectiva para pasar del fracaso al triunfo, para que lo eminente se cumpla; para que las comunas se hagan regimientos de batallas; para que la soledad y la oscuridad se abandonen; para que la compañía de todos y la luz se encuentren. La primavera es la estación que libera las energías del pueblo, la que revela el conjunto de la vida a través del reino de la naturaleza; es la estación que nos suministra alimentos para el alma y el cuerpo; es la estación que emancipa a las aves para que tengan un vuelo pleno en el firmamento, la que traza la línea divisoria entre el antes y el después; es la estación de medio año, que se cumple máximamente en el mes cinco; es la estación en la cual participan los talleres de sueños, los talleres de palabras, los talleres de historias, de esas historias nuevas que construir y aquellas que recordar como impulso para las ideas y actuar.
El mundo actual, nuestro mundo, es un taller de ideas, un taller de imágenes, un taller de sonidos, un taller de olores, pero es más aun: es un vasto taller donde la humanidad se comunica, redimensionado las ideas, las ideas, los sonidos, los olores, enviándolo todo por las redes. La humanidad ha dado a las sociedades como instrumento para la democracia ese taller que se llama hoy las redes. No obstante, esas redes no son solo virtuales, son más aún; son redes de pensamientos, redes de ideales, redes se sentimientos, y redes de afectos. Ningún tribuno de la antigüedad pudo imaginar que podría existir una tribuna inmaterial que envuelve todo, y a todos, y que se ha hecho un dominio universal.
Todos, toda la sociedad es ahora una red-de-redes en ese dominio universal; son los más grandes talleres para conversar, son los talleres de conversación para la democracia; son los baluartes que tienen el pueblo y las masas para desde allí lanzar a gritos su voluntad de ser libre a conciencia. Y es esa red-de-redes, quizás, la que puede hacer que renazca en primavera la democracia en estado de rebeldía; la que equilibre a las fuerzas; la que desmonte la barbarie de la sumisión de los pueblos que traen las democracias “light” y las dictaduras “constitucionales”. Ejercer ese dominio de los talleres de conversaciónes ejercer la democracia; la democracia que se huele con olor a primavera, que se hace estallido al abrir las rosas sus pétalos, y las aves al nacer con ímpetu al momento de romper las cáscaras del huevo; es la democracia que dice entonces: ¡Esto es olor a la vida, a la vida a plenitud! Por lo cual me pregunto: ¿tiene aun nuestro pueblo el derecho a escoger a la libertad, y a vivir la vida a plenitud? Es la pregunta sistémica que surge ahora, próximo a conocer si el ejercicio del derecho al sufragio nos traerá la primavera de una democracia triunfante, no marchita. ¡Dios, dirá! [1]
NOTA
[1] El próximo mes de mayo, se cumplen 100 años de la ocupación militar a Santo Domingo, por fuerzas de infantería y de marina de los EE.UU., luego que el Poder Ejecutivo quedara acéfalo por la renuncia del Presidente Juan Isidro Jiménes, al rendirse ante las intrigas, conjuras, conflictos, servilismo vil, la disidencia, el envilecimiento y corruptoras posturas de las camarillas políticas, la lamentable disgregación del interés nacional, las posturas unipersonales de los hombres públicos en contra del bienestar general, como consecuencia final de una crisis gubernativa que había subvertido el orden constitucional. [YNP]
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