Rubén Darío: Un gran poeta y un pobre hombre (VI)
6 de mayo de 2016 - 6:00 am - 0
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Un encuentro Martí / Darío no sólo era deseado por ellos mismos sino también por todos los cultores de las letras hispanas en las décadas finales del siglo XIX, pero desgraciadamente no fue posible salvo algo muy tangencial ocurrido en New York en el 1893.
Y de nuestra carne ligera imaginar siempre un edén sin pensar que la primavera y la carne acaban también. Rubén Darío
A finales de enero del año en curso este periódico on line tuvo la amabilidad de publicarme cinco artículos sobre Rubén Darío que bajo el título “Rubén Darío: un gran poeta y un pobre hombre” representaban mi contribución a los festejos que en el mundo hispanohablante se celebraban en conmemoración al primer centenario de la muerte del juglar nicaragüense de muy grata recordación para el autor.
A raíz de la aparición del último trabajo amigos y hasta desconocidos me sugirieron la conveniencia de extender mis consideraciones y reflexiones en torno a tan excepcional personaje al estimar que escaseaban en los rotativos nacionales informaciones concernientes a su persona, su rocambolesca existencia así como también las relativas a varias facetas de su intensa actividad literaria como fueron el cuento, la prosa, el periodismo, la novela y la traducción.
Señalaba en el penúltimo párrafo de la entrega número V que si hubiese dispuesto del tiempo suficiente relataría un famoso encuentro de Darío con unos amigos en el “Café París” de la capital de Francia, y también la forma en que él junto a Amado Nervo alfabetizaron en la ciudad luz a la española Francisca Sánchez amante del primero. El relato de ambos y otras ocurrencias rubendarianas conformarán el corpus de este sexto artículo.
Lo sucedido en el establecimiento antes referido ubicado próximo al boulevard de la Magdalena a principios del siglo XX fue de manera abreviada lo siguiente: al final de la tarde ocupaban una mesa Darío, Lugones, Vargas Vila y el “Príncipe Negro” como llamaba Rubén al dominicano Osvaldo Bazil. El cronista de este encuentro el poeta Alejandro Sux, notando que negros nubarrones se amotinaban sobre la iglesia de la Magdalena exclamó: ¡Vamos a tener agua! respondiendo Bazil ¿y qué? ¿desde cuándo el agua es mala?
!Siempre¡ afirmó Darío. Literariamente siempre fue mala, dijo Lugones. Sólo Nervo, que era abstemio y mejicano ha intentado reivindicar sus virtudes ¿leyeron su ¿Hermana Agua? ¡claro! exclamaron todos. Dijo entonces Vargas Vila: es bastante sosa y chata el agua de Nervo. Advirtió Darío: Yo la encuentro dulce, diáfana y amorosa. Pero el agua es mala, piensen en el Diluvio. Dios escogió el agua para castigar a los hombres pero multiplicó el vino para agasajarles. El sacrificio de la misa se hace con vino…. no con agua. El vino es sangre divina del señor.
Intervino entonces Lugones: ¿olvidas el agua del bautizo? Le contestó Bazil: pero no la beben más que los animales. Es un líquido ritual que solo sirve para regar las plantas y llenar piscinas. Se puso de pie Darío sugiriendo: Propongo entre nosotros un concurso para desacreditar el agua encerrada en un verso. Preguntó Vargas Vila: ¿condiciones? Exclamó Bazil: pocos versos. Darío recomendó: un soneto o algo así. Sux demandó: los ganadores y los perdedores ¿Qué harán?
A continuación Darío expresó: Los primeros pagarán al segundo, porque habrá un solo victorioso, una cena en un restaurant que tenga un buen sótano. Como es de suponer los versos resultantes que tenían un cierto trasfondo humorístico constituyeron un lírico desprestigio, un descrédito al denominado “precioso líquido” pero están calzados con las firmas de tan renombrados rapsodas. Por ser el único dominicano presente, reproducimos los correspondientes a Osvaldo Bazil;
No hay adjetivos suficientes en la lengua de España para las aguas frías o calientes; Pero no hay bastantes alabanzas para el ron de mi tierra hecho de caña, sol, caricias y el vigor de nuestras panzas.
Reveló Sux, el cronista del encuentro, haber olvidado el ganador del concurso pero que él y Bazil prolongaron por varias horas la plática y que varios años después el memorable coloquio parisino fue evocado junto al general Fiallo pariente de Fabio Fiallo y a Telésforo Calderón ministro de Educación y otros íntimos. Cuando recuerdo ese conversatorio en la capital francesa entre cuatro gigantes de la poesía castellana, lamento que no exista una fotografía que reprodujera esa formidable coyuntura para la recreación visual de sus admiradores.
No obstante cantarles en sus versos a princesas, marquesas, infantas, reinas y diosas, cuando Darío fue nombrado ministro de su país en la corte española a menudo se paseaba por los Jardines del Palacio Real enamorándose perdidamente de la hija del jardinero real Celestino Sánchez que vivía en un cobertizo, que si bien era físicamente agraciada, no sabía leer ni escribir debiendo acudir a otra persona para leer y responder los recados que con pasión les remitía el poeta.
Se llamaba Francisca Sánchez del Pozo a la cual contrató como sirviente en la vivienda madrileña donde residía, quien por treinta largos años le acompañó dándole una hija que murió siendo niña y a Rubén Darío Sánchez (Güicho que murió en Méjico en 1948) que por desgracia heredó el fatalismo alcohólico de su ilustre progenitor. En París en el café “El conejo ágil” y en medio de los tragos Amado Nervo le otorgó el título mobiliario de “La princesa Paca” siendo la recipiendaria de varias poesías de ambos autores.
El detalle que deseo resaltar en este artículo es que viviendo juntos los dos poetas en el 29 du Faubourg Montmartre, en París se dedicaron a alfabetizar a la amante del nicaragüense, creyendo el redactor de este trabajo que en la vida nadie ha tenido como maestros para aprender a leer y escribir a dos docentes de la talla universal de Rubén Darío y Amado Nervo. A este último se le apodaba “El Nayarita” por haber nacido en Tepic, Nayarit y es el autor del conocido poema “La amada inmóvil”.
Hace un tiempo leí una biografía sobre Francisca Sánchez escrita por su nieta Rosa Villacastín titulada “La princesa Paca” no recordando de momento como acabó sus días la amante abulense de Rubén. En el caso de haber sido yo el alfabetizado siempre hubiera presumido, alardeado, de haber tenido como preceptores a estos dos gigantes de la lírica hispanoamericana, como se vanaglorian muchos egresados de la UASD por haber tomado clases con Amós Sabrás, David Masalles, Teófilo Carbonell, Jiménez Grullón, Guarocuya Batista, Mercedes Sabater de Macarrulla, o Hugo Tolentino.
En una ocasión Darío estaba alojado donde una familia amiga en el castillo de Valldemosa, Mallorca situado al lado de la célebre cartuja en la que Federico Chopin y George Sand pasaron juntos el invierno de 1838-1839. El dominicano Osvaldo Bazil que era cónsul de su país en Barcelona recibió un día un telegrama de los anfitriones de Rubén suplicándole venir por encontrarse su húesped en delicado estado de salud al hallarse postrado en una cama bajo mil mantas de lana.
Bazil que bien le conocía al verle comprendió que se estaba haciendo el moribundo, que no había tal gravedad sino que padecía una crisis alcohólica. Rubén le dice que sus anfitriones lo están matando porque le están mezclando el vino con el agua y el necesita una bebida fuerte. El dueño de la casa envió a buscar wisky suficiente en Palma, la capital de la isla. Al amanecer el poeta estaba en plena saturación báquica, durmió mucho y a los dos días se había restablecido.
Al recuperarse, el Principe Negro dominicano tuvo la ocurrencia de vestirlo de cartujo – así se denominan los religiosos pertenecientes a la Orden de San Bruno – para llevarlo a la mesa. En la fotografía tomada en 1913 aparece Darío con la cogulla cartujana, la capucha vuelta, sus aristocráticas manos juntas, los ojos mirando hacia arriba, notándose mucho su ascendencia de indio chorotega nagradano y de negro mezclado a la española en su rostro. Esta foto ha servido de portada e ilustración a muchos trabajos sobre el poeta y es mundialmente conocida.
Por esta misma época sucedió también en Mallorca un episodio rubendariano muy en consonancia con su personalidad. Por solicitud de sus anfitriones – los Sureda – el poeta se confesó con un capellán de apellido Uhfoll que había residido en Chile. Darío empezó la confesión diciendo: Padre, mi vida ha sido una novela. El sacerdote le respondió: Hijo mío, la mía ha sido dos, recemos. Esta fue toda la confesión. Con un cura así cualquiera se confesaba.
Ramón de Campoamor (1817-1891) fue un poeta español que además de escribir obras teatrales y pseudofilosóficas es autor de las célebres “Doloras” y “Humoradas” que son géneros o subgéneros poéticos por él inventados. Quien rubrica este artículo siempre lo recordará por ser el creador de una humana y realista redondilla que reza así: Pasan veinte años vuelve él/y al verse exclaman él y ella/! Dios mío, y ésta es aquella ¡/!Santo Dios, y éste es aquel¡/
Al leer estos versos los lectores recordarán que a todos – sin excepción – nos asalta esta impresión cuando luego de transcurrir dos décadas, o quizás menos, encontramos por casualidad en una calle, plaza, funeraria o evento social a quien tiempo atrás fue objeto de nuestras más románticas ensoñaciones o habíamos simplemente dejado de frecuentar. Advertimos que el tiempo ha arruinado sus encantos o devastado su imagen. En una bella y sublime redondilla.
Ya enfermo y octogenario, Campoamor es visitado un día por Rubén que iba como vocero de un movimiento que trataba de coronar al declinante portalira como antes se hizo con Zorrilla y Núñez de Arce. Al ver aquella ruina venerable que con su mirada expresaba muchas doloras crepusculares y era alimentado por un criado que estaba a su servicio, el autor de “Cantos de vida y esperanza” exclamó:¡Santo Dios, y éste es aquel¡ . Por su decadencia corporal el poeta no pudo ser finalmente laureado.
Un encuentro Martí / Darío no sólo era deseado por ellos mismos sino también por todos los cultores de las letras hispanas en las décadas finales del siglo XIX, pero desgraciadamente no fue posible salvo algo muy tangencial ocurrido en New York en el 1893. En su Autobiografía Rubén indica que fue invitado por un cubano asistir a una actividad revolucionaria en la “Harmand Hall” donde el Apóstol de Cuba pronunciaría un discurso. Conocía a este por sus trabajos escritos en periódicos de Méjico, Venezuela y Argentina.
Al verle en una sala muy iluminada Martí le dijo: ¡Hijo¡ Aunque físicamente se desconocían ese filial y afectuoso tratamiento entre esos dos colosos del pensamiento es un buen indicativo de que al reconocerse públicamente dos almas gemelas siempre se comportan como si se conocieran desde toda la vida, estableciéndose de inmediato un vínculo de naturaleza familiar que tiene todas las características de un parentesco sanguíneo.
Finalizado el acto político Martí invitó a Darío a tomarse un té en la casa de Carmita Mantilla donde vivía. Según el nicaragüense el cubano superaba a Don Emilio Castelar en el arte de la conversación al estar dotado de una prodigiosa memoria y una particular agilidad mental, pasando con él unos minutos inolvidables. Darío expresa que disfrutó poco tiempo de su plática ya que el autor de los “Versos sencillos” partió esa misma noche hacía Tampa. No lo volví a ver jamás se lamentó Rubén en sus “Memorias”.
Como conclusión deseo destacar que fue Carlos Sawa quien en el café “O´Harcourt” de París le presentó una noche a Paul Verlaine – el pobre Lelian – a Darío el poeta idolatrado por este en su adolescencia, que como siempre estaba completamente ebrio. Después de la presentación inició el francés el clásico monólogo de los borrachos repitiendo una y otra vez la palabra gloire, gloire. Jamás pudo Rubén verle sobrio señalando en sus “Memorias” que verle bebido era un espectáculo triste, doloroso, decepcionante. Con posteridad y a causa de su etilismo, Darío le ofreció la misma lamentable visión a muchos de sus admiradores.
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