LAS RAICES DE NUETRO ESPIRITU, (segundo capítulo)
Un ensayo escrito por el Dr. Guido Despradel y Batista, leído en forma de conferencia en el salón de la Sociedad Amantes de la Luz, en Santiago de los Caballeros, la noche del sábado 25 de abril del 1936, y publicado por la Imprenta El Progreso, de La Vega, el 1ro de mayo de 1936. Págs... 10 al 13
Compilado por Ubaldo Solís Ureña
Bruscos cataclismos de secesión en si interrumpida resquebrajaron las tierras y cambiaron grandemente la faz del universo. Y mientras para unos comenzó de nuevo a repetirse la vida desde el Arca bíblica de Noé, para otros, los que buscan realidades lógicas y no leyendas de burdas fantasías, la vida sobre el planeta persistía; trastornada, es verdad, en su evolución, por los obstáculos que crearon esas fuerzas naturales furiosamente desencadenadas, pero cumpliendo siempre con sus imperativos categóricos; es decir, adaptándose, con la mayor facilidad posible a las nuevas condiciones surgidas de aquel cambio que sufriera el planeta.
Y es que el Hemisferio Occidental desaparecen vastas porciones de continente y se forma, como tallado por mágico buril de inspirado artista, ese jardín portentoso de las Antillas, que como flexible cadena de maravillosos eslabones, limita grandiosamente ese Mar de los Caribes, tumbas de antiguas civilizaciones. Había concluido para América su proto historia para entrar en su estado de pre historia.
Limitémonos desde ahora a nuestra Isla. Se llamaba, no lo sabemos, tal vez Bareque, tal vez, Haití, tal vez Quisqueya, tal vez, Buhío. Y pueda ser que estos cuatro nombres correspondieran a diferentes regiones de ella. Los Ciguayos se quedaron como sus primitivos pobladores. Eran fieros, hombres de presa, y se fueron a las montañas del norte a vivir en las cuevas. Después de las tierras del continente, vinieron los Tainos, pacíficos labradores, y se posesionaron de las llanuras regadas por incontables ríos. Y para terminar esta disparidad de pueblos, una raza de los Caribes, los Macorixes, eran intempestivamente y lanzan a Oriente y Occidente a los Tainos, para posesionarse ellos de las regiones que hoy comprenden las provincias de San Francisco de Macoris y Samaná y un pedazo de la actual San Cristóbal ( hoy Monte Plata).
Este era el pueblo llamado a conquistar y a dominar la Isla, pero un conquistador más fuerte vino de más lejos, no en canoas sino en carabelas, a imponer su dominio, no como el Caribe en el nombre del patrimonio común y de la sangre, sino en nombre de la Cruz y la Espada.
Desde dos puntos de vista han descrito los historiadores el carácter, el tipo y las costumbres del indio de Quisqueya. Para unos, López de Gómara entre ellos, el indio era; de color castaño claro, que parece algo tiriciano , de mediana estatura y rehecho, tiene ruines ojos, mala dentadura, muy abiertas las ventanas de las narices, y la frentes demasiado anchas. – Ellos y ellas son lampiños aún dicen ser por artes, pero todos crían cabellos largo, lizo y negro. Y dice el ciego panegirista de Cortés, refiriéndose al carácter, del indio, que era un grandioso sodomítico, holgazán, mentiroso, ingrato mudable y ruin, - no se puede pintar un ser más detestable, pero si razonamos un poco y llamamos a consulta históricas que nos merezcan más crédito que este López Gómara, quien, ambicioso de prebendas y de oro, faltó a la verdad histórica por merecer la protección del poderoso conquistador de México, nos daremos cuenta que esta descripción del indio de Quisqueya es, además de falsa, injusta y denigrante.
Para otros historiadores y muy especialmente para el Padre Las Casas quien convivió con el indio e hizo causa común con él, y quien además vino a América, no a justificar la actitud de Espala, sino a servir a un alto apostolado de moral y de justicia, el indio era hospitalario, manso, simple, benigno, servil hasta el extremo que en él se podía ver realizado el ansiado ideal del hombre bueno y sin malicias en su estado primitivo de naturaleza
Y en cuanto al tipo de indio, afirmaba Las Casas que “las caras y rostros, gestos teniéndolos graciosos y hermosos, hombres y mujeres; y cuando los niños van creciendo son todos muy graciosos, lindos, alegres, corderitos vivos, y de buena índole”. Y para que se vea que los primitivos habitantes de esta isla no fueron monstruos, ni seres viles y despreciables, como lo pregonaban por las naciones de Europa, los cronistas e historiadores que querían presentar como natural y justo el extermino cruel que de ellos hacían los súbditos de sus Majestades Católicas apoyados en las fuerza de la cortante espada y en el poder de la Santa Cruz, oigamos a Las Casas, hombre también de España y espectador sensible de los sufrimientos del indio, cuando nos dice que “ en La Vega conocí a mujeres casadas con españoles, y algunos caballeros, señores de pueblos , y otras de la Villa de Santiago, también casadas con ellos, que eran admirables, su hermosura y cuasi blancas como mujeres de Castilla”. Y agrega; Yo vi un lugar o Villa que se llamó de la Vera Paz, de sesenta vecinos españoles, lo más de ellos hidalgos, casados con mujeres indias nutuales de aquella tierra, que no se podía desear persona que más hermosa fuese”.- Con esta citas bastas, aunque hay muchísimas más tan exactas y tan razonables como éstas, y que dejan claramente demostrados que el indio de Quisqueya, con la excepción de Los Ciguayos, que eran además escaso en número, era, hablando desde el punto de vista de la antropología, un tipo que podría catalogarse de el cuadro de las razas superiores.
Sus costumbres y su religión así también los confirman. Sin hacer uso de muchos detalles, se puede decir que sus ritos y sus modales de vida eran paganos. La pitonisa de Delfos tenía su reproducción exacta en el Bohiti adivino que realizaba sus transportaciones en los ritos del Dios Cotocoyo. Y sus ceremonias en loor a sus ídolos, con sus areitos suaves y sus libaciones abundantes, no están muy lejos de las suntuosas bacanales que se celebraban en Éfeso en honor de Artemisa y de Baco.
Restamos decir que la organización pública del indio se ajustaba en todo al sistema patriarcal. El Cacique era un verdadero Señor, con un territorio determinado para gobernar, y con súbditos que le pagaban sus tributos religiosamente y que le prestaban reverencias y le guardaban admiración y respeto. Había una admiración de justicia bastante equitativa, y existía la institución de la familia, aunque aceptando el estado polígamo.
De todo esto se deduce que nuestra Isla, en el momento del descubrimiento, no estaba en un estado de barbarie que la colocara fuera de la consideración y del respeto que se deben a todo conglomerado social que desarrolla sus actividades vitales dentro de las más nobles aspiraciones, en cualquier porción del universo.
Veamos cual fue la obra de España en ella. , en la próxima entrega del tercer capítulo.
Fuentes
López de Gómara: Historia General de Indias
Padre Las Casas: Historia de Indias
Altamira: Historia de la Civilización Española
J. G. García: Compendio de la Historia de Santo Domingo
Delmonte y Tejada; Historia de la Isla de Santo Domingo
Dorsainvil: Manual de Historia de Haití
Luis Aranquistain: Agonía Antillana
Carlos Pereyra: Las Huellas de los Conquistadores y La Obra de España en América
Carlos Nouel: Historia Eclesiástica de Santo Domingo
Juan Bosch: Indios, Apuntes Históricos
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