RENACER CULTIRAL

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jueves, 14 de junio de 2018

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Muerte de Alejandro Magno
Μέγας Αλέξανδρος
Han transcurrido 2.341 años desde el deceso de Alejandro III de Macedonia, inexpugnable conquistador de gran parte del mundo conocido que comandó a su ejército hasta los confines del orbe sin haber sido derrotado ni una sola vez. Aprendió de otro gran general de aquella época: su propio padre, Filipo II de Macedonia, quien con anterioridad ya había planeado subyugar al Imperio aqueménida, con el cual existía una latente animadversión, puesto que esta había intentado conquistar Grecia en el siglo V a. C. e incluso instigado conflictos entre Estados helenos mediante el apoyo a algunos de sus beligerantes. Así pues, Filipo fue el promotor de la campaña y Alejandro el ejecutor.
Tras la muerte de Filipo en 336 a. C., Alejandro fue el sucesor del reino. Hasta la actualidad se desconoce la causa del deceso de Filipo, las conjeturas señalan a Pausanias (guardia de Filipo), Alejandro y su madre Olimpia, o al emperador persa Dario III Codomano como artífices. Aristóteles menciona que Pausanias tuvo motivos ajenos a Alejandro y Olimpia para asesinarlo; no obstante, a lo largo de los siglos la historia ha sido distorsionada, causando incertidumbre y manteniendo la posibilidad del vástago como autor indirecto del asesinato. No obstante, el gobierno del hijo superó al del progenitor. En efecto pues en 334 a. C., Alejandro cruzó el Helesponto e inició la ofensiva contra los persas. Incluso siendo todavía muy joven, el monarca macedonio demostró ser un comandante lucido y aplomado; obtuvo importantes triunfos en las batallas del río Gránico (334 a. C.) e Issos (333 a. C.), victorias que obligaron a los aqueménidas a replegarse hacia el este. Destacó durante su campaña en Anatolia su estancia en la ciudad de Frigia, donde se enfrentó al reto del nudo gordiano: se decía que aquel que lograse desatarlo conquistaría Asia; no obstante, a criterio del rey macedonio, el desafío podía ser superado de manera distinta, por lo que desenvainó la espada y lo cortó.
Con la retirada de Dario III de Asia Menor, el rey macedonio penetró hasta el Egipto, milenario territorio donde se lo proclamó faraón. Pero aun con estos éxitos, continuó acechando a los persas, enfrentándoles decisivamente en la batalla de Gaugamela durante el 331 a. C. Es la batalla más icónica de Alejandro, pues esta demostró su eminencia estratégica y le permitió diezmar al Imperio aqueménida. Ciertamente, a partir de aquella liza los persas no estuvieron en capacidad de afrontar a Alejandro y su falange. Empero, el sueño de Alejandro no terminaría con su imposición en Cercano Oriente, pues prosiguió batallando y difundiendo la cultura helenística en los rincones más remotos de Oriente, llegando hasta la misma India, donde a pesar de vencer en la batalla del Hidaspes (326 a. C.), sus hombres se resignaron a continuar la marcha debido a una perenne campaña. El Hidaspes fue la última gran batalla en donde Alejandro y su caballo, Bucéfalo, combatieron, ya que después de esta volvió a Babilonia, metrópoli icónica de Mesopotamia en la que fallecería a causa de un envenenamiento o enfermedad; hasta la fecha se desconoce cuál fue la verdadera causa. La muerte de Alejandro se trató de un hecho frustrante y pernicioso para el porvenir del Imperio macedónico. Primeramente, la expansión total que Alejandro el Grande anhelaba no se pudo llevar a cabo, sus campañas en Arabia, el noroeste de África, Italia y Europa continental perduraron solamente en su visión. Continuamos preguntándonos que sería de la Antigüedad si el soberano macedonio hubiera enfrentado a las repúblicas de Cartago y de Roma. Como segundo punto, el prematuro fallecimiento del rey provocó discordia entre sus generales, a posteriori la aversión entre reconocer un digno heredero (a pesar de que Alejandro tuvo descendencia) fracturó al imperio. Fue el inicio de los diádocos, caracterizados por la rivalidad que terminó por relegarlos del dominio ante otra potencia.
Pero Alejandro fue más que un conquistador, pues su magnanimidad con los pueblos subyugados y anexionados a su imperio fue otro factor causante de que se le atribuyera el epíteto de «magno». En efecto, Alejandro, pese al auge de Grecia y Macedonia en las últimas centurias, no subestimaba a los pueblos de Oriente. Eran la simiente de la civilización que, después de todo, continuaban influenciando a la cultura helena en aquella época. Las míticas epopeyas helenas estaban inspiradas en el poema de Gilgamesh de Uruk; la falange continuaba basándose, en esencia, en el primigenio sistema marcial sumerio de una formación cohesionada con lanzas y escudos. Además, Babilonia había sido la urbe a la que acudieron griegos de Anatolia −como Tales de Mileto− para ulteriormente desarrollar la reconocida filosofía griega.
Alejandro, con justificación, pretendía disipar la soberbia y, con ello, erradicar el sempiterno conflicto entre Occidente y Oriente. A razón de esto se apreció a un Alejandro que permitió a los vencidos mantener su cultura, sin entrometerse de manera tajante en sus costumbres; de hecho, empleó la munificencia para congraciarse con las diferentes poblaciones de su imperio mediante la fundación de más de 70 ciudades (Alejandría fue una de estas), un objetivo que aspiraba a un sincretismo entre la cultura griega y oriental. Alejandro estaba apasionado por la convivencia perpetua entre todas las civilizaciones del mundo, fue un amante del ser humano, a quien quiso ver representado en un único pueblo. Su personalidad le llevó a convertirse en una leyenda que no deja de ser admirada hasta la actualidad. Murió a la prematura edad de 32 años, imposibilitando empresas y frustrando un legado a razón de la discordia entre sus generales.
Autores de las ilustraciones en la imagen
Batalla del Gránico: Peter Connolly
Batalla de Issos: Milek Jakubiec
Batalla de Gaugamela: Radu Oltean
Batalla del Hidaspes: Sergio Budicin

-Casares
Fuente ;

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