Llegada al Valle del Cibao
D.11. Llegada al Valle del Cibao o Vega Real. Marzo de 1494.
El Almirante Gobernador dejó a su hermano Diego de sustituto y emprendió viaje el 12 de marzo de 1494 con 16 caballos, 250 ballesteros, 100 espingardas y otros expertos en varios oficios. Dado a lo tupido del camino, Colón mandó adelante ciertos hidalgos a que abrieran paso en la maleza escalando las montañas de la cordillera Septentrional, por lo que llamaron al área Puerto de los Hidalgos. Fueron ascendiendo hasta llegar a unas alturas desde donde se divisa el gran valle del Cibao y una extensa vega que Colón bautizo con el nombre de La Vega Real. El padre Las Casas nos la describe con mucho detalle: “vieron la gran vega, cosa que creo yo y que creo no engañarme, ser una cosa de las más admirables cosas del mundo y más digna de las cosas mundanas y temporales”...”la vista de ella es tal, tan verde, tan descombrada, tan pintada, toda tan llena de hermosura, que así como la vieron, les pareció que habían llegado a alguna región del Paraíso, bañados y regalados todos en entrañable y no comparable alegría”.1
Los conquistadores se adentran en el valle e investigan los presuntos ríos de abundante oro, encontrando bastante pepitas y ciertas vetas de cobre aurífero. En los alrededores de la actual ciudad de Santiago, construyen rápidamente un fuerte “de madera y tapia” al que Colón llama de Santo Tomás, dejando una guarnición de 52 hombres al mando de Pedro de Margarit y retornando a la Isabela para organizar el rescate permanente de este oro. Los planes del Almirante iban viento en popa, pero su problema eran los hombres de la Isabela.
Al regresar el 29 de marzo se encuentra con un cuadro muy triste, los cultivos continuaban casi paralizados, muchos hombres habían muerto y tantos otros se encontraban gravemente enfermos, probablemente de sífilis, malaria y disentería, transmitidas básicamente por ignorancia y pobres condiciones sanitarias. Estas infecciones causaban tanto estrago pues la mayoría se encontraban en estado de desnutrición, negándose a aceptar la dieta indígena (frutas, tubérculos) o a pescar en las ricas aguas que tenían frente a sus viviendas. La verdad es que los primeros hidalgos que vinieron a poblar América no podían sobrevivir sin el trigo, cebollas, garbanzos y, muy especialmente el vino, que continuamente pedían a España. Al parecer, de las pocas cosas que pudieron “pasar” fue el casabe o tortas de yuca, lo que definitivamente salvó a muchos de la muerte.
De la misma manera los hidalgos no eran una clase social preparada para este tipo de inconvenientes; provenían de una nobleza guerrera, acostumbrados a conquistas militares que les proporcionaban la distribución de riquezas y tierras (con los siervos incluidos), y, como señalara el Hist. Frank M. Pons, era un grupo que “se contraponía a una sociedad agrícola donde el artesano libre estaba compuesto mayormente por gentes que a ojos cristianos poseían una calidad inferior.”, siendo incapaces de trabajar ya que “el trabajo manual se vio como una estigma para el hombre digno”.2
Además de las malas condiciones del lugar donde estaban, era esta la mayor causa de todos aquellos pesares, que solamente se acrecentaron cuando el Almirante regresó del Cibao pretendiendo que los hidalgos se incorporaran con la gente de trabajo a los turnos para moler el trigo y a otras obras comunales, resultando que “a los unos y a los otros se les hacia a par de muerte ir a trabajar con sus manos, en especial no comiendo; fuele, pues, necesario al Almirante añadir al mando violencia, a poder de graves penas, constreñir a los unos y a los otros para que semejantes obras publicas se hiciesen. De aquí no podía proceder sino que de todos, chicos y grandes, fuese aborrecido,”...”finalmente, desta semilla se le origino su caída”.3
Gran caída iba a tener el Almirante, pues las penas consistían en ahorcar o azotar a los que se les opusieran en lo más mínimo, teniendo graves problemas de inmediato con el padre Boyl, que desde que tuvo oportunidad retorno a España con alarmantes informaciones.
Al parecer agobiado por la situación, Colón decide enviar toda la gente que podía tenerse en pie hasta la fortaleza de Santo Tomás a ponerse bajo las ordenes de Pedro de Margarit, para que con “400 hombres, anduviese y hollase y sojuzgase toda la isla, dando a todos sus instrucciones,”.4 Deja de nuevo el gobierno de la Isabela a cargo de su hermano Diego, asistido por un consejo que encabeza el padre Boyl, y zarpa el 24 de abril en una nueva exploración de cinco meses en la que, acompañado por Juan de la Cosa, recorre gran parte de la isla de Cuba y descubre Jamaica, convencido de que se encontraba en el reino de Mangi, vecino a las tierras de Catai (la Española).
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