Dictador llegó al colmo de cambiar el nombre de la capital por Ciudad Trujillo
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El presidente Rafael Leonidas Trujillo Molina no era un nefelibata, que andaba por las nubes, sino un hombre práctico aunque muy dado al culto a la personalidad, al punto que promovió el cambio del nombre de la capital Santo Domingo de Guzmán por Ciudad Trujillo, lo que se hizo el 11 de enero de 1936. Su campaña para alcanzar la reelección se basó en reforzar la posición política como líder del país.
El presidente Rafael Leonidas Trujillo Molina no era un nefelibata, que andaba por las nubes, sino un hombre práctico aunque muy dado al culto a la personalidad, al punto que promovió el cambio del nombre de la capital Santo Domingo de Guzmán por Ciudad Trujillo, lo que se hizo el 11 de enero de 1936. Su campaña para alcanzar la reelección se basó en reforzar la posición política como líder del país.
Puentes y edificios públicos fueron nombrados en su honor, llegando al colmo que en las matrículas de vehículos fue incluido el lema “¡Viva Trujillo!” También fueron erigidas estatuas suyas en toda la geografía nacional.
La placa con el lema “Dios y Trujillo” era exhibida en las salas de la mayoría de los hogares dominicanos, en algunos por el temor y otros como fervientes trujillistas.
El culto a la personalidad estuvo a la altura, o superaba, al que se rendía al líder soviético José Stalin, al italiano Benito Mussolini, al alemán Adolfo Hitler o al español Francisco Franco.
La propuesta para el cambio de nombre de la ciudad salió de la “iniciativa” del entonces presidente del Senado, Mario Fermín Cabral, padre del poeta Manuel del Cabral, y quien a su vez es el progenitor de doña Peggy Cabral viuda Peña Gómez, actual embajadora dominicana en Italia.
Fermín Cabral aprovechó un mitin efectuado el 12 de junio de 1935 en Santiago para lanzar la idea sustituir del nombre de Santo Domingo por Ciudad Trujillo.
Luego de expresar los merecimientos de Trujillo por haber reconstruido Santo Domingo tras la destrucción ocasionada por el ciclón de San Zenón, dice “bella idea es la de erigirle una estatua”.
“Mas, no debemos olvidar que ésta no sería eterna: la estatua es forma, y la forma desaparece con la acción destructora de los tiempos”, agregó.
Refiere que “la gigantesca y asombrosa obra de gobierno realizada por el presidente Trujillo en el breve período de cinco años y en medio de las circunstancias adversas que han prevalecido en el mundo, merece una prenda de admiración más grandiosa, más digna de su gloria y que sea la mayor y más sensacional expresión del agradecimiento colectivo”.
“Pensándolo así consideramos que denominar Ciudad Trujillo a la Ciudad de Santo Domingo de Guzmán, conocida como la más antigua del Nuevo Mundo, es el más resonante y perdurable homenaje que podemos rendir al esclarecido prócer, héroe máximo y formidable constructor del pueblo dominicano”, propuso Fermín Cabral.
El legislador y acólito de Trujillo sostuvo que el caso no era nuevo en la historia. Recordó que a Bolivia se le dio ese nombre en prueba de gratitud a Bolívar y los estadounidenses dieron el hombre de Washington a su capital en reconocimiento eterno “al que fue el primero en la paz, el primero en la guerra y el primero en el corazón de sus conciudadanos”.
Expuso que “la capital de la República, orgullo nuestro, cuna de la civilización del Nuevo Mundo y donde se halla el tesoro de nuestra cultura, debe ostentar el nombre de Trujillo, que la recibió deshecha el 3 de septiembre y la devuelve al país limpia, magnífica y moderna”.
En una comunicación de fecha 19 de julio de 1935 dirigida a Fermín Cabral, Trujillo “rechazó” la propuesta y le expresaba “ruego, pues, a usted y a mis demás amigos de ambas Cámara no iniciar ningún proyecto de ley cuyo objetivo sea cambiar o alterar el nombre con que aparece consagrada en la tradición y en la historia la ciudad de Santo Domingo”.
Trujillo argumentaba “pero, sin que haya de tener en cuenta lo merecido o inmerecido del honor con que se quiere distinguirme de modo singular al dar mi nombre a esta histórica ciudad de Santo Domingo, me adelanto a declarar que tal designio, que agradezco profundamente, está en franca oposición con una de mis más caras aspiraciones de patriota y gobernante: la de mantener la nación dominicana íntimamente vinculada a sus gloriosas tradiciones, que constituyen las páginas más interesantes de la civilización del Nuevo Mundo”.
Aparte de esas razones “se oponía” porque el cambio de nombre de una vía urbana es causa de trastornos en el movimiento normal del comercio y en curso ordinario de las relaciones individuales.
“Deben esperarse mayores males del cambio de nombre de una ciudad que vendría a implicar una verdadera modificación en la geografía política del país”, sostuvo.
En otra carta a Trujillo en la que Fermín Cabral le hace acuso de recibo le expresa que “respetuosamente acatamos su determinación; pero nada podrá impedir que las falanges trujillistas del presente y las generaciones venideras digan, y lo consigne en la historia en sus brillantes páginas, que esta insigne e hidalga ciudad de Santo Domingo es obra suya en lo mejor que tenga, la más grandiosa de sus preseas de gobernante y el más empinado de los monumentos de su obra colosal”.
Fermín Cabral continuó con su “iniciativa” y el Congreso Nacional aprobó el cambio de nombre por Ciudad Trujillo mediante la Ley No. 1067, del 9 de enero de 1936 y promulgada dos días después por Jacinto B. Peynado, quien ejercía la presidencia en funciones.
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