PACO ESCRIBANO : DE NIÑO PRECOZ A ADULTO GENIAL
Escrito por Lipe Collado para Diario " Hoy ".
Hubo un Paco Escribano distinto al Paco Escribano que los radioyentes escucharon y admiraron en demasía por unos 20 años, de 1940 a 1960. Era el niño Paco Escribano impositivo en sus adentros que, gracias a Dios, salía con frecuencia a hacer las travesuras que se le atribuían al Paco Escribano de afuera que oíamos y veíamos. Y vivió de ese niño, gracias a Dios, repito. Era el Paco Escribano de las tristezas y amarguras anidadas desde su niñez hasta su muerte en 1960. Los rasgos infantiloides se le sobrepusieron al de afuera hasta casi asfixiarlo, que en todo su trajinar artístico luchó poco por dominarlos. Pero ahora resulta imposible saber si él cargaba siempre al niño íntimo imaginario en sus hombros mentales o si era aquel que lo llevaba a caballito por la vida.
“Él era infantil”, me dijo días atrás la viejecita Adelaida Guerra, una de sus numerosas vecinas de las !doce casas! en las que vivió en menos de diez años antes de morir en Puerto Rico de un ataque cardíaco –a las 6:05 de la mañana del lunes 25 de julio de 1960 un hilillo de sangre en línea quebrada de su boca a la garganta magnificó un rictus fúnebre- por problemas circulatorios y renales, diagnosticados por el médico Ángel Chan Aquino, derivados en una nefritis. “Yo me las paso saltando”, él le dijo una vez a Adelaida, la vez que le confesó que a veces lloraba “en soledad”…y no sabía porqué. Pero no era él quien saltaba, ni quien lloraba, era su niño… y bien sabía porqué.
En el hondón espiritual de don Paco Escribano hubo desde siempre el vacío insondable de un niño triste, melancólico, que lo acosaba y al que pudo sobrevivir gracias al escudo formidable de su naturaleza artística manifestada a través de la creatividad como escritor de obras de teatro, de la comedia, de la farsa, de los disparates que no eran tales, los repentismos irónicos y sus geniales sarcasmos. Talvez su temperamento y dotes artísticas lo salvaron del fantasma del suicidio que suele acosar a los payasos célebres atrapados en la melancolía de la soledad.
Gustaba de rodearse de gente y animales, sentirse más que admirado, amado, lo que fuera que le calmara la sed de la soledad de su niño permanente. En parte por eso auxiliaba sin miramientos a los menesterosos y le daba las dos manos a los caídos y siempre tuvo cerca o a una perrita –Duquesa-, o a un perrito o a ambos a la vez; y una hicotea y un Papagayo, al que sacaba a pasear llevándolo sobre su hombro derecho, y en sus últimos anos a un cuervo –“Llullú”-, al que ensenó a pregonar periódicos como si fuera un canillita callejero, y un loro, “que habla más que González Rionda”, una gran pecera con peces multicolores, y una colección de peces de fantasía de plástico, de yeso, de metal y hasta de cera, y dos ninos reconocidos como hijos suyos, Rafael Guadalupe Tavárez y Carlos Enríquez Tavárez, y un tercero sin reconocer, Alejandrito, de cinco anos al momento de su muerte.
HOMOSEXUALIDAD COMO ESTANDARTE
Afeminado hasta casi quebrarse en dos, en vez de ocultarlo lo evidenciaba, porque supo a tiempo que “partirse y hacer reír eran una buena combinación que, por demás, rompía parámetros y “desasfixiaba” en la atmósfera cargada de una dictadura ya larga en proceso de tiranía que se proyectaba para más y más… Por eso se burlaba de sí, de todos, del régimen represivo -a su manera, desde luego-, al que también alababa, de los Ojos y los Oídos que estaban por doquiera; al travestirse sin tapujos, al vestirse de mujer “españolita”, colorete y pintalabios de rojo chino, mantilla, peineta, cejas pintadas, castañuelas en manos, y hacer de cupletera con su mantón de manila sobre sus hombros, y al hacer uno de sus papeles estelares en El Espejo Mágico o en La Bola de Cristal –“!Ay, señores!, estoy viendo en la Bola de Cristal algo, un lío fenomenal que ni yo mismo lo entiendo y que ni me atrevo a decirlo”…y lo decía: soltaba algún chisme barrial o capitalino o nacional que todos gozaban a más no poder-. Iba de teatro en teatro, de espectáculo en espectáculo, de radiodifusora en radiodifusora. Se proyectaba con su talento frondoso y entonces los enemigos de sus éxitos envolventes comenzaron a obstaculizarlo. Sus “pelelenguas de patio” se hicieron memorables, y comenzó a ganarse el “respeto” de muchos. Aprendió a confrontar para entonces condescender hasta que le enliaron un trompo en 1942, a sus 25 años, y lo sometieron a la justicia y fue a juicio y ganó, pero aprendió a distenderse, a cotejarse. Carecía de la memoria de los rencores, y perdonaba u olvidaba, o las dos cosas. Ingresó a La Voz Dominicana pero no doblegó su espíritu ante los caprichos dominantes del trujillismo anclado allí, al que él había visto surgir desde sus 13 años de edad, y logró zafársele… sin pelear. Se sofrenó la lengua. El puerco Paco Escribano sabía bien que no debía rascarse en esa jabilla.
IMPONE UN TOQUE DE QUEDA
Su niño dominante como que le hacía errar caminos, pero volvía y se remontaba e intuía que debía doblegar sus rasgos infantiloides o de lo contrario… De repente su estrella comenzó a ascender de más en más a principios de 1940 por la HIZ y fue cuando encontró un buen tutor y guía artístico: el versátil locutor cubano Valentín González Rionda, y los dos se anidaron profesionalmente hasta la muerte de don Paco.
Los radioyentes se ataron a él a través de la radio HIZ y HI1Z desde la una hasta las dos de la tarde. Podían oírlo y llevarle el hilo a lo dicho al caminar por las aceras porque en todas las casas lo sintonizaban y elevaban el volumen para no perderse ni sus carraspeos calculados. Era un toque de queda diurno a la hora de la canícula dominicana, la de la siesta. Durante esa hora todo quedaba en suspenso en el aire y la tiranía se interrumpía. Él era el gobierno de una a dos, el único permitido fuera del principal. Se autocondecoró como El Rey de la Alegría y el Archipámpano de la Carcajada con su Bola de Cristal, primero por la radio y luego paralelamente por la TV de Rahintel, y popularizó la guaracha cubana La Chismosa: Secundina la Negra China, y la plena puertorriqueña Mamita Llegó el Obispo, llegó el Obispo de Roma, sus chistes originales, sus sarcasmos muchas veces sanos y no pocas veces arriesgados, y sus recomendaciones fuera de serie –“Señora, cuando usted vaya a clavar un clavo, busque a otro para que se lo agarre”- y ciertas frases insinuantes al cantar y referirse a un conocido violador de menores, Ciprián Pérez –“ve, pregúntale a Ciprián, el que vende chinas, que te quiere ver, !ay, te quiere ver!…Ciprián el que vende chinas, es un tipo popular, la gente por las esquinas no se cansa de gritar: Ciprián, el que vende chinas, te quiere ver, te quiere ver”-, o cuando se le zafó una ocurrencia inconcebible que hería al tirano -“si fulano sigue así, se va a caer sobre sus nalgas y se va a romper el 24 de octubre”, que era la fecha del cumpleaños de Trujillo, y todos se asombraban de que no le pasara nada; “oye Mulo -apodo del contrabajista del grupo Raposo, que trabajaban para él- me dijeron que tu vives con un Chino”, y aquel lo negaba y decía: “quien vive con un Chino es este: Chispita”, otro músico, y aquella otra célebre ocurrencia sarcástica que retrataba las ambivalencias bruscas de la vida: “como yo sé que a ti te gusta el Chocolate, por debajo de la puerta te metí un Ladrillo”, y su popularizado decir de “Muchachita, muchachita, acuérdate de Lucifer”, y el celebrado estribillo de La Negra China…“Pero yo no digo nada…!nada! Mejor que te calles y no digas nada, que lo que tu sabes es lo que yo sé”.
Y todos lo oían y callaban, desde abajo hacia arriba. Lo oían y callaban en las empresas y en las oficinas públicas, en las esquinas, pulperías y ventorrillos, en las casas de madera y las de cemento, en las cuarterías, en las piezas de los arrimados, en los ranchos improvisados, en los parques, callejones y patios, y en las casas y los clubes de sociedad… Lo oía su protectora fiel “mamá Julia”, la mamá del tirano, a la que también había conquistado con su zalamero poema La Vidriera, dedicado a ella, “la Excelsa Matrona, la más grande madre dominicana” en un Día de las Madres, y lo oía su tocayo y enllave Paco Martínez, administrador de Molinos Dominicanos, hermano de la esposa del tirano, a quien sabichosamente mencionaba con frecuencia, y Pedrito Trujillo, y Nieves Luisa Trujillo y mi media Hermana Isaura Trujillo Estrella, hija de Virgilio Trujillo, hermano del tirano, y mi mamá y mi tía Reyna, que parió 22 hijos y a quién él gustaba mortificar al preguntarle “¿por cuál de los dos hoyos los pariste?”
TESTIMONIO DE FRANK CRUZ
Tuvo un comportamiento humilde, dadivoso y de entrega que se acrecentó en la plenitud de su carrera, siendo el epicentro de la popularidad capitalina y nacional. A su última casa en la calle Real No. 117A de Villa Duarte, frente a la iglesia Nuestra Señora del Rosario, donde también funcionaba su radiodifusora Radio Escribano, la Voz de la Alegría, de “un cuarto”(¼) de kilovatio de potencia, “la más Chiquita de la Capital”, como gustaba decir, inaugurada el 2 de mayo de 1949, concurrían desarrapados, chiriperos y desempleados a granel. Allí iba Barajita, famosa demente cargada de “joyas” de fantasía, Chochueca, que iba a los velatorios y al momento del entierro pedía la ropa del difunto para venderla, el Maco Pempén con su carretilla repleta de cachivaches, en fin, todos los personajes de la marginación y la imaginación real que retratara Jimmy Sierra en su libro La Ciudad de los Fantasmas de Chocolate.
El Día de San Antonio, el santo católico de los hambrientos, se paraba en la puerta de su casa a repartir panes, plátanos, yuca, batata, arroz, huevos, espaguetis, coditos, fideos, leche, habichuelas, mantequilla, manteca, sardinas, arenques, trozos de salchichón y de queso… lo que fuera que le mitigara el hambre que padeció el niño que llevaba adentro. Por eso y más, a 56 años de su muerte algunos lo recuerdan casi con veneración.
“Él era un tipo que todo lo daba, todo, y podía conseguir lo que le daba la gana y lo daba”, me dijo la semana pasada uno de sus artistas, Frank Cruz, de 86 años, a quien don Paco Escribano apreciaba y admiraba por su conducta recta. “Era respetuoso, un caballero… sí, eso es, era fabuloso”. Todo lo que pactaba lo cumplía. “Era buen compañero, buena gente”.
El periodista Reinaldo Atanay resaltó su perfil humanitario en la página 10 de La Nación el 24 de julio de 1961: “La conmiseración de Paco Escribano corría de boca en boca. Cuantos menesterosos solicitaban de él comida, ropa o techo lo obtenían”.
“Es indudable que lo que impulsaba a Paco a actuar de esta forma era su corazón magnánimo unido a los años de indigencia en que vivió en los primeros años de su vida”.
CONMOVEDORA MUERTE
Convencido de que la muerte le rondaba –atendido con esmero y diagnosticado de muerte inminente por el cardiólogo Ángel Chan Aquino-, esperanzado en una recuperación viajó a Puerto Rico el 9 de julio de 1960 para ponerse en manos del urólogo Eduardo Medina de Baume. Aunque tuvo momentos de mejoría que lo llevaron a hacer planes sobre su futuro artístico –“tendrán que aguantarme por un largo tiempo más”, llegó a decir riéndose-, murió a las 6:05 de la mañana del 25 de julio en la casa de los esposos Celestino Ríos Soler y Gracita de Ríos. Murió con una insinuación de sonrisa, como riéndose de su final. “Tuvo una muerte sin agonía”, declaró la señora Ríos. “No dijo ni una sola palabra antes de morir, y más bien parecía sonreír”.
Y la noticia de su muerte culebreó como un rumor intenso y expandido. Al mediodía lo dijo la Radio Escribano, su Voz de la Alegría, y después La Voz Dominicana y luego las demás radiodifusoras. El ajetreo del diario vivir cesó de golpe. Todos levitaban. La gente se resistía a creerlo. A sus 43 años de edad se había muerto el humorista saturado de admiración: filántropo, el más grande humorista, genial, colosal, monstruoso, Gitano de Quisqueya, el Rey de la Alegría y Archipámpano de la Carcajada, el autor más simpático y popular, gran humorista creador de un género popular de humor dominicano, un nombre que suena a risa, de reconocidos méritos, soberano del buen humor, el embajador indiscutible de la ironía, cazador de estrellas, dueño del chiste sorpresivo, jamás podrá ser superado…su recuerdo no morirá nunca.
Miles de personas se arremolinaron en el trayecto al aeropuerto internacional y en las inmediaciones de la terminal a recibir y homenajear sus restos, que llegaron a media mañana del 26 en un avión de la Compañía Dominicana de Aviación. Aquello fue el acabose. Todos se lamentaban. Muchos gritaban y algunos se lanzaban al suelo contorneándose como los “poseídos” por los espíritus. Querían llegar hasta el avión, abrazar el ataúd, cargarlo y llevarlo al carro fúnebre.
Unos 300 vehículos integraron una caravana de más de dos kilómetros de largo, más de un centenar de coronas y ramos de rosas fueron enviadas y llevadas por asistentes y !más de 5 mil personas! asistieron al funeral. El Caribe lo resaltó al día siguiente: “MÁS DE 5,000 PERSONAS ASISTEN AL SEPELIO DE DON PACO”. El periodista Radhamés Gómez Pepín describió el entierro como una explosión de popularidad. Barajita estuvo inconsolable y el Maco Pempén y Chochueca y el Capitán, con su palo de escoba disparando e impartiendo órdenes, y el Mudo Loco apodado “Jablador” por don Paco. Llegaron al Cementerio Nacional de la avenida Tiradentes, hoy Máximo Gómez, oleadas de dolientes. La iglesia, abarrotada por una multitud, hubo que cerrarla quedando fuera centenares.
Al terminar la misa de cuerpo presente una turba de dolientes sudorosos y grajosos se abalanzó hacia el féretro. Se afanaban por cargarlo y llevarlo hasta su mausoleo a solo unos 50 metros de la iglesia. Nadie cedía. La caja con el muerto iba de hombro en hombro y rodó al suelo dos veces. Se la disputaban y se paraban a pelearse por tener la gloria de mirarlo, ponerle la mano a la caja y cargarla. “El trayecto de unos 50 metros entre la capilla y el panteón donde fue sepultado el cadáver fue recorrido en casi media hora porque todos querían llevar sobre sus hombros lo que quedaba del buen Paco”, informó Gómez Pepín, quien afirmó que allí estuvieron todas las clases sociales… Por cierto, una vez me confesó: ”Hasta yo lo lloré”
“Él era infantil”, me dijo días atrás la viejecita Adelaida Guerra, una de sus numerosas vecinas de las !doce casas! en las que vivió en menos de diez años antes de morir en Puerto Rico de un ataque cardíaco –a las 6:05 de la mañana del lunes 25 de julio de 1960 un hilillo de sangre en línea quebrada de su boca a la garganta magnificó un rictus fúnebre- por problemas circulatorios y renales, diagnosticados por el médico Ángel Chan Aquino, derivados en una nefritis. “Yo me las paso saltando”, él le dijo una vez a Adelaida, la vez que le confesó que a veces lloraba “en soledad”…y no sabía porqué. Pero no era él quien saltaba, ni quien lloraba, era su niño… y bien sabía porqué.
En el hondón espiritual de don Paco Escribano hubo desde siempre el vacío insondable de un niño triste, melancólico, que lo acosaba y al que pudo sobrevivir gracias al escudo formidable de su naturaleza artística manifestada a través de la creatividad como escritor de obras de teatro, de la comedia, de la farsa, de los disparates que no eran tales, los repentismos irónicos y sus geniales sarcasmos. Talvez su temperamento y dotes artísticas lo salvaron del fantasma del suicidio que suele acosar a los payasos célebres atrapados en la melancolía de la soledad.
Gustaba de rodearse de gente y animales, sentirse más que admirado, amado, lo que fuera que le calmara la sed de la soledad de su niño permanente. En parte por eso auxiliaba sin miramientos a los menesterosos y le daba las dos manos a los caídos y siempre tuvo cerca o a una perrita –Duquesa-, o a un perrito o a ambos a la vez; y una hicotea y un Papagayo, al que sacaba a pasear llevándolo sobre su hombro derecho, y en sus últimos anos a un cuervo –“Llullú”-, al que ensenó a pregonar periódicos como si fuera un canillita callejero, y un loro, “que habla más que González Rionda”, una gran pecera con peces multicolores, y una colección de peces de fantasía de plástico, de yeso, de metal y hasta de cera, y dos ninos reconocidos como hijos suyos, Rafael Guadalupe Tavárez y Carlos Enríquez Tavárez, y un tercero sin reconocer, Alejandrito, de cinco anos al momento de su muerte.
HOMOSEXUALIDAD COMO ESTANDARTE
Afeminado hasta casi quebrarse en dos, en vez de ocultarlo lo evidenciaba, porque supo a tiempo que “partirse y hacer reír eran una buena combinación que, por demás, rompía parámetros y “desasfixiaba” en la atmósfera cargada de una dictadura ya larga en proceso de tiranía que se proyectaba para más y más… Por eso se burlaba de sí, de todos, del régimen represivo -a su manera, desde luego-, al que también alababa, de los Ojos y los Oídos que estaban por doquiera; al travestirse sin tapujos, al vestirse de mujer “españolita”, colorete y pintalabios de rojo chino, mantilla, peineta, cejas pintadas, castañuelas en manos, y hacer de cupletera con su mantón de manila sobre sus hombros, y al hacer uno de sus papeles estelares en El Espejo Mágico o en La Bola de Cristal –“!Ay, señores!, estoy viendo en la Bola de Cristal algo, un lío fenomenal que ni yo mismo lo entiendo y que ni me atrevo a decirlo”…y lo decía: soltaba algún chisme barrial o capitalino o nacional que todos gozaban a más no poder-. Iba de teatro en teatro, de espectáculo en espectáculo, de radiodifusora en radiodifusora. Se proyectaba con su talento frondoso y entonces los enemigos de sus éxitos envolventes comenzaron a obstaculizarlo. Sus “pelelenguas de patio” se hicieron memorables, y comenzó a ganarse el “respeto” de muchos. Aprendió a confrontar para entonces condescender hasta que le enliaron un trompo en 1942, a sus 25 años, y lo sometieron a la justicia y fue a juicio y ganó, pero aprendió a distenderse, a cotejarse. Carecía de la memoria de los rencores, y perdonaba u olvidaba, o las dos cosas. Ingresó a La Voz Dominicana pero no doblegó su espíritu ante los caprichos dominantes del trujillismo anclado allí, al que él había visto surgir desde sus 13 años de edad, y logró zafársele… sin pelear. Se sofrenó la lengua. El puerco Paco Escribano sabía bien que no debía rascarse en esa jabilla.
IMPONE UN TOQUE DE QUEDA
Su niño dominante como que le hacía errar caminos, pero volvía y se remontaba e intuía que debía doblegar sus rasgos infantiloides o de lo contrario… De repente su estrella comenzó a ascender de más en más a principios de 1940 por la HIZ y fue cuando encontró un buen tutor y guía artístico: el versátil locutor cubano Valentín González Rionda, y los dos se anidaron profesionalmente hasta la muerte de don Paco.
Los radioyentes se ataron a él a través de la radio HIZ y HI1Z desde la una hasta las dos de la tarde. Podían oírlo y llevarle el hilo a lo dicho al caminar por las aceras porque en todas las casas lo sintonizaban y elevaban el volumen para no perderse ni sus carraspeos calculados. Era un toque de queda diurno a la hora de la canícula dominicana, la de la siesta. Durante esa hora todo quedaba en suspenso en el aire y la tiranía se interrumpía. Él era el gobierno de una a dos, el único permitido fuera del principal. Se autocondecoró como El Rey de la Alegría y el Archipámpano de la Carcajada con su Bola de Cristal, primero por la radio y luego paralelamente por la TV de Rahintel, y popularizó la guaracha cubana La Chismosa: Secundina la Negra China, y la plena puertorriqueña Mamita Llegó el Obispo, llegó el Obispo de Roma, sus chistes originales, sus sarcasmos muchas veces sanos y no pocas veces arriesgados, y sus recomendaciones fuera de serie –“Señora, cuando usted vaya a clavar un clavo, busque a otro para que se lo agarre”- y ciertas frases insinuantes al cantar y referirse a un conocido violador de menores, Ciprián Pérez –“ve, pregúntale a Ciprián, el que vende chinas, que te quiere ver, !ay, te quiere ver!…Ciprián el que vende chinas, es un tipo popular, la gente por las esquinas no se cansa de gritar: Ciprián, el que vende chinas, te quiere ver, te quiere ver”-, o cuando se le zafó una ocurrencia inconcebible que hería al tirano -“si fulano sigue así, se va a caer sobre sus nalgas y se va a romper el 24 de octubre”, que era la fecha del cumpleaños de Trujillo, y todos se asombraban de que no le pasara nada; “oye Mulo -apodo del contrabajista del grupo Raposo, que trabajaban para él- me dijeron que tu vives con un Chino”, y aquel lo negaba y decía: “quien vive con un Chino es este: Chispita”, otro músico, y aquella otra célebre ocurrencia sarcástica que retrataba las ambivalencias bruscas de la vida: “como yo sé que a ti te gusta el Chocolate, por debajo de la puerta te metí un Ladrillo”, y su popularizado decir de “Muchachita, muchachita, acuérdate de Lucifer”, y el celebrado estribillo de La Negra China…“Pero yo no digo nada…!nada! Mejor que te calles y no digas nada, que lo que tu sabes es lo que yo sé”.
Y todos lo oían y callaban, desde abajo hacia arriba. Lo oían y callaban en las empresas y en las oficinas públicas, en las esquinas, pulperías y ventorrillos, en las casas de madera y las de cemento, en las cuarterías, en las piezas de los arrimados, en los ranchos improvisados, en los parques, callejones y patios, y en las casas y los clubes de sociedad… Lo oía su protectora fiel “mamá Julia”, la mamá del tirano, a la que también había conquistado con su zalamero poema La Vidriera, dedicado a ella, “la Excelsa Matrona, la más grande madre dominicana” en un Día de las Madres, y lo oía su tocayo y enllave Paco Martínez, administrador de Molinos Dominicanos, hermano de la esposa del tirano, a quien sabichosamente mencionaba con frecuencia, y Pedrito Trujillo, y Nieves Luisa Trujillo y mi media Hermana Isaura Trujillo Estrella, hija de Virgilio Trujillo, hermano del tirano, y mi mamá y mi tía Reyna, que parió 22 hijos y a quién él gustaba mortificar al preguntarle “¿por cuál de los dos hoyos los pariste?”
TESTIMONIO DE FRANK CRUZ
Tuvo un comportamiento humilde, dadivoso y de entrega que se acrecentó en la plenitud de su carrera, siendo el epicentro de la popularidad capitalina y nacional. A su última casa en la calle Real No. 117A de Villa Duarte, frente a la iglesia Nuestra Señora del Rosario, donde también funcionaba su radiodifusora Radio Escribano, la Voz de la Alegría, de “un cuarto”(¼) de kilovatio de potencia, “la más Chiquita de la Capital”, como gustaba decir, inaugurada el 2 de mayo de 1949, concurrían desarrapados, chiriperos y desempleados a granel. Allí iba Barajita, famosa demente cargada de “joyas” de fantasía, Chochueca, que iba a los velatorios y al momento del entierro pedía la ropa del difunto para venderla, el Maco Pempén con su carretilla repleta de cachivaches, en fin, todos los personajes de la marginación y la imaginación real que retratara Jimmy Sierra en su libro La Ciudad de los Fantasmas de Chocolate.
El Día de San Antonio, el santo católico de los hambrientos, se paraba en la puerta de su casa a repartir panes, plátanos, yuca, batata, arroz, huevos, espaguetis, coditos, fideos, leche, habichuelas, mantequilla, manteca, sardinas, arenques, trozos de salchichón y de queso… lo que fuera que le mitigara el hambre que padeció el niño que llevaba adentro. Por eso y más, a 56 años de su muerte algunos lo recuerdan casi con veneración.
“Él era un tipo que todo lo daba, todo, y podía conseguir lo que le daba la gana y lo daba”, me dijo la semana pasada uno de sus artistas, Frank Cruz, de 86 años, a quien don Paco Escribano apreciaba y admiraba por su conducta recta. “Era respetuoso, un caballero… sí, eso es, era fabuloso”. Todo lo que pactaba lo cumplía. “Era buen compañero, buena gente”.
El periodista Reinaldo Atanay resaltó su perfil humanitario en la página 10 de La Nación el 24 de julio de 1961: “La conmiseración de Paco Escribano corría de boca en boca. Cuantos menesterosos solicitaban de él comida, ropa o techo lo obtenían”.
“Es indudable que lo que impulsaba a Paco a actuar de esta forma era su corazón magnánimo unido a los años de indigencia en que vivió en los primeros años de su vida”.
CONMOVEDORA MUERTE
Convencido de que la muerte le rondaba –atendido con esmero y diagnosticado de muerte inminente por el cardiólogo Ángel Chan Aquino-, esperanzado en una recuperación viajó a Puerto Rico el 9 de julio de 1960 para ponerse en manos del urólogo Eduardo Medina de Baume. Aunque tuvo momentos de mejoría que lo llevaron a hacer planes sobre su futuro artístico –“tendrán que aguantarme por un largo tiempo más”, llegó a decir riéndose-, murió a las 6:05 de la mañana del 25 de julio en la casa de los esposos Celestino Ríos Soler y Gracita de Ríos. Murió con una insinuación de sonrisa, como riéndose de su final. “Tuvo una muerte sin agonía”, declaró la señora Ríos. “No dijo ni una sola palabra antes de morir, y más bien parecía sonreír”.
Y la noticia de su muerte culebreó como un rumor intenso y expandido. Al mediodía lo dijo la Radio Escribano, su Voz de la Alegría, y después La Voz Dominicana y luego las demás radiodifusoras. El ajetreo del diario vivir cesó de golpe. Todos levitaban. La gente se resistía a creerlo. A sus 43 años de edad se había muerto el humorista saturado de admiración: filántropo, el más grande humorista, genial, colosal, monstruoso, Gitano de Quisqueya, el Rey de la Alegría y Archipámpano de la Carcajada, el autor más simpático y popular, gran humorista creador de un género popular de humor dominicano, un nombre que suena a risa, de reconocidos méritos, soberano del buen humor, el embajador indiscutible de la ironía, cazador de estrellas, dueño del chiste sorpresivo, jamás podrá ser superado…su recuerdo no morirá nunca.
Miles de personas se arremolinaron en el trayecto al aeropuerto internacional y en las inmediaciones de la terminal a recibir y homenajear sus restos, que llegaron a media mañana del 26 en un avión de la Compañía Dominicana de Aviación. Aquello fue el acabose. Todos se lamentaban. Muchos gritaban y algunos se lanzaban al suelo contorneándose como los “poseídos” por los espíritus. Querían llegar hasta el avión, abrazar el ataúd, cargarlo y llevarlo al carro fúnebre.
Unos 300 vehículos integraron una caravana de más de dos kilómetros de largo, más de un centenar de coronas y ramos de rosas fueron enviadas y llevadas por asistentes y !más de 5 mil personas! asistieron al funeral. El Caribe lo resaltó al día siguiente: “MÁS DE 5,000 PERSONAS ASISTEN AL SEPELIO DE DON PACO”. El periodista Radhamés Gómez Pepín describió el entierro como una explosión de popularidad. Barajita estuvo inconsolable y el Maco Pempén y Chochueca y el Capitán, con su palo de escoba disparando e impartiendo órdenes, y el Mudo Loco apodado “Jablador” por don Paco. Llegaron al Cementerio Nacional de la avenida Tiradentes, hoy Máximo Gómez, oleadas de dolientes. La iglesia, abarrotada por una multitud, hubo que cerrarla quedando fuera centenares.
Al terminar la misa de cuerpo presente una turba de dolientes sudorosos y grajosos se abalanzó hacia el féretro. Se afanaban por cargarlo y llevarlo hasta su mausoleo a solo unos 50 metros de la iglesia. Nadie cedía. La caja con el muerto iba de hombro en hombro y rodó al suelo dos veces. Se la disputaban y se paraban a pelearse por tener la gloria de mirarlo, ponerle la mano a la caja y cargarla. “El trayecto de unos 50 metros entre la capilla y el panteón donde fue sepultado el cadáver fue recorrido en casi media hora porque todos querían llevar sobre sus hombros lo que quedaba del buen Paco”, informó Gómez Pepín, quien afirmó que allí estuvieron todas las clases sociales… Por cierto, una vez me confesó: ”Hasta yo lo lloré”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario