El Corsario inglés Thomas Cavendish
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Thomas Cavendish nació en 1560 cerca de Ipswich, condado de Suffolk, Inglaterra. A la edad de 15 años asistió al Corpus Christi Collegue en la Universidad de Cambridge durante dos años, 1575-1577, pero no obtuvo ningún título. Fue miembro del Parlamento por Shaftesbury, Dorset, en 1584 y por Wilton en 1586. Navegó con sir Richard Grenville a Virginia en 1585. Circunnavegó la tierra entre 1586-88. Se embarcó en un segundo viaje alrededor del mundo en 1591 y murió, por causas desconocidas, en el Atlántico Sur en 1592. Aunque los miembros de las expediciones de Fernando de Magallanes, Loaisa[1], Francis Drake, y Martín Ignacio de Mallea y Loyola habían precedido a Cavendish en realizar la circunnavegación, pero cuando comenzaron su viaje no tenían esa intención. Después de su primera circunnavegación, que lo hizo rico gracias al oro español, Cavendish emprendió una segunda, pero no fue tan afortunado y murió en el mar, a los 32 años de edad.
Los inicios de Thomas Cavendish
El éxito, los honores y sobre todo el fabuloso botín conseguido por Francis Drake en su viaje de circunvalación alrededor de La Tierra, sirvieron de acicate para otros muchos marinos y aventureros que creyeron que podrían igualar su hazaña. De entre todos esos imitadores sobresalió la figura de Thomas Cavendish, un caballero y aristócrata que abrazó el “oficio” y la causa de la piratería, y que no fue ni el primero ni el último que lo hizo.
A estas alturas de la travesía, la expedición de Thomas Cavendish parecía condenada al fracaso más absoluto, pero la suerte les vino de cara. El 14 de noviembre avistaron a la altura del cabo San Julián[8] a la nave Santa Ana, procedente de Manila, en Filipinas, y que viajaba con las bodegas repletas de tesoros. Aunque el cargamento era muy valioso, el barco no llevaba Artillería para protegerse de los ataques, pero eso no impidió para que el Capitán, Tomás de Alzola, decidiera hacerles frente. El Capitán reunió a la tripulación, armada con algunos mosquetes, picas, machetes, palos y barras de hierro y se les enfrentó. Cuando el barco pirata estaba al costado del buque español, amarrado con sus garfios, varios de los piratas se lanzaron al abordaje, pero fueron recibidos por el fuego español, que mataron a varios y arrojaron al resto al mar. Tan solo, uno de ellos logró trepar a las jarcias, cortando los cables de maniobra antes der abatido por un disparo efectuado por el Capitán español. Furioso, Thomas Cavendish mandó cañonear la cubierta del Santa Ana, matando a once españoles, ordenando luego un nuevo abordaje que fue otro fracaso más. Al cabo de varias horas, viendo que lo que parecía una presa fácil, era un hueso duro de roer, el pirata parlamentó con los españoles comprometiéndose a respetarles la vida y su integridad si rendían la nave. Viendo que no podría resistir mucho más tiempo y buscando salvaguardar la vida de sus pasajeros, el Capitán español aceptó la palabra del inglés y rindió su nave.
Algunos historiadores, como el inglés Peter Bradley, aseguran que los piratas necesitaron más de una semana para saquear el barco dado su cuantioso cargamento y que se apropiaron de 700.000 pesos y numerosas mercancías de gran valor. También hay cronistas que aseguran que Cavendish dio rienda suelta a su ira y a su característica crueldad y que mandó torturar a varios prisioneros y ahorcar a un clérigo que viajaba en el barco.
Finalmente liberó al grueso de los cautivos, pero retuvo con él a dos japoneses, a un filipino y a dos pilotos; un español y otro portugués, que por sus conocimientos de las diversas rutas del Pacífico le iban a ser de gran utilidad en la travesía que iba a emprender y que inició el siete de diciembre.
Thomas Cavendish llegó a Inglaterra en septiembre de 1588, tras una larga travesía durante la cual perdió su otra nave, el Content, de la que nunca más se supo. Tras penetrar en el Támesis, el pirata navegó hasta Greenwich, donde según parece, la Reina Isabel, La Reina Virgen, salió a recibirle subiendo a su nave. La Soberana almorzó con Thomas Cavendish colmándole de elogios, aunque no le nombró Caballero, tal y como él ansiaba, lo que con toda seguridad hirió el orgullo del corsario que deseaba igualarse a Francis Drake.
Cavendish invirtió las ganancias obtenidas con sus saqueos, en saldar sus propias deudas, adquirir nuevas tierras y financiar varias expediciones corsarias. Pero su orgullo no estaba completo. Decepcionado por no haber sido nombrado Caballero como Drake, y dado que no podía alardear de haber sido el primer inglés que diera la vuelta al mundo, decidió convertirse en el primero que realizara semejante empresa dos veces. Una ambición que además de ridícula demostraba que el pirata había subestimado los riesgos de la empresa y sobrestimado sus propias cualidades como marino, que eran muy inferiores a las de Francis Drake.
Nuevamente tropezó con la desconfianza de los armadores de Londres quienes, pese al éxito de su anterior viaje, se negaron a financiar su nueva expedición. De nuevo, Thomas Cavendish, tuvo que hipotecar sus propiedades para costear los gastos de los preparativos que alcanzaron la suma de 13.000 libras, una fortuna en aquella época. Con ese dinero fletó y equipó cinco naves: el Leicester, de 400 Ton, en la que izó su pabellón, el Roebuck, de 240 Ton mandada por el Capitán John Crook, el Desire, de 120 mandada por el Capitán John Davis, el Destiny, de 60 y el Pinnacle de 40. Entre todos sumaban 80 cañones. Thomas Cavendish zarpó de Plymouth el 26 de agosto de 1591, tras haber conseguido de la Reina Isabel una licencia que avalaba su viaje “para bien de nuestra nación y para el aumento de nuestros conocimientos”, lo que quería decir que le daba permiso para robar todo lo que pudiera. Llevaba una tripulación de 350 hombres, la mayoría soldados, en vez de marinos, algo que demostraría ser un craso error en un viaje de tales características. Acompañaba a Thomas Cavendish tres de los cautivos que hizo en el anterior viaje; los dos japoneses y el piloto portugués, Nicolás Rodrigo, a los que el pirata retuvo durante todos esos años. La travesía empezó mal. Nada más alcanzar la línea equinoccial, entraron en periódo de calma absoluta y los barcos de Cavendish estuvieron detenidos en alta mar durante 27 días, tiempo en el que muchos marineros enfermaron de escorbuto por falta de alimentos y frutas frescas. Esta situación, unida a la desesperante inactividad hizo que los nervios y la tensión fueran creciendo entre la tripulación, afectando al propio Cavendish.Por tal motivo, cuando los dos cautivos japoneses acusaron al piloto portugués de estar conspirando contra él, el pirata les creyó al instante, ahorcando al piloto sin molestarse siquiera en comprobar la veracidad de tales acusaciones.
A finales de septiembre la expedición avistó las costas de Brasil y el 16 de septiembre asaltó la ciudad de Santos[9] apoderándose de ella mientras sus habitantes estaban oyendo misa. La intención del pirata era detenerse allí varios días para aprovisionarse de los víveres necesarios antes de iniciar el Estrecho de Magallanes, pero cometió dos errores muy graves; se detuvo demasiado tiempo, reanudando demasiado tarde su travesía, el 24 de enero de 1592, con lo que sus posibilidades de cruzar el Estrecho con buen tiempo disminuyeron y, calculó mal las necesidades de su tripulación, haciendo un insuficiente acopio de víveres. Ambos errores los pagó muy caros, como se verá.
El 17 de febrero, a la altura del Río de la Plata sufrieron el primer contratiempo serio; una tempestad disolvió la flota y aunque casi todas las naves volvieron a reunirse días después, el Capitán del Destiny aprovechó para desertar regresar a Inglaterra con su barco. La moral de los hombres estaba por los suelos y Cavendish, consciente que no confiaban en él, llegó a escribir en su diario que su tripulación la formaban “los seres más despreciable que jamás fueron sacados de Inglaterra por ser humano alguno”. Es ambiente de odio y resentimiento no era el más adecuado para afrontar la colosal empresa que tenían por delante. El ocho de febrero iniciaron el paso del Estrecho en unas condiciones climáticas extremamente muy duras; un monumental frío polar, vientos de mucha intensidad que generaban violentas tempestades que impidió que avanzaran más allá del paso Froward[10]. A partir de ese punto la situación se hizo insostenible, pues 41 hombres murieron en el barco de Cavendish y otros 70 enfermaron. Muchos sufrieron congelaciones en los pies y en las manos y el caso extremo fue el de un marinero que al ir a sonarse la nariz se quedó con ella entre sus manos. Los Capitanes se reunieron en consejo para decidir que paso dar. Algunos como Davis eran partidarios de invernar en el Estrecho. Thomas Cavendish, por el contrario, prefería retroceder para descansar en San Julián y luego intentar llegar a China a través del Cabo de Buena Esperanza, en el extremo Sur de África. Se acordó seguir el plan deCavendish, pero durante la travesía, dos de las naves, el Desire, mandada precisamente por Davis, y el Pinnacle se separaron de la flota. Del segundo de ellos nunca más se volvió a saber, pero parece ser que Davis con su Desire intentó desesperadamente volver a reunirse con el resto de la flota, aunque no lo logró. Cavendish, creyendo que le había traicionado, escribió: “Ese perro ha arruinado todos mis planes”.
Davis no tuvo más remedio que regresar en solitario a Inglaterra. Fue una vuelta cargada de penalidades, tantas que cuando por fin logró llegar a un puerto de Irlanda, el 11 de junio de 1596, de los 56 hombres que formaban la tripulación original, sólo 16 estaban con vida y sólo cinco de ellos, incluido el propio Davis eran aún capaces de gobernar la nave. Mientras tanto, Thomas Cavendish, tras abandonar a los enfermos de su tripulación, gesto que reveló de nuevo su carácter despiadado y cruel, navegaba rumbo a África. Parece ser que los reveses y contrariedades le habían trastornado y que dio periódicas y constantes muestras de un claro desequilibrio mental. En esa situación no fue de extrañar que los tripulantes del otro navío, el Roebuck, desertaran tras la muerte por enfermedad de su Capitán, John Crook.
Ese fue el golpe de gracia para Thomas Cavendish. Sus hombres trataron de amotinarse y sólo logró contenerles con amenazas de muerte. Pero ya nadie confiaba en él y tras un intento desafortunado de llegar a la Isla de Madagascar, la tripulación decidió desobedecer las órdenes de su Capitán y regresar a Inglaterra.
Los piratas completaron su travesía el 25 de noviembre, habiendo tardado 50 días, tres veces más que Drake, pero como compensación, su flota estaba intacta, mientras Drake perdió dos de sus barcos durante el paso del Estrecho. Tras hacer aguada y acopio de víveres en la Isla de Santa María[4], donde sufrieron un ataque de los indios mocha, Cavendish y su gente pusieron rumbo al norte dispuestos a saquear todos los puertos que encontraran a su paso. El primero en donde recalaron fue Valparaíso, aunque para su desgracia se encontraron con que los vecinos, alertados de su llegada, les estaban esperando armados y decididos a presentar batalla. Cavendish utilizó los servicios de Tomé Hernández para intentar negociar con ellos, pero el prisionero-intérprete logró engañar al pirata, avisando a los vecinos del lugar de las intenciones del inglés sin que éste se diera cuenta. Ante la actitud hostil y decidida de los lugareños, Cavendish fingió marcharse, pero desembarcó a sus hombres a varias millas de distancia de la ciudad, para atacarla sigilosamente y fue entonces cuando Tomé Hernández, aprovechando un descuido de sus captores, escapó corriendo a través de la selva para avisar a los vecinos de Valparaíso. Los piratas vieron como un nutrido grupo de hombres a caballo y armados con picas cargaban contra ellos. Loa españoles mataron a 25 ingleses, capturaron a nueve, e hicieron huir al resto. Los prisioneros fueron ahorcados, a excepción de cuatro de ellos que aceptaron convertirse al catolicismo.
Con más pena que gloria, los piratas continuaron su rumbo llegando el siete de mayo al puerto de Arica[5], donde capturaron una nave de pequeño tamaño, aunque los rápidos preparativos de defensa hicieron a los piratas desistir de su idea de atacar la ciudad, pero atacaron la villa de Payta[6], donde incendiaron la iglesia y saquearon todo lo que encontraron a su paso. Satisfechos con su obra destrucción y saqueo, fueron a refugiarse a una Isla llamada Puná[7]. Pero el reposo iba a durar poco. Un Oficial español, el Capitán Juan de Galarza, Alguacil Mayor de Quito, que había salido en su persecución descubrió su escondrijo. Embarcó a sus tropas en unas piraguas y se acercó silenciosamente al lugar al lugar donde los ingleses tenían fondeadas las naves de los piratas y las atacó por sorpresa. El combate duró poco; los españoles mataron 25 ingleses e incendiaron uno de sus barcos, el Hugh Gallant. Thomas Cavendish y los supervivientes escaparon rápidamente, abandonando en su huida gran parte de su armamento y de sus víveres.
Pero a diferencia de Drake, Cavendish no contó con el apoyo y la confianza de los armadores londinenses. Por tal motivo tuvo que hipotecar sus propiedades e invertir sus propios fondos para financiar, a principios de 1586, la construcción de un barco de 120 Ton, el Desire, y comprar otros dos, el Content, de 60 Ton, y el Hugh Gallant, de 40. Con ellos y una tripulación de 123 hombres, zarpó del el río Támesis el 10 de junio de 1586, avistando el 31 de octubre de ese año la ciudad brasileña de Río de Janeiro.
Durante tres semanas los piratas permanecieron fondeados en un canal situados entre la Isla de San Sebastián[2] y la tierra firme, empleando ese periódo en hacer acopio de leña, agua, víveres y todo lo necesario para iniciar la peligrosa travesía a través del Estrecho de Magallanes. El 23 de noviembre se hicieron de nuevo a la mar volviendo a tomar tierra en una bahía de la Patagonia que Cavendish bautizó como Port Desire (Puerto Deseo), donde se dedicaron a cazar pingüinos para salar su carne.
Cavendish y sus hombres penetraron en el Estrecho de Magallanes el seis de enero de 1587. Como era en aquellas zonas y fechas, el verano austral, los piratas agradecieron la fortuna de no tener que enfrentarse a las tempestades y a muchas de las calamidades que tuvo que padecer Francis Drake durante la misma travesía.
Nada más iniciar el paso del Estrecho, los corsarios avistaron en tierra firme a un grupo de harapientos españoles que les hacían señales con profunda desesperación. Se trataba de los supervivientes de las colonias que Sarmiento de Gamboa[3] había fundado en la Patagonia. Dichas colonias se habían establecido después de que Drake cruzara aquél estrecho para impedir que nuevas expediciones piratas pudieran seguir sus pasos, pero el frío, las tempestades, el hambre y calamidades de toda índole habían ido diezmando a aquellos hombres hasta el punto de que cuando Cavendish los encontró, tan sólo quedaban 18 supervivientes, entre ellos tres mujeres. Pero el pirata no tenía la mejor intención de rescatar a aquellos desdichados. Sólo acogió a uno de ellos en su barco, un tal Tomé Hernández, para que le sirviera de intérprete y siguió su rumbo, abandonando al resto a su suerte. Un gesto cobarde y despreciable, que demostró claramente el carácter despiadado y cruel del que siempre hizo gala este pirata, incluso con su propia tripulación, algo, que como se verá más adelante sería una de las causas de su desgracia. Para más escarnio, Cavendish rebautizó aquel lugar como Puerto Hambre.
Era octubre de 1596 y Thomas Cavendish, incapaz de soportar aquella vergüenza y total humillación, se suicidó; una muerte fatídica, como funesta había sido su vida.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
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