Los centros de torturas de la dictadura de Trujillo: la cárcel de Nigua (2)
Foto: Lo que fue la torre principal de la cárcel de Nigua, en la actualidad
Nigua. Para muchos, el nombre de una comunidad perteneciente a San Cristóbal. Para otros, el de un río que desemboca en el mar Caribe; pero también una “pulga que penetra en la piel” que produce en ella una desesperante picazón, y para los presos políticos durante la dictadura de Trujillo, una cárcel, un centro de torturas del que casi nunca se salía vivo.
Muy temprano, en los primeros años de las llegadas de los españoles a la isla, Fray Bartolomé de las Casas registró en su obra Historia de las Indias, escrita en el siglo XVI, la forma en que esa pulga afectaba la salud de los lugareños y de los españoles, al decir:
“Lo otro, que afligió algunos españoles a los principios fue las que llamaban los indios niguas; estas son ciertas especie de pulgas, y así salta como pulgas, y son tan chiquitas que apenas pueden ser vistas (…). Estas se meten comúnmente en las cumbres de los dedos de los pies, junto a las uñas, y van comiendo y cavando todo el cuero hasta la carne, y allí paren; cuando comen causan la comezón como de los aradores, y algo más vehemente y más penosa. (Véase a Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, vol. 5, página 349. En: Emiliano Tejera, Palabras Indígenas, pág. 394. Santo Domingo, El Caribe, 1951).
Tal vez por las razones expuestas por el cura dominico, fue que se relacionó el nombre del tormentoso bicho con la cárcel que en el poblado del mismo nombre construyeron los norteamericanos durante la ocupación militar (1916-1924). Especialmente durante la dictadura, los opositores sentían un terrible miedo de ser llevados al presidio que funcionaba en la localidad de Nigua, pues para entonces se decía una frase cargada de vulgaridad, pero que no estaba lejos de lo que se vivía en las celdas que formaban la penitenciaría, de “que era mejor tener niguas en el culo y no un pie en la cárcel de Nigua”. Esto en referencia a las penurias y las torturas por las que pasaban los presos retenidos en esa prisión.
La penitenciaria comenzó a ser construida en 1919, utilizando los recursos especializados mediante Orden Ejecutiva número 257. Para ese fin, el gobierno militar extranjero dispuso utilizar del presupuesto de la República la cantidad de $100 mil dólares. Mediante otra Orden, la número 602 de 1921, el gobierno utilizó $40 mil dólares más para la terminación de la edificación. Aunque no se tiene una fecha exacta de cuándo se inauguró la prisión de Nigua, ya durante el gobierno de Juan Bautista Vicini Burgos (1922-1924), se encontraba operando de manera paralela a la cárcel que existía en la Fortaleza Ozama.
Una vez se cumplía con los procedimientos jurídicos de lugar, los presos eran trasladados desde esa fortaleza ubicada en la ciudad capital hasta el recinto de Nigua. De modos, que la cárcel de la Fortaleza Ozama se convirtió en una especie de prisión preventiva, de donde eran sacados los prisioneros para ser trasladados a la Penitenciaria. Por igual, los presos que salían de ese presidio eran trasladados a la prisión de la capital donde a veces permanecían recluidos largos meses, dependiendo del interés de las autoridades.
De acuerdo al periodista Santiago Estrella Veloz, recientemente fallecido, la cárcel contaba “de cinco pabellones dispuestos en semicírculos presididos por un local en forma circular destinada a las oficinas y celdas oscuras o solitarias y ubicadas en el centro”. (Véase Santiago Estrella Veloz “La horrorosa cárcel de Nigua”, Diario Libre, 20 de febrero 2010).
Aunque tuvo la categoría de penitenciaria nacional a partir de aproximadamente 1922, ya en 1927 había cobrado fama de ser el centro carcelario más inhumanos de la República, tal y como fue denunciado por varios congresistas en ese año. En medio de un debate en la Cámara de Diputados, al momento en que se discutía la ley que buscaba la abolición de la pena de muerte, el diputado Elías Brache planteó que el preso conducido a ella estaba siendo condenado a no regresar con vida a la sociedad:
“Yo creo—dijo el diputado Elías Brache—que el diputado Mejía se le ha olvidado el sistema de prisión de aquí. Es mejor para un penado que lo condenen a 50 años en los Estados Unidos que condenarlo aquí a 5 años en Nigua; una condena aquí equivale a condenarlo a muerte porque el paludismo se encarga de matarlo. Condenar un hombre aquí al presidio por un tiempo más o menos largo es condenarlo a una muerte a pellizcos y si ese hombre no mata al carcelero y a los guardianes es porque es un hombre bueno. Aquí hay prisiones tan estrechas—parece se refería a las solitarias de la cárcel de la Fortaleza Ozama—que el prisionero no puede ni siquiera pararse porque toca en el techo (….); que todas las semanas salen dos o tres presos muertos de la Penitenciaria de Nigua“. (Véase el Boletín de la Cámara de Diputados de la Republica Dominicana. Año 3, No. 51, 30 de marzo de 1927).
Esas condiciones denunciadas en 1927, se hicieron más inhumanas a partir de la instauración de la dictadura en agosto de 1930, pues la prisión, además de funcionar como penitenciaría nacional, se convirtió en una cárcel política en la que se aplicaban las más terribles torturas y donde se infringían especiales castigos a los que eran considerados como opositores a Trujillo. Pero también el penal era centro de acopio de mano de obra, de donde se obtenían todos los días los prisioneros para llevarlos a laborar en los predios agrícolas del dictador, colindantes con Nigua, y en otras fincas ubicadas en toda la provincia de San Cristóbal. Ese uso abusivo de los prisioneros en las fincas del dictador y sus familiares, está documentado en la obra Dictadura de Trujillo: documentos, del historiador Eliades Acosta, publicada por el Archivo General de la Nación.
El régimen de Trujillo obligaba a trabajar a los prisioneros de Nigua, apoyándose en la ley que condenaba al trabajo público a los reclusos, especialmente a los sancionados por el delito de atentar contra el gobierno o contra la seguridad nacional. Uno de los opositores que estuvo preso en Nigua y que sufrió esos martirios, lo fue el doctor Juan Isidro Jimenes Grullón, prestigioso intelectual y médico graduado en Paris, quien fue apresado en 1934 junto a jóvenes de Santiago y acusado de intentar asesinar a Trujillo a finales de marzo de ese año. A él, una vez fue liberado y pudo salir del país, le tocó ser de los primeros en denunciar ante el mundo las atrocidades que se cometían en ella y proveer para la historia los detalles físicos y ambientales del recinto.
En su obra testimonial “Una Gestapo en América”, el político antitrujillista, que fue de los fundadores del Partido Revolucionario Dominicano en 1939, cuenta su experiencia junto a varios de sus compañeros, cuando, luego de ser sacados de la fortaleza San Luis de Santiago y llevados a la cárcel de la Fortaleza Ozama en la ciudad de Santo Domingo, desde allí fueron trasladados al presidio de Nigua para ser sometidos a interrogatorios:
“Nadie nos había dicho; pero sabíamos que íbamos hacia Nigua, presidio de espantosa historia. Ignorábamos lo que sería de nosotros al iniciarse el alba próxima. (…). Todos mostraban tranquilizad física, pese a la inquietud que con seguridad destrozaba sus almas”.
“A los quince minutos en marcha, supuse que ya andábamos por Engombe, y en medio de la oscuridad, creí captar el panorama, apretado de árboles copudos. (…). La llegada a Nigua fue saludada por los gritos de los centinelas. Los carros—eran dos—se detuvieron frente al recinto circular donde se encuentra la oficina, las celdas oscuras. (….). Seis grupos fueron a las estrechas celdas oscuras, los demás a las celdas corrientes”.
“Aunque las luces eran débiles, comencé a darme cuenta de la disposición y arquitectura de los edificios. El recinto circular ocupaba el centro, alrededor del cual formando un semicírculo, y separadas las unas y las otras por un buen espacio, se encontraban las vastas celdas”.
“Terminado el desayuno, casi todos se prepararon para la faena. Ir a Nigua significaba por lo menos eso: doce horas den trabajos horrorosos, bajo la vigilancia de despiadados centinelas. Médicos, abogados, agricultores, obreros, todos juntos”. El Encargado de la cárcel de Nigua o Penitenciaria Nacional lo era el Capital Pimentel. “jefe supremo del presidio, hombre de color, de cara pequeña, facciones finas y algo enjuto de hombros”.
Las investigaciones sobre el complot de la juventud estudiantil de Santiago contra el presidente Trujillo en 1934, así como los interrogatorios contra los militares que en 1933 planificaron la muerte de este, además de los careos practicados a los capitaleños que quisieron darle muerte al dictador en 1935, estaban casi siempre a cargo de una Comisión de Investigación compuesta por oficiales de los más temidos del Ejercito, entre ellos Federico Fiallo, Joaquín Cocco hijo, José Pimentel y Manuel E. Castillo, quienes no se compadecían de los detenidos a la hora de someterlos a crueles interrogatorios. Muchas veces, en medio de los mismos, algunos de los detenidos eran asesinados; otras veces se aprovechaban las horas de la noche para enviarlos al cementerio del penal y allí quitarles la vida.
Tal y como lo relata Nicolás Silfa, quien fue exiliado antitrujillista, en su obra “Guerra, traición y exilio”, algunos presos eran fusilados en un cementerio que tenía la cárcel: “El Camungui, era el cementerio de la prisión de Nigua, que Trujillo, para poder enterrar tantos cadáveres, hubo de ampliar el año de 1935, abriendo zanjas con un buldozer (fosas comunes), donde no solamente se enterraban los fallecidos en el citado penal, sino que eran llevados directamente de algunos pueblos, presos a quienes se ultimaban allí mismo, sin juicio alguno, a punta de bayoneta o machete limpio”.
A la cárcel de Nigua fueron llevados para ser investigados, casi siempre en horas de la noche, los militares implicados en la conspiración militar de 1933, los jóvenes estudiantes que quisieron dar muerte a Trujillo en la ciudad de Santiago en marzo de 1934, y los que se complotaron con iguales fines en la zona colonial de la ciudad de Santo Domingo en febrero de1935, entre otros no menos importantes prisioneros políticos de la época, como los fueron el rector de la Universidad de Santo Domingo Ramón de Lara, los intelectuales Juan Bosch y Juan I. Jimenes Grullón, los comerciantes Amadeo Barletta, Oscar Michelena y Cochón Calvo y los militares Leoncio Blanco, Aníbal Vallejo y Ramón Vásquez Rivera.
La Penitenciaría Nacional de Nigua fue suprimida como tal, por lo menos de manera formal, el 27 de abril en 1938, mediante la ley 1502 publicada en la Gaceta Oficial número 5163 del mismo año, para dar paso a la instalación en su edificio a un hospital destinado a los enfermos afectados por la lepra, la sífilis y para los que sufrían enfermedades mentales; tal vez por eso se le conoció como leprocomio y manicomio. Por esa decisión, la cárcel de la Fortaleza Ozama, que había sido remodelada en 1938, retomó su condición de principal recinto carcelario de la capital. Sin embargo, Nigua no desapareció del todo. Existen testimonios creíbles de que a ese lugar siguieron llevando prisioneros políticos, los que eran recluidos en las frías y tenebrosas celdas, bajo la justificación de que eran leprosos o enfermos mentales.
El cierre de Nigua como penitenciaría nacional y los cambios a que fueron sometidas las celdas de la Fortaleza Ozama desde 1938, guarda relación con la necesidad del régimen en querer mostrar una supuesta apertura democrática, en el período que cubrió de 1938-1947. Por esa razón, el 22 de diciembre de 1937 ya se había derogado la ley anticomunista. La supuesta democratización del régimen cesó el 14 de junio de 1947 con la promulgación de la ley 1443 que prohibía de nuevo las agrupaciones comunistas, anarquistas “y otras opuestas al sistema civil, republicano, democrático y representativo”, reiniciándose de nuevo los apresamientos.
Muchos de los jóvenes de entonces, integrantes de la organización estudiantil conocida como Juventud Democrática, y los que, acogiéndose a la liberación del régimen formaron el Partido Socialista Popular (PSP) en 1946, fueron a dar a la cárcel de la Fortaleza Ozama y algunos de ellos llevados al “manicomio de Nigua”. Estos fueron liberados en 1950 y se les permitió salir al exilio debido a la presencia en el país de la Comisión Investigadora de la Situación en el Caribe, adscrita a la Organización de Estados Americanos, lo que presionó al gobierno a producir una amnistía. (Véase a Jesús de Galindez, en La Era de Trujillo, 1956).
Nigua y la cárcel que existía en la Fortaleza Ozama cesaron definitivamente como prisiones el 16 de agosto de 1952, con la inauguración de la Penitenciaría Nacional de La Victoria; pero muy pronto, nuevas cárceles serán habilitadas de manera secretas como centros de torturas.
(Para este artículo fueron utilizadas las siguientes fuentes: Colección de leyes de 1919 y 1921 y Gaceta Oficial de 1938 y 1952; Boletín de la Cámara de Diputados de la Republica Dominicana. Año 3, No. 51, 30 de marzo de 1927; Eliades Acosta, Dictadura de Trujillo: documentos, Archivo General de la Nación, 2012; Emiliano Tejera, Palabras Indígenas, Santo Domingo, El Caribe, 1951; Jesús de Galindez, La Era de Trujillo, 1956; Juan Francisco Martínez Almanzar, “La cárcel de Nigua”. En: Franciscomartinezalmanzar.blogspot.com, 3 de junio de 2011; Juan Isidro Jimenes Grullón, Una Gestapo en América, 1946; Nicolás Silfa, Guerra, traición y exilio, 1980; Revista Militar de 1937; Santiago Estrella Veloz, “La horrorosa cárcel de Nigua”. Diario Libre, 20 de febrero 2010).
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