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viernes, 4 de mayo de 2018

Depende: Corea del Norte y la paz mundial

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Depende: Corea del Norte y la paz mundial
Foto difundida por la Agencia estatal de noticias norcoreana que muestra el lanzamiento de un misil balístico. STR/AFP/Getty Images
¿Qué sabemos, y que no, del régimen de Pyongyang? ¿Hasta qué punto Corea del Norte supone un peligro real para paz? ¿Con qué opciones juega la comunidad internacional? Un intento de dar respuesta a las cuestiones clave sobre el país más hermético del mundo.

“Corea del Norte es una amenaza para la paz global”
La respuesta más obvia es sí. Estamos hablando de un país militarizado, en perpetuo estado de colapso económico, pero sorprendentemente no fallido, y que ha forzado a su pueblo a vivir en una pesadilla en busca de un sueño imposible.
El problema actual radica en que cuando hablamos de Corea del Norte basamos nuestras aseveraciones en asunciones. Suponemos que sabemos lo que pasa dentro del régimen más cerrado del mundo. Asumimos que el joven Kim Jong-un es el máximo y único responsable de lo que ocurre dentro de su hermético país. Pensamos que ellos mismos saben todo lo que pasa dentro y fuera de su sociedad en plena metamorfosis, y lo asumimos con la seguridad de que nosotros estamos más y mejor informados que ellos.
Depende: Corea del Norte y la paz mundial
El líder de Corea del Norte, Kim Jong-Un (en el centro), y a la derecha su mujer, Ri Sol-Ju, en un evento oficial en Pyongyang. STR/AFP/Getty Images
Paradójicamente, otras asunciones ya pasaron al archivo histórico. Como que el régimen colapsaría por sí solo, bien por sus problemas económicos o por un golpe de Estado dentro del Ejército. Dimos casi por hecho que la Península coreana estaría pronto unificada y que Corea del Sur tendría el control total de ambas partes del paralelo 38. Desgraciadamente, este escenario parece cada vez más lejano. Algunos empiezan a asumir que el diálogo ya no es una opción.
Sin embargo, sí podemos afirmar sin error que Pyongyang ha demostrado una gran habilidad para maniobrar ante la división internacional con el fin de evitar el fin de su régimen, permitiéndolo seguir vivo a costa de acabar con el alma de un pueblo que ha respondido con orgullo y sacrificio a la enorme represión y coerción en todos los ámbitos con el único objetivo de sobrevivir.
Lo que también sabemos es que desde 2006, cuando se produjo el primer ensayo nuclear, Pyongyang se ha convertido de manera oficial en un Estado nuclear-militar, lo que unido a la naturaleza de su régimen y a la complicada situación geopolítica con sus vecinos, convierten al régimen norcoreano en un peligro para la paz mundial.

“Pyongyang necesita un programa militar capaz de alcanzar EE UU”
Sí, según la racionalidad del régimen. El profesor François Godement recordaba recientemente en una entrevista que “desde siempre los norcoreanos han desafiado a sus adversarios para garantizar la supervivencia del régimen”. El problema actual es que sus enemigos se han multiplicado. La Unión Soviética ha desaparecido, y ven a China como un traidor que no solo ha reconocido diplomáticamente a Corea del Sur sino que se ha convertido al capitalismo, abandonando su esencia y valores revolucionarios, y ahora ven que se encuentran solos frente a Estados Unidos.
A diferencia de las dos generaciones anteriores, lo que sí ha cambiado son las prioridades del régimen desde la entronación del pequeño de los Kim a finales de 2011, y cuyo objetivo ha dejado de ser el songun, o la obsesión exclusiva de la defensa más convencional, para centrarse en la modernización económica, su programa nuclear y los misiles balísticos, que caminan unidos.
Si el objetivo final es la mera supervivencia del régimen y en especial de sus líderes, tener la capacidad de alcanzar con sus misiles a EE UU es visto como su salvavidas, ya que Washington no se atrevería a intervenir militarmente y propiciar un cambio de régimen como ha pasado en Afganistán, Irak y Libia.

“Su programa nuclear es realmente peligroso”
Depende: Corea del Norte y la paz mundial
Una pantalla situada en el centro de la ciudad de Pyongyang retrasmite el lanzamiento de misiles. Kim Won Jin/AFP/Getty Images
Lamentablemente, sí. Es  obvio que todo programa nuclear es peligroso, más en un Estado que lleva décadas al borde del precipicio y cuyo poder político se asemeja más a una corte medieval, en donde un ministro de defensa o el tío y hombre fuerte del régimen pueden ser ejecutados sin consideraciones y de manera exprés.
El 8 de agosto el diario The Washington Post revelaba que los norcoreanos habían conseguido miniaturizar las ojivas nucleares para introducirlas en las cabezas de sus misiles balísticos intercontinentales, un paso fundamental en su objetivo de alcanzar territorio estadounidense.
Este mes también podíamos leer en el CSIS de Washington cómo el régimen ordenaba aumentar la producción de los motores de combustible sólido para sus misiles de largo alcance, al tiempo que recientes informes de inteligencia estadounidenses señalan que Pyongyang ya puede estar en posesión de 60 bombas atómicas. No obstante, otras fuentes como el informe del Bulletin of Atomic Scientists cuestionan el grado de desarrollo de su programa nuclear sin desmentir el continuo progreso del mismo, como demuestran las dos pruebas de misiles intercontinentales llevadas a cabo en el pasado mes de julio, o las cuatro en agosto. El sexto ensayo nuclear del mes de septiembre, con una potencia estimada de entre 100 y 150 kilotones, no deja dudas sobre la determinación para completar el programa nuclear. Como recordaba este mes el presidente ruso, Vladímir Putin, en la reunión del grupo de los BRICS en Pekín, “los norcoreanos preferirán alimentarse de hierba que renunciar a su programa nuclear, por lo que aumentar las sanciones económicas es inútil e ineficiente”.
No hay que olvidar que hace más de un año y medio, la entonces presidenta surcoreana Park Geun-hye cerraba el complejo industrial de Kaesong como respuesta a los ensayos de misiles de sus vecinos con la esperanza de cortar las vías de financiación para sus programas. Según los cálculos del Sejong Institute, dicho cierre podría haber dejado de ingresar más de 400 millones de euros y la pérdida de empleo para más de 50.000 norcoreanos que trabajaban para más de un centenar de empresas surcoreanas
El “fuego y la furia” no parecen el mejor instrumento para luchar contra un incendio, a pesar de ello, el presidente Donald Trump  le ha dado todo un regalo propagandístico a Kim Jong-un para seguir justificando ante su población que el verdadero peligro viene de Estados Unidos y su irrenunciable deseo por destruirles.
Otra de las grandes incógnitas que hay y de la que se habla poco es ¿quién está realmente al mando en Corea del Norte? La respuesta menos mediática, pero quizá más realista es que no se sabe.
A diferencia de su padre, Kim Jong-un tiene una sobreexposición mediática, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Si antes era un secreto de estado conocer la cara de los integrantes de la familia Kim, ahora incluso Ri Sol-ju, la mujer de Kim Jong-un, aparece con cierta frecuencia en los medios de comunicación, ofreciendo una imagen más juvenil y moderna de la dinastía.
¿Significa esto que representa el poder absoluto? Sí, pero tampoco implica que necesariamente lo tenga. Esta nueva política lo que deja claro es quién es el principal responsable de lo que pase, para bien o para mal, en la península coreana.
No podemos olvidar que Kim Jong-il, nombrado heredero oficial por su padre, tardó casi cuatro años en consolidar su poder a través de purgas en el partido y el Ejército. Kim Jong-un, por su parte, con menos de treinta años de edad y sin experiencia alguna fue coronado en meses bajo la tutela de su tía y tío político hasta su ejecución en 2013.

 “EE UU atacará a Corea del Norte”
No. Es obvio que ningún Presidente estadounidense podría tolerar o dejar sin respuesta un ataque contra su territorio, incluida una pequeña isla en el Pacífico como Guam. Sin embargo, lo que tampoco puede hacer es atacar un régimen por muy molesto, peligroso, indeseable que pueda ser, por hacer ensayos balísticos en aguas internacionales o saltarse las resoluciones de Naciones Unidas o los tratados de no proliferación nuclear.
El ex secretario de Defensa de EE UU William J. Perry ya ha dejado claro en numerosas ocasiones que un acuerdo para conseguir una zona desnuclearizada sigue siendo posible si se abren vías de diálogo. A esta llamada hay que tener en consideración la opinión de los aliados, en especial Corea del Sur, y su nuevo presidente Moon Jae-in, que sabe que tiene que ser consultado antes de cualquier eventual ataque por parte de su aliado norteamericano, lo cual tampoco significa que necesiten de su permiso. El mismo caso es el de Japón, país que sería también objetivo de los misiles norcoreanos y, por supuesto, China que no estaría dispuesta a volver a una situación similar a la de 1950. Sin olvidar tampoco los casi 30.000 soldados estacionados en el sur del paralelo 38 y que serían objetivo también de una respuesta por parte de Pyongyang.
Todo parece indicar que los líderes norcoreanos tienen como objetivo fundamental a corto y medio plazo la supervivencia, y esta pasa por tener un programa nuclear capaz de disuadir a Estados Unidos de no intervenir militarmente en la Península y a China de intervenir si la situación lo requiere.
Después del fracaso por la falta de confianza entre las partes del “Acuerdo Marco” del presidente Bill Clinton y de la Sunshine Policy del ex presidente Kim Daejung en los 90, las iniciativas para evitar la nuclearización se han reducido enormemente.
Para EE UU todas las opciones son complicadas, pero quizá deberían usar las pocas cartas que les quedan, sin contar la militar, y que pasan por ofrecer un tratado de paz que termine con el armisticio de 1953, el cual ni siquiera fue firmado por el Sur; iniciar el reconocimiento diplomático de Pyongyang como hizo Pekín con Seúl en 1992 y, finalmente, conseguir un acuerdo para reducir las armas convencionales en toda la Península.
Depende: Corea del Norte y la paz mundial
Un hombre mira la pantalla del televisor donde aparece la imagen de Donald Trump y Kim Jon-un. Jung Yeon-Je/AFP/Getty Images
Por su parte, China, que sigue acaparando casi el 80% del comercio norcoreano a pesar de las sanciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, incluyendo la de este pasado 5 de agosto, debería hacer entender a Pyongyang que si fuese necesario estaría dispuesta a un acuerdo con Washington y Seúl para detener la nuclearización de la Península y evitar una escalada de reame en la zona, y que incluiría a Japón.
Desgraciadamente, parece difícil creer que Pyongyang acabará escuchando a estas alturas a Pekín cuando ya desde los 80,  Kim Il-sung se negaba a seguir los consejos de un Deng Xiaoping embarcado en la modernización de China al precio que fuese y le pedía que siguiera su senda de reformas. Casi cuatro décadas después, el gigante asiático ha quedado como su única fuente de energía y comida en espera de evitar el colapso del régimen norcoreano, y el consiguiente éxodo de refugiados a través de sus más de 1.400 kilómetros de frontera que los une, y los separa.
Para China el diálogo es la única opción, si quiere evitar volver a una situación similar a la de los años 50, y el mejor instrumento para ello, según sus declaraciones, sería volver a las Conversaciones a seis bandas, único marco multilateral que ha funcionado relativamente durante un tiempo.
Pekín ya ha demostrado que puede aliarse con los otros miembros del Consejo de Seguridad, incluido Washington, cuando votó a favor de la Resolución 1718 que imponía sanciones económicas a Pyongyang, y posteriormente con las Resoluciones 1874, 2094, 2270 y la 2321, demostrando que estaba dispuesta a pedir diálogo pero también a castigar el comportamiento irresponsable de su protegido.
Lo que hay que exigir ahora es la implementación de dichas sanciones por parte de China. Si el comercio entre ambos Estados alcanzaba los casi 3.000 millones de dólares en 2006 con el primer ensayo nuclear, la cifra llegaba a los alrededor de 6.000 millones de dólares en 2015, y si la dependencia económica del régimen norcoreano respecto a Pekín estaba en un 57%, sobrepasaba ya el 90% en 2015.
No olvidemos que se estima, según la ONU, que mas del 60% de la población, más de 15 millones de personas, no tiene acceso garantizado a la comida, lo que hace que para Pekín su prioridad al otro lado del río Yalu siga siendo la estabilidad.
Si para el presidente Donald Trump la desestabilización del régimen norcoreano se convierte en su objetivo principal, se encontrará primero con la determinación de unos líderes que lucharán por su supervivencia física y no dudarán en seguir sacrificando a su pueblo para lograrlo, y además con la respuesta del presidente chino Xi de seguir manteniendo a flote un régimen que es más predecible en una situación de dependencia que uno que colapsa con un arsenal sin control y millones de refugiados huyendo.
El experto François Heisbourg recordaba hace poco en una entrevista en el diario Le Monde que el comportamiento de los líderes norcoreanos es “racional” si tenemos en cuenta su propio contexto. Pasar de la retórica a la realidad puede ser en esta trama un juego tan peligroso como posible. El mundo no debería permitirse una Península coreana nuclearizada, pero sin el entendimiento entre China y EE UU no habrá solución posible.

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