EL TEATRO DE LOS TRINITARIOS, EL
TEATRO DE LA REVOLUCION.
El
Teatro de los Trinitarios fue realmente teatro de la revolución. Todos los
dramas que se pusieron en escena, así
como las breves comedias que escribía
Pedro Alejandrino Pina revelan una profunda concepción social y un auténtico
contenido nacionalista.
De
La Trinitaria nació La Filantrópica y de ésta, a su vez, dirigió la
Sociedad Dramática, cuyas principales
actividades eran recaudar fondos para
los trabajos revolucionarios.
Los
principales actores eran Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina, Jacinto de la Concha, Félix María Serra, José
García Fajardo, José M. Pérez Fernández,
Joaquín Gómez, Manuel María Guerrero,
hijo, Juan Bautista Alfonseca y otros no menos ardorosos idealistas
dominicanos, haitianos. Duarte ere el apuntador.
Las
representaciones teatrales se montaban en el teatro del patriota Manuel
Guerrero, en el edificio de la Cárcel
Vieja o Casa del Coliseo, junto a la
residencia del gobernador Maximiliano Borgellá, frente a la Plaza de la Catedral. —Hoy Parque Colón—donde estuvo el local de la
Sociedad Amigos del País, tribuna de José Martí en 1892, y más tarde Comisaria
Municipal y asiento de la Cámara de Diputados en tiempos de la tiranía de
Rafael L. Trujillo.
Nada
detuvo ni arredró de los trinitarios en su empresa revolucionaria. Ni las intrigas de los haitianatizados, ni las
amenazas del gobernador Alexis Carrié.
Ya
no sumarían adeptos a las filas de La Trinitaria por medio del sistema secreto
de iniciación ideado por Duarte. Ahora, desde el teatro, despertaban el amor a
la libertad en el espíritu de los dominicanos.
Afortunadamente,
esta declaración favorece los propósitos
de los patriotas, y mientras los
haitianos alentados por las autoridades llevan a las tablas algunas que otra
obra de Recine, los trinitarios aprovechan la oportunidad para reunirse
públicamente, sin despertar sospechas,
y fortalecer en el pueblo los
sentimientos de dignidad y patriotismo.
Entre
las piezas dramáticas que se representaron se recuerdan;
Brutoo
Roma Libre, de Victorio Alfiere;
La
Viuda de Padilla, de Francisco Martínez de la Rosa.
Un
Día del año 23 en Cáliz.
Todas
contenían expresiones que podrían ser
alusivas a estado de opresión en que se
vivía.
Cuando
se estrenó Un Día de los años 23 en Cáliz el teatro se hallaba colmado de
público. Las mujeres vestían esa noche
trajes vaporosos de lila con hombreras de terciopelo, y lucían en sus
cabelleras una flor blanca que llamaban
filoria. Los caballeros llevaban casacas negras, corbatas de mariposa y blancas
pecheras almidonadas.
La
obra se interrumpía frecuentemente por aplausos férvidos y vehementes y los
actores salían a escena infinitas veces requeridos por el público enardecido.
En casi todas las escenas del drama
había alusiones maliciosas diálogos revolucionarios y vituperios soslayados que
de algún modo resultaban aplicables a
los denominadores haitianos.
Al
finalizar la última escena, el auditorio se puso de pie electrizado con este pasaje.
“A
nadie je puede gustar ver su pueblo lleno de gentes con arman un quirigel y las
echan de amos…..y yo mismo, sin ir más lejos, cuando veo tantas bocas que piden
pan y no lo piden en español, me da un gusto como si me escaldaran”.
Cae
el telón. Esta frase despierta la
suspicacia del coronel
Santillana, quien sube al escenario para
pedir al director de la sociedad el texto de la obra, a fin
de comprobar si es cierto que en ella estaban escritas aquellas
palabras.
La
noche que se montó el drama Bruto o Roma Libre se oyó gritar entre el público
que se apretujaba en las butacas; ¡Haití como Roma! El personaje principal de
la obra es Lucio Junio el primer Bruto
que se hizo famoso en la historia de Roma. El verso final, puesto en labios de
Bruto hace temblar las carnes de todos: ¡Roma es libre!.
La
tragedia La viuda de Padilla exalta apasionadamente al público. Los actores
reclaman lo que todo el mundo dice en voz baja y nadie se atreve a gritar en la
calle.
Las
palabras juramos ser fieles o morir, viles tiranos, fiero opresor, manos
salpicadas de sangre resuenan en los labios de los filorios. La escena se
desenvuelve en Toledo, en un salón del
Alcázar. Los comuneros llevan cruz roja al pecho, y los imperiales cruz blanca. Tema: la guerra
de las comunidades de Castilla. Es el
momento culminante de la lucha contra la corrupción francesa y de la elaboración
de la primera Constitución de Cáliz.
Dirigiéndose
a los soldados del ejército real la viuda de Padilla le dice con palabras enérgicas, decididas y llenas de
emoción.
“Esclavos, que abomino y que desprecio.
Gozad
vosotros el perdón infame;
Mi
libertad hasta el sepulcro llevo”.
Pero el entusiasmo de los espectadores llega a su clímax cuando uno de
los actores cuenta los insultos que ha recibido en una disputa.
n Y
no le dijiste francés?
n --¡Ah!
No, las injurias no llegaron hasta ese grado.
Animoso,
firme y tenaz Juan Isidro Pérez ridiculiza a los dominadores desde La
Filantrópica con detonantes discursos inflamados del más puro nacionalismo.
Los
trinitarios dan rienda suelta a su espíritu revolucionario. Incitan a la rebelión y a la conquista de sus
derechos.
Afirma
Emilio Rodríguez Demorizi que el “teatro, fecunda sementera de patriotas, no es un simple lugar de
evocaciones, sino de mágica resurrección
de los hechos pasados”. Añade que así se acrecienta la “aversión entre
las dos razas representadas en los espectadores, dividiese el elemento
dominicano del haitiano, prepárese a
enardecida juventud para la empresa
separatista” .
Las
obras que representaba la Sociedad Dramática eran acogidas con jubilosas
aclamaciones del pueblo. La labor secreta de La Trinitaria estaba hecha. La
semilla estaba lanzada en el surco. Las esquinas de la Capital eran focos de insurrección. Eran días de fervor
patriótico. La juventud iba por las calles en grupo. La ciudad ardía en la fiebre revolucionaria. Se
vivía un momento histórico.
Apacible Santo Domingo de comienzos del 1844. En los
hogares se jugaba a prima noche a la brizca y al burro, se celebraban juegos de
prenda, se bailaba la cuadrilla y
se servían dulces y sangrías mezcladas en plásticas
conspirativas.
No
era misterio para las autoridades haitianas las actividades separatistas. La
obra llevaba a feliz término por los
luchadores de la Trinitaria y los actores de la Sociedad Dramática habían
encendido la llama revolucionaria en el corazón de los dominicanos.
Desde
los primeros días del mes de febrero (1844), la alegría revolucionaria
suspiraba en el fondo de cada hogar, de cada poblado, de cada vecindario. El
país estaba incendiado por los cuatro costados.
Todos
los comerciantes y personas acomodadas ofrecieron a los patriotas su concurso
en diversas formas. José Diez y Enrique
Duarte contribuyeron para la compra de pólvora, plomo, reunión de armas y
confección de cartuchos. El platero
Cayetano Abad confecciono cartuchos y balas para el movimiento libertador,
Al
par de los hombres y las mujeres colaboraban en los preparativos de la
Independencia. Ellas convirtieron en balas las planchas de plomos que quedaban en el almacén de don Juan José Duarte.
Chepita
Pérez de la Paz, Ana Valverde, María
Trinidad Sánchez, María Baltasara, María de la Concepción Bona y Hernández,
María de Jesús Piña, las Hermanas Villas, en La Vega, y Encarnación Villaseca
del Rosario en Baní, se sacrificaron y promovieron en sus casas complots contra
los invasores haitianos.
Del
almacén de los hermanos político el
prócer Juan Ravelo la señorita Petronila Abreu Delgado saca pólvora y municiones en compañía de su hermana y la
llevan a su casa. En el hogar de los Acosta, Guerrero, Concha y Puello se
arreglan escopetas, se derrite el plomo y zinc y se cosen cartuchera.
No
se puede negar que la Independencia, que
se proclamó la noche del 27 de febrero de 1844, en las alturas del Conde, se
operó en virtud de un fenómeno étnico histórico. No fue obra de políticos fríos
y calculadores, ni de espíritus
sedentarios y simples, sino la obra de la juventud, la obra de Duarte y de sus
compañeros iluminados con las ideas de La Trinitaria y con los dramas que se
presentaron en el Teatro de los soñadores de 1838.
Tomado
de la fuente: Manuel Machado Báez. ¡Ahora! *No. 930* 21 de Septiembre de 1981.
Págs...40 y 41.
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