Centenario de su muerte: Rubén Darío, un gran poeta y un pobre hombre (IV)
5 de febrero de 2016 - 8:00 pm - 1
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Tuvo conocimiento Darío del trabajo de intelectuales dominicanos de su época y por ello dice de Félix María Del Monte que no estaba privado del don de la armonía
¡Santo Domingo,
Santo Domingo que yo algún
día te pueda ver!
Rubén Darío (“A la República Dominicana”)
Siendo tan pobre la visibilidad de los artistas dominicanos de la pluma – novelistas, cuentista, poetas- y de aquellos dedicados al cultivo de las ciencias y la cultura en el escenario internacional, resulta asombroso el notable número de intelectuales del país que establecieron vínculos de amistad con Rubén Darío, que en algunos casos derivó hacia una sincera y cordial camaradería.
La obra “Rubén Darío y sus amigos dominicanos” junto a “Papeles de Rubén Darío” ambas de la autoría de Emilio Rodríguez Demorizi, han sido entre otros los principales insumos cuya lectura me han estimulado no sólo a la redacción de esta serie de trabajos, sino también, a tomar conocimiento de las estrechas relaciones de amistad entre el gran nicaragüense y los doctos y eruditos criollos.
Fabio Fiallo (1866-1942) Tulio Cestero (1877-1954) Osvaldo Bazil (1884-1946) Andrejulio Aybar (1873-1965) Ricardo Pérez Alfonseca (1892-1950) Américo Lugo (1870-1952) y Max Henríquez Ureña (1885-1968) entre otros, fueron los compatriotas que en el pasado tuvieron la envidiable suerte de estar en el entorno de un artista que para muchos tenia la categoría de un dios, una divinidad.
Este prestigio, esta distinción era igual al que hubiese tenido Napoleón Dhimes en el hipotético caso de verle caminando junto a Mario Lanza; a Cucho Borrell con Santiago Calatrava; a la chef María Marte con Ferrán Adrià; a Emilio Cordero Michel con Arnold Toynbee; a el pintor Peña Defillo con Fernando Botero o Aida Bonnelly y con Alicia de Larrocha. Departir con familiaridad con una figura excepcional nos muta en cierta medida en su parigual.
Cuando fue cónsul dominicano en Hamburgo, Alemania, la asiduidad y confianza con que se trataban Fiallo y Darío fue tal, que el segundo escribió en 1911 dos poemas a su pequeña hija titulados “En el abanico de Atala Fiallo” en español y “Souvenir en un pañuelo de seda” en francés. De adulta esta niña fue la esposa del político y pariente suyo Viriato Fiallo. Al parecer ella nunca presumió de haber sido la musa de inspiración de Rubén.
Apreciaba tanto la inspiración de Fabio que en una ocasión indicó que la única escuela de éste había sido la de su amigo el ruiseñor y la de su amiga la alondra. Y en otra oportunidad expresó algo que cualquier ser humano se hubiera sentido halagado por ello: ¡Si yo hubiera encontrado muchos como tú- se refería a Fiallo- por el mundo, qué diferente había sido mi vida. Fue un piropo que muchos intelectuales criollos ambicionarían.
Ambos bardos se paseaban juntos por las calles de Barcelona o New York almorzando en esta última en el “Delmonico” o el “Martin.” Cuenta Fiallo que en Alemania una bellísima dama los invitó a su casa para que declamaran sus poesías y al final como pago se les desnudó. Los dos se quedaron boquiabiertos, mudos, asombrados, y con prisa se marcharon a la residencia de Fabio donde se hospedaba Darío. ¡Que singular forma de retribuirles a dos poetas!
Tulio Cestero, el cosmopolita autor de “Ciudad romántica” y “Sangre”, fue uno de lo mas dilectos amigos de Darío, y aunque al final no pudo concretizarse tuvo con el criollo una prueba de máxima estimación: que le prologara un libro suyo. Hacía las delicias de Rubén reseñándole las revoluciones y pronunciamientos de nuestra accidentada historia, así como además la exuberancia tropical de nuestros valles y montañas.
Osvaldo Bazil al que Darío denominó “El príncipe negro,” fue cónsul dominicano en Barcelona siendo antológicas sus andanzas con éste por el Barrio Chino, Gótico y las Ramblas de esta ciudad, así como también sus correrías por Miramar y las calles San Rafael y Obispo de la Habana. En el hotel Sevilla de la capital cubana hacían tertulias con admiradores de ambos, aficionados y profesionales del oficio.
Fruto de esta amistad que tuvo los ribetes de una íntima fraternidad, el mulato dominicano escribió una interesante biografía del nicaragüense y con posteridad publicó” La huella de Martí en Darío” y “ Las mujeres de Rubén Darío” páginas, según Bazil, destinadas a formar parte de la citada biografía. Osvaldo es el autor de una de las mas poéticas definiciones de Nicaragua al decir que era un con- nubio de cráteres y lagos.
Andrejulio Aybar conoció a Darío en 1903 en París y en sus visitas a su casa con frecuencia encontraba compatriotas suyos. Le llamaba “el músico Aybar” y la descripción que hace éste de una visita que hicieron a Versalles junto a Cestero y un hijo de Máximo Gómez entre otros, testimonia un entrañable compañerismo. Al leer un día un primoroso escrito de Andrejulio le dijo a éste: Cuando se escribe así no se tiene derecho a ocultarlo.
La visita para conocer a Rubén que vivía en Paris en la calle Herschel- fue en 1910 y duró 15 minutos- relatada por Ricardo Pérez Alfonseca en su trabajo “Mis recuerdos de Rubén Darío es comparable a la que nos provocara asistir por vez primera a un dios en su santuario. Al ver una figura mítica del parnaso mundial experimentó un rapto emocional. Compartiendo un Pernod con el Maestro, éste le advirtió: Yo no ahorro ni en seda, ni en bebida ni en flores.
Ricardo llegó a convertirse en secretario del poeta y éste no solo le dedicó una bella página en prosa titulada “Un benjamín”- Pérez sólo tenía unos 20 años- sino además un soneto escrito en París en 1914 con el nombre de “A Ricardo Pérez Alfonseca donde se leen estos versos: ¡Tu si me eres carísimo! Pues tu espíritu tiene/una gracia divina que espera un nuevo mito/que tus jardines nunca perfume lo maldito/ni oigas al Fauno- Diablo que su siringa mueve/.
A Don Américo Lugo lo calificó de docto y elegante, perito en cosa y leyes de amor y galantería. En una oportunidad Darío le escribió en 1911 una carta para que le enviara datos geográficos, históricos, literarios y fotografías del país con la finalidad de darlo a conocer en la revista “Mundial” que literariamente dirigía. Cuánta importancia tendría en la actualidad una promoción de nuestra República por Rubén Darío denominada” Santo Domingo”. Poseo una copia de ella.
Tuvo conocimiento Darío del trabajo de intelectuales dominicanos de su época y por ello dice de Félix María Del Monte que no estaba privado del don de la armonía; que Meriño era un varón del alma compleja y vigor verbal; que Salomé Ureña fue enérgica y pindárica; que Eugenio Deschamps tenía rasgos geniales y era un dominador del verbo; calificó de egregio a Federico Henríquez y Carvajal y de insigne al historiador José Gabriel García.
Por si esto no bastara para satisfacer nuestro orgullo nacional, debemos destacar que de los poetas universales Rubén Darío fue el primero que nos dedicó un poema denominado por cierto “A la República Dominicana” cuyos versos están distribuidos en ocho cuartetas una de las cuales dice; ¡Oh República Dominicana!/ Tu que deberías estar/como una virgen en su altar/en toda patria americana/. Hay en el poema ocho cuartetas de similar alabanza.
Resulta inexplicable que en ningún brochure turístico o guía promocional del país figuren los versos que nos ofrendó Rubén hace más de un siglo, y más penoso aun que a su memoria solo podemos mostrar al visitante una abandonada y horrorosa explanada que porta el eufemístico nombre de plaza Rubén Darío, que en celebración de 30 aniversario de su muerte se inauguró en la capital el día 6 febrero 1946 frente a la ave. George Washington. Sin lugar a dudas Darío fue uno de los primeros embajadores de la marca República Dominicana.
En un principio el monumento conmemorativo situado en su centro estaba constituido por una lira sobre un pedestal de granito, pero durante una de las administraciones de Balaguer el instrumento musical fue en 1973 reemplazado por un busto del poeta de la autoría de un tal Priego, donde sus rasgos indígenas fueron suplantados por rasgos ibéricos siendo imposible de rastrear su pasado chorotega y el aire un poco beethoviano de su cabellera.
A Darío le sucedieron Robert Crasweller con “Trujillo la trágica aventura del poder personal; Neruda con Versainograma a Santo Domingo” Vargas Llosa con “La Fiesta del chivo” y Manuel Vásquez Montalban con “Galindez” como los escritores extranjeros, que en prosa o en versos nos pusieron en el mapa de la literatura mundial y a quienes de una u otra manera debemos agradecerles su interés y preocupación por nosotros.
En el próximo artículo, que será el último de este serial dedicado a la memoria de Rubén Darío, intentaré explicar las razones por las que contrariamente al hoy olvidado escritor chileno, no estoy de acuerdo en que el autor de “Prosas profanas” fuera un pobre hombre. Por ser un manirroto y estar siempre corto de dinero algunos podrán admitir que quizá fue un hombre pobre, pero considerado un pobre hombre eso jamás como veremos a continuación.
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