La política exterior de Brasil después de Dilma Rousseff
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¿Qué repercusiones internacionales podría tener la destitución de la Presidenta brasileña? ¿Cambiarían los ejes principales de la acción exterior del país?
Brasil se sumerge en una triple crisis. Económica, política e institucional. El Producto Bruto Interno se desploma, llevando la recesión del último trienio (2014, 2015, 2016) a ser las más profunda en siete décadas. Los números son contundentes. La economía brasileña no experimenta un período tan extenso de contracción desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Los escándalos de corrupción acechan a toda la clase dirigente. Políticos del oficialismo, dirigentes de la oposición y grandes empresarios están hoy en día bajo la lupa de la justicia. Las investigaciones avanzan semana a semana y los sistemas de desvío de dinero conocidos como Lava Jato y Petrolão comprometen a las máximas autoridades de los sectores públicos y privados nacionales.
Es dentro de este escenario donde el gobierno de Dilma Rousseff se ve comprometido. La debacle de la actividad económica, la aceleración de la inflación, el aumento del desempleo y el severo programa de recortes vigente han destruido la imagen de la Presidenta. La desaprobación a su gestión asciende al 70%. Sin apoyo popular su base de sustentación política se ve también comprometida. El PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), principal fuerza aliada de la Presidenta, abandona la coalición de Gobierno. Se quiebra así una sociedad política de 13 años. Se configura la tormenta perfecta en la cual Rousseff queda al borde del impeachment (juicio político). Tras una década en el poder, el Partido de los Trabajadores (PT) podría abandonar el Palacio do Planalto antes de tiempo.
Ahora bien. En caso de que esto efectivamente suceda, ¿qué repercusiones internacionales generaría?
Para entender esto primero es necesaria una breve aclaración. Si Dilma fuera finalmente destituida quien asumiría la conducción nacional sería el vicepresidente, Michel Temer del PMDB. En el caso de que Temer logre construir los consensos parlamentarios necesarios, podría permanecer en la presidencia hasta el fin del mandato de Rousseff en 2018. ¿Qué puede esperarse entonces?
En octubre de 2015, cuando el impeachment a la Presidenta no era más que una remota posibilidad, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño emitió un documento llamado “Plan de Gobierno”. Allí se especificaba claramente el interés de la fuerza en una mayor apertura comercial internacional. La necesidad de trascender la región, buscando acuerdos tanto con Estados Unidos como con la Unión Europea. Quizá lo más relevante de esta posición sea la aclaración de que estas medidas deberían ser impulsadas preferentemente con el apoyo de Mercosur, pero en caso de que esto no se consiga, Brasil debería embarcarse fuera del bloque regional en la aventura de la inserción comercial internacional. Sin lugar a dudas se trata de un significativo cambio en relación a la década gobernada por el Partido de los Trabajadores, cuando tanto Lula da Silva como Dilma Rousseff dieron una prioridad excluyente a Mercosur. Inclusive resistiendo a presiones de los empresarios locales que buscaban una mayor apertura de Brasil ante las recurrentes restricciones al comercio impuestas por la Argentina de Nestor y Cristina Kirchner. Hoy en día, con Mauricio Macri instalado en la Casa Rosada, es posible que Brasil pueda encontrar en el otro gran socio del Mercosur un aliado en la búsqueda de nuevos mercados extraregionales. De hecho, sería esperable una aceleración en el acercamiento entre Mercosur y las economías de la Alianza del Pacífico. Una visión comercial alineada en Buenos Aires y Brasilia podría terminar con el estancamiento del bloque y lanzarlo hacia una renovada etapa de profundización en la integración con nuevos actores. En los últimos años las economías del Pacífico (Chile, Perú y Colombia) han mostrado un dinamismo mayor que las de Mercosur. En Brasil y en Argentina se tiene total conciencia de ello.
Desde el punto de vista político es esperable una relativa estabilidad. En ciertos aspectos Brasil se comporta como una verdadera potencia. Si hay un sector del Estado altamente profesionalizado es justamente el Ministerio de Relaciones Exteriores, también conocido como Itamaraty. En el último medio siglo han pasado gobiernos de izquierda, de derecha, nacionalistas, liberales, democráticos y militares. Todos ellos, prácticamente sin excepción, han mantenido estables los principales ejes de la política exterior. A diferencia de lo que sucede en otros países latinoamericanos, las relaciones internacionales son para Brasil una verdadera política de Estado. No se trata de una cuestión que pueda sufrir dramáticas oscilaciones de un gobierno a otro. Un ejemplo ilustrativo es la característica en los vínculos bilaterales con la principal economía mundial. Se ha mantenido históricamente una relación con Estados Unidos de cooperación y al mismo tiempo de competencia por la influencia en América del Sur. Los estadounidenses son vistos como adversarios en distintas áreas pero nunca como enemigos. De hecho, aun en los momentos de mayor radicalización de la autodenominada Revolución Bolivariana, Brasilia supo mantener buenas relaciones tanto con Washington como con Caracas. Paradójicamente, tanto Barack Obama como Hugo Chávez se referían a Brasil como un aliado estratégico.
Por supuesto que cada administración tiene sus matices. Por debajo de los fundamentos estructurales de la política exterior existen las idas y vueltas de la coyuntura. Es así que pasando del análisis macro al micro podríamos enmarcar la interrupción del mandato de Dilma Rousseff como un elemento adicional a la ola de cambio que vive América Latina. La salida del Partido de los Trabajadores se sumaría a la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, la pérdida del control de la Asamblea Nacional de Venezuela por parte de Nicolás Maduro, el “no” a la reelección indefinida del boliviano Evo Morales y a la derrota electoral del kirchnerismo en Argentina. Todos estos hechos políticos muestran que el péndulo ideológico regional se encuentra en un claro proceso de desplazamiento de izquierda a derecha sin encontrar aún su nuevo punto de equilibrio. Brasil podría estar acoplándose a este movimiento. Dado su peso específico dentro del equilibrio de poder latinoamericano un cambio de color político en Brasilia podría funcionar como un acelerador en la transformación en la región. Siempre con cautela y sin giros bruscos, podríamos ver un enfriamiento en el apoyo al gobierno de Nicolás Maduro, hoy seriamente comprometido a nivel interno. O una mayor comunión en la retórica política con Argentina, Colombia o México donde las fuerzas de gobierno comulgan con ideas de centro derecha. Pero vale la pena volver a ratificarlo. Es difícil imaginar grandes cambios estructurales.
Existe otro aspecto de la política exterior brasileña que entrará en un período de inevitable hibernación. Estamos hablando de las ambiciones globales. Alimentado por un ciclo de espectacular expansión económica, Brasil intentó extender su influencia más allá de su vecindario. Financiadas por los entonces poderosos bancos estatales, diversas empresas iniciaron un proceso de expansión en el África lusófona (principalmente en Angola y Mozambique), así como también en otras latitudes no solo africanas sino mundiales. La condonación de deudas que distintos países emergentes mantenían con Brasil fue otra herramienta utilizada para ganar influencia y obtener acceso privilegiado a mercados y contratos estatales. El protagonismo brasileño en la escena global fue tal que durante su segundo mandato presidencial, Luiz Inácio Lula da Silva se atrevió a entrometerse en las discusiones que por entonces Occidente mantenía con Irán por su programa nuclear. Intentado así hacer valer la voz brasileña en una cuestión de la más alta política internacional.
Ejercer influencias de semejante magnitud necesita de importantes capacidades económicas. Uno de los principales cambios que se verán en la conducción nacional en caso de que Michel Temer asuma la presidencia será un programa macroeconómico más conservador, necesario para equilibrar las cuentas del Gobierno Federal. La delicada situación económica sumada a la mayor racionalidad presupuestaria hacen prever que Brasilia consolide el ya iniciado proceso de retirada, dando prioridad a las cuestiones regionales sobre las globales. Es importante remarcar que esto no es producto de una diferencia sustancial en la visión de la política exterior entre el PT y el PMDB, o entre Dilma Rousseff y Michel Temer. Este ajuste es producto de un sinceramiento en la restricción de los recursos materiales a disposición del aparato estatal. La vocación de Brasil de influir en los asuntos globales se mantendrá intacta con el siempre presente objetivo final de obtener, algún día, un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
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