La decoración en las domus romanas
Hemos oído hablar mucho de las domus romanas, pero pocas veces de la decoración que se encontraba dentro de ella. Si quisiéramos hacer un símil a día de hoy, una domus romana es el chalet de Pozuelo de 3000 m2 que sólo los más pudientes pueden permitirse, por lo que dentro de ella esperaríamos encontrar grandes muestras decorativas y objetos de toda clase. Pocas muestras nos han quedado de objetos domésticos del Imperio dentro de su contexto, pero una vez más Pompeya y Herculano nos ayudaron a entender cómo era un día para un dominus y una domina, el señor y la señora de la casa.
Al contrario de lo que ocurre hoy en día, el fuerte de la decoración doméstica se encontraba en las paredes (frescos) y en el suelo (mosaicos). La pobreza inmobiliaria contrasta mucho con nuestras casas: faltan sillones, alfombras, estanterías, mesas, etc. Nos daría la impresión de estar ante un espacio desnudo, incluso podríamos llegar a no ver ni una cama. ¿Eso quiere decir que los romanos durmieran en el suelo? Ni mucho menos, pero ellos preferían mimetizar estos objetos y así camas y sillas desaparecían bajo almohadones y cortinajes. ¿Pero de qué servía esconder estos objetos tan útiles? Pues precisamente para resaltar los frescos de las paredes que, a menudo, reproducen falsas puertas, cortinajes, incluso paisajes que a veces se alternaban con ventanas que daban al jardín, como ocurre en la famosa Villa de Oplontis, en Torre Annunziata. En definitiva a los romanos les gustaba jugar con la realidad y la ilusión, como volverá a ocurrir siglos después con el Barroco.
El poco mobiliario en las domus era, sin embargo, muy preciado. Las mesas, redondas en su mayoría y de tres patas para evitar que cojearan, estaban rematadas con patas de felino, de cabra o de caballo. Incluso las había plegables o semicirculares para apoyarlas contra la pared. Los cálices, copas de vidrio, objetos de aseo, tinteros, balanzas, en definitiva, los objetos de cierto valor, se guardaban en una invención del mundo romano: el armario. Fueron los primeros en utilizarlo, ya que griegos y etruscos no lo conocían, aunque, como podéis ver, su uso es más de alacena. Por otro lado, el vestuario y la ropa de cama se guardaban en unos muebles especiales, las arcae vestiarie, que son arcas de madera que se abren desde arriba. Lo que vienen siendo nuestros arcones. Y por supuesto los cortinajes, un elemento que permitía protegerse de las inclemencias del tiempo, del polvo y, sobre todo de las miradas indiscretas. Un hallazgo muy curioso que se hizo en una domus de la ciudad de Éfeso, en Turquía, fueron unas barras de bronce que sujetaban unas cortinas, tal y como podríamos tenerlas en nuestras casas.
¿Todo esto quiere decir un romano no tendría objetos de valor expuestos? Sí, pero se trataría de objetos que eran transmisores del poder adquisitivo de la familia. Podrían verse alfombras a la última moda de estilo oriental, bustos y estatuas de mármol, platería y vajillas completas que se ponen bien a la vista en los abaci, unas mesas especialmente destinadas a su exposición. Los que no podían permitirse la plata, recurrían a objetos de bronce, vidrio o cerámica de calidad, ya que se trataba de una regla social, como las casas en las que está expuesta “la vajilla buena”. Otro objeto que se convertía en símbolo de status social, era la caja fuerte. Mientras que nosotros tratamos de esconderlas, los romanos a menudo la exponían en lugares bien visibles como el atrium (el patio central). Pero no os preocupéis, las cajas fuertes estaban bien ancladas a suelos o paredes y a menudo contaban con un esclavo cuya única función era vigilar que nadie se acercara a ella, ya que contenían los objetos de oro así como documentos de gran valor. Y para acabar nuestro recorrido por la decoración de estas lujosas casas falta algo que a día de hoy sigue siendo claro indicador de poder adquisitivo: las antigüedades. Ya en época romana existe la afición por las antigüedades y pequeñas muestras del pasado como estatuillas, espejos y copas etruscas, objetos del Antiguo Egipto, etc.
Y es que como hijos de Roma, ¡qué poco hemos cambiado!
Vía| ANGELA, ALBERTO. Un día en la Antigua Roma. Vida cotidiana, secretos y curiosidades. Madrid, La Esfera de los Libros, 2009.
Vía| ANGELA, ALBERTO. Un día en la Antigua Roma. Vida cotidiana, secretos y curiosidades. Madrid, La Esfera de los Libros, 2009.
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