1 Un importante estudio reciente es el de Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, Apogee of Empire: Spain and New Spain in the Age of Charles III, 1759-1789 (Baltimore: The Johns Hopkins Press, 2003).
|
2 Anthony G. Hopkins, (ed.), Globalization in World History (Nueva York: W. W. Norton and Co., 2002).
|
3 Un ejemplar reciente es: Horst Pietschmann (ed.), Atlantic History: History of the Atlantic System, 1580-1830 (Gottingen: Vandehoek and Ruprecht, 2002).
|
4 Earl Hamilton, American Treasure and the Price Revolution in Spain, 1551-1650 (Cambridge: Harvard University Press, 1934); Michel Morineau, Incroyables gazettes et fabuleux métaux: les retours des trésors américainsd’après les gazettes hollandaises, XVIE-XVIIIEsiècles (París-Londres: University of Cambridge Press- Maison des Sciences de l’Homme, 1985); María Emelina Martín Acosta, El dinero americano y la política del Imperio (Madrid: Mapfre, 1992); Carlos Álvarez Nogal, El crédito de la monarquía hispánica en el reinado de Felipe IV (Ávila: Junta de Castilla y León, 1997).
|
5 Un estudio clásico sobre este tema en Italia es Helmut G. Koenigsberger, La práctica del Imperio (Madrid: Alianza, 1969); para el caso de Flandes ver Geoffrey Parker, The Army of Flanders and the Spanish Road, 1569-1659: The Logistics of Spanish Victory and Defeat in the Low Countries' Wars (Cambridge: Cambridge University Press, 1972).
|
6 Un típico ejemplo de los estudios que sostienen la idea de la decadencia irremediable es el de Carlo M. Cipolla, TheEconomic Decline of Empires (Londres:Methuen, 1970), aunque esta perspectiva también es adoptada por la mayoría de los teóricos de las “grandes potencias”.
|
7 David Brading, “Balance crítico”, en Oscar Mazín (ed.), México en el mundo hispánico, vol. 2 (Mexico: El Colegio Mexiquense, 2000), p. 656.
|
8 Richard Garner y S. E. Stefanoudesarrollan a profundidad esta hipótesis en su estudio Economic Growth and Change in Bourbon Mexico (Gainesville: University of Florida Press, 1993).
|
9 Algunas páginas ilustrativas pueden encontrarse en el clásico estudio de Lucas Alamán, Historia de México (México: Fondo de Cultura Económica/Instituto Cultural Helénico, [1849-1852] 1985), particularmente en el volumen 1, pp. 304-344. El padre fundador de la historiografía mexicana reseñó algunos de los préstamos otorgados entre 1808 y 1810, pero es significativo que no mencionó los cuantiosos préstamos y donativos reales obtenidos en la Nueva España en años anteriores, entre 1780 y 1808. Un trabajo más reciente que sí estudia esta temática es el de Guillermina del Valle Pavón, “El Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México y las finanzas novohispanas, 1592- 1827” (tesis doctoral, el Colegio de México, 1997).
|
10 Guillermina del Valle Pavón, El Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México, p. 616.
|
11 El tema es analizado en detalle en Guillermina del Valle Pavón, El Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México, cap. 7.
|
12 El Tribunal logró que la Real Hacienda pagará la mayor parte del servicio de los empréstitos que gestionó así como la devolución de una parte del capital hasta 1810, pero luego dichos pagos se redujeron notablemente. Para detalles sobre las operaciones del Tribunal, véase Eduardo Flores Clair, El Banco de Avío Minero novohispano: crédito, finanzas y deudores (México: INAH, 2001).
|
13 Para información más detallada sobre las contribuciones a los préstamos para la Corona de los pueblos de indios, véase Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato, capítulo 8.
|
14 La historiadora Marta Terán afirma: “La política borbónica trajo [...] la reducción del territorio indio a su mínima expresión [...] ya que virtualmente se verificó la pérdida de control sobre los bienes comunales y la pérdida total del dinero sobrante [...] La segunda consecuencia negativa fue la descapitalización.”. Ver M. Terán, “Muera el mal gobierno: las reformas borbónicas en los pueblos michoacanos y el levantamiento indígena de 1810” (tesis doctoral, el Colegio de México, 1995), p. 177.
|
15 Un estudio comparativo reciente que analiza algunos aspectos comparados de la problemática (especiamente para el siglo XIX) es Patrick O’ Brien y Leandro Prados de la Escosura, “The Costs and Benefits of European Imperialism”, Revista de Historia Económica, 16, 1 (1998), pp. 29-89.
|
16 Las hipótesis fueron presentadasprimero por Patrick O’ Brien en “The Political Economy of British Taxation, 1600-1815”, Economic History Review, 2nd series, 41 (1988), pp. 1-32, y John Brewer en The Sinews of Power: War, Money and the English State, 1688-1783 (Londres: UnwinHyman, 1989). Para estudios adicionales y referencias bibliográficas, véase Lawrence Stone (ed.), An Imperial State at War: Britain from 1689 to 1815 (Londres: Routledge, 1994), y Leandro Prados (ed.), Exceptionalism and Industrialisation: Britain and its European Rivals, 1688-1815 (Cambridge: Cambridge University Press, 2004).
|
17 Sin embargo, explicar el éxito de esta rebelión tributaria representa un reto para las interpretaciones históricas actuales que han llamado la atención hacia el notable éxito doméstico del Gobierno británico para construir un Estado militar/fiscal fuerte durante el siglo XVIII. Los estudios de J. Brewer, The Sinews of Power y P. O’ Brien, “The Political Economy of British Taxation”, ya citados, no explican en su totalidad la respuesta social a la recaudación de impuestos y tampoco exploran el contraste con la revuelta tributaria de los Estados Unidos.
|
18 El primer historiador que propuso estudios comparativos en este ámbito fue John Coatsworth en “Obstacles toEconomic Growth in Nineteenth-centuryMexico”, American Historical Review, 83: 1 (1978), pp. 80-100. Coatsworth empleó entre sus fuentes a Robert Paul Thomas, “A Quantitative Approach to the Study of the Effects of British Imperial Policy upon Colonial Welfare”, Journal of Economic History, 25, 4 (1965), pp. 615-638, trabajoque presenta algunas estimaciones para el análisis comparativo.
|
19 Michael D. Bordo y Angela Reddish, “The Legacy of French and English Fiscal and Monetary Institutions for Canada”, en Michael D. Bordo, y Roberto Cortes Conde (eds.), Transferring Wealth and Power from the Old to the New World: Monetary and Fiscal Institutions in the 17th through the 19th Centuries (Cambridge: Cambridge University Press, 2001), pp. 259-283.
|
20 Javier Cuenca Esteban, “The British Balance of Payments, 1172-1820: India Transfers and War Finance”, Economic History Review, LIV, 1 (2001), pp. 58-86.
|
21 James C. Riley, The Seven Years War and the Old Regime in France: The Economic and Financial Toll (Princeton: Princeton University Press, 1986).
|
El Colegio de México
Es importante recordar que antes de las guerras napoleónicas la monarquía española seguía siendo el tercer Estado europeo más importante en términos de ingresos fiscales y poder naval, y el primero en cuanto al tamaño del territorio imperial.1 Debido en gran medida al crecimiento de los ingresos fiscales de la América colonial durante la segunda mitad del siglo XVIII, la monarquía hispana fue capaz de competir de forma activa con sus principales y más poderosos rivales: Inglaterra y Francia. En pocas palabras, tuvo éxito en reforzar su administración tributaria y militar a lo largo de su extenso Imperio, lo cual le permitió ganar estatura como potencia colonial y naval, circunstancia que, a su vez, le brindó la capacidad de sostener guerras navales contra Gran Bretaña en 1762 y en los periodos de 1779 a 1783, de 1796 a 1802 y de 1805 a 1808, mientras que también libró guerras aún más costosas en tierra y mar contra Francia en los periodos de 1792 a 1795 y entre 1808 y 1814.
En tanto, en el continente americano, el Imperio español demostró ser más resistente que los regímenes coloniales de Inglaterra y Francia. Recordemos que los franceses perdieron el control efectivo sobre la mayor parte de Canadá y sobre el vasto territorio de Luisiana en 1763 y, más tarde, en 1803 tuvieron que abandonar su colonia más rica en el Caribe, Saint-Domingue (Haití), siendo éste el primer país latinoamericano en alcanzar su independencia. A su vez, en 1783, Gran Bretaña perdió sus posesiones norteamericanas más importantes: nos referimos a las 13 colonias que conformarían los Estados Unidos. En contraste, el dilatado Imperio español en América siguió en pie hasta las guerras de independencia entre 1810 y 1824. Esta persistencia, en una era de revoluciones y guerras en el mundo del Atlántico, sin duda merece mayor análisis y debate histórico en el futuro. En todo caso, nos habla de la considerable capacidad de la administración borbónica española para transformar la estructura fiscal de las colonias en una máquina efectiva de defensa imperial.
En este breve ensayo se argumenta —como lo hemos hecho en obras previas más extensas— que en términos de la productividad fiscal, es difícil encontrar ejemplos históricos de colonias europeas que hayan superado al de México durante el siglo XVIII. Los abundantes ingresos recaudados por la Real Hacienda en la Nueva España no sólo cubrían los costos de su administración colonial y sus fuerzas armadas, sino que también sirvieron para financiar los déficits de la Real Hacienda en la propia España, así como en otros territorios del Imperio, desde Cuba hasta Filipinas. En efecto, el virreinato de la Nueva España funcionaba como una submetrópolis fiscal que aseguraba la capacidad del Estado imperial para defenderse en un tiempo de sucesivas guerras internacionales.
La política tributaria borbónica en la América hispánica ofrece un ejemplo contundente del reforzamiento de un Estado fiscal militar sin un Gobierno parlamentario. Una combinación de coerción, eficiencia fiscal y administrativa y pactos coloniales dio lugar a una extraordinaria revolución fiscal en el Imperio español. El éxito en el reforzamiento de un régimen tributario altamente extractivo en el México borbónico contrasta, por ejemplo, con el fracaso del Gobierno británico en ratificar nuevos impuestos en las trece colonias de Norteamérica después de 1765. En este caso, el debate histórico europeo sobre la relación entre regímenes políticos y fiscalidad y finanzas durante el siglo XVIII —que suele enfatizar las ventajas de un Gobierno parlamentario, como el británico— tropieza con una gran paradoja. Como es bien sabido, las legislaturas en las 13 colonias en la América británica rechazaron las reformas fiscales e iniciaron su exitosa Guerra de Independencia en 1776, mientras que, al mismo tiempo, en el México borbónico, la política absolutista reconstruyó exitosamente una maquinaria fiscal formidable que proporcionó los recursos requeridos por las defensas militares de la América hispánica, tanto en el virreinato como en el extenso Caribe español.
Pero los impuestos no fueron el único factor que contribuyó al éxito en la defensa del Imperio. En el México colonial, fueron claramente los ingresos ordinarios los que proporcionaron la mayor parte del dinero que la monarquía borbónica necesitaba para revitalizar sus defensas, pero estos ingresos no resultaron suficientes para cubrir los gastos extraordinarios de la monarquía provocados por cada nueva guerra. A instancias de Madrid, que requería cada vez mayor cantidad de fondos para cubrir los gastos de la Armada y los egresos militares en la propia península, la administración virreinal empezó a solicitar una larga secuencia de préstamos y donativos a sus súbditos americanos desde los últimos decenios del siglo XVIII. Conforme los déficits metropolitanos se abultaron, especialmente a partir de la década de 1790, el incremento de la presión fiscal se complementó con una política de endeudamiento (incluyendo una extraordinaria sucesión de préstamos voluntarios y contribuciones forzosas) aplicada tanto en la metrópolis como en las colonias hispanoamericanas, desembocando finalmente en la bancarrota de la monarquía y de su Imperio.
En resumen, al mirar desde las colonias hacia la metrópolis, es posible proponer nuevas perspectivas sobre la compleja dinámica militar, fiscal y financiera del Estado imperial español en las guerras sucesivas con Francia e Inglaterra entre 1760 y 1810. Dicha perspectiva se inserta en el debate actual sobre los antecedentes de la globalización, como lo han sugerido numerosos historiadores, siendo un caso especialmente destacable el de A.G. Hopkins en un estudio reciente y fundamental cuyo objetivo es estimular más historia comparada.2 Pero, además, el fenómeno que analizamos aquí habla de la necesidad de una historia más trasatlántica que conecte la ya rica historiografía de la América hispánica del siglo XVIII con las de Europa y Norteamérica.3
La larga duración del Imperio español en América: resurgimiento militar y fiscal en el siglo XVIII
Desde hace mucho, diversas escuelas de historiadores han sostenido que, de todos los imperios europeos, el español fue el más productivo en términos estrictamente fiscales. Los excedentes financieros y tributarios obtenidos de la América hispánica que se empezaron a transferir a la metrópolis a partir de mediados del siglo XVI, fueron descritos en los estudios clásicos de Earl Hamilton y Michel Morineau, así como en investigaciones más recientes como las de María Emelina Acosta y Carlos Álvarez Nogal.4 Durante los últimos años del siglo XVI y los primeros del XVII, las grandes transferencias fiscales en la forma de grandes cargamentos de plata (y oro) se usaron en buena medida para financiar las fuerzas militares de la administración de Habsburgo en Italia y Flandes, sometidas a una serie de guerras muy costosas entre la década de 1560 y la de 1640.5
La historiografía clásica europeísta tiende a enfatizar la decadencia del Imperio español después de 1648 y, de hecho, muchos estudios llegan a sugerir que nunca hubo una recuperación.6 Éste es un grave error que por mucho tiempo confundió a la historiografía europea. Es verdad que durante la segunda mitad del siglo XVIIlos monarcas de la dinastía de los Habsburgo españoles demostraron ser singularmente ineficaces. También es cierto que, a partir de la primera mitad del siglo XVIII, la nueva dinastía borbónica y su administración fueron lentas en la materialización de reformas que asegurasen un nuevo dinamismo tanto en la metrópolis como en las colonias. Pero también debería reconocerse que en las últimas cuatro décadas del mismo siglo (1760-1800), el Estado español en la península ibérica y en América experimentó un notable resurgimiento, visible en la recuperación de su defensas y fuerzas navales y militares. Ello se debió en parte importante al notable incremento de los ingresos fiscales, en especial en las colonias. El Estado imperial español, por lo tanto, no permaneció estático ni estaba condenado al deterioro permanente.
Para emplear una metáfora, el Imperio pudo haber estado dormido durante largo tiempo, pero despertó durante la era borbónica tardía. David Brading ha ilustrado este punto de forma elocuente:
Si en el reinado de Felipe II las minas de Potosí salvaron a la monarquía de la bancarrota y financiaron la hegemonía española en Europa, en cambio, durante el reinado de Carlos III, las minas de plata de la Nueva España proporcionaron los fondos necesarios para la reconstrucción de la fuerza naval española y el resurgimiento del imperio americano.7
No obstante, el camino hacia la recuperación imperial estaba pavimentado con enormes dificultades. Las guerras de la sucesión española (1702-1713) reflejaron la decadencia militar de la monarquía de los Habsburgo, conforme muchas potencias europeas peleaban en la península por adueñarse del botín de la antigua potencia. Sin embargo, al ascender al trono la nueva dinastía de los Borbones, se produjo una transición gradual hacia un Estado militar y fiscal más fuerte y moderno. Se recuperó fuerza de manera progresiva durante el siglo XVIII, aunque ello no implicaba que, a corto plazo, fuera capaz de igualarse a sus competidores principales, señaladamente Gran Bretaña, la cual había comenzado su marcha extraordinaria hacia su consolidación como la potencia naval mayor y primera potencia industrial del mundo.
Aun así, y a pesar de la superioridad naval de Inglaterra en el Atlántico, el viejo Imperio español pudo defenderse con cierta eficacia durante la mayor parte del siglo XVIII y retuvo el control del comercio y el dominio militar de sus extensas colonias. En gran medida, ello se debió al hecho de que la América hispánica seguía cumpliendo una función absolutamente crítica para la economía del mundo: los virreinatos de Perú y de la Nueva España proporcionaban los flujos de plata que servían como la base para la circulación monetaria metálica de prácticamente todos los países del globo. En especial, el sostenido aumento de la producción de plata en México durante la segunda mitad del siglo XVIII fue uno de los factores que no sólo le imprimió una nueva dinámica económica y comercial al virreinato novohispano sino que además creaba las condiciones para un aumento espectacular de los ingresos tributarios de la administración colonial, especialmente entre 1760 y 1785. Las reformas borbónicas en la América hispánica constituyeron, pues, un notable ejemplo de la capacidad para usar el auge minero de la plata para la creación de un Estado fiscal cada vez más productivo y eficiente a escala imperial.8
Dada esta circunstancia excepcional, nos parece que debe ser una prioridad para los historiadores americanistas intentar integrar las dinámicas fiscales y militares del Imperio americano español (la metrópolis y las colonias) dentro de los debates históricos más amplios sobre los destinos de los diversos imperios europeos rivales durante el siglo XVIII y principios del XIX.
Las guerras del Atlántico, la plata mexicana y las deudas coloniales en la segunda mitad del siglo XVIII
Ahora nos interesa centrar la atención en dos problemas principales: primero, la multiplicación de préstamos y donativos (contribuciones forzadas) ratificados en México para apoyar el financiamiento de las guerras de la Corona española, un fenómeno que dio lugar al crecimiento constante del volumen de las deudas coloniales; segundo, el papel de las remesas de plata mexicana en las guerras entre España, Inglaterra y Francia al cierre del siglo XVIII y principios del XIX.
El nuevo sistema de endeudamiento de la monarquía española que buscaba complementar impuestos con otros ingresos se observa con especial nitidez a partir de las décadas de 1780 y 1790. En esta estrategia para reunir capital de préstamo en Nueva España para las guerras de la Corona fue fundamental la colaboración de grandes corporaciones coloniales, incluyendo los acaudalados gremios de mercaderes y mineros de la plata, así como los oficiales reales, los terratenientes y la Iglesia. La recolección de los numerosos préstamos en el virreinato desde fines del siglo XVIII reflejaba una considerable sofisticación en el manejo de los mercados financieros coloniales, aunque al mismo tiempo demostró ser un mecanismo para la extracción de fondos de emergencia para la Real Hacienda y la Corona, más que un método para establecer un sistema estable de crédito público.
Sorprendentemente, la historiografía mexicana apenas si se ha interesado en el tema de la deuda colonial, a pesar de su importancia. Una excepción sobresaliente la constituyen los trabajos de Guillermina del Valle, quien ha sido la primera historiadora en explicar el papel del Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México en los préstamos coloniales. De hecho, el análisis de los préstamos coloniales es fundamental para un debate historiográfico mayor sobre la relación entre finanzas del Estado y guerra durante el siglo XVIII.9
Aunque los préstamos coloniales se elevaron a principios de la década de 1780, la explosión de la deuda vino después. La multiplicación de las guerras tanto en España como en el Caribe llevó al aumento de las transferencias fiscales, alcanzando en la década de 1790 casi 10 millones de pesos anuales de las tesorerías de México. Como resultado de la guerra emprendida por el Gobierno revolucionario de la Convención francesa (1793-94) en contra de España, el Gobierno de Madrid enfrentó un reto mucho más grave, conforme los gastos militares en dicha guerra aumentaron de manera casi exponencial. Una vez concluido dicho conflicto, hubo un breve periodo de paz, pero en 1796 la monarquía española entró en guerra con Inglaterra, en lo que se conoce como la Primera Guerra Naval (1796-1802), la cual provocó un aumento abrupto en los gastos de las fuerzas navales tanto en el Atlántico como en el Caribe.
Conforme los desembolsos de la monarquía española y sus deudas militares aumentaban, también lo hicieron las demandas por plata mexicana. Por ello se presionaba a la administración colonial para cumplir con las crecientes demandas de la Corona tanto con ingresos impositivos como con recursos extraordinarios. Cuando los recursos ordinarios resultaron insuficientes para financiar tanto la defensa de las Américas como la guerra en la metrópolis, el Gobierno madrileño instruyó a los virreyes sucesivos de la Nueva España, Revillagigedo (1791-1794), Branciforte (1796- 1797), Azanza (1798-1802) e Iturrigaray (1803-1808), para que pusieran en marcha un programa de préstamos voluntarios y donativos forzosos a ser recolectados de la población del virreinato. La colaboración financiera de la Iglesia también fue de gran importancia, pues proporcionó grandes cantidades de dinero en forma de donativos y préstamos a la Corona. Los conventos y monasterios, los obispos y los cabildos catedralicios, e incluso la Inquisición contribuyeron con una considerable cantidad de fondos con interés en los préstamos para la monarquía. Ello se observó con especial nitidez a partir de la Segunda Guerra Naval con Gran Bretaña (1805- 1808), que acentuó las dificultades financieras que enfrentaban las tesorerías del Imperio español, particularmente después de la derrota tremenda sufrida en la batalla naval de Trafalgar en octubre de 1805, fecha a partir de la cual las transferencias fiscales trasatlánticas fueron reducidas de manera drástica. Entonces, fue necesario implementar métodos indirectos para sustentar la maquinaria financiera del Imperio y evitar la bancarrota total. Entre esos métodos destacaba la gran reforma financiera adoptada por los ministros de Carlos IV, conocida como la consolidación de vales reales, que produjo el primer proceso de expropiación de los bienes y propiedades de la Iglesia tanto en la metrópolis como en las colonias.
Si bien la Iglesia sería, en última instancia, el mayor contribuyente a los préstamos y donativos requeridos por la monarquía para financiar sus guerras, hay que tener en cuenta la participación simultánea de las grandes corporaciones de mercaderes y mineros en la Nueva España que operaban como intermediarios en recolección de fondos de diversos tipos de inversores, tarea que pudieron cumplir merced a sus extensas relaciones con el conjunto de las clases propietarias, una parte de las cuales estaban dispuestas a colocar dinero en estas operaciones. Subrayemos, en primer término, las contribuciones de los grandes comerciantes agrupados en los Consulados de México y de Veracruz. En total (como puede observarse en el cuadro 1) el Consulado de Comerciantes de la Ciudad de México fue encargado por el Gobierno virreinal de administrar unos siete préstamos a réditos solicitados por la Corona entre 1782 y 1810, reuniendo en total algo más de 8 millones de pesos por ese concepto. Sin embargo, no todos los dineros provenían de las cajas de los propios mercaderes, sino que también incluyeron sumas importantes de otros grupos sociales y corporaciones que tenían disponibilidades para la inversión. Ciertamente, las grandes contribuciones de los miembros del Consulado reflejaban la existencia de grandes cantidades de reservas en metálico en sus firmas, pero no debe considerarse que tales contribuciones fueran una mala inversión en tanto los préstamos reales ofrecían una tasa de intereses de 5% por año. Esta vinculación financiera con el Gobierno implicó que en vez de servir solamente como intermediario financiero para la economía privada, este poderoso gremio volcó muchos de sus mayores esfuerzos a fines de la época colonial para apoyar a la monarquía. Como ha señalado Guillermina del Valle en una investigación detallada:
El cuerpo mercantil pasó de ser el receptor de los capitales que invertían libremente individuos y corporaciones a fin de obtener una renta segura, al instrumento que permitió al erario extraer por la fuerza parte del circulante que conservaban los propietarios de la ciudad de México en las épocas de mayor escasez.10
Algo distinto fue el caso de los préstamos sin réditos —conocidos como suplementos— que adelantaron casi exclusivamente los grandes comerciantes del virreinato en los años de 1782, 1809, 1810 y 1811, alcanzando casi 7 millones de pesos. Es cierto que una parte de estos fondos fueron devueltos a los ricos prestamistas, pero también debe observarse que la mayor parte de los empréstitos de emergencia para la Corona entre 1810 y 1811 no se reembolsaron, lo que reduciría la confianza que tenían los hombres más acaudalados de la sociedad novohispana en las finanzas de la administración virreinal después del comienzo de la insurgencia.11
Otra gran corporación colonial que colaboró activamente como intermediaria financiera en la gestión y administración de préstamos para la monarquía fue el Tribunal de Minería, con sede en la Ciudad de México, el cual representaba a los intereses de los mayores mineros del virreinato. Entre 1782 y 1802, el Tribunal reunió una cifra cercana a los 6 800 000 pesos por concepto de préstamos (con réditos de 5% anual), logrando suscripciones de una amplia gama de rentistas, mineros, comerciantes y corporaciones eclesiásticas. Posteriormente dejó de participar en nuevos préstamos, aunque siguió colaborando en varios donativos, como se observa en el cuadro 2.
En este contexto, conviene recordar que uno de los objetivos más importantes de la creación del Tribunal de Minería en 1776 había sido el de impulsar la producción de plata a través del otorgamiento de créditos a una multitud de pequeños, medianos y grandes mineros en el virreinato. Pero gran parte de los dineros reunidos por su fondo dotal no pudieron canalizarse a la minería sino que se destinaron por imperativos de la Corona a proporcionar préstamos y donativos para el Gobierno en Madrid y a cubrir el pago de intereses y la devolución a los inversionistas de los capitales que éstos habían adelantado a la Real Hacienda. Los inversores en el fondo dotal suponían que sus dineros estarían garantizados tanto por el Tribunal de Minería (que recibía unos estipendios fiscales) como por la Real Hacienda. No obstante, el objetivo original de promover la inversión en el sector minero quedó desvirtuado.
Una prueba clara del impacto negativo del intenso endeudamiento del Gobierno fue la corta duración de una singular iniciativa lanzada por el Tribunal de Minería en 1784 y que sería el primer banco de inversión de la época colonial: el Banco de Avío Minero. Dicha (muy original) institución financiera no pudo operar con eficacia sino durante el breve período de 1784 a 1787, posteriormente viéndose obligada a cerrar y a suspender sus operaciones de crédito para los mineros.12
El ilustrado director del Colegio de Minería, Fausto de Elhuyar, habría de remarcar el fracaso financiero del Tribunal, argumentando que los ingresos de este último sirvieron en parte como un recurso para el Gobierno en vez de constituir un fondo exclusivamente para beneficio de los mineros. Y esta opinión queda ratificada por la detallada investigación del historiador Eduardo Flores Clair, quien ha argumentado que el gremio minero se vio obligado a hipotecar su fondo y a saldar los intereses que generaban los préstamos otorgados al rey.
Como ya hemos sugerido, entre todas las corporaciones novohispanas, la que efectuó mayores contribuciones a la Corona en la forma de préstamos y donativos fue la Iglesia. En total, las diversas instituciones eclesiásticas participaron en 11 préstamos y cinco donativos, aunque su contribución respectiva fue asaz variable (véase cuadro 3). Las más cuantiosas fueron el préstamo con hipoteca del estanco del tabaco, que fue recolectado entre 1795 y 1802, así como la gran operación expropiatoria conocida como la consolidación de vales reales, puesta en marcha en Nueva España entre 1805 y 1809.
En contraste con el Consulado, las instituciones eclesiásticas no solían adelantar dineros en la forma de suplementos (sin réditos) porque preferían obtener un mínimo de retorno monetario sobre sus capitales. Ello se debía al hecho de que la mayor parte de los fondos en manos de la Iglesia había sido asignada jurídicamente (desde el momento de su donación) al cumplimiento de ciertas funciones concretas que requerían un flujo constante de ingresos. Así, por ejemplo, los réditos de una donación a un juzgado de obras pías y capellanías no podían ser utilizados libremente por los administradores sino que tenían que emplearse en las funciones señaladas por el donante.
Contamos con información relativamente escasa acerca del pago de intereses por el Gobierno sobre los préstamos otorgados por las instituciones eclesiales, pero sabemos que se redujeron desde principios de siglo y que, en el caso de los más de 9 millones de pesos cedidos a la consolidación, nunca se recuperaron los capitales.
Por último, conviene evaluar el impacto del incremento del endeudamiento gubernamental sobre los ahorros de las cajas de comunidad de los pueblos indios. El total de contribuciones a préstamos y donativos de las cajas alcanzó casi 2.7 millones de pesos a lo largo de 30 años, siendo capitales sobre los que nunca se pagaron intereses y cuyo principal nunca se devolvió a sus dueños.13 Los aproximadamente 4 500 pueblos (o repúblicas) de indios dependían de dichos recursos para una variedad considerable de funciones económicas, políticas, religiosas y educativas. La descapitalización de esta extensa red de lo que podríamos denominar como las cajas de ahorros de los campesinos —en una sociedad predominantemente rural— representó un golpe para ellos, cuyas consecuencias fueron graves e imprevisibles.14
Después de la invasión a España por el ejército de Napoleón en 1808, la administración colonial en México continuó enviando sorprendentes volúmenes de remesas fiscales y préstamos en plata a la metrópolis. Estos fondos estaban destinados a apoyar a los ejércitos patriotas y a las Cortes de Cádiz (1810-1812) en plena guerra con los invasores franceses. Como resultado, la administración virreinal de la Nueva España se endeudó aún más. Hacia principios de 1813, las deudas coloniales habían sobrepasado los 35 millones de pesos y constituían ya un enorme lastre para las tesorerías coloniales de Mexico, provocando un proceso de descapitalización de importantes sectores locales. Las deudas mayores habían sido proporcionadas por los miembros más acaudalados de la sociedad colonial mexicana y por las corporaciones más poderosas y privilegiadas, en especial la Iglesia.
A este respecto, debe notarse que las políticas de endeudamiento aplicadas en el Imperio español en América no tuvieron contraparte en las colonias británicas de Norteamérica. En el caso de las 13 colonias, por ejemplo, habría sido impensable que el Parlamento británico exigiera a los colonos que proporcionaran préstamos para cubrir los déficits de su metrópolis. El grado de poder ejercido por las autoridades británicas en Norteamérica no era sino una pálida sombra del control fiscal y la influencia financiera de la administración borbónica en la América hispánica.
Los costos y beneficios del Imperio y la propuesta comparativa
La exploración de las dinámicas fiscales y financieras en las colonias a fines del antiguo régimen puede ayudar a evaluar si los imperios de esa época proporcionaban costos o beneficios fiscales a la metrópolis respectiva o viceversa.15 No obstante, la mayoría de los estudios recientes sobre las potencias europeas principales del siglo XVIII (en particular Inglaterra y Francia) tiende a centrarse de manera estricta en el éxito o fracaso de las reformas tributarias domésticas y su impacto en la administración militar y fiscal de dichas monarquías, las más poderosas de la Europa de la época. De acuerdo con un amplio número de historiadores, el éxito de las reformas fiscales y administrativas establecidas por Inglaterra durante el siglo largo de 1688 a 1815, fue crucial para la preeminencia militar y naval de la primera nación industrial. 16 Sin embargo, dicha perspectiva sólo centra su atención en la propia Gran Bretaña y no en sus colonias y, por ende, tiende a dejar fuera una parte significativa de la historia, considerando que Gran Bretaña contaba con un Imperio extenso en Asia y América. De forma similar, la historiografía francesa ha dedicado atención insuficiente a los costos de las guerras coloniales en América y su relación con el hundimiento gradual de las finanzas de la monarquía absoluta durante la segunda mitad del siglo XVIII.
Nuestro estudio sugiere que puede ser útil ampliar el debate e incluir la dimensión colonial para poder facilitar estudios comparativos de las finanzas de los Imperios de España, Gran Bretaña y Francia durante el siglo XVIII. Un claro contraste se aprecia en las reformas tributarias en las colonias americanas. Las autoridades inglesas enfrentaron una fuerte oposición en contra de nuevos impuestos en las 13 colonias de Norteamérica desde 1765 y, de manera implícita, críticas a la expansión de las fuerzas armadas de la Corona en esos territorios. Como resultado, la defensa del Imperio en Norteamérica se convirtió en una carga fiscal y política cada vez máspesada para Gran Bretaña durante las décadas de 1760 y 1770.17 En contraste, la monarquía española —principal rival imperial de Inglaterra en el hemisferio oeste— no tuvo que transferir fondos para apuntalar las defensas en América ya que éstas eran financiadas casi en su totalidad por las propias administraciones coloniales.
Las investigaciones históricas modernas demuestran que la carga tributaria era, de hecho, mucho más ligera en las colonias angloamericanas: los colonos de México pagaban al menos cinco veces más per cápita que los contribuyentes en las 13 colonias.18 Sin embargo, y paradójicamente, fue en las colonias angloamericanas en donde la independencia triunfó primero, mientras que en la América hispánica la administración real pudo seguir aplicando crecientes presiones fiscales y financieras hasta el año de 1810, cuando vino el principio del derrumbe.
Pero, ¿cuál era la situación fiscal de las colonias en otras regiones a fines del siglo XVIII? Las preguntas al respecto son numerosas y la mayoría aún no tiene respuesta. ¿Qué tan caras fueron las colonias británicas en el Caribe, en especial en Jamaica, pero también en otras islas? Realmente sabemos poco, por la relativa escasez de trabajos de historia fiscal comparada. Del mismo modo, se puede preguntar: ¿cómo se financió la administración colonial británica en Canadá durante este periodo? Recientemente, los investigadores Michael Bordo y AngelaReddish han proporcionado algunas respuestas a estos interrogantes, pero muchas otras siguen abiertas.19 Y por último, ¿qué tan fiscalmente redituable era la India británica como colonia a finales del siglo XVIII? ¿Sus contribuciones tributarias fueron suficientes para cubrir todos los gastos de la administración inglesa y de los ejércitos coloniales en la India, que crecieron de manera extraordinaria en la segunda mitad del siglo XVIII? Una monografía reciente indica que la contribución financiera de la India al balance de pagos de Inglaterra fue crítica y ayudó al Gobierno británico a evitar la bancarrota durante las guerras napoleónicas, pero es necesario realizar más investigaciones comparativas para contar con una visión más profunda. 20
¿Y qué hay de Francia? Su colonia más rica, Saint-Domingue (Haití), ciertamente requirió de gastos militares considerables, particularmente en lo naval, pero también hubo beneficios fiscales indirectos para la metrópolis. No obstante, poco sabemos sobre esta temática debido al hecho de que los historiadores dedicados a las finanzas francesas han sido quizá demasiado domésticos en sus preocupaciones de investigación. Han investigado incisivamente los costos crecientes de la deuda de la monarquía, pero sólo unos cuantos historiadores, como James Reilly, han prestado suficiente atención a las causas cruciales de los déficits, que incluyen las guerras coloniales y los grandes gastos de la reconstrucción de las fuerzas navales francesas en el siglo XVIII.21
Cóvens & Mortier, L’Amériqueseptentrionale, dressée sur les mémoires le plus récens des meilleurs géographes, 1757. Amsterdam. Biblioteca del Congreso, EEUU, Geography and Map Division.
|
Nuestra investigación, así como las de otros historiadores que han trabajado sobre las finanzas reales del siglo XVIII en la América hispánica, sugieren la importancia de los impuestos y préstamos coloniales para la supervivencia y el resurgimiento del Imperio español entero. Para comprender este proceso, es importante tener en cuenta el caso de la Nueva España, la colonia que en términos fiscales fue la más productiva del mundo en el siglo XVIII. En resumen, el análisis de las finanzas del virreinato de la Nueva España en las últimas décadas del ancien régime es significativo para la comprensión tanto de la historia colonial comparativa como para el estudio de las rivalidades imperiales entre las potencias europeas contemporáneas. Es precisamente por esta razón que nos inclinamos a creer que mirar al mundo occidental desde la perspectiva del México colonial puede demostrar ser singularmente reveladora para el entendimiento de la naturaleza cada vez más compleja de las finanzas de guerra en la era de las revoluciones atlántica
No hay comentarios.:
Publicar un comentario