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martes, 18 de abril de 2017

Sale a la luz un enorme edificio en el yacimiento tartésico de Turuñuelo de Guareña (Badajoz)

Sale a la luz un enorme edificio en el yacimiento tartésico de Turuñuelo de Guareña (Badajoz)


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Foto: Escalinata monumental de época tartésica hallada en el yacimiento del Turuñuelo de Guareña (Badajoz).SANTI BURGOS.
Fuera de contexto, la imagen de unos escalones en mitad de un gran agujero que acompaña este texto podría no decir mucho. Sin embargo, su contexto —la excavación de un enorme edificio tartésico de hace 2.500 años en la comarca de Las Vegas del Guadiana, en Badajoz— los convierte en un descubrimiento extraordinario. Y no solo porque esa escalinata monumental de dos metros y medio de altura apunta a una insólita edificación de dos plantas del siglo V antes de Cristo, la primera que se conserva de aquella época; sino porque está construida con unas técnicas y unos materiales que se pensaba que no se habían utilizado en todo el Mediterráneo occidental hasta mucho tiempo después.
La mitad de los escalones están hechos a modo de sillares, es decir, colocando unos bloques rectangulares a continuación de otros y luego unos encima de otros. Pero no utilizan grandes piezas de piedra cortada, como se hacía en construcciones similares de la época en el Mediterráneo oriental (en Grecia, por ejemplo), sino una especie de mortero de cal y granito machacado, probablemente encofrado después (la mezcla se colocaba a fraguar entre tablas hasta que se secara). Algo así como un protocemento, solo que un siglo antes de que apareciera el primer material de este tipo documentado hasta ahora: el opus caementicium del Imperio Romano.
El yacimiento del Turuñuelo de Guareña, cuya excavación arrancó en 2015, ya había sorprendido a los investigadores por su tamaño (es el más grande localizado de aquella época, en torno a una hectárea), la riqueza de materiales encontrados y su extraordinario estado de conservación. Todo tipo de joyas, puntas de lanza, recipientes, semillas, restos de tejidos, parrillas de bronce o calderos enormes prometían desde el principio arrojar nueva luz sobre la cultura de Tartesos. Una civilización prerromana que ocupó el suroeste de la Península Ibérica en el primer milenio antes de Cristo sobre la que se ha levantado todo tipo de mitos y leyendas (sobre todo, en torno a su misteriosa decadencia y su abrupto final), debido, entre otras cosas, a la escasez de restos materiales. Una escasez que la excavación dirigida por los arqueólogos del CSIC Sebastián Celestino —que también es director del Instituto de Arqueología de Mérida— y Esther Rodríguez está compensando a marchas forzadas, y eso que apenas se ha desenterrado hasta el momento el 10% de la construcción.
“Una escalinata constituye un elemento arquitectónico único de algo, además, que no pensábamos que fueran capaces de ejecutar. Existen escaleras durante la protohistoria en la Península, pero ya en época posterior. De esta cronología como máximo había dos o tres escalones de piedras y adobe para salvar un desnivel”, explica Rodríguez. En este caso, son 10 escalones (al menos; todavía puede haber alguno más) de 2 metros de largo, 40 centímetros de anchura y 22 de altura. Los cinco superiores están cubiertos por lajas de pizarra y los inferiores son los que están hechos a modo de sillares cuadrangulares con mortero de granito machacado envuelto en cal.
“Lo más sorprendente ha sido su profundidad. Dos metros y medio significa que debajo hay otra planta, que estamos accediendo a una planta superior sobre-elevada”, completa Celestino. Se había especulado sobre la existencia de este tipo de edificaciones en época tartésica, a partir de textos de la Biblia, pero nunca se había encontrado ninguno. “Este edificio será el primero que conserva las dos plantas”, insiste.
Dos caballos sacrificados
A un lado de la asombrosa escalinata, han aparecido los cuerpos de dos caballos sacrificados, perfectamente colocados en posición anatómica, con todo su herraje puesto, lo que apunta sin duda a un sacrificio ritual, pues estos animales, símbolo del lujo, no solían comerse en aquella época. Al otro lado, sin embargo, han hallado restos de una vaca que los moradores del lugar sí llegaron a consumir en una especie de festín. Los investigadores del CSIC, de hecho, cada vez ven más claro que a finales del siglo V antes de Cristo se produjo allí una gran celebración justo antes de la destrucción del edificio.
Foto: Restos de dos caballos sacrificados en el yacimiento tartésico del Turuñuelo. SANTI BURGOS.
La mayor parte de las construcciones de aquella época localizadas en el Valle medio del Guadiana –una zona que recibió grandes oleadas de inmigración desde en núcleo central de Tartesos, en el Guadalquivir y Huelva, tras una profunda crisis económica en el siglo VI— fue destruida por sus propios moradores hacia finales del siglo V, o principios del IV a.C. Prefirieron echarlas abajo antes de verlas saqueadas por los pueblos del norte, de etnia céltica, que estaban a punto de llegar.
La del Turuñuelo de Guareña también fue incendiada y después sepultada bajo arcillas sacadas del río Guadiana. Pero su formidable estructura, que incluye muros de varios metros de grosor, hizo que se mantuviera en pie pese a todo.
Ahora, el trabajo de Celestino y Rodríguez —que cuenta con el apoyo de la Secretaría General de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Junta de Extremadura y el Ayuntamiento de Guareña, y con la financiación de la Diputación Provincial de Badajoz— será seguir excavando este gigantesco edificio. La próxima campaña será en mayo y, entre sorpresa y sorpresa, intentarán vislumbrar cómo fue aquella celebración de despedida y descubrir con ello qué tipo de edificio fue el del Turuñuelo de Guareña.
La dificultad añadida es que se trata de algo completamente nuevo, muy distinto de las otras construcciones tartésicas halladas en la zona, como el santuario de Cancho Roano, en Zalamea de la Serena; o La Mata (en Campanario), con un perfil más económico. Tiene características de palacio, pero también de gran monumento funerario. “La planta de arriba, con varios altares, tiene una función ritual clarísima, pero la religión entonces estaba mezclada con todo. A partir de ahí, hay elementos que hacen pensar en el enterramiento, como el hecho de que no tenga suelos construidos a pesar de la riqueza de todo lo demás. Sin embargo, el hecho de que tenga dos plantas apunta hacia otro lado”, explica Celestino. Las respuestas irán llegando, casi con toda seguridad, a medida que la excavación vaya sacando a la luz ese otro 90% del edificio que todavía permanece enterrado entre los campos de tomates de las Vegas del Guadiana.
EL TROZO DE LANA MÁS ANTIGUO DE LA PENÍNSULA
Cuando sus pobladores quemaron el edificio del Turuñuelo de Guareña a finales del siglo V antes de Cristo, las cenizas, junto a la arcilla que utilizaron para sepultarlo después, crearon una especie de urna protectora. Esta ha mantenido en un estado de conservación magnífico gran parte de los objetos que llevan 25 siglos atrapados en su interior, desde los marcos de las puertas hasta distintos tipos de tejido.
De hecho, los investigadores han hallado fragmentos de lana (el más antiguo encontrado en la Península Ibérica) y de lino, además de varios saquitos de esparto que contenían cereales. Todos ellos los están analizando especialistas de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) dentro de un proyecto llamado Procon, que investiga la producción y uso de productos textiles en la Europa Mediterránea.
En el Laboratorio de Restauración de la Universidad Autónoma de Madrid (Secyr) se están restaurando otros importantes objetos recogidos durante a excavación, entre otros, metales como un juego de siete ponderales (piezas de medida de peso) de bronce o tres ricos ungüentarios fenicios de pasta vítrea.
Todo ello se suma a otros sorprendentes objetos hallados hasta el momento, como vasijas y platos que los lugareños construían imitando utensilios griegos o etruscos llegados a través del comercio fenicio, o una rarísima bañera de 1,70 metros de largo, posiblemente del mismo mortero utilizado en la escalinata, pero mucho más refinado.

Fuente:  J. A. AUNIÓN | El País, 17 de abril de 2017
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