El Virreinato de Nueva Granada, Virreinato de Santafé o Virreinato del Nuevo Reino de Granada fue una entidad territorial, integrante del Imperio español, establecida por la Corona (1717-1723, 1739-1810 y 1816-1819) en la última fase de su dominio en el Nuevo Mundo. Fue creado por el Rey Felipe V en 1717 dentro de la nueva política de los Borbones y suspendido en 1723, por problemas financieros, siendo reinstaurado en 1739 hasta que el movimiento independentista lo disolvió de nuevo en 1810. En 1815 fue reconquistado su territorio por el ejército del Rey Fernando VII, siendo nuevamente restaurado, hasta que el Ejército libertador logró su independencia definitiva del poder español en 1819.
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La capital del Virreinato fue Santa Fe de Bogotá. El Virreinato comprendió territorios de las actuales Repúblicas de Colombia, Ecuador, Panamá, Costa Rica y Venezuela, además de regiones del Norte del Perú, Brasil y el Oeste de Guayana. Tuvo 18 Virreyes, siendo el primero, Antonio Ignacio de la Pedrosa y Guerrero, aunque fue interino. El primer Virrey que tomó posesión oficialmente del cargo fue Jorge de Villalonga (1719 y 1724), año en que el Virreinato se disolvió por el mismo Villalonga, quien lo consideró ineficaz e incompetente, dejando así al Virreinato en reposo por 16 años consecutivos (1740).
Antonio de la Pedrosa
Antonio Ignacio de la Pedrosa y Guerrero, señor de la Villa de Buxes, fue comisionado por Carlos III para fundar y organizar el Virreinato de la Nueva Granada, el 27 de mayo de 1717. Con anterioridad había desempeñado altos cargos en aquella zona de América, actuando en política y en asuntos administrativos desde su puesto como Fiscal de la Audiencia de Bogotá. Fue abogado, Consejero de Hacienda y miembro del Consejo de Indias. Su Gobierno abarcó poco más de un año: desde el 13 de junio de 1718 hasta el 25 de noviembre de 1719.
Virrey Antonio de la Pedrosa
El Real Decreto creando el Virreinato decía:
“He venido a elegiros y nombraros como por la presente os elijo y nombro para que en mi retención de propiedad de la plaza que en el dicho mi Consejo de la Indias obtenéis al presente y estáis ejerciendo paséis luego a la ciudad de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada y demás partes que convenga, a fin de establecer y fundar en ella el dicho Virreinato y reformar todo lo que fuese necesario, dando por su reglamento y para lo demás que conduzca a mi Real Servicio todas las órdenes y providencias que tuviereis por más convenientes”.
Es justo reconocer, como así lo han juzgado algunos historiadores colombianos, como José Manuel Groot:
“Que, aunque a Antonio de la Pedrosa le nombraran Virrey con carácter interino, lo fue positivamente, y se le debe dar tan alta jerarquía en virtud de que su labor fue superior a la de la mayoría de los Virreyes titulares. Es decir, que Pedrosa y Guerrero fue Virrey de hecho y como las facultades que llevaba le permitían asumir las funciones propias de tal cargo y ejercerlas en las circunstancias expresadas en Reales Cédulas y en el Título que se le expidió, es evidente que no sólo fue Virrey de hecho, sino que pudo serlo de derecho, por lo cual no hay razón alguna que justifique el comenzar con Jorge de Villalonga la serie de Virreyes de Nueva Granada”.
El nuevo Virreinato comprendía además de toda la Provincia de Santa Fe, las de Cartagena, Santa Marta, Maracaibo, Caracas, Antioquía, Guayana, Popayán y San Francisco de Quito.
Gobernanza
Antonio de la Pedrosa, que en aquél entonces se encontraba en España, embarcó en Cádiz en El Príncipe de Asturias, con el fin de asumir el nuevo puesto, llegando a Cartagena de Indias en mayo de 1718 y a Santa Fe el siete de julio, donde fue recibido con todos los honores por los principales dignatarios de la Audiencia, entre los cuales figuraba, en primer lugar, su Presidente, el Arzobispo fray Francisco del Rincón. Al tomar posesión del Virreinato, tomó también posesión de los puestos de Capitán General del Reino y el de Presidente de la Audiencia, cesando automáticamente el Arzobispo Rincón
Una de las primeras medidas de depuración que Pedrosa llevó a efecto fue para reprimir los abusos cometidos por los Oficiales Reales, que permitían el contrabando de mercancías que llegaban a puerto a cambio de determinado porcentaje de comisión. Se vio obligado a destituir a la mayoría de ellos de su empleo y sueldo, así como al escribano del Registro, Ignacio Sánchez de Mora. También evitó el tráfico ilícito que se hacía con toda clase de monedas, en negocios realizados a costa del comercio de la compra y venta de esclavos; contra la sustracción de minerales; en fraudes que se cometían con los artículos alimenticios, etc. Pronto corrió la noticia de su energía y celo para contener a los poco escrupulosos. Rápidamente envió el Virrey copia de las Cédulas Reales a Gobernadores, Corregidores, Oficiales Reales, Obispos, Cabildos y altas autoridades, sustituyendo a los funcionarios civiles que habían delinquido o que no habían cumplido de una manera conveniente las disposiciones administrativas ordenadas por la Corona. Dispuso que se cancelaran provisionalmente las Audiencias de Panamá y de Quito.
Una vez restablecido el orden, se dedicó minuciosamente a revisar los expedientes que trataban de los atropellos cometidos contra el Presidente de la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, Francisco Meneses y Bravo de Sarabia, depuesto arbitrariamente y perseguido con encono. Era hijo del que fue Gobernador de Chile en tiempos del conde de Lemos, y aunque no cometió las atrocidades de su progenitor, quien llegó incluso a ser condenado a muerte, bordeaba también la ley y era receptivo a toda clase de desmanes. No obstante, los Oidores que dependían de él en la Audiencia de Santa Fe, auxiliados por otros elementos ambiciosos y hambrientos de poder para poder desenvolverse a su antojo, tramaron una conspiración, acusando a Meneses de beodo y de extraer ingresos de la Corona. Basándose en estas acusaciones lo metieron en prisión, en el castillo de Bocachica, en Cartagena de Indias, embargándole sus bienes, que fueron vendidos en una fingida subasta y mal adquiridos por sus enemigos a precios ínfimos.
Antonio María Casiani, Obispo de Cartagena, intervino en su favor, solicitando que fuese liberado a la mayor brevedad posible, ofreciendo fianza y amenazando con la excomunión a los que pretendían iniciar un proceso al Presidente depuesto. Esta triste situación de Meneses pudo finalmente remediarse gracias a la intervención del Virrey Pedrosa, que apenas desembarcó en Cartagena ordenó que fuese liberado y ocupara de nuevo los cargos de Presidente de la Audiencia, Gobernador y Capitán General, indicando al mismo tiempo en Cédula Real en la que se disponía se embarcara para España en uso de licencia a la mayor brevedad. Una vez tomada esta medida, Pedrosa formó expediente a los Oidores y Fiscal de la Audiencia, autores del atropello, decretándose posteriormente su expulsión y embargo de sus bienes, llegando la sentencia con la reclusión a algunos de ellos. En carta de Pedrosa a Miguel Fernández Durán, marqués de Tolosa y mayordomo de Semana de Carlos III dice:
“Teniendo noticia de la forma en que los Oficiales Reales habían procedido a la venta de los bienes de Meneses, ordenó a aquéllos que remitiesen a España los autos originales, dejando en Santa Fe testimonio de ellos, para que en su vista el Rey y el Consejo de Indias mandasen lo que tuviesen por conveniente y que en el interior suspendiesen la venta, excepto de lo que pudiese deteriorarse, y que el producto íntegro se depositase en las Cajas Reales”.
Pedrosa, al asumir el cargo, se encontró con una completa desorganización administrativa; abandono de la higiene pública y en las minas, lo cual era muy frecuente en aquellos territorios tan lejanos, cuando no existía un dirigente hábil e inteligente, a la par que trabajador, para vigilar a sus subordinados el estricto cumplimiento del deber. En las minas extinguió las encomiendas de indios, de carácter personal, disponiendo que no se repusiesen las quedaran vacantes. Hizo que se desplegase la mayor actividad posible en la extracción de minerales, vigilando los ingresos monetarios que correspondían a las Arcas Reales. Además de luchar contra el fraude, aumentó los ingresos de la colonia, nombró superintendentes en las Provincias, y trabajó en las fortificaciones de Cartagena.
Fomentó la agricultura, importando ganado para la procreación en otros territorios americanos. Aumentó los salarios de los trabajadores, preocupándose de que fueran atendidos en caso de enfermedad. Arregló las calles de las principales ciudades y se sirvió de los religiosos para que se practicara la enseñanza, sin distinción de razas.
Con el fin de facilitar las comunicaciones y proteger el comercio, Pedrosa hizo que se organizaran correos y carruajes adecuados, entre Santa Fe y algunas Provincias. Mediante providencias que fue redactando, se pudo reglamentar el percibo de rentas e impuestos, contrastando con el estado deplorable en se encontraban las Cajas públicas a su llegada a Cartagena y a Santa Fe, pues por todo caudal éstas tenían 19 reales de plata. Fue tal su celo y vigilancia e interés en temas administrativos, que poco antes de cesar en su cargo, remitió a España, para engrosar las Arcas Reales la cantidad de 50.000 pesos, aparte de haber efectuado importantes remesas a Cartagena, la Guayana, Santa Marta y otras ciudades y departamentos militares.
Organizó el Ejército, creo una policía eficiente, que fue temida y respetada y que pudo cumplir su misión sin coacciones ni dádivas. Dispuso que se construyeran nuevos edificios para hospitales, escuelas y residencias de trabajadores de clase humilde. Tuvo que resolver enojosos incidentes, afianzando su voluntad como Gobernante, muchas veces en contra de su propio criterio, tan sólo con el fin de que se cumpliese la ley.
Durante su actuación se vio obligado a destituir al Mariscal de Campo, José Hurtado de Amézaga y Zabala, marqués de Riscal, “el cual se había apoderado violentamente del Gobierno de Panamá, medida que fue aprobada por la Corte”.
El mayor censor que tuvo Pedrosa sobre su labor en la Nueva Granada fue sin duda Jorge de Villalonga, su sucesor en el Virreinato, aunque no fuesen justificadas sus acusaciones, debidas tal vez al despecho de que ocupara un puesto que consideraba le pertenecía. No hay que culpar de ello a Pedrosa, sino en todo caso al Rey, que prefirió que siguiera al frente del Virreinato que él mismo había organizado. En todo caso el Monarca no debió arrepentirse, pues Pedrosa cumplió con su cometido, creando el Virreinato para que otros después de él lo Gobernaran más fácilmente.
Se insiste de nuevo que a Antonio de la Pedrosa se le ha de considerar como en primer Virrey de la Nueva Granada; en sus documentos firmaba como tal, y aunque la Audiencia protestó en cierta ocasión, tuvo que someterse, en vista de que el Rey y el Consejo de Indias no ponían ningún impedimento.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
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