Motín en las islas Marianas (II)
El destino de la división al mando del capitán de navío Roque Guruceta Aguado cambió al recalar en las islas del Pacífico. Los buques nunca volvieron a España. Los amotinados del navío Asia, del bergantín Constante y del Aquiles se dirigieron a las costas americanas.
Casi todos los oficiales, junto a los individuos que permanecieron fieles a sus comandantes, fueron abandonados en Guam. Embarcaron en dos fragatas inglesas rumbo a Filipinas. Eran balleneras, por lo que, en el estrecho de San Bernardino, tuvieron la oportunidad de ver cómo pescaban una ballena de extraordinarias dimensiones.
Cuando llegaron a Manila, el comandante general del Apostadero de Marina ordenó instruir una sumaria, para averiguar qué había ocurrido.
El 6 de noviembre de 1825 entró en la bahía de Cádiz la fragata mercante Sabina, procedente de Manila, tras 6 meses y 11 días de navegación. En ella volvía la mayor parte de los oficiales, así como otros individuos de los tres buques. Sin embargo, el comandante Guruceta permaneció en la capital del archipiélago algún tiempo más para restablecer su salud.
Ese mismo mes el secretario de Estado y del Despacho de Marina mandó investigar el suceso de manera detallada para conocer cuál había sido su origen y quiénes los principales motores. Asimismo, se dejarían de pagar las asignaciones a la tropa, marinería y oficiales de mar amotinados, o las que correspondían a los que se fueron con ellos; y si volvían a algún territorio español, serían apresados.
Tras examinar la causa formada en el Departamento Marítimo de Cádiz, por Real Orden de 15 de enero de 1827 se declaró a los comandantes de los buques y a los oficiales libres de todo cargo y aptos para el servicio; no obstante, se tenía que aclarar la conducta del capellán José Méndez, que había tenido noticia de la sublevación antes de que se produjera. Se premiaba la actuación del timonel Domingo López que ayudó al oficial Antonio Doral Anuncibay a defender al comandante del Asia. También se agradecía al brigadier de Ejército Mateo Ramírez, que regresaba a la península en el citado navío, su actuación durante el levantamiento. Según las declaraciones de los testigos, había quedado claro quiénes eran los cabecillas. Se formó una larga lista: el oficial de mar José Rodríguez, el soldado de Infantería de Marina Francisco Mena, el timonel Domingo Cartas, los marineros americanos Manuel Martorel, Francisco Reguera…
¿Qué fue de los buques?
El capitán general de la isla de Cuba envió copia de la Gaceta Extraordinaria de México de 15 de junio de 1825, para conocimiento del monarca, cuyo real ánimo sentía sobremanera contristar, al ser quizá la primera noticia que se tenía de la situación de los buques. Y todo apunta a que así fué. Las autoridades eran conscientes de la gravedad de la situación cuando en el continente, sin contar Cuba y Puerto Rico, ya solo quedaban algunos reductos españoles. No solo se perdían territorios, también buques.
Había tenido lugar la capitulación del Asia y del Constante, realizada por el teniente de fragata José Martínez ante el gobernador militar de Monterrey Luis Antonio Arguello el 1 de mayo. Las tripulaciones, guarnición de Infantería de Marina y destacamento de brigadas de Artillería reconocían la independencia de los Estados Unidos Mexicanos. Se entregaban los buques poniendo la condición del pago de los sueldos atrasados, que fue aceptada por México. Además, se estipuló que los miembros de la tripulación que quisieran, podían volver a España. En el tratado de capitulación figura uno de los pocos relatos del suceso cercano a los amotinados. El autor es el mencionado teniente de fragata. Fue retenido para dirigir la navegación y accedió a este ímpetu inesperado de fuerza. Finalmente, se convirtió en uno de ellos, según se desprende del citado tratado.
Señalaba las siguientes causas de la rebelión: la falta de pagas y los escasos medios para habilitarse de sus indispensables surtimientos de tabaco, jabón, etc. Pero también, el mal trato recibido desde su salida de España para el mar Pacífico.
A todo ello cabría añadir, como quedó recogido en los procesos judiciales, que entre la marinería había oriundos de los territorios americanos, quienes estaban imbuidos por el espíritu de la independencia.
En 1828, el comandante general de Marina del Apostadero de La Habana supo que el Asia había recibido el nombre de Congreso Mejicano.
Si bien hubo un intento de incorporar el Aquiles a las fuerzas navales de México, fue entregado a las autoridades chilenas en Valparaiso por Pedro Angulo Novoa, uno de los cabecillas de la sublevación.
Como ya apuntamos, no todos los oficiales pudieron desembarcar. El médico Nicolás Marasi, aunque no tomó parte en la rebelión, fue obligado por la fuerza a permanecer en el Asia para atender a los heridos.
Su mujer María Dolores Navarro había acudido a las autoridades de Marina para que le pagaran el sueldo que había dejado de percibir. Por ello, suplicaba al rey clemencia para seguir recibiendo el único recurso que le dejó su esposo para subsistir.
Presentó las declaraciones de varios oficiales que confirmaron que no participó en la sublevación y que mantuvo una conducta irreprensible. Fue imposible.
Hasta que no se presentó el propio cirujano en Manila, tras la capitulación del buque, no pudo probar su inculpabilidad en forma debida. Se formó sumaria. Demostró que su conducta había sido acreedora del real aprecio, por lo que fue readmitido.
Otras familias no tuvieron la misma suerte. Josefa Nadar y Antonia de Mesa, consortes de Simón y José Martínez, herrero y carpintero respectivamente del Asia, también solicitaron el pago. Pero no pudieron justificar que sus maridos se habían mantenido siempre fieles. Ellos corrieron la misma fortuna que los buques, para desdicha de sus familias.
Los expedientes personales de los oficiales que se vieron involucrados en este suceso se encuentran en el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán (Viso del Marqués).
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