La palabra, de origen inca, Korikancha deriva de Kori que significa “oro trabajado” y Kancha “lugar cercado limitado por muros”. Por consiguiente, KoriKancha viene a significar “lugar cercado que contiene oro”.
Este templo incaico, pre-colombino, ocupaba más de la mitad del ancho de la actual Iglesia de Santo Domingo en Cuzco. Cuenta el Inca Garcilaso que se atribuye el edificio del templo al rey Inca Yupanqui, abuelo de Huayna Cápac, no porque él lo fundase, que desde el primer inca quedó fundado, sino porque lo acabó de adornar y poner en la riqueza y majestad que los españoles lo hallaron. El templo de Koricancha fue labrado de cantería llana, muy prima y pulida.
Las piedras que componen el templo tienen un leve almohadillado en los lados que expresan la sobria estética de los incas. Antiguamente no existía el atrio triangular que sirve de entrada al templo colonial y el muro giraba en ángulo recto hacia la calle Ahuacpinta, la cual aún conserva un tramo del muro original de casi sesenta metros de largo. En el lado opuesto a esta calle, el muro se hace curvo al girar más de 90 grados, y continúa con una curva suave que fue cortada durante la construcción del templo. El muro del Koricancha coronaba un sistema de andenes que bajaban hasta el río.
La base de la composición inca para la construcción del templo, fue la cancha, patio alrededor del cual se disponían varios recintos de planta rectangular.
La primera que estaba junto a Intipampa, contenía los edificios principales del culto al Sol y a otros dioses del panteón inca; mientras que en la segunda ubicada frente a esa plaza se veneraba a Punchao, (una representación del Sol que consistía en una estatua de oro puro de la altura de un niño de diez años) que permanecía allí durante el día, y en la noche era llevado a la plaza para su veneración. El ídolo “dormía” acompañado por numerosas ñustas en una edificación vecina, fuera de la cancha, para luego ser devuelto a su lugar inicial por la mañana.
Según Juan Diez de Betanzos, el cronista biógrafo del Inca Pachacútec, fue éste quien “…con el cordel midió y trazó la Casa del Sol”. Se construyeron, al menos, dos canchas o recintos hacia el fondo de la parcela, una detrás de la otra, y quizá otras más pequeñas para funciones de servicio que no se han conservado.
Cabe resaltar que en el lado oeste de la cancha o recinto principal existían dos edificios medianos techados a dos aguas, y en el lado este, otros dos más pequeños con el mismo techado. El labrado de la piedra en estos edificios (o en lo que ha quedado de ellos después de la construcción del convento colonial, los sismos y las reconstrucciones,) es aún muy fino.
Los aposentos (nombre usado por Garcilaso) sirvieron para que la jerarquía religiosa se reuniera. Allí también se recibía al Wilaq Umo o sacerdote mayor. Al fondo del patio se ubicaba el aposento mayor, del que hoy sólo quedan algunos cimientos.
Estudios realizados en el lugar afirman que este aposento fue un espacio amplio de dos corredores formados por un muro central que sostenía la cumbrera. Los hastiales o mojinetes se hicieron en adobe como en todos los edificios incas, y los techados se ejecutaron con estructuras de madera y cobertura de paja.
El frontis era un hermoso muro proveniente de la más fina cantería, decorado únicamente por una banda continua de oro puro de una palma de alto, a tres metros del suelo, y un techo de paja fina y delicadamente cortada.
En uno de los bloques de la segunda hilada se observan tres agujeros que pudieron ser utilizados para evacuar las aguas de las lluvias del patio interior, o como salida de la chicha que se ofrecía como ofrenda.
Dentro del templo no sólo se veneraba al Sol, sino a otras deidades menores como la Luna y Venus. Según el Inca Garcilaso de la Vega, el local mediano de la esquina noroeste del templo era dedicado para el culto a la Luna, y el siguiente era para Venus, y algunas constelaciones. Al otro lado del patio, en dos recintos menores, se rendía culto al Trueno (Illapa) y al Arco Iris (Cuychi).
koricancha.Dibujo cosmológico hallado en el Templo de Koricancha
El Inca Garcilaso señala también que dentro de este templo se encontraban los cuerpos embalsamados de los hijos del Sol puestos por antigüedad en sillas y sobre tablas de oro, las paredes estaban cubiertas de arriba abajo de planchas y tablas de oro. En el testero que llamamos altar mayor tenían puesta la figura del sol, hecha de una plancha de oro, el doble más gruesa que las otras planchas que cubrían las paredes. La figura estaba hecha con su rostro en redondo y con sus rayos y llamas de fuego todo de una pieza.  Era tan grande que tomaba todo el testero del templo, de pared a pared. Sobre la imagen o ídolo del Sol del Koricancha, conocido en lengua nativa como Punchau, se debe diferenciar dos tipos: uno que se guardaba en el interior y que era de forma humana “hecha de oro excepto el vientre que estaba lleno de una pasta de oro molido y amasado con las cenizas o polvos de los corazones de los Reyes Incas” (Bernabé Cobo). Otra imagen había en forma de disco que cubría la rotonda exterior del edificio del Koricancha, que “era de oro finísimo, con gran riqueza de pedrería y puesto al oriente con tal artificio que, en saliendo el sol, daba en él, [y] como era el metal finísimo, volvían los rayos con tanta claridad que parecía otro sol” (José de Acosta). Según señala el cronista Pedro Cieza de León: “El gran disco solar de oro tenía un diámetro como la rueda de un carro y un dedo de espesor”.
Además, pendientes del techo colgaban multitud de cristales que, con el movimiento que provocaba el viento, al colarse en su interior, se producía un arco multicolor que regaba las paredes de la estancia. Allí, en medio, se sentaba el inca, como centro y motor del universo, albergado por la capa multicolor que sobre él se ponía. En este sentido, Guaman Poma de Ayala nos relata, en su obra “Nueva Crónica y Buen Gobierno”, que: “…Curicancha tiene todas sus paredes cubiertas de oro finísimo y en lo alto del techo estaban colgados muchos cristales y a los dos lados dos leones apuntando al sol. Alumbraba de las ventanas la claridad de las dos partes… entraba el viento y salía un arco que ellos les llaman cuychi (arco iris). Y allí en medio se ponía el Ynga, hincado de rodillas, puestas las manos, el rostro al sol y a la imagen del sol y decía su oración”.
En el centro del Koricancha había un jardín donde los árboles, las flores, animales y personajes se reprodujeron en gran escala. Era regado a mano por agua que traían a cuestas las acllas, y adornado tres veces al año con mazorcas de maíz y frutos de oro que las mismas ñustas colocaban en tiempos de siembra, cosecha o cuando los jóvenes se hacían guerreros en la fiesta del Huarachicuy.
El Koricancha no sólo albergaba los principales dioses del panteón inca, sino que tenía una proyección mágico-religiosa cuyo fin era el de sacralizar la geografía del Tahuantinsuyo. Por ello, del centro de la cancha o recinto principal, inticancha, partían los ceques, que son las líneas virtuales que comunicaban el templo con los espíritus que moraban en las montañas (apus), ante quienes, aún los poderosos incas, inclinaban su cabeza.
También estaban ligados a las cumbres, obras, manantiales, salientes rocosas, marcadores astronómicos y puntos principales del paisaje cusqueño. Hasta el momento se conocen 327 ceques, 21 de las cuales se ubicaban en la pared perimétrica del templo o en los frentes de las calles cercanas.
En definitiva podríamos asegurar, sin duda, que la arquitectura incaica de Koricancha estuvo en función del movimiento de los astros en el firmamento y su aparición sobre el horizonte. A través de ventanas o puertas se observaban en los contornos de las montañas vecinas la salida y puesta del sol, asimismo se estudiaba el desplazamiento de luces y sombras proyectadas sobre las paredes. Sobre los cerros que rodean al Cuzco, construyeron pilares que indicaban los cambios de estación, empleándose para dividir el año solar en doce meses.
La armonía del culto en este lugar sagrado fue quebrada en la mañana del 15 de noviembre de 1533, cuando Francisco Pizarro entró en Cuzco con sus tropas. Entonces llegó un nuevo Dios al “ombligo del mundo inca” que sería impuesto a los indígenas sin ningún miramiento ni contemplación, saqueando el oro y la plata que encontraban en las casas principales y en los templos. Así, al poco tiempo de la llegada de los españoles, la “ciudad sagrada de los incas” fue saqueada. Los incontables y exquisitos tesoros de los templos y palacios, incluido los del Koricancha, pasaron a las manos ávidas de oro de los conquistadores. Sueños de riqueza se hacían realidad en la capital del Tawantinsuyo.
Los hombres de occidente, principalmente españoles, no dejaron nada. El despojo fue total y el Koricancha, que contenía ingentes cantidades de oro, fue el blanco preferido de los soldados hispanos. Sus veneradas imágenes, incluyendo las respetadas momias de los incas, fueron sacadas del templo como ordinarios botines de guerra, sin ningún tipo de consideración y ante la indignada impotencia de los indígenas.
Koricancha era el templo más importante del Cuzco pre-colombino y estaba dotado de una buena financiación y de todo tipo de servicios para el pueblo. Para atraer el favor del Dios Sol, los incas no sacrificaban a seres humanos sino, tan solo, animales de distintas especies. En este sentido se diferenciaban de los aztecas y de los pueblos pre-incaicos andinos que sí sacrificaban a seres humanos para aplacar la cólera de los dioses y que éstos les fuesen favorables e incluso practicaban el canibalismo. Pedro Sarmiento nos dice que Pachacuti Inca Yupanqui: “dotó de venta de tierras, ganados y servicios, especialmente de mujeres, que vivían en el mismo Templo del Sol de Cuzco (Koricancha) a manera de monjas…”.
El P. Blas Valera, hablando de las Antigüedades del Perú y de los sacrificios que los incas hacían al sol dice que: “ los incas hacían grandes sacrificios al sol, de ovejas y otros animales, nunca de hombres, como falsamente afirman algunos cronistas”. (Com. Reales I, lib. II, cap. X). Cieza de León declara, en este sentido, que: “ Publican unos y otros…que mataban, en días de fiesta, mil o dos mil niños y mayor número de indios; y esto y otras cosas son testimonios que nosotros, los españoles, levantamos a estos indios, queriendo, con estas cosas,…encubrir nuestros mayores yerros y justificar los malos tratamientos que de nosotros han recibido. No digo que no mataban hombres y niños en tales sacrificios (pero en siglos anteriores). Animales y de sus ganados sacrificaban”. (Crónica II, pág. 100). El mismo autor describe, en otro capítulo, las ceremonias del capac cocha que era: “ofrenda que se pagaba en lugar de diezmo a los templos” y en cuya ocasión se sacrificaban millares de animales, sobre todo corderos, ovejas y aves, como en las demás grandes fiestas oficiales” (L. c. pág. 117).
koricanchaRestos en el interior de la Iglesia de Santo Domingo del templo Koricancha
A mediados del siglo XVI, encima del templo inca, se construyó el convento e iglesia de Santo Domingo de Cuzco, gracias a la donación hecha por Juan Pizarro, hermanastro de Francisco Pizarro, al dominico Juan de Olías, primer prior del Convento, después de haberlo recibido en la repartición de solares ocurrida en octubre de 1534. Fray Olías puso en marcha este convento dominicano junto con un grupo de padres dominicos procedentes de México. Aún, hoy en día, podemos admirar los hermosos bloques de piedra finamente labrados del templo inca, los cuales contrastan con el estilo barroco de la construcción católica, siendo un claro ejemplo de la fusión cultural entre estos dos mundos, que después de su brutal encuentro, dieron a luz una singular ciudad mestiza. En ningún otro sitio de América puede apreciarse mejor el íntimo nexo entre el pasado indígena y el hispánico.
Sabemos que la ciudad de Cuzco estaba muy bien comunicada según constatan diversos cronistas de la época. Juan Botero Benes hace mención de estos caminos y los pone en sus Relaciones universales por cosa maravillosa, y aunque en breves palabras, los pinta muy bien, diciendo: “De esta ciudad de Cuzco hay dos caminos o calzadas reales de dos mil millas de largo, que la una va guiada por los llanos y la otra por las cumbres de los montes, de manera que para hacerlas como están fue necesario alzar los valles, tajar las piedras y peñascos vivos y humillar la alteza de los montes. Tenían de ancho veinte y cinco pies. Obra que sin comparación hace ventaja a las fábricas de Egipto y a los romanos edificios”.
En definitiva, el templo Koricancha es un ejemplo de arquitectura inca. A esta creación inca se le ha incorporado la obra de un complejo estructural colonial con la llegada de los españoles al Perú a principios del s.XVI.
Varios terremotos han dañado la iglesia de Santo Domingo, pero el sótano, construido de bloques de piedra colocados entre ellos, ha resistido con éxito gracias a la solidez de la arquitectura incaica. Muy cerca del Koricancha se encuentra un museo subterráneo que contiene una serie de interesantes piezas, incluyendo momias, textiles y los ídolos sagrados de la civilización inca.
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