Hilma Contreras y sus querellas de amor con Segundo Serrano Poncela
28 de marzo de 2016 - 6:00 am - 0
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Hilma continúa leyendo, y releyendo las líneas de este ensayo de Ortega y Gasset que, particularmente, me ha fascinado, y añadido a mis expectativas para conocer ¿Qué es el amor?, lecciones psicológicas de trascendencia, para enfrentarme a las contingencias de estar sola, y permanecer sola, y a solas.
No sé si en el amor una pueda tener alguna “querella” espiritual, si el estado del alma -cuando se cree amar- forzosamente nos lleva a provocarnos sobresaltos, alegrías, pasividad, espasmos que de ordinario hacen de la dicha del estremecimiento pasional un ánfora de sentimentalidad. Tampoco sé, si -de ordinario-, amar es una manera de afirmar nuestra existencia, porque el “enamoramiento” emana, se siente como un dominio sobre los sentidos, y hace que los sentidos vayan convulsionando sin interés de atender a otra persona. Cuando el amor se edifica en la tristeza se hace un quebranto, una preocupación, un desamparo, algo anómalo, una inconsciencia, un sufrimiento cuya fuerza es incontenible, una tiranía en la piel, un duelo que se lleva por doquier. Cuando el amor es la sensación más inmensa de estar en el mundo,
todo se hace eterno, excesivamente eterno; se imagina que la divinidad es el otro, que se respira el aire como si se deseara emprender un viaje a un paisaje idéntico al paraíso. Cuando el amor es ausencia o lejanía es un tormento, un desgaste de las emociones, un fenómeno psicológico que atenta contra los cantos del amor, contra lo hipnótico de esa compleja locura que se adueña de los sueños de una, que empuja a la quietud, a la supresión de todos los espacios en los cuales no se tenga la más mínima curiosidad de ir. Cuando el amor se hace un desencanto despertamos de las apariencias de las cosas, dejamos de ver el horizonte como antes, todo es una sombra en tránsito, un prejuicio hacia el futuro, el tiempo perdido, los anhelos confundidos con lo que no fue. Cuando el amor es erótico, la pasión es un acto sin gravedad, porque la realidad gobierna todas las energías del cuerpo; es frenético, accidental e incidental, nada sosegado, sino conjuro del éxtasis, arrojo, fuego, desatención a lo ordinario y a los días, fijación con el deseo. Cuando el amor es un cántaro de quietud, lo íntimo se hace puramente eterno, un ensimismamiento, verdadero deleite con lo incorpóreo, belleza sin embriaguez, la gracia de contemplar al mundo como una brisa vespertina donde descansan los sentidos; este amor sólo se siente en primavera, y da la impresión de bienestar al alma, no da sorpresas porque no se origina en ningún arrebato, existe, sí existe, sublime; hace levitar porque no va de brazo con lo erótico; no quiebra lo ideales, no se sostiene en los recuerdos, sino en los atributos del instante. Cuando el amor es un hostigamiento, estamos ante la punta del lanza; todo es un holocausto, un dolor de cabeza, una precaria vida, una perturbación, el egoísmo de los sentimientos llevado a lo máximo, y el desinterés de acudir a cita alguna. Cuando el amor es una aptitud, un pensamiento, se nutre de las confesiones; se aloja en el miedo, en el fracaso, en la lucha de los contrarios, en las feroces fuerzas del dominio, y se convierte en una maldita sensación que desdeña al corazón, se teje sólo de lecturas y experiencias fallidas. Cuando el amor es un valor aprendido, se hace una individualidad secreta, un azar extraño, una contracorriente, una mirada que no refleja los contornos de ese enigma milenario al cual se llama amor, que se hace conveniencia cuando se anhela solo desde el pensamiento, cuando se finge conocerlo, sin dejarse influirse por su voluntad de posesión. Cuando el amor se hace letra muerta, es porque carecía de libre albedrío; se imaginaba, se provocaba desde la inteligencia y el intelecto, pero no era más que un ademán; un falso entusiasmo que se dirigía –aparentemente- a un amor auténtico que se esperaba o se buscaba. De golpe este amor, llega desprevenido, en un descuido nuestro; penetra en nuestros sentidos hasta engañarnos, asciende a la latente necesidad de entregarnos; fluye, se suspende, se irrita, se hace ímpetu, y desemboca en la ruina del ser. Este es el más irracional del amor, porque no se hace compromisario del querer con el otro; se hace error, fastidio al final, porque rompe al Universo con sus disfraces, porque viene adscrito a la duda, ya que no gusta de la “palabra de honor”. Cuando el amor sólo provoca el objeto del deseo en el otro, el amor, las pupilas, los labios, las manos se hacen coincidentes con las pupilas, los labios, las manos de la otra persona. Es el amor que sabe avanzar hacia el sexo, y que
eficazmente embelesa, y entusiasma, y es tan expresivo que casi siempre se hace un valioso aperitivo para todas las horas. Es el amor menos meditativo, porque se basta a sí mismo con lo erótico, con precipitarse a las caricias, con sucederse sin contar con el tiempo. Está lleno de símbolos, de fronteras, de evoluciones, de raras apetencias. Es el que refresca a la vida, el que se goza sin esquemas, el que persiste sin importar de dónde provengan sus aguas; es el que se hace fruta prohibida, que se hace transeúnte, sin fidelidad, porque su continuidad no depende de la solidaridad. Este es el amor burgués. Cuando el amor no se ajusta a las diferencias de carácter, es un paréntesis, un ensayo intrascendente, es fallido porque no admite cuestionamientos ni porqués. Procede de un anónimo encuentro, no supone nada en la ecuación de un compromiso, resume una mecánica, una contingencia, una falsa expectativa; no se elige, pero llega, aludiendo a cosas que no traen afinidades a los amantes; es un amor de circunstancias, de equivocación, inusual, torpe, que presume un poco de erótico. Pero la verdadera joya del amor, es la que sólo llevamos en el interior, la que no tiene formas excesivas de definirse, ni credenciales psicológicos para construir su perfil. Es el amor que es, el que está ahí, el que sin diversos matices tiene el color de un matiz único, es el que surge de la admiración mutua, porque no sustituye a la imaginación, que es “perfectamente” un momento del alma, sensualidad habitual, un destino discreto, una aquilatada conciencia que nos transfigura los rostros y a la esencia que somos nosotros, y que arrojamos a la eternidad. ¿Qué es el amor?– No lo sé. Llevo años en esta emprendedora pregunta, de la cual he vivido pendiente, o casi siempre pendiente, pero que letalmente me ha lastimado. La “elección amorosa” existe y no existe, a la vez, porque nos adaptamos a lo que llega, a lo que se va forjando. De ahí, que una aproximación para conocer “¿Qué es el amor”? desde la feminidad es esta Carta que transcribo de mi amiga la escritora Hilma Contreras (1910-2006), que remitió al exiliado español y catedrático universitario Segundo Serrano Poncela (1912-1976) en el transcurso de su “amistad amorosa” en 1941:
“Debo de quererlo mucho cuando quebranto mi decisión y vuelvo a escribirle. ¿Por qué me ha replicado Ud.? No terminaremos a ese paso. No me he sentido con valor ni siquiera para guardar silencio hasta hoy, y le llamé ayer. Nunca he creído firmemente que podría remediar su desastre interno, amigo mío; sobre todo últimamente, porque a pesar de mis sinsabores y de la acritud de la vida para conmigo, yo he conservado una frescura espiritual que defiendo y defenderé contra viento y marea. Siento por ella veneración: es lo único bueno que me ha dado Dios y me he permitido conservar; lo único eternamente triunfante en mí. Ud. no puede comprenderlo. Ud. comienza a contrariarlo la vida ahora, mientras yo nací contrariada y empiezo a respirar ahora. Mis silencios, mis reservas y mi espontánea confianza en Ud. le han edificado una falsa imagen de mi carácter.
“Yo lo amo a Ud. con todo el ímpetu de mi corazón virgen, como no amaré tal vez nunca más; pero es un amor luminoso, alegre que se acomoda al renunciamiento y se contenta con verlo y soñar que pueda abrazarlo algún día. Pero nada más. Sí, amigo mío, a pesar de mis cartas tan locas, a pesar de mi tardío despertar, a pesar de calmarme Ud. toda, es tal mi juventud de alma, que me resulta insoportable todo aquello que pueda avergonzarme. Yo nunca me he avergonzado, y no quiero avergonzarme. Yo lo sé, lo recuerdo bien: ayer apenas, en mi desesperación ante su derrumbe, me ofrecí en holocausto; más fue impulsada por la fe en Ud.
“Es cierto, yo no lo he estimulado y nada, no le he pedido que haga nada. ¿qué iba a pedirle si estaba en la espera emocionada de lo mucho que Ud. prometía? Yo no sé pedir; mi dicha maravillosa consistirá precisamente en que sin saberlo Ud. me estaba cristalizando los anhelos anidados en mi pecho: el amar a un hombre de la fuerza moral y del talento suyos. Si no, me habría enamorado antes de cualquier tonto y hasta me había anclado en el matrimonio.
“Ni tira y afloja, dice Ud.; claro, cómo sería de otro modo! Aflojo cuando me turban mis reclamos y yo misma clamo por la vida, y tiro cuando temo por mi frescura. No está muy claramente explicado; pero me faltan las palabras; no encuentro cómo decírselo. En cambio comprendo bien su situación; a mí tampoco me importa nada el contrario ni sus necedades, los grandes problemas antes apasionantes, me son casi indiferentes frente a su cariño y a mi vida sin resolver; pero verdaderamente, ¿dónde está el poder en mí, cuando Ud. mismo lo reconoce relativo? ¿qué puedo yo, si nada le daré completo? ¿quiere Ud. que por una dudosa probabilidad de mejoría, como una transfusión de sangre en caso desesperado, me eche a sus brazos para despreciarme después yo misma, sobre todo si el éxito no corresponde a la ofrenda? ¿Llega a tanto su egoísmo? Nos hemos encontrado dos egoístas; encuentro infecundo, amor mío, aunque yo lo sea menos y sólo me lastime el exceso del suyo y el temor al fracaso.
“Al llegar aquí, ¿no le parece poco mentirosa mi última carta cuando hablaba del peso melancólico de mi desilusión? Es peso y será peso; y una espina que me hará sangrar eternamente. Porque si venzo la crisis en otros aspectos, a Ud. no podré arrancármelo enteramente del corazón. Yo no lo abandono; nos abandonamos; Ud. a mí con anterioridad.
“¡Cuántas lágrimas, mi poeta, vertidas ya! Mi loco poeta que ha enmudecido el cantar de la pajarita de papel. Ud., quiere torcerle el pescuezo una vez; no se enamore de su canto y démosle muerte los dos a una; se lo ha merecido por descabellada”. HILMA CONTRERAS, Carta a Segundo Serrano Poncela [Jueves 18 de diciembre de 1941].
Las “querellas” amorosas de Hilma Contreras contenidas en esta Carta, provocaron eficazmente que, Segundo Serrano Poncela [1], le diera una respuesta varonil. El destinatario aludido no “resbaló” en su defensa, y lo hizo días después con el envío de un libro dedicado a Hilma, de Juan Pablo Echagüe, El amor en la literatura:
“¿Será Ud. para mí la Julieta Drouet de Hugo, la Jorge Sand de Musset, la Beatrice o la Laura? No, Ud. será para mí siempre Hilma, y su vida y la mía tejerán su tela personalísima sin copias ni imitaciones. Cualquiera q. sea, no obstante, nuestro avenir, ya hoy puede levantar con sus manos una columna de amor y de fe q. puse eterna, a sus pies, para q. Ud. administre este tesoro. Hilma, Gacela mía. La verdad de mi amor es tan grande q. no tiene dedicatoria. SG. [30 diciembre 1941].
No teniendo noticias de la “interesada” en su respuesta, aun luego de desplegar sus esfuerzos para convencerla de su “demanda” de amor, le remitió otro libro dedicado de puño y letra:
“De mano a mano: A Hilma, que a veces me parece una sierva herida entre la tierra y la raya de un inasible horizonte con mis manos mejores de niño, enajenado por lo incomparable de su desconocido tesoro”. SG[Dedicatoria de Poesías Líricas de Lope de Vega].
Inquieto, Segundo Serrano Poncela, sin contestación aun, pendiente, sorprendido, y exaltado por no ser favorecido su erotismo, por no haber provocado correspondencia alguna, y temiendo fracasar en su insistente forma de “flirtear” a Hilma, la llama, amorosamente, por el nombre secreto acordado entre ellos para el intercambio de sus Cartas, que provoca en ella entusiasmo, Galatea:
“A Hilma Galatea, entre la espuma del ensueño;… su tristón marino. Las mujeres de Stendhal tienen un encanto indefinible. Todas son de madera heroica, aunque su heroísmo vital quede en potencia. Algunas veces. Exactamente de tu fibra mi dulce Galatea. Emparte [sic], por eso eres tan amada. / Este libro lo leía en España cuando era adolescente.- En idéntica edición.- He hallado esta, traída del otro lado del mundo para ti.” SG [Dedicatoria de Armancia o algunas escenas de un Salón de Paris en 1827 de Stendhal].
Hilma Contreras asumió para sí, algunas ideas que Ortega y Gasset expuso en Estudios sobre el amor. Encontré este libro en la biblioteca de la autora, subrayado y resaltado en algunas líneas y párrafos con un lápiz de color intensamente rojo. De manera que copio algunas letras, para que se comprenda, un poco, este juego de “querellas” entre Contreras y Serrano Poncela. Citamos a Ortega y Gasset:
“El hombre vive de los demás, y por ello vive para los demás. […] La mujer, en cambio, tiene una actitud más señorial ante la existencia. No hace depender su felicidad de la benevolencia de un público, ni somete a su aceptación o repulsa lo que es más importante en su vida […] vive de sí misma, y por ello vive para sí misma. [2]
“La mujer tiene un exterior teatral y una intimidad recatada: en el hombre es la intimidad lo teatral. La mujer va al teatro: el hombre lo lleva dentro y es el empresario de su propia vida. […] en el hombre hay un instinto de expansión, de manifestación. Siente que si lo que él es no lo es a la vista de los demás, valdría tanto como si no lo fuera. De aquí su afán de confesión, el prurito de evidenciar su persona interior. […] Una buena parte de los hombres no tiene más vida interior que la de sus palabras, y sus sentimientos se reducen a una existencia oral. Hay, por contrario, en la mujer un instinto de ocultación, de encubrimiento: su alma vive como de espaldas a lo exterior, ocultando la íntima fermentación pasional. […] Cuando mayor es el deseo de mantener secreto algo de nuestra vida interior, más expuestos nos hallamos al azoramiento”. [3]
Hilma continúa leyendo, y releyendo las líneas de este ensayo de Ortega y Gasset que, particularmente, me ha fascinado, y añadido a mis expectativas para conocer ¿Qué es el amor?, lecciones psicológicas de trascendencia, para enfrentarme a las contingencias de estar sola, y permanecer sola, y a solas. Finalmente, encontramos la conclusión brillante, para estas “querellas” amatorias, la que se convierte en un escorzo, en una imagen que no se olvida, en un espejo que evita que asumamos los rituales de las formas que la camisa de fuerza de las sociedades estereotipas “diseñan” como tatuajes para coartar nuestro arrojo a la ventura de sentir al amor, es esta metáfora reveladora y provocadora que Hilma subraya del capítulo “Divagación ante el retrato de la Marquesa de Santillana” del libro de Ortega y Gasset: “Piensen otros lo que gusten: la culminación de la vida consiste en una pasión limpia y finamente dramática”.
Y, así lo creo también. Tal como fue la “amistad amorosa” de Hilma Contreras y Segundo Serrano Poncela
NOTAS
[1] Hilma Contreras y Segundo Serrano Poncela [Madrid 1912-Caracas 1976], se conocen en 1941 en la Universidad de Santo Domingo. Contreras cursaba estudios de Filosofía, y, Serrano Poncela era Catedrático de Literatura Española en la Facultad de Filosofía. En la ciudad de Santiago de los Caballeros Serrano Poncela fue profesor de la Escuela Normal y Redactor en Jefe del diario La Información; en la imprenta de este medio periodístico publicó una serie denominadaCuadernos a Galatea, cuyo título es una alusión al nombre ficticio que la autora francomacorisana utiliza en su Diario y en las cartas que intercambian.
Serrano Poncela en 1947 tenía domicilio en Santo Domingo, donde ejerce como editorialista internacional del periódico La Nación, y publica su columna “Panorama”. Abandona el país en junio de este mismo año con destino a San Juan, Puerto Rico, para viajar, posteriormente, luego de enseñar en la Universidad de Puerto Rico, a Venezuela contratado como profesor de Historia de la Cultura, Teoría Literaria y Literatura Española por la Universidad Central de Venezuela, en la Escuela de Letras. En el transcurso de esta amistad amorosa Contreras transcribe los primeros manuscritos de la obra narrativa del madrileño, y le ofrece su opinión crítica. Mecanografió los textos de Serrano Poncela Años de Incertidumbre y Hombre entre fantasmas,que posteriormente su autor daría por título Habitación para hombre solo. [Ylonka Nacidit-Perdomo].
[2] José Ortega y Gasset. Estudios sobre el amor (Buenos Aires: Editora Espasa-Calpe Argentina, S. A., 1939): 122-123.
[3] Ibídem, 124-125.
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