Dos maneras de combatir en la Guerra Restauradora
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06 agosto, 2016
Jaime Domínguez
Un grave fracaso de los restauradores fue su derrota en el combate de la Sabana de San Pedro, el cual tuvo lugar cerca de Guanuma, el 23 de enero de 1864, muriendo el general Antonio Caba y el coronel Florencio Hernández, entre otros patriotas.
La misma pudo haberse evitado si quien comandaba a los restauradores allí, Gregorio Luperón, hubiese obedecido la prohibición de librar batalla en campo abierto, lejos de los montes y bosques que podían protegerlos, contenida en las instrucciones que había emitido Ramón Matías Mella en su calidad de ministro de la Guerra del Gobierno Restaurador en octubre de 1863, en las que decía que no se debía pelear en combates frontales, por ser los españoles generalmente superiores en número, tener mejor armamento y mayor disciplina, y estar dirigidos por oficiales salidos de academias que sabían maniobrar mejor en el campo de batalla que los restauradores, muchos de los cuales desconocían las reglas básicas de la guerra por no haber ido nunca a academias militares, y haber alcanzado el rango de manera improvisada, debido a las mismas circunstancias de la lucha.
Mella había impartido dichas disposiciones luego de constatar el fracaso de los restauradores al tratar de desalojar a los españoles del fuerte San Felipe de Puerto Plata, en agosto y septiembre de 1863; de la fortaleza San Luis, en Santiago, en septiembre del mismo año, y de la derrota de los patriotas al intentar tomar a Puerto Plata, el 4 de octubre de dicho año, donde fueron cañoneados por buques de guerra anclados en el puerto, por lo que los restauradores prendieron fuego a dicha ciudad para evitar su utilización por el enemigo.
El único enfrentamiento de una cierta importancia ganado por los restauradores después de agosto-septiembre de 1863 fue el acaecido en La Canela, cerca de Rincón, en la región sur, donde el general José María Cabral y Luna con unos 600 hombres derrotó a unos 80 peninsulares y 31 criollos que se encontraban a campo abierto, no protegidos por fortificaciones, el 4 de diciembre de 1864.
Nunca pudieron los restauradores tomar una ciudad ni siquiera pequeña como Hato Mayor, en la que guerrilleros orientales encabezados por Pedro Guillermo fueron vencidos el 8 de abril de 1864. Igualmente, fueron derrotados en Monte Cristi en dos ocasiones. La primera fue cuando La Gándara desembarcó allí en mayo de 1864, y la siguiente en diciembre del mismo año cuando Gaspar Polanco intentó retomarla.
El 26 de enero de 1864 Mella reiteró, en una nueva circular, las instrucciones que había impartido en el sentido de utilizar como forma de combate los métodos de la guerra de guerrillas, y no los de las batallas campales propias de los ejércitos regulares. Esta vez Luperón obedeció. A partir de ese momento, ayudado por Marcos Evangelista Adón desde su campamento en lo que es hoy La Victoria, emprendió una guerra de guerrillas en la zona comprendida entre Monte Plata, Guanuma y Bayaguana, atacando los convoyes que iban a llevar municiones, alimentos y refuerzos a las tropas acampadas allí.
El que a los españoles les convenía la batalla frontal y a los restauradores el combate irregular se muestra en los hechos acontecidos en Montecristi, en mayo de 1864, cuando seis mil soldados procedentes de Santiago de Cuba comandados por José de la Gándara y apoyados en trece piezas de artillería, derrotaron a los restauradores que presentaron resistencia a su desembarco y a la toma de dicha ciudad. Sin embargo, al tratar de marchar hacia el Santiago de la República Dominicana, fueron emboscados desde los bosques en el camino por guerrilleros encabezados por Benito Monción y Pedro Antonio Pimentel, por lo que tuvieron que renunciar al objetivo que se habían propuesto de arrebatarle su sede al Gobierno restaurador.
A partir de la derrota sufrida en La Sabana de San Pedro, los restauradores encaminaron mayoritariamente sus esfuerzos a atacar los convoyes que por tierra llevaban suministros para abastecer a las tropas anexionistas criollas y extranjeras en las ciudades del Sur y del Este.
Por su parte, los españoles trataron de apoderarse de Santiago, primeramente avanzando desde Puerto Plata y luego desde Monte Cristi. Tuvieron que desistir en ambas ocasiones, por las muchas bajas que sufrían, debido a los disparos que desde los montes les hacían los restauradores.
Las maneras de combatir de los españoles y anexionistas criollos de un lado, y de los restauradores por el otro, eran muy diferentes.
Los españoles preferían los combates en campo abierto en las sabanas, donde podían utilizar la caballería, y mediante un movimiento envolvente tratar de evitar que el enemigo se les escapase.
Los restauradores tenían preferencia por la emboscada a las orillas del bosque, debido a que la caballería enemiga no podía determinar con precisión desde donde provenían los disparos ni tampoco internarse en la espesura del mismo si deseaba ir en persecución de los guerrilleros, por lo que les era más fácil a los patriotas criollos retirarse en caso de que el enemigo atacase fuertemente.
Los españoles temían dormir en los campos, por lo que regresaban a sus campamentos antes de que oscureciera. Si estaba cerca la noche, el convoy se detenía al borde del camino para continuar su marcha el día siguiente.
Los restauradores aprovechaban la oscuridad para lanzar ataques contra poblados bien guarnecidos por los soldados españoles y las milicias criollas anexionistas.
El combatir a los restauradores al estilo tradicional de la guerra frontal les impedía a las tropas anexionistas criollas y españolas sorprender a sus enemigos en sus campamentos, aun cuando conocían por medio de espías los lugares donde se encontraban, porque sus columnas estaban integradas por numerosos soldados, y no por pequeñas unidades antiguerrilleras, que se desplazaban de día por caminos transitados, y no por los montes, por lo que no podían pasar desapercibidas a los espías que tenían los restauradores cerca de los cuarteles y de los campamentos anexionistas, y a la permanente vigilancia de sus vigías en los caminos y los pasos de las montañas.
La misma pudo haberse evitado si quien comandaba a los restauradores allí, Gregorio Luperón, hubiese obedecido la prohibición de librar batalla en campo abierto, lejos de los montes y bosques que podían protegerlos, contenida en las instrucciones que había emitido Ramón Matías Mella en su calidad de ministro de la Guerra del Gobierno Restaurador en octubre de 1863, en las que decía que no se debía pelear en combates frontales, por ser los españoles generalmente superiores en número, tener mejor armamento y mayor disciplina, y estar dirigidos por oficiales salidos de academias que sabían maniobrar mejor en el campo de batalla que los restauradores, muchos de los cuales desconocían las reglas básicas de la guerra por no haber ido nunca a academias militares, y haber alcanzado el rango de manera improvisada, debido a las mismas circunstancias de la lucha.
Mella había impartido dichas disposiciones luego de constatar el fracaso de los restauradores al tratar de desalojar a los españoles del fuerte San Felipe de Puerto Plata, en agosto y septiembre de 1863; de la fortaleza San Luis, en Santiago, en septiembre del mismo año, y de la derrota de los patriotas al intentar tomar a Puerto Plata, el 4 de octubre de dicho año, donde fueron cañoneados por buques de guerra anclados en el puerto, por lo que los restauradores prendieron fuego a dicha ciudad para evitar su utilización por el enemigo.
El único enfrentamiento de una cierta importancia ganado por los restauradores después de agosto-septiembre de 1863 fue el acaecido en La Canela, cerca de Rincón, en la región sur, donde el general José María Cabral y Luna con unos 600 hombres derrotó a unos 80 peninsulares y 31 criollos que se encontraban a campo abierto, no protegidos por fortificaciones, el 4 de diciembre de 1864.
Nunca pudieron los restauradores tomar una ciudad ni siquiera pequeña como Hato Mayor, en la que guerrilleros orientales encabezados por Pedro Guillermo fueron vencidos el 8 de abril de 1864. Igualmente, fueron derrotados en Monte Cristi en dos ocasiones. La primera fue cuando La Gándara desembarcó allí en mayo de 1864, y la siguiente en diciembre del mismo año cuando Gaspar Polanco intentó retomarla.
El 26 de enero de 1864 Mella reiteró, en una nueva circular, las instrucciones que había impartido en el sentido de utilizar como forma de combate los métodos de la guerra de guerrillas, y no los de las batallas campales propias de los ejércitos regulares. Esta vez Luperón obedeció. A partir de ese momento, ayudado por Marcos Evangelista Adón desde su campamento en lo que es hoy La Victoria, emprendió una guerra de guerrillas en la zona comprendida entre Monte Plata, Guanuma y Bayaguana, atacando los convoyes que iban a llevar municiones, alimentos y refuerzos a las tropas acampadas allí.
El que a los españoles les convenía la batalla frontal y a los restauradores el combate irregular se muestra en los hechos acontecidos en Montecristi, en mayo de 1864, cuando seis mil soldados procedentes de Santiago de Cuba comandados por José de la Gándara y apoyados en trece piezas de artillería, derrotaron a los restauradores que presentaron resistencia a su desembarco y a la toma de dicha ciudad. Sin embargo, al tratar de marchar hacia el Santiago de la República Dominicana, fueron emboscados desde los bosques en el camino por guerrilleros encabezados por Benito Monción y Pedro Antonio Pimentel, por lo que tuvieron que renunciar al objetivo que se habían propuesto de arrebatarle su sede al Gobierno restaurador.
A partir de la derrota sufrida en La Sabana de San Pedro, los restauradores encaminaron mayoritariamente sus esfuerzos a atacar los convoyes que por tierra llevaban suministros para abastecer a las tropas anexionistas criollas y extranjeras en las ciudades del Sur y del Este.
Por su parte, los españoles trataron de apoderarse de Santiago, primeramente avanzando desde Puerto Plata y luego desde Monte Cristi. Tuvieron que desistir en ambas ocasiones, por las muchas bajas que sufrían, debido a los disparos que desde los montes les hacían los restauradores.
Las maneras de combatir de los españoles y anexionistas criollos de un lado, y de los restauradores por el otro, eran muy diferentes.
Los españoles preferían los combates en campo abierto en las sabanas, donde podían utilizar la caballería, y mediante un movimiento envolvente tratar de evitar que el enemigo se les escapase.
Los restauradores tenían preferencia por la emboscada a las orillas del bosque, debido a que la caballería enemiga no podía determinar con precisión desde donde provenían los disparos ni tampoco internarse en la espesura del mismo si deseaba ir en persecución de los guerrilleros, por lo que les era más fácil a los patriotas criollos retirarse en caso de que el enemigo atacase fuertemente.
Los españoles temían dormir en los campos, por lo que regresaban a sus campamentos antes de que oscureciera. Si estaba cerca la noche, el convoy se detenía al borde del camino para continuar su marcha el día siguiente.
Los restauradores aprovechaban la oscuridad para lanzar ataques contra poblados bien guarnecidos por los soldados españoles y las milicias criollas anexionistas.
El combatir a los restauradores al estilo tradicional de la guerra frontal les impedía a las tropas anexionistas criollas y españolas sorprender a sus enemigos en sus campamentos, aun cuando conocían por medio de espías los lugares donde se encontraban, porque sus columnas estaban integradas por numerosos soldados, y no por pequeñas unidades antiguerrilleras, que se desplazaban de día por caminos transitados, y no por los montes, por lo que no podían pasar desapercibidas a los espías que tenían los restauradores cerca de los cuarteles y de los campamentos anexionistas, y a la permanente vigilancia de sus vigías en los caminos y los pasos de las montañas.
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