Historias de intrigas y poder: el trágico destino de otras princesas "malogradas"
Hace 20 años moría Lady Di en la cumbre de su enfrentamiento con una familia real a la cual ya no quería pertenecer. Pero el suyo no fue el único cuento de hadas con final infeliz
Protagonistas de alianzas e intrigas u objeto de transacciones, casadas con quien debían y no con quien querían y con frecuencia expatriadas a países lejanos, muchas de estas testas coronadas -de sangre real o plebeyas- perdieron, literalmente, la cabeza; otras fueron castigadas por infértiles o por infieles. Historias de ascenso y caída que demuestran los peligros que puede entrañar la cercanía con lo más alto del poder.
A continuación, un repaso, selectivo y en (des)orden cronológico, del trágico destino de algunas de estas infortunadas.
Soraya, el ángel caído
La historia de la princesa persa Soraya Esfandiary-Bakhtiari es un melodrama, consistentemente reflejado por la prensa del corazón, entre 1951 -año de su casamiento con el último Sha de Irán- hasta la década del 70, cuando fue una protagonista más del jet set europeo.
Nacida el 22 de junio de 1932, dueña de una belleza exótica, fruto de la unión de una alemana con el hijo del jefe de un poderoso clan persa, los Bakhtiari, fue vista en una fotografía por el heredero del Imperio, Mohamed Reza Palevi (1919-1980), quien pidió conocerla y pronto la eligió como esposa. Educada en Londres y Berlín, la suya era una familia muy ligada al poder y a la diplomacia iraníes, pero Soraya apenas conocía el país del que sería reina.
La boda se realizó el 12 de febrero de 1951. La novia dio el sí bajo un vestido bordado de perlas y de larguísima cola que pesaba un total de 30 kilos. Entre los regalos, hubo uno de Stalin, además de los que enviaron el presidente de los EEUU y el rey de Inglaterra.
Desde entonces y hasta 1958, Soraya desempeñó su papel de reina consorte, primera dama de Irán, asistiendo a toda clase de ceremonias y viajes oficiales junto al emperador.
Pero la infeliz muchacha no pudo cumplir con su principal "deber": darle herederos a la dinastía Palevi. Confirmada su esterilidad, en 1958 los consejeros del Sha sugirieron que éste tomara una segunda esposa, algo que Soraya se negó a aceptar.
Por razones de Estado, al Sha no le quedó más remedio que repudiar a su bella esposa. Lo anunció por televisión, con lágrimas en los ojos. Soraya fue exiliada a Suiza, conservando su título de princesa.
Bautizada "Princesa de los ojos tristes", fue acogida por el jet set europeo y vivió una vida glamorosa entre París, Marbella, Roma y Los Ángeles, siendo objeto de deseo y persecución de los paparazzi que siempre revolotean en torno a esta clase de personajes.
El Sha se volvió a casar al año siguiente, con Fara Diba, que sí le dio hijos. Pero su destino no sería menos trágico que el de Soraya. Depuesto por la Revolución islámica de 1979, fue un exiliado errante e indeseable, hasta su muerte, en julio de 1980, en El Cairo, Egipto.
Soraya murió el 26 de octubre de 2001, en París, a los 69 años. Sus joyas, vestuario y otros recuerdos de sus tiempos de gloria fueron subastados a beneficio de dos asociaciones caritativas y de la sociedad protectora de animales.
Sissi, Elisabeth de Austria, heroína feliz (sólo) en el cine
La saga cinematográfica de Sissi (protagonizada por Romy Schneider) reflejó una versión romántica y edulcorada de la vida de la Emperatriz de Austria y de su matrimonio con Francisco José (1830-1916).
Nacida como duquesa de Baviera, Sissi fue emperatriz de Austria y reina de Hungría. Bella, rebelde, fogosa y torturada -aparentemente anoréxica-, Elisabeth (1837-1898) nunca logró encajar en el molde de la corte de Viena y encontró con el tiempo una evasión en incansables viajes por el mundo. En una de esas giras, la sorprendió la muerte, violenta, a manos de un anarquista que quería pasar a la historia asesinando a un miembro de la realeza.
A su hija María Valeria le había dicho una vez: "El casamiento es una institución absurda. Siendo una niña de 15 años, fui vendida…"
Era la edad que tenía cuando la conoció Francisco José, entonces de 24 años y ya emperador de Austria. De esa unión nacieron cuatro hijos: los tres primeros le fueron arrebatados en razón de su poca edad y madurez, y los crió su suegra. La mayor murió a los dos años de edad y el único varón, Rodolfo, heredero de la fragilidad nerviosa de su madre, se suicidó a los 31 años después de asesinar a su amante. Sissi solo pudo educar a la última de sus hijas, María Valeria, nacida luego de un momento de reacercamiento con su esposo. Sissi y Francisco José se veían muy poco.
En razón del poco interés de Sissi por la vida matrimonial y de que hasta llegó a empujar a su marido a los brazos de otras, no faltó quien afirmara que era lesbiana. Es cierto que Sissi eludió lo más que pudo a su marido, pero en su refugio preferido, la isla de Corfú, hizo construir un palacio de estilo griego antiguo, dedicado a Aquiles -la fascinaban los héroes homéricos- decorado con estatuas que exaltan la belleza del cuerpo masculino. En el Achillion -así llamó a su palacio griego- se refugiaba la emperatriz con amigos y recibía a artistas.
En Ginebra, el 10 de septiembre de 1898, durante uno de sus viajes, Elisabeth fue atacada mientras caminaba por un muelle poco antes de embarcarse para un paseo. Luigi Luccheni, un anarquista italiano de 26 años, le clavó una lima afilada en el pecho. Ella sintió el golpe pero no se dio cuenta de la herida y siguió camino. Ya en el barco, empezó a sentirse mal y debió ser llevada de regreso al puerto. Murió en la habitación que ocupaba en el hotel Beau-Rivage.
María Estuardo, heroína literaria
Entre todas las Marías de la historia, solo la Virgen ha sido más representada que María Estuardo, trágica reina de Escocia (1542-1587) que inspiró ampliamente a la literatura, al cine y a la música.
María heredó el trono de Escocia al nacer, debido a la prematura muerte de su padre, el rey Jacobo I. Luego fue Reina (consorte) de Francia, al casarse con Francisco II. Estando en París, por iniciativa de su suegro, fue proclamada Reina de Inglaterra, Irlanda y Escocia –su abuela era hermana de Enrique VIII-, una maniobra que la colocó en la mira de la reina Isabel, la hija que ese rey tuvo con Ana Bolena, y que muchos tildaban de bastarda. Y, aunque luego María quiso congraciarse con ella, ésta siempre la vio como una amenaza, la hizo encerrar durante años y, finalmente, la mandó decapitar.
Pero vayamos por partes. Educada en la corte de Francia, María recibió una formación inusual para una mujer de su tiempo: además de la cetrería, la equitación y el baile, aprendió retórica, poesía, latín, literatura francesa, geografía, historia e idiomas como el español, el italiano y el inglés (su lengua materna era el escocés).
Enviudó muy joven del rey de Francia y volvió a Escocia para asumir su trono. Allí se casó con su primo, Henry Stuart. Eran tiempos difíciles, atravesados por luchas dinásticas y religiosas. María, que era católica, fue enseguida blanco de las críticas del líder reformador John Knox, por su gusto por el baile y su estilo aprendido en la Corte de París, alejado de la austeridad y el rigor protestantes que imperaban en Escocia.
Al joven Stuart el matrimonio se le subió a la cabeza, quiso inmiscuirse en los asuntos de Estado y empezó a mortificar a su esposa. Celoso de la amistad de María con su secretario privado, lo mandó asesinar.
Por ese entonces, la reina de Escocia conoció a quien sería el amor de su vida y la causa de su perdición: el rudo James Hepburn, conde de Bothwell. Arrastrada por esta pasión, decidió eliminar a su esposo. El método usado fue bastante "moderno". Bothwell hizo volar por los aires la casa donde se encontraba Henry Stuart. Poco después, María tuvo la osadía de casarse con su amante.
Fue demasiado. Una confederación de nobles escoceses, mayormente protestantes, decidió arrestar a la Reina por el asesinato de su segundo marido. Ella se fugó para reunir un ejército y resistir la decisión. Cuando la suerte de las armas le fue adversa, escapó a Inglaterra donde creyó poder contar con la benevolencia de su "tía", Isabel. Grueso error. Esta percibió el peligro de convivir con una posible desafiante de su poder, para colmo católica, en un reino atravesado por las querellas religiosas.
La encerró en un castillo. La hizo juzgar por el crimen de Stuart. No la condenó pero tampoco la liberó. Era el año 1568. Por dos décadas, María sería la prisionera de su odiosa –y quizá envidiosa- pariente. Es que la sola presencia de la Estuardo en suelo inglés era motivo de constantes intrigas.
Finalmente, en 1587, Isabel la acusó por un supuesto complot en su contra. Unas cartas interceptadas -posiblemente fraguadas- fueron prueba suficiente para enviarla al cadalso.
No se le ahorró ninguna humillación. María pidió, como Ana Bolena, ser decapitada con espada. No solo le fue negado ese privilegio, sino que su verdugo llegó ebrio a la ejecución y tuvo que darle tres hachazos para finalmente separar la cabeza del cuerpo.
La posteridad convirtió a María en una heroína romántica y trágica. Schuman y Donizetti le dedicaron sendas composiciones y fue protagonista de novelas de Madame de Lafayette, Walter Scott y Balzac, entre otros. En el cine, fue interpretada por actrices de la talla de Katherine Hepburn y Vanessa Redgrave.
Una de las mejores biografías de María Estuardo es la de Stefan Zweig, el escritor que más penetró en la psicología del personaje.
El triste caso de las princesas adúlteras
Esta historia involucra no a una sino a cuatro princesas: la hija y las tres nueras del rey Felipe el Hermoso (1268-1314) de Francia. Felipe tenía tres herederos varones, Luis, Felipe y Carlos, y una mujer, Isabel.
Luis estaba casado con Margarita de Borgoña, una mujer joven, bonita y amante de la diversión. Su hermano Felipe, con Juana de Artois; y Carlos, con la hermana de ésta, Blanca de Artois, una muchacha frívola, que se dejaba llevar por su cuñada, Margarita.
Isabel, la hija mujer, era Reina consorte de Inglaterra, por su enlace con Eduardo II. Un matrimonio infeliz, ya que él se sentía más atraído por sus jóvenes pajes que por su esposa francesa. Resentida, ella no encontró mejor idea que denunciar a sus cuñadas Margarita y Blanca que, aburridas de sus maridos, habían tomado como amantes a dos caballeros de la corte, los hermanos Aunay.
Margarita y Blanca fueron rápidamente declaradas culpables de adulterio y Juana de complicidad. Margarita, de 24 años, fue rapada y recluida en un calabozo con aberturas que filtraban el frío, donde murió poco después. Posiblemente asesinada, para que el engañado Luis, que para entonces había heredado el trono, pudiera volver a casarse.
Blanca, de escasos 18, fue trasladada a un convento, donde se la autorizó a tomar los hábitos. Allí murió, en 1326, 12 años después de su caída en desgracia.
Solo Juana fue rehabilitada, años más tarde.
Los hermanos Aunay fueron ejecutados, no sin antes padecer tremendos suplicios.
La dureza del castigo a las adúlteras y a sus amantes fue directamente proporcional al daño que esta infidelidad causaba a la institución monárquica. No era un tema de moralidad privada, sino de política. ¿Cómo asegurar la autoridad y la legitimidad dinástica de la familia real, si las cónyuges de los hijos del rey andaban correteando por ahí?
Para completar esta historia hay que decir que a la denunciante Isabel, llamada la "loba de Francia", no le fue mucho mejor. Cansada de la humillación a la que la sometía su marido, la hija de Felipe el Hermoso se buscó un amante, Lord Roger Mortimer. Reunió un pequeño ejército para destronar a su marido, a quien encerró y cuyo asesinato finalmente instigó. Isabel se convirtió en regente en nombre del delfín, Eduardo III.
Reinó durante un tiempo con su amante, hasta que su propio hijo hizo destituir a Mortimer y mandó a que lo ejecutaran. Isabel no fue castigada, pero sí obligada a vivir lejos de la Corte. En torno a su figura se tejió la leyenda de la mujer fatal, hermosa, intrigante y manipuladora.
La saga de Maurice Druon, Los Reyes Malditos, reconstruye magistralmente y en forma de novela la historia de Felipe y sus sucesores. Imperdible para los fans de la historia.
Ascenso y caída -estrepitosa- de Ana Bolena
Volvemos a la Inglaterra de la incipiente Edad Moderna, donde un rey enamoradizo e inconstante hizo estragos entre las damas que lo amaron.
La más famosa fue sin dudas la intrigante y audaz Ana Bolena (Anne Boleyn) que supo enamorar a Enrique VIII y luego escamotearle sus encantos hasta lograr que éste se divorciara de su esposa católica y española, Catalina de Aragón.
Fue el divorcio de mayores consecuencias diplomáticas e históricas de la historia, ya que obligó a Enrique VIII a romper con la Iglesia Católica y enemistarse con España. De todos modos, no se puede culpar solo a la Bolena; aunque activa en esto, ella fue instrumento de algo que ya estaba en los planes de Enrique y en la naturaleza de Inglaterra. El protestantismo se acomodaba mucho mejor a su idiosincrasia.
Ana Bolena corrió luego mucho peor suerte que Catalina, que solo fue confinada a vivir lejos de la Corte.
Tras darle una heredera a Enrique VIII -la futura reina Isabel, mencionada más arriba- y dar a luz a un varón que murió al nacer, el rey perdió interés en ella, tomó otra amante, Jane Seymour, y no encontró mejor forma de quitarse a Ana de encima que acusarla de adulterio e incesto. Testigos afirmaron que ella se acostaba, entre otros, con su propio hermano.
Nuevamente, también la geopolítica pudo incidir en su caída en desgracia: Inglaterra volvía a pensar en la conveniencia de acercarse a España, y la presencia de Ana Bolena podía ser un obstáculo.
Hay dudas sobre su fecha de nacimiento (1501 o 1507) de modo que, al morir en 1536, podía tener entre 29 y 35 años. Subió al cadalso con gran dignidad. Hizo venir a un verdugo francés para la ocasión, que la ejecutó de rodillas, cortando su fino cuello con una espada, y no de bruces y con hacha, a la usanza tradicional.
Antes de morir, Ana le habló al numeroso público reunido para la ocasión: "…según la ley se juzga que yo muera, y por lo tanto no diré nada contra ello. (…) …rezo a Dios para que salve al rey y le dé mucho tiempo para reinar sobre ustedes, para el más generoso príncipe misericordioso que no hubo nunca: y para mí él fue siempre bueno, un señor gentil y soberano. (…) Oh Señor ten misericordia de mí, a Dios encomiendo mi alma."
El destino castigó a Enrique VIII llevándose a Jane Seymour. La esposa que, se dice, más amó, murió de parto, dándole el ansiado heredero varón. Pero como Jane murió muy pronto, es difícil saber si no se hubiera cansado también de ella.
Enrique se casó tres veces más. De la cuarta se libró mediante divorcio y de la quinta por decapitación. La última se salvó, cabe suponer que porque lo sobrevivió.
El "affaire" de Carolina Matilde de Hanover
Carolina Matilde de Hanover (1751-1775) fue reina de Dinamarca por su enlace con el rey Cristian VII. Era hermana del rey Jorge III de Inglaterra.
Tenía 15 años cuando la casaron con el rey danés, quien padecía de alguna forma de trastorno mental y a quien le gustaba frecuentar los bajos fondos de Copenhague, atraído por las mujeres de mala fama; también corrían rumores de homosexualidad.
Carolina era una muchacha alegre y atractiva, aunque no especialmente bella. Se decía que su apariencia llamaba la atención de los hombres sin suscitar críticas de las mujeres…
Tuvo dos hijos, oficialmente reconocidos como legítimos (Federico y Luisa Augusta), aunque se sospecha que la segunda era bastarda.
La frialdad de la corte danesa le sentó mal de entrada. Para colmo, después del nacimiento del primer hijo, su esposo la humilló exhibiéndose con una cortesana y recorriendo los burdeles de Copenhague.
En 1769, su marido contrató a un médico, Johann Friedrich Struensee, a quien luego hizo ministro. El hombre había logrado controlar en parte la inestabilidad mental del rey lo que le valió una gran influencia en la Corte. Al comienzo, Struensee instó al monarca a mejorar sus relaciones con Carolina Matilde, pero poco a poco su atención se volcó hacia la reina. En enero de 1770, Struensee obtuvo el privilegio de vivir en el mismo palacio real y muy pronto se convirtió en amante de Carolina.
Sospechado de ser el padre de Luisa Augusta, fue decapitado el 28 de abril de 1772. La reina fue repudiada y desterrada. Murió 3 años después, en un castillo donde había sido recluida.
El cine acaba de recordarla, en un film danés, cuyo título fue traducido al inglés como A Royal Affair y al castellano como Un asunto real o La reina infiel, y que estuvo nominado al Oscar 2012 en la categoría Mejor Película de habla no inglesa.
Ana de Sajonia, esposa desdichada
Ana de Sajonia (1567-1613) fue la infeliz cónyuge de Juan Casimiro, duque de Cobourg. Su padre era uno de los príncipes electores del Sacro-Imperio romano germánico, cuya función era elegir al Emperador (en los papeles, porque en realidad se limitaban a ratificar una sucesión dinástica). Ana era por lo tanto un buen partido, y no le faltaron pretendientes. Se dice que eligió con el corazón.
Pero aunque se casaron enamorados, entre ellos nació rápidamente lo que hoy llamaríamos incompatibilidad de caracteres. Él era frío y severo, ella alegre y extrovertida. A él sólo le interesaba a caza y los deportes masculinos; ella languidecía de aburrimiento en el palacio. Él no le prestaba atención, pero cuando Ana buscó consuelo en brazos de un joven paje, Ulrich de Liechtenstein, Cobourg actuó como marido ofendido, la repudió y la hizo encerrar. Hay que decir que los había pescado in fraganti.
La pobre Ana pagó su desliz con 22 años de un encierro del que solo la liberó la muerte, en 1613. Recluida en un castillo, recibía una vez por semana un sermón para incitarla al arrepentimiento. Juan Casimiro, entre tanto, obtuvo el divorcio (1593) y se volvió a casar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario