José Contreras y el 2 de mayo de 1861
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"¿Hacia dónde José Contreras entra en la habitación del tacto?
Oh ¿Es que no hay para él un lugar fresco?
¿No hay para el héroe delicados pastos
colinas húmedas dónde desangrarse?"
Cayo Claudio Espinal
("Banquetes de aflicción")
En agosto próximo, el país ha de recordar el ciento cincuenta aniversario del inicio de la revolución restauradora. Dos años antes de esa epopeya, un grupo de ciudadanos notables, junto a simples labradores de la ciudad de Moca, lanzaron a fuego y sangre una proclama contra la Anexión a España, el 2 de mayo de 1861. El pasado jueves se cumplieron ciento cincuenta y dos años de esa gesta brevísima, pero arrojada y precursora, hecho que todavía algunos historiadores suelen no resaltar, desdeñar, apocar o contradecir sus reales propósitos patrióticos.
Moca era entonces, sin dudas, una aldea. El país todo apenas contaba entre trescientos y cuatrocientos mil habitantes, más o menos la población que tiene hoy la provincia de La Vega. Las estadísticas del censo de 2011 establecen que la provincia Espaillat cuenta hoy con 231,938 habitantes, de modo que podemos suponer que para la época sus pobladores tal vez no llegaban a tres mil almas, viviendo en condiciones económicas muy limitadas y en un ámbito de naturaleza rural. El 18 de marzo de 1861, Pedro Santana encabeza el proyecto anexionista. La bandera dominicana, que el propio Santana había defendido con fiereza indiscutible en los campos de batalla como figura militar cimera de las guerras de Independencia, es arriada con su beneplácito para elevar la enseña del reinado español. Este rito se repitió en todas las comarcas del país y en Moca, como en los demás pueblos, produjo en muchos natural desazón, sobre todo en quienes comprendían y exaltaban la trascendencia de la proclama separatista del 27 de febrero de 1844.
José Contreras, que obtuvo en buena lid el rango de Coronel con apenas veintiún años de edad por comandar tropas en la línea noroeste, de donde era oriundo, en las batallas en defensa de la independencia, estuvo en el público que vio descender de su asta la bandera tricolor que él había defendido y enarbolado en los campos de batalla contra los haitianos, por lo que ha de suponerse que salió del lugar confundido y frustrado entendiendo quizá que resultaba inconcebible haber derramado tanta sangre para sostener el ideal independentista, para finalmente terminar entregando la patria a nuevos amos. Planificó prontamente mostrar su desacuerdo contra esta decisión santanista. Cuarenta y cinco días después de la cesión de la patria en cierne, Contreras comandó un grupo que proclamó su resistencia al dominio de la corona española y enfrentó, armas en mano, a la guardia nacional, ocupando el cuartel local donde resultaron muertos su comandante, el teniente Francisco Capellán, y uno de los pro restauradores de nombre José Rodríguez.
Aquel gesto patriótico alarmó a las autoridades. Se estaba frente a un amotinamiento que podría repercutir en el resto de la geografía dominicana. Santana calificó el hecho de "extrema gravedad", por lo que el comandante de la plaza general Juan Suero -que dice José Gabriel García que no se llamaba así ni era cibaeño, sino que su verdadero nombre era Ceferino Carmona, natural de San Cristóbal- a quien el acontecimiento tomó desprevenido pese a que se lo había advertido el malogrado teniendo Capellán, llegó rápidamente al lugar de los hechos, peleó cuerpo a cuerpo con los conjurados -Antonio Passicá se dice que se llamaba el más arrojado de estos pro restauradores mocanos, aunque no aparece indicio alguno de la real existencia de este personaje-, apresando finalmente a un grupo de los rebeldes, mientras Santana apresuró su traslado a Moca para instruir una sumaria que condenó a los mismos a la pena capital, sin recurso de apelación. Aunque fueron condenados veinticinco, solo cuatro fueron ejecutados. En el antiguo cementerio de Moca, ubicado en lo que es hoy un barrio de la calle Rosario, fueron pasados por las armas el coronel José Contreras, de treinta y ocho años de edad; el también militar y hacendado José María Rodríguez, con sesenta y seis años; el labrador José María Reyes, que apenas contaba con veinticinco años; y el militar Cayetano Germosén, quien no estaba en la lista para ser ejecutado pero que tuvo la mala suerte de pasar por el lugar equivocado a una hora equivocada: era llevado preso al momento en que los tres anteriores los trasladaban al patíbulo y fue rápidamente unido al grupo a ejecutar, todo con la finalidad aviesa de crear un ambiente de escarmiento y evitar nuevas rebeldías. Algunos lograron esconderse y otros apresados fueron luego liberados, una vez la corona española mostró su desacuerdo con las ejecuciones.
No hay dudas de que los notables eran fundamentalmente Contreras y Rodríguez, que eran solventes económicamente, poseían bienes y eran objetos de crédito a la usanza de entonces. Los demás eran labradores -la mayoría-, unos pocos militares, uno era un zapatero remendón y a otro se le califica en los documentos de industrial. Entre los condenados, algunos eran muy jóvenes, como Martín Reyes, de Paso de Moca, que contaba 18 años de edad; Manuel María Amézquita, de Moca arriba, que tenía 19 años; Cornelio Lizardo, de Las Lagunas, con 20 años; y, Félix Peralta y Secundino Cisneros, ambos de Cuero Duro, que tenían 22 años de edad.
Con estas veinticinco personas, el Coronel José Contreras ocupó la plaza militar a la una de la madrugada del 2 de mayo de 1861 y le hizo saber a Santana y sus cómplices anexionistas que existían dominicanos tan valientes como él pero colocados en la acera de enfrente, al lado de los propósitos enarbolados por los gestores de la Independencia Nacional, opuestos a toda dominación y protectorado externo. Santana apagó la llama mocana, pero a poco tiempo, entrando desde Haití, el líder independentista Francisco del Rosario Sánchez y el general José María Cabral, encabezaron una revuelta armada contra la decisión anexionista. La proclama del 2 de mayo tal vez no tuvo gran repercusión nacional, pero fue la primera sin dudas que buscaba la restauración de la República. Dos años y tres meses después, en Capotillo, se avivó la llama encendida en Moca por el Coronel José Contreras, y dio inicio la revolución restauradora, sin dudas el acontecimiento militar y político más importante de la historia dominicana.
Algunos historiadores argumentan motivos raciales e incluso personales en la acción suicida de José Contreras y su pequeño grupo. Nunca hemos encontrado motivos sólidos en estas apreciaciones. Creemos firmemente en el origen patriótico de esta verdadera gesta, por breve que haya sido. Empero, desde cualquier ángulo, el 2 de mayo de 1861 es el punto de partida de la posterior lucha restauradora, y José Contreras el adalid intelectual y militar de esa acción revolucionaria. El hecho de haber ocurrido en una localidad pequeña de no más tal vez de tres mil habitantes, y quizá mucho menos, de ser aplastada prontamente la rebelión por el general Suero, y de ser enjuiciados y llevados al cadalso por el general Santana el principal promotor y algunos de sus lugartenientes, probablemente opacó el acontecimiento por muchas décadas, hasta que la gesta fue nombrada como tal y se abrió al conocimiento de la posteridad -no sin algunas invenciones e inexactitudes que, sin embargo, no demeritan el acontecimiento- los pormenores de ese episodio primigenio por la restauración de la República fundada por Juan Pablo Duarte diecinueve años antes.
La historia, para que se acoja correctamente el suceso que inició la marca de bravura, arrojo y amor por la libertad de los prohombres mocanos, debe inscribir algunas correcciones a detalles que han caminado por mucho más de una centuria con yerros a cuestas. Rubén Lulo Gitte, investigador histórico de la mocanidad, salvó para la posteridad el testamento dictado por el coronel José Contreras un día antes de ser llevado al patíbulo, encontrado en legajos documentales guardados por muchos años en el Palacio de Justicia de Moca. Ese documento establece que José del Carmen Contreras y Alonso, que era el nombre correcto del restaurador mocano, era nativo de Montecristi (como José María Rodríguez lo era de Santiago), cuando siempre se afirmó que era de Jábaba, Moca; no se indica que era ciego, algo que ahora parece ya improbable; estuvo casado por la Iglesia y procreó seis hijos; poseía bienes y era hombre honesto que reconoció sus deudas antes de morir; era amigo de los generales Francisco Antonio Salcedo y Federico Salcedo; era creyente católico; era un hombre instruido y, obviamente, valeroso, pues aunque manifiesta en el testamento que deseaba vivir, no expresa temor por que se cumpla la sentencia a muerte.
Ese testamento en poder del insigne mocano Lulo Gitte, se conoció 143 años después de la gesta del 2 de mayo de 1861, y como consigna Juan José Ayuso que ha defendido la hidalguía de Contreras, su dignidad y patriotismo, no existe "huella escrita" de la búsqueda de ese documento por parte de nuestros historiadores que siguieron por décadas, a pie juntillas, lo que habían escrito los españoles Gándara y Ramón González Tablas, reproducidos luego tal cual por José Gabriel García, y de ahí ad infinitum, refugiándose "casi como única fuente" en "los oficios, cartas y papeles oficiales que enviaba a la metrópoli la facundia interesada y sesgada de los burócratas de los gobiernos conquistadores".
El vidente Contreras, que nunca perdió la visión ocular, tuvo además siempre viva la visión patriótica y en un hecho trascendente y ejemplar, que los mocanos -que no el país, que sigue ignorando la valía histórica de este suceso- conmemoraron por nueva vez el jueves pasado, dio la voz de alarma contra lo que significaba la Anexión a España, y el resto lo hizo después la valentía, la audacia y la estrategia de Luperón, Polanco y demás glorias de la restaurada patria dominicana.
El vidente Contreras, que nunca perdió la visión ocular, tuvo además siempre viva la visión patriótica y en un hecho trascendente y ejemplar, que los mocanos -que no el país, que sigue ignorando la valía histórica de este suceso- conmemoraron por nueva vez el jueves pasado, dio la voz de alarma contra lo que significaba la Anexión a España, y el resto lo hizo después la valentía, la audacia y la estrategia de Luperón, Polanco y demás glorias de la restaurada patria dominicana.
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