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viernes, 29 de septiembre de 2017

¿Adónde se fue la esperanza de los dominicanos?

¿Adónde se fue la esperanza de los dominicanos?

Tener esperanza es caminar hacia el futuro con los ojos abiertos. Quien quiera conocerlo basta con que “espere” un poco y “vea”
Héctor Rodríguez Cruz - 29 de Septiembre de 2017 - 12:00 am -  2
http://acento.com.do/2017/opinion/editorial/8495725-adonde-se-fue-la-esperanza-los-dominicanos/


FotoAcento.com.do/Archivo/La esperanza es la virtud que define el ánimo con que los ciudadanos afrontan la batalla para ganar el porvenir.

Las crisis ponen a prueba la esperanza de los pueblos pero también la matan. Pongamos la mirada en la crisis de nuestro país.  De la que nos toca de cerca, que nos hiere y nos conmociona. Que no es sólo financiera, sino también moral, social, política, ecológica y espiritual. Que está matando la esperanza de los dominicanos.
Al pueblo dominicano le escondieron la esperanza. Se la arrebataron. Le falsificaron la esperanza. Le secuestraron la esperanza. Se la robaron. Le cambiaron el rostro aquellos que le pusieron el suyo con sonrisas de payasos que luego escondieron sus disfraces y volvieron a vestirse de gobernantes y políticos.
Y como quien siente su muerte y quiere despertarla o revivirla, el pueblo debe gritar a una sola voz: ¿Adónde vamos? ¿Qué esperamos? ¿Qué nos espera? Y las respuestas son tan inquietantes como las preguntas mismas.
Es obligatorio responder, no hay opción a la no-respuesta. Bien pudiéramos hacerlo con Ernst Bloch cuando refiriéndose a la pérdida de le esperanza  dice:   “Muchos se sienten confusos tan solo. El suelo tiembla, y no saben por qué y de qué. Esta su situación es angustia, y si se hace más determinada, miedo”.
Toca a cada comunidad mantener vivas sus esperanzas y perseguir sus proyectos de futuro, manteniéndose  alerta porque cuando las esperanzas se debilitan hacen su rápida aparición los procesos autoritarios.
La esperanza es como un ancla ante la incertidumbre, por eso su ausencia  aniquila, desorienta, enferma, desmoraliza y paraliza. Y puede causar locuras individuales y colectivas.
Tristemente pueden producir falsos espejismos políticos y hacer surgir falsos iluminados  que hacen promesas populistas y falsas redenciones maltratando el futuro de este pueblo.
Pero también “pueden convocar a articular la resistencia ética y la indignación creativa con la visión transformadora creando experiencias anticipatorias y solidarias que configuran archipiélagos de esperanza”. Y esto nos toca hacer como pueblo abatido por la desesperanza.
Tener esperanza es caminar hacia el futuro con los ojos abiertos. Quien quiera conocerlo basta con que “espere” un poco y “vea”. Es un espacio abierto y desconocido que amenaza o promete demasiado, que inquieta y atrae, y quien lo maltrata termina pagándolo muy caro.
La esperanza es la virtud que  define el ánimo con que los ciudadanos afrontan la batalla para ganar el porvenir. Y cuando ese porvenir está siendo enajenado, hipotecado y puesto en peligro, entonces hay que poner en marcha fuerzas comunes para evitar la manipulación, el desánimo o el abatimiento.
Hasta ahora no ha funcionado el dejar las esperanzas de este pueblo en manos de los gobiernos y los políticos. La política criolla no está movida actualmente por proyectos que generen la esperanza colectiva, ni por anticipaciones del futuro especialmente prometedoras. No podemos abandonar nuestras esperanzas a su suerte.
No es gratuito que el desencanto con el gobierno y los políticos coincida con el momento en que se está manifestando en las vías públicas el repudio a los que ponen en peligro futuro de las grandes mayorías de este pueblo.
Toca a cada comunidad mantener vivas sus esperanzas y perseguir sus proyectos de futuro, manteniéndose  alerta porque cuando las esperanzas se debilitan hacen su rápida aparición los procesos autoritarios.
Somos nosotros la ciudadanía quienes debemos mantener vivas nuestras esperanzas y nuestros proyectos de futuro como nación, sumando nuestra capacidad de decisión, de reclamo, de participación y de acción individual y colectivamente.
Si los dominicanos tenemos algún motivo para rescatar nuestras esperanzas es porque no estamos condenados a elegir entre en la fatalidad y la resignación. “La esperanza es lo que queda cuando ya sólo nos queda la esperanza”.


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