Posted: 19 Feb 2018 08:23 AM PST
Una de las obras arquitectónicas más singulares de Roma que aún permanecen en pie es la Columna Trajana, situada en detrás de la basílica Ulpia. En su fuste de 40 metros de alto y casi 4 de diámetro, sus relieves narran las campañas del emperador Trajano (53-117) contra los dacios en la región del Danubio. Las escenas, representadas en una espiral continua de 2.000 figuras, se suceden unas a otras desde la base hasta la cima, y el emperador aparece retratado en más de 70 ocasiones, como el protagonista de un cómic actual. De esta manera, los ciudadanos analfabetos podían seguir la historia de su triunfante soberano y asombrarse ante sus muchas virtudes. Nunca Superman, Batman o Spiderman gozaron de tanto protagonismo en los tebeos ya entrados en el siglo XX.
¿Apolodoro de Damasco o Trajano mismo? No sabemos a quién atribuir la genial idea de levantar esta columna, que si no tuvo antecedentes, gozó en cambio una secuela de imitaciones que va desde las columnas de Antonino Pío y Marco Aurelio (esta sigue en pie) hasta la de Plaxe Vendôme en el centro de París.
La inauguración de la Columna Trajana tuvo lugar en el año 113, al mismo tiempo que el Foro de César y el Templo de Venus Genetrix, acabados de restaurar por el emperador. Para levantar sus 30 metros de altura se trajeron de Paros (Grecia) 18 cubos de un mármol especial que pesaban 50 toneladas cada uno.
El destino de la columna era triple: señalar hasta dónde llegaba el monte desplazado por el foro; cobijar las cenizas del emperador (como se hizo en una urna de oro custodiada en la cámara mortuoria del lado norte del basamento) y conmemorar la susodicha conquista de la Dacia. Esta última costumbre tenía en Roma una tradición secular: la de situar la estatua del triunfador a una altura superior a la del común de los mortales.
Las monedas atestiguan que, en efecto, la columna estuvo coronada en su día por una estatua desnuda de Trajano, tal vez el original del que se deriva la copia en mármol de Itálica. La efigie desapareció en la Edad Media y el pontífice Sixto V la reemplazó por la actual de San Pedro.
Las estrías que asoman en la parte alta de la columna demuestran que la cinta de relieves que rodea al fuste está concebida como una banda enrollada al mismo, y no como los bajorrelieves labrados en los tambores de las columnas egipcias. Era costumbre en la Italia de entonces envolver en bandas las columnas de los templos de los dioses en días de fiesta, pero acaso la sugerencia no viniese de ahí, sino de los rollos de papiro en que se escribían entonces muchos libros. La ocurrencia de hacer de una columna el soporte de un relato gráfico era algo que hubiera repugnado a cualquier persona sensible de la Grecia clásica.
Sobre el alto basamento de mármol decorado con minuciosos relieves de armas y pertrechos bélicos (de 5,48 metros de lado), la columna soporta una helicoidal de 200 metros de longitud, cubierta del relieve más extenso que la Antigüedad llegó a conocer. La mitad inferior narra la primera guerra dácica (años 101-102), que terminó con la creación de un Estado vasallo de Roma, regido por Decébalo; la mitad superior, la segunda guerra (años 106-107) en que, sin motivo conocido, Trajano cambió de parecer y decidió convertir a la Dacia en provincia romana. El relato gráfico no experimenta más interrupción que la ocasionada por la figura de una Victoria, vista de perfil, que graba en su escudo la crónica de las gloriosas empresas de Trajano entre la primera y la segunda.
La representación comienza por debajo, donde el gigantesco dios fluvial del Danubio contempla asombrado el paso de las legiones romanas por un puente de barcas, una humillación que el río no había experimentado jamás. Era el anuncio fatídico del puente, también de madera, pero sobre pilas de piedra, que Apolodoro de Damasco construiría poco después junto al Portal de Hierro y que se ve muy bien en el tramo 74 del friso, correspondiente ya a la segunda guerra.
Más de 2.000 figuras, algunas repetidas, como era licencia aceptada en el relieve y en la pintura histórica, intervienen en la representación de la guerra y de lo que esta fue de verdad: nada de combates a la brava, ni turbulencia, ni casi movimiento, sino ingeniería, rutina, marchas, construcción de fosos, de puentes, de fortificaciones, asedios de ciudades y fortines, retiradas de heridos, conducción de cautivos..., siempre más miseria que gloria y sin incurrir en las épicas y arrolladoras victorias que en el relieve heroico dan satisfacción a la vanidad del vencedor.
En la obra resplandecen la unidad y la originalidad. La técnica en bajorrelieve es muy precisa y los detalles de los fondos, en los que aparecen paisajes, edificios o figuras, a veces están grabados. Las figuras protagonizan el espacio escénico y la perspectiva, en ocasiones, se representa a vista de pájaro según la técnica 'de mapa', por la que parece producir la sensación de que el suelo se inclina hacia delante, de manera que las figuras de los planos secundarios están por encima de las del primero y a la misma altura de relieve.
Resulta asombrosa la capacidad del autor para producir efectos de profundidad en un relieve de tan poco bulto. Es capaz de conseguir que a veces los últimos planos parezcan grabados, como ocurre a menudo en los fondos de paisaje. Los escorzos y las torsiones contribuyen a crear la ilusión de profundidad y hasta de número. Lo que a veces parece una multitud no pasa de una docena de figuras.
En el lado principal de la columna, es decir, el que da a la Basílica Ulpia, se encuentra la puerta de acceso a su interior y a la escalera de caracol, tallada en el mármol de los tambores del fuste. Por ella se llega hasta la cima de la columna, también llamada cochlea (de caracol) por su estructura interna, compuesta de 185 peldaños e iluminada por 43 estrechas ventanas o lumbreras.
El hecho de que fueran depositadas en su basa las cenizas de un emperador tan respetado por su fama de buen militar, su nobleza de carácter y sentido de la justicia, incluso por la Roma cristiana, es probable que contribuyera a su condición de monumento digno de ser conservado y hasta de ser coronado por la figura del primer papa de Roma. Pese a toda la aureola que rodeó a la figura del emperador de origen hispano, aceptar que sus cenizas fueran depositadas dentro de una urna de oro en el interior del citado basamento de la columna fue algo insólito en esta época, ya que estaban prohibidos los enterramientos en la ciudad. Las necrópolis se extendían a lo largo de los caminos y siempre en las afueras de las urbes.
Conocida es la leyenda que aseguraba que san Gregorio Magno, el papa que dirigió los destinos de Roma entre los años 590 y 604, se sintió conmovido por una de las escenas de la columna en la que aparecía Trajano ayudando a una mujer cuyo hijo acababa de morir. Por esta razón rogó para que el alma de un personaje tan compasivo fuera rescatada del Infierno. Dios se le apareció y le concedió la merced, pero le prohibió volver a rezar por las almas de los paganos. Este episodio caló de tal modo en la mentalidad popular que se decía que cuando las cenizas del emperador fueron exhumadas se pudo comprobar que no solo su calavera y su lengua estaban intactas, sino que esta había relatado su salida del Infierno.
Javier Ramos. Administrador del blog lugaresconhistoria.com
¿Apolodoro de Damasco o Trajano mismo? No sabemos a quién atribuir la genial idea de levantar esta columna, que si no tuvo antecedentes, gozó en cambio una secuela de imitaciones que va desde las columnas de Antonino Pío y Marco Aurelio (esta sigue en pie) hasta la de Plaxe Vendôme en el centro de París.
La inauguración de la Columna Trajana tuvo lugar en el año 113, al mismo tiempo que el Foro de César y el Templo de Venus Genetrix, acabados de restaurar por el emperador. Para levantar sus 30 metros de altura se trajeron de Paros (Grecia) 18 cubos de un mármol especial que pesaban 50 toneladas cada uno.
El destino de la columna era triple: señalar hasta dónde llegaba el monte desplazado por el foro; cobijar las cenizas del emperador (como se hizo en una urna de oro custodiada en la cámara mortuoria del lado norte del basamento) y conmemorar la susodicha conquista de la Dacia. Esta última costumbre tenía en Roma una tradición secular: la de situar la estatua del triunfador a una altura superior a la del común de los mortales.
Las monedas atestiguan que, en efecto, la columna estuvo coronada en su día por una estatua desnuda de Trajano, tal vez el original del que se deriva la copia en mármol de Itálica. La efigie desapareció en la Edad Media y el pontífice Sixto V la reemplazó por la actual de San Pedro.
Las estrías que asoman en la parte alta de la columna demuestran que la cinta de relieves que rodea al fuste está concebida como una banda enrollada al mismo, y no como los bajorrelieves labrados en los tambores de las columnas egipcias. Era costumbre en la Italia de entonces envolver en bandas las columnas de los templos de los dioses en días de fiesta, pero acaso la sugerencia no viniese de ahí, sino de los rollos de papiro en que se escribían entonces muchos libros. La ocurrencia de hacer de una columna el soporte de un relato gráfico era algo que hubiera repugnado a cualquier persona sensible de la Grecia clásica.
Sobre el alto basamento de mármol decorado con minuciosos relieves de armas y pertrechos bélicos (de 5,48 metros de lado), la columna soporta una helicoidal de 200 metros de longitud, cubierta del relieve más extenso que la Antigüedad llegó a conocer. La mitad inferior narra la primera guerra dácica (años 101-102), que terminó con la creación de un Estado vasallo de Roma, regido por Decébalo; la mitad superior, la segunda guerra (años 106-107) en que, sin motivo conocido, Trajano cambió de parecer y decidió convertir a la Dacia en provincia romana. El relato gráfico no experimenta más interrupción que la ocasionada por la figura de una Victoria, vista de perfil, que graba en su escudo la crónica de las gloriosas empresas de Trajano entre la primera y la segunda.
La representación comienza por debajo, donde el gigantesco dios fluvial del Danubio contempla asombrado el paso de las legiones romanas por un puente de barcas, una humillación que el río no había experimentado jamás. Era el anuncio fatídico del puente, también de madera, pero sobre pilas de piedra, que Apolodoro de Damasco construiría poco después junto al Portal de Hierro y que se ve muy bien en el tramo 74 del friso, correspondiente ya a la segunda guerra.
Más de 2.000 figuras, algunas repetidas, como era licencia aceptada en el relieve y en la pintura histórica, intervienen en la representación de la guerra y de lo que esta fue de verdad: nada de combates a la brava, ni turbulencia, ni casi movimiento, sino ingeniería, rutina, marchas, construcción de fosos, de puentes, de fortificaciones, asedios de ciudades y fortines, retiradas de heridos, conducción de cautivos..., siempre más miseria que gloria y sin incurrir en las épicas y arrolladoras victorias que en el relieve heroico dan satisfacción a la vanidad del vencedor.
En la obra resplandecen la unidad y la originalidad. La técnica en bajorrelieve es muy precisa y los detalles de los fondos, en los que aparecen paisajes, edificios o figuras, a veces están grabados. Las figuras protagonizan el espacio escénico y la perspectiva, en ocasiones, se representa a vista de pájaro según la técnica 'de mapa', por la que parece producir la sensación de que el suelo se inclina hacia delante, de manera que las figuras de los planos secundarios están por encima de las del primero y a la misma altura de relieve.
Resulta asombrosa la capacidad del autor para producir efectos de profundidad en un relieve de tan poco bulto. Es capaz de conseguir que a veces los últimos planos parezcan grabados, como ocurre a menudo en los fondos de paisaje. Los escorzos y las torsiones contribuyen a crear la ilusión de profundidad y hasta de número. Lo que a veces parece una multitud no pasa de una docena de figuras.
En el lado principal de la columna, es decir, el que da a la Basílica Ulpia, se encuentra la puerta de acceso a su interior y a la escalera de caracol, tallada en el mármol de los tambores del fuste. Por ella se llega hasta la cima de la columna, también llamada cochlea (de caracol) por su estructura interna, compuesta de 185 peldaños e iluminada por 43 estrechas ventanas o lumbreras.
El hecho de que fueran depositadas en su basa las cenizas de un emperador tan respetado por su fama de buen militar, su nobleza de carácter y sentido de la justicia, incluso por la Roma cristiana, es probable que contribuyera a su condición de monumento digno de ser conservado y hasta de ser coronado por la figura del primer papa de Roma. Pese a toda la aureola que rodeó a la figura del emperador de origen hispano, aceptar que sus cenizas fueran depositadas dentro de una urna de oro en el interior del citado basamento de la columna fue algo insólito en esta época, ya que estaban prohibidos los enterramientos en la ciudad. Las necrópolis se extendían a lo largo de los caminos y siempre en las afueras de las urbes.
Conocida es la leyenda que aseguraba que san Gregorio Magno, el papa que dirigió los destinos de Roma entre los años 590 y 604, se sintió conmovido por una de las escenas de la columna en la que aparecía Trajano ayudando a una mujer cuyo hijo acababa de morir. Por esta razón rogó para que el alma de un personaje tan compasivo fuera rescatada del Infierno. Dios se le apareció y le concedió la merced, pero le prohibió volver a rezar por las almas de los paganos. Este episodio caló de tal modo en la mentalidad popular que se decía que cuando las cenizas del emperador fueron exhumadas se pudo comprobar que no solo su calavera y su lengua estaban intactas, sino que esta había relatado su salida del Infierno.
Javier Ramos. Administrador del blog lugaresconhistoria.com
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