Crítica a la crítica: itinerario crítico de la literatura dominicana.
Publicado el: 30 junio, 2018
Por: MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN.
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Los debates sobre la epistemología científica que se suscitaron a fines del siglo XIX dieron nuevas aperturas a las consideraciones sobre saberes y ciencias. Sin ir muy lejos, Nietzsche, Freud y Marx: los maestros de la sospecha, según Ricoeur, dieron una vuelta al libro de la vida que permitió una nueva forma de ver, desde la representación escrita, la fábula que era el mundo heredado de la filosofía griega, del racionalismo francés… Una nueva manera de leer buscaba la forma de imponerse frente a una selva de discursos provenientes de distintas tradiciones de pensamiento.
La polémica de lo objetivo y lo subjetivo se encontraba en primer orden. El giro de las ciencias puras parecía como el modelo y, tal vez, como el único saber legítimo. Todos proponían algo nuevo, sin mucho margen para la novedad. La física parecía inamovible, pero cambiaría su mirada del mundo con la teoría de la relatividad. Pero en la literatura como el arte y el saber es de otra extensión. Viene de antiguas tradiciones. Heredera de la retórica griega y romana, es retomada por el romanticismo que busca una nueva manera de conocer, presentar y representar las lecturas. El estudio de los textos literarios se desplaza a distintas formas: desde el intento de buscar el espíritu de un pueblo, de encontrar la individualidad del autor y del héroe, la expresión de dioses… lo literario fue de la retórica a la hermenéutica, del historicismo, al nacionalismo, de la filosofía metafísica a la psicología de los personajes.
Posiblemente la psicología abre demasiado la comprensión literaria hacia la subjetividad, al irracionalismo. La lectura del texto fue más hacia el contexto, a un mundo de afuera. La estilística buscaba en una balbuceante lingüística de la palabra dar una objetividad al discurso literario. Los modelos científicos, sobre todo los provenientes de las ciencias naturales, influyeron de tal manera, que aparece en Alemania y Rusia la idea de estudiar la literatura desde la forma. En Italia la tradición romántica, la filosofía neokantiana, las ideas historicistas y esteticista de Croce comienzan a ser cuestionadas. Los intentos de un formalismo en la investigación literaria en Rusia (Vladimir Propp, 1928), va a terminar perseguidos por una identificación del texto literario con el contexto social del que se derivará entonces el realismo socialista, una teoría que ve la literatura unida a los procesos de lucha de las clases sociales. El formalismo pasará a buscar en una crítica de estructura, funcionalista, su reconvención a una crítica objetivista, en la que se estudie lo que está dentro del texto y se aleja de los contextos.
Si las tradiciones de estudios textuales son conflictivas y permanentes en la Italia de entre guerras, también lo son de su propia factura en la tradición inglesa más dada a los estudios clásicos unidos a la retórica. Pero en el caso de Francia con su apego al romanticismo y a las tradiciones historicistas, estilísticas (Boileau), hay también unos cambios hacia la objetividad en el método de análisis literario. Y para ello me interesa detenerme en el artículo de Gérard Genette que fuera una comunicación a “Los caminos actuales de la crítica” (1966) y reproducido en “Figures II” (1966), titulado “Raison de la critique pure”.
Genette se remonta a un clásico de la crítica francesa Albert Thibaudet (“Reflexions critiques”, 1936), pasando por el espíritu clasificador y la realidad de que, al llegar a cierto estadio de los estudios literarios, pienso yo, con la tradición de erudición, un crítico no puede más que relacionar un conjunto de obras a una individualidad. Todo esto puede ser puesto en relación con la obra posterior de Genette. También la idea de Paul Valéry en su obra sobre Leonardo Da Vinci, para estudiar no del hombre Leonardo, sino al espíritu de un genio. No deja de aflorar el tema de la época, la búsqueda de las esencias dentro de los fenómenos que nos recuerda a “Ideas” (1913) de Husserl.
Genette habla de una crítica pura y la define como parte de la poesía pura de Valéry y de Mallarmé. No es una crítica sobre los seres (autores) ni sobre las obras, sino sobre las esencias. Más que una meditación de las esencias que de los seres y de las obras. Esas esencias son tres: el genio, el género y el Libro. Nótese como estos planteamientos van de la filosofía de las esencias, al romanticismo del genio, a la retórica del género y a la modernidad del libro como texto y como artefacto de circulación en una cultura. Todo esto está ahí sin ser desarrollado como se hizo luego en el devenir del Siglo XX.
El historicismo literario hizo de la noción de genio una secularización de la idea del autor; de la de género una mezcolanza a favor del relativismo, confundida muchas veces con la idea del texto literario que funciona como el cajón de sastre. Es interesante el estudio y la recuperación de la idea de género, atacada por Benedetto Croce, por los estructuralistas y sobre todo por Gérard Genette. Mientras que el libro ha quedado en la teoría de la lectura, solo recuperado por una teoría de la historia de la lectura.
Genette al hablar de la segunda esencia, es decir del género, pasa a introducir el giro lingüístico, en que E. Benveniste pasa de una lingüística de la palabra a una lingüística del discurso que solo se da en la síntesis de la lectura. Muestra los tipos de discursos dentro de lo que se puede llamar una nueva retórica, una nueva crítica de las esencias y de las descripciones de las formas del texto literario.
Queda la tercera esencia planteada por Thibaudet. El Libro. Puesto así en mayúscula, aparece como lo sagrado de la lectura y de la sociedad. Pero no será así. Se postulará que la literatura no puede verse solamente como lenguaje, sino como escritura y que el libro sea un texto que hay que descifrar. Y cita la teoría de su compañero Derrida en “De la gramatología”: que la lengua es una escritura, es decir, un juego fundado entre la diferencia pura y el emplazamiento, entre el significado vacío y el significado pleno. Y apunta con Blanchot que es un sistema espacial sumamente complejo. Entonces concluye que todo libro, todas sus páginas son como el poema, un espacio del lenguaje que se encuentra en el espacio de la lectura (17).
El programa de la crítica será entonces ver toda obra o parte de ella como un texto, es decir, como un manto de figuras en las que el tiempo (la vida) del autor y la del lector se encuentran en las páginas de un volumen. Y apunta a lo dicho por Philippe Sollers: lo esencial de la crítica no es el escritor ni la obra, sino la relación entre la escritura y la lectura (“Logiques”, 1965).
Cuando entramos en estos meandros cardinales de las discusiones sobre la crítica, nos preguntamos cómo hemos resuelto nosotros esas preguntas. Cómo hemos dado respuesta a esas inquietudes. Y lo cierto es que hemos participado de ellas sin teorizarlas. Y a retazo hemos entrado en una tradición de lectura sin que estén claros nuestros puntos de partida. (continuará).
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